31.12.19

Noventa y tres años

Eulogia se mueve con dificultad, sus noventa y tres años pesan, frenan, cansan. Arrastra los pies enfundados en unas zapatillas ortopédicas modelo monja. Cómodas, el diseño no es importante. Las clientes adoran la comodidad y su facilidad para poder calzarse y descalzarse sin mucha ayuda.

Un temblor insistente en sus manos baila la taza en el viaje desde el armario de la cocina hasta la mesa. Escasos metro y medio de riesgo.

El invierno duro y seco del centro de la península amanece con termómetros coqueteando con los negativos, una escarcha brillante en el horizonte desde su ventana de la cocina donde observa que comienza a levantarse perezosamente la espesa niebla mañanera. 

Las nueve y media de la mañana. Con estos fríos, para qué levantarse antes. No le conviene coger frío. Sus huesos desgastados agradecen el calor de la cama, alimentado con una manta eléctrica que le regaló su hija Lala el invierno pasado.

La taza llega a destino, toca el turno a la tostada. Su viaje desde la encimera, una vez ha saltado del electrodoméstico, hasta el plato en la mesa, baila que te baila.

Repasa meticulosamente sus viandas. Leche, café descafeinado, tostada, aceite, ajo, tomate, azúcar. Parece que está todo. La edad convierte al humano en un repasador de listas. Una vez sentada, levantarse por algo olvidado es un suplicio.

Enciende la radio, su fiel compañera. Es la hora de terminar las tertulias políticas. La aburren, no aportan nada, los que hablan de todo siempre son los mismos. Son capaces de describir la Apocalipsis más absoluta cada semana y al final, nadie se carga este país. Nos encargamos los demás con nuestros perjuicios, envidias y partidismos.

Eulogia solo busca entretenerse. Lo que más valora, las llamadas los oyentes para opinar sobre el tema propuesto en el programa. Hoy el tema propuesto invita a la escatología. Este Herrera siempre repite con lo mismo, le gusta. Cambia de emisora. Alterna por las mañanas Onda Cero y Cope, según el tema y por variar. Le gustan ambos uno por brillante y atrevido, el otro por ser de toda la vida y gracioso. Por las tardes amplía a la SER y deja Onda Cero, esa Julia no le gusta. Es muy roja y sectaria. No entiende qué hace en esta cadena. La noche se la entrega a Onda Cero.

Encuentra en el dial de rosca, con habilidad milimétrica la posición de cada una de sus emisoras de compañía.

El pitidos de las noticias de las once la recuerdan que hoy es un día especial, la boda de su nieta Rosa. No le apetece mucho, la verdad. Han insistido tanto, que no ha podido negarse.

Rosa se casa con un forastero, irlandés, al que conoció hace un par de años en esos estudios becados que hacen los jóvenes al finalizar la carrera. Beca de intención, a coste subvencionado al cien por cien por los padres de las criaturas. Al final, ¿Para qué? para que se enamore de un vikingo y se vayan a vivir a Alemania. ¿Qué se le habrá perdido a Rosa en Alemania?

Las once, en un rato vendrá Gloria, su peluquera. La asiste a domicilio. Las cosas de Lala. Si no viniera, iría con cualquier apaño. Total nadie se va a fijar en una vieja arrugada.

El timbre de la puerta la moviliza.
- Ya va.
Su caminar, cansado, es firme y llega con prontitud a la puerta para dejar acceder a Gloria.
- Pasa hija. A ver qué puedes hacer con mis cuatro pelos.
- Va a quedar Vd muy guapa Eulogia.

En medio del arreglo entra Lala, con su propia llave. Viene exageradamente peinada. La madre de la novia.
- Hija, recuerda que la protagonista en Rosa.

Lala se resiste a admitir que los hombres se fijan más en su hija que en ella. Con lo que ha sido ella. Su intención es ir deslumbrante. Sabe que es el día de Rosa. No se olvida del dicho que de las bodas, salen otras bodas. Si pudiera ella pescar un buen partido. Lleva sola tantos años que se le ha olvidado cómo se usa.

Diez años desde que se fue Manolo, encontró la felicidad en una Rusa. Pálida, rellena y siempre sonriente. Sasa, suena como chacha. Le duró poco, el tiempo que tardó Sasa en darse cuenta que el patrimonio y el dinero que manejaba Manolo, no era de él, sino de Lala. Intentó regresar, Lala no le dejó. Vete, no te quiero volver a ver. Hay días que echa de menos un hombre, pocos. Son muy básicos y ella lo que busca no lo hay. 

- Mamá, he pensado en venir a recogerte a las siete. Te llevaré en mi coche al Ayuntamiento.
- Lo que tú digas, hija. ¿Ayuntamiento?
- Sí, se casan por lo civil.
- Pues vaya. Entonces, ¿Para qué tanto arreglo? y las fotos, con lo bien que salen en la iglesia, tan bonita.
- Mamá, no quieren boda tradicional. Qué le vamos a hacer. Será como ellos desean.
- ¿Qué te vas a poner?
- Un vestido azul y los zapatos esos de color marfil.
- Ah. ¿Y pegan?
- Los he teñido del mismo color que el vestido. ¿Y tú?
- Cualquier cosa, ya veré. Seguramente el vestido azul marino.
- ¿El mismo que te pusiste el año pasado en tu cumpleaños?
- El mismo

Lala tuerce el morro, no le gusta que repita vestido. En las fotos va a parecer que es la misma fiesta. Calla la boca, sabe que su madre tiene años y mantiene intacta su capacidad de decisión y su genio.

-  Ya está doña Eulogia, ha quedado Vd muy guapa.
- Gracias Gloria, ¡qué manos tienes! Me has dejado muy bien, la verdad.
- Solo falta un poco de laca.
- Vamos a contribuir al agujero de ozono, vamos, dale juego a la laca.

El humo pegajoso de la laca se pega en los pulmones de Lala quien tose sin parar durante unos minutos. No puede con ese pegamento. Se asfixia. Se asoma por la ventana de la habitación de su madre, buscando oxígeno. El frío la calma.

Noventa y tres años. Y de boda. Noventa y tres. Mejor boda que funeral. En los últimos años ha ido a demasiados. Queda ella y Nuria, otra de su generación. Sorda y aburrida. Noventa y tres. El secreto de la longevidad española. Luchar contra el aburrimiento y la soledad. La boda le da carnaza para opinar y comentar en los próximos dos meses. Eso alimenta. Eso es vida. Si hay suerte, se queda embarazada y en un año tenemos bautizo. Necesita eventos sociales, le provocan pereza y le alimentan la vida.

Sale canturreando,  con su vestido azul marino, está contenta. El temblor de la mano se ha parado. Sus neuronas se activan. Se va de boda.

30.12.19

Tristeza

En el centro de la sala, rodeada de dos sofás de dos plazas y dos sillas, corona la estancia una mesa camilla. Con su faldón de tela imitando al terciopelo de color granate con flecos rozando el suelo.

La superficie está protegida con un vidrio grueso que a la vez mantiene visibles y sin dañar la colección de fotos que adorna la superficie de la mesa.

La reina absoluta de las fotos es su nieta pequeña, la alegría de la casa, la que más viene de visita, alegrando con su habla sin fin a la abuela Loli.

Loli cumple ochenta y nueve años este invierno, a penas se mueve ya. Su cadera fue reconstruida en dos ocasiones con sendas prótesis, más otra rodilla también de material. La artrosis le impide otra operación más, le dice su médico que es muy complicado a su edad y sobre todo en su condición.

Su larga y dura vida se dibuja en su cara, viuda con treinta y dos años, sin estudios, sin ahorros y al cuidado de tres hijas. Una de ellas, recién nacida. Amparo. La mayor, Lola, con doce se convirtió en la madre de las hermanas mientras Loli se ganaba la vida sirviendo en varias casas.

Una vida miserable, donde apenas se pudieron permitir algún lujo. La sonrisa desapareció de los labios de Loli. No recordó el significado de felicidad.

No aprendió a vivir, ni a disfrutar de la vida. Solo sobrevivía y lamentaba cada día de su mala suerte.

A los cincuenta años se quedó sola. Sus hijas se habían buscado otra vida. En principio se casaron, buscaron vidas diferentes. Aprendieron amargura y replicaron su visión de la vida. Amargaron a sus maridos y las dejaron. Una familia de solitarias amargadas y tristes.

Su hija pequeña, Amparo, se juntó años más tarde con otro hombre, un taxista gordo y soez. La hizo feliz al final de su cuarentena. Por un milagro de la naturaleza quedó en cinta. Esa fue la versión que contaron al mundo. 

Amparo y Luis, su taxista, se pusieron en manos de una clínica de fecundación para conseguir modelar un descendiente a tan tardía edad. Si lo había hecho AnaRosa, la de la tele, con cincuenta ¿Por qué no nosotros? 

A los ochenta y un años Loli fue abuela. La única mueca comprensible como sonrisa se le recuerda cuando salió del quirófano Luis con un paquete enrollado de tela con una niña roja producto del fórceps, fea como su padre y con los labios caídos en forma de U invertida como su madre y abuela materna.

Esos labios no están hechos para sonreír, son labios para amargar. Nació Agustina, Tina, en honor a su abuela paterna. La verruga con pelo sonriente que escoltaba orgullosa a su hijo.

Tina viene esta tarde con su madre Amparo a visitar a la abuela Loli, ya no se puede mover, con lo que ha sido ella de ir a todos los lados andando para no gastar ni un céntimo y ahorrarlos para sus hijas.

A la salida del colegio tras un paseo de escasos diez minutos, Tina llega con su madre a la casa de la abuela. La estancia huele a vieja, huela a rancio, a pis, a aburrimiento. La televisión está encendida todo el día, en Telecinco. Su intelecto no da para más. La entretienen los debates y cotilleos de los famosetes que diariamente dedican horas y horas a destripar la vida de otros que viven sustancialmente de salir en los medios.

Loli se encuentra especialmente molesta hoy. Le roza el pañal y le ha provocado una herida en la ingle. Ese picor no la deja descansar. El olor a pis la acompaña desde hace unos años, al no poder moverse tiene el paquete puesto durante todo el día. Por aquello del ahorro, elige los más baratos, menos confortables, aislados y efectivos. 

La marca blanca suele ser la peor decisión. Y en pañales está comprobado, mucha peor opción. 

La visita de hoy es para duchar a Loli. Amparo una vez a la semana ayuda a su madre en su higiene. Por mera insistencia, Amparo ha conseguido comprar una silla de ruedas para facilitar la movilidad a su madre, la misma silla les permite una ducha eficaz.

Tina se entretiene merendando y con los dibujos de la tele. Suele abrir la ventana para ventilar. No le gusta el olor de la casa, se le mete en el cerebro y tarda días en desprenderse. Ese olor se le quedará grabado como el olor de la muerte.

Loli se fue la segunda noche del año, sola, aburrida y meada. La vida que no supo vivir tampoco la supo despedir.  Mas que vida, fue duración. 

29.12.19

Un atlético en el parón de Navidad.



Ser del Atleti no es un sentimiento, eso es para los del Betis; ni ser mas que un club, eso es para los del Barcelona; ni pensar que posees el gen de la superioridad, eso lo dejo para los del Madrid (Real). No, ser del Atleti es una religión.

Somos sufridores, victimistas, temerosos de la condena en el último segundo por un error, duros a base de golpes y sinsabores. Alegres en las victorias y preparados para las derrotas. Los seguidores atléticos ante todo valoramos el esfuerzo, el coraje, el intentarlo aunque sea imposible. 

Durante años recordamos gestas como las remontadas al Barça, ganar la liga con un empate angustioso o perder en el descuento la Copa de Europa.

Ser del Atleti te prepara para la vida, mejor que hacer el servicio militar. Curte, enseña, hermana. No conozco ningún atlético fracasado. Solo conozco a luchadores.

Luchan como hermanos, dicta nuestro himno y eso esperamos de nuestros jugadores, que luchen, que ganen. Lo de jugar bonito para otros, lo que vale es el resultado.

Soy atlético desde que tuve el don de la razón, tendría siete u ocho años cuando me decidí. Me gustó el brío de Luis Aragonés y de Irureta, la elegancia de Gárate. Me enamoraron. Elegir por tu cuenta tu club tiene mérito. Por supuesto que desde que nacieron mis hijos, son socios del Atleti. Faltaría. El honor de la elección, de principio no les corresponde. Hay que educar el sentimiento.

En mi caso y en mi casa, mi padre es poco futbolero y poco de ver fútbol, le tiraba un poco más lo blanco sin pasión, cierto es. Nos dejó hacer, le daba igual. Tres de sus cuatro hijos somos del Atleti. Sin influencia, lo bueno surge de manera espontánea.

Con tanta experiencia atlética, sabes que cada temporada hay un mes malo. El mes de la pájara. Hace años eran los enero. Solía ser cuando echabas por tierra las opciones a ganar la Liga y a luchar por la Copa del Rey, antes del Generalísimo. Ahora el mes para olvidar, noviembre. Justo después de empezarte a ilusionar con el enésimo proyecto. 

Después quedan meses a remolque de los dos grandes esperando a que fallen para tener opciones de liga. Solo hemos ganado la liga en las ocasiones que éramos nosotros quienes fijábamos el ritmo y los demás venían buscando nuestro error. No aprendemos. Este año veo que no toca liga, salvo sorpresa y faltan mas de cinco meses.

En el parón de vacaciones navideñas, con la ausencia de noticias deportivas, empiezan las especulaciones periodísticas. Por un lado, el interés por publicar algo por parte de la prensa, por otro lado los representantes de los jugadores que les interesa calentar su situación para mejorar contratos y ganar comisión. En el fondo, todos nosotros consumimos cualquier noticia publicada de nuestro club, nos creemos que vamos a solucionar nuestros problemas con un fichaje estrella en enero, no sé con qué dinero. El fútbol vende mucho humo, muchas ilusiones y pocas realidades.

El mejor fichaje es el equipo, la madurez que da el conocimiento de los nuevos en la plantilla que empezaron hace cuatro meses, necesitan tiempo para aprender el idioma, las formas de trabajar, las estrategias y adaptarse al clima. Nada es espontáneo. El equipo encontrará su mejor versión a la vuelta de las vacaciones, los lesionados aparecerán de nuevo con fuerza. Ganaremos confianza y tendremos nuestro gesto de valentía derrocando al actual campeón de Europa. Seremos importantes, seremos fuertes y temidos de nuevo.

Sobrevive mi ilusión a la pasión de los miembros de mi peña atlética. Me van a perdonar que les nombre y también mi confesión, he silenciado el grupo de WhatsApp. Según el partido que estamos jugando podemos llegar a los 150 mensajes que viajan desde el pesimismo generado por el primer error del encuentro a la alegría desbordante cuando finaliza el partido con victoria. Tenemos auténticos community manager de jugadores que los defienden a muerte, idolatran y condenan a otros menos afortunados en función del estado de ánimo del escritor en el chat

Las opiniones en el grupo de WhatsApp son un desahogo necesario para calmar los nervios, ver al Atleti no es disfrutar, es sufrir. En el campo todos animamos, en el chat es otra cosa. Si leyéramos tras un partido los comentarios escritos, alguno se arrepentiría sin duda. No los han escrito la razón, los escribieron frustración y nervios. Dos conciencias muy atléticas, incrustadas en el ADN rojiblanco.

Los lunes por la noche me entretengo releyendo el chat del día, es el día de las soluciones fantásticas, algún compañero peñista merece un doctorado en filosofía. Los comentarios, sacados del contexto de la pasión rojiblanca son hasta graciosos. Los atléticos nos juzgamos por el sentimiento, no por las palabras.

Nos queremos como hermanos, nos respetamos como atléticos, mas que una razón nos une un sentimiento: coraje y corazón.

No hay nada igual, no hay un club igual. Nos envidian los vecinos y rivales, este ambiente es nuestra mayor fortaleza.

Es mi religión. Aupa Atleti.

27.12.19

Tres hermanas en Navidad

Ana, Alicia, Asun Martín Gómez. Cierta obsesión con la letra A demostró José al poner nombre a sus hijas. Por aquellos años la costumbre era que el padre inscribía a los hijos según nacían, mientras la madre y los hijos seguían en el hospital tras el alumbramiento. Era la España de los años 60, cuando la dictadura aún se notaba fuerte y dictaba sus normas y costumbres junto con la jerarquía eclesiástica, colaboradora y cómplice del régimen. La alta mortalidad infantil de los años posteriores a la guerra, junto con la ideología imperante exigía bautizar a los recién nacidos casi de inmediato. No vayan a morir moros, decían. Por esta razón las madres no solían estar en los bautizos, se encargaba la familia y el padre que era el responsable de elegir los nombres. En aquella España la inscripción eclesiástica y la civil casi coincidían.

Ana, la hija mayor, hereda el nombre de su madre y abuela materna. Economista con una exitosa carrera en banca, en diferentes funciones y geografías. Está en los últimos años o meses de su carrera. La costumbre de prejubilar a los empleados de más de cincuenta y cinco años que desempeñan puestos caros de mantener. Siempre les sustituye un nuevo directivo con menor retribución. Cosas de la eficiencia.

Ana está desarrollando una antigua afición, la pintura. Dedica parte de su tiempo libre a producir lienzos con cada vez más elaboradas composiciones al óleo. El mes pasado se lanzó y organizó su primera exposición. Fue un éxito rotundo de presencia, el aforo de la galería se desbordó, gracias a las numerosas relaciones personales. También de venta, se arrepintió por ser tan prudente en la fijación de los precios de sus obras. Valoró por encima de la calidad de sus pinturas, el hecho de ser novata en el mercado. Le surgió la posibilidad de organizar una nueva colección para un galerista de renombre. Se casó de segundas con Luis. Un buen hombre, prudente que la hace feliz y nota.

Alicia, la segunda, muy independiente. Esencialmente  una hippie, vive en Ibiza en una comuna de artistas, consigue salir adelante gracias a su habilidad construyendo bisutería de muy buena calidad.  Empezó en mercadillos y vendiendo por la playa. Años después consiguió abrir una pequeña tienda en una de las calles peatonales del centro. Vive con su mujer, Marta. Una mujer muy poco femenina, tirando a fea, con el pelo corto, la voz ronca que la hace feliz.  A la familia le costó mucho darle acogida, no admitieron de buena lid las preferencias sexuales de la segunda hija. Vivir lejos, la permite evitar roces con su familia y las discusiones de Marta con su hermana Asun.

Asun, la pequeña y más alta. Se parece mucho a su padre José de quien ha heredado sus ojos verdes de gato. Guapita, simpática, amable y muy tradicional. Sin gran sentido de la reflexión, suele juzgar a los demás con un simple detalle, ya se encarga ella de rellenar la historia con su imaginación. Inflexible en sus juicios, cuando hablas con ella notas que te está juzgando. Siempre se equivoca en la relación con los demás, nunca lo reconoce y se embulle en un halo de inocencia vistiendo sus errores en exageraciones de los demás hacia sus comentarios. Desde el primer momento, chocó con Marta a quien le otorgó el papel de seductora que embaucó a Alicia. Nunca quiso reconocer que fue Alicia quien se ligó a Marta. Asun está casada con un pelele. Esteban. Con el paso de los años, nadie sabe cómo suena su voz. Nunca habla. Asun no le deja. No para de hablar.

La costumbre de la familia Martín Gómez es evitar la conversación, el ritmo de la convivencia está en la mano de Asun, de lengua peligrosa y muy dada a abusar de las bromas. El aperitivo se aliña con bromas y pullas de dudoso gusto, todo antes que dedicar tiempo las hermanas a ponerse al día.

El objetivo de Asun es doble, monopolizar la reunión, evitando las conversaciones lógicas que se esperan entre hermanas que solo se ven un par de veces al año y su segundo objetivo es sacar fotos continuamente para compartirlas sin parar por redes sociales. La apariencia de felicidad es más importante que saborearla realmente.

El veinticinco de diciembre, día de Navidad se juntan en casa. Ana madre y José han preparado un menú sencillo lleno de raciones de jamón, lomo, langostinos y salmón, de plato principal un pescado al horno, una urta, la especialidad de José. Sobra mucha comida, Ana y Alicia cuidan mucho su imagen, Asun come por las tres a mucha velocidad y sin parar de hablar.


En la comida repartió píldoras a todos, sin importarle los modos, la oportunidad o si ofende al increpado.

- Marta, te llamé y no me cogiste.

La cara de Marta, compungida, no entiende el ataque.

- No vi tu llamada. ¿Cuándo llamaste?. Se obliga a revisar su teléfono móvil. No veo tu llamada.
- Pues, ayer.
- ¿A qué número? No tengo llamadas. Si hubiera visto una llamada tuya te la habría devuelto.
- Te llamé para felicitarte. Me he enterado que has ganado un juicio.

Pobre Marta, abogada matrimonialista, tiene juicios cada semana y no conoce el concepto de ganar juicios en esta materia.

- ¿Ganar? ganar gano todas las semanas. ¿De qué juicio de estás hablando? ¿A quién conoces en Ibiza?
- Lo vi en una revista, un famoso constructor que te había contratado.
- Ah. Sí. Fue un acuerdo amistoso. No ganó nadie.
- Pues hija, para una vez que te llamo para felicitarte.
- Gracias Asun. Un detalle.

Asun cambia de escenario, le toca atacar a Ana por medio de Luis. Aprovecha que Ana se levanta de la mesa para preguntar a Luis sobre el hijo de Ana que ha decidido pasar las Navidades con su padre. Algo imperdonable para la mentalidad conservadora y prejuzgadora de los demás.

- Paco ha decidido ir a esquiar con los amigos de la universidad a Suiza. Y se ha acoplado a su padre unos días para conseguir alojamiento y financiación. Ana se la negó. No considera que sea la mejor manera de celebrar estas fiestas. De todas maneras, cuando vuelva Ana de la cocina, puedes preguntarla que te informará sin tanto misterio.
- Misterio ni qué misterio. Es que me extrañaba su ausencia y como Ana es como es...
- Y ¿Cómo es?
- Ya me entiendes.
- La verdad es que no. No te entiendo.

- Mamá, está todo muy rico. ¿Dónde lo has comprado?
- Los langostinos los ha cocido tu padre y el punto de  horno de la urta también. 
- Pues parece comprado.
Siente una leve patadita en el tobillo. Su Esteban no habla mucho, está avergonzado e intenta corregir las ansias de protagonismo negativo de Asun. 

José mira a su hija pequeña, su prudencia está siendo puesta a prueba. Es paciente, empático y conciliador. Hoy lo tiene muy difícil.

Luis se levanta dando pie a Ana a hacer lo mismo.

- Hablan en todos los periódicos del mito de los cuñados, los míos sois excelentes, no tengo queja alguna, más bien al contrario. Sois lo mejor. Os deseamos, a todos, lo mejor en estos días, nosotros nos tenemos que ir, queremos llegar al aeropuerto a recibir a Paco. Les daremos vuestros recuerdos, especialmente el tuyo Asun que no has parado de preguntar por él y te he visto muy interesada. Ana, José una comida excelente. 

Luis, se siente indignado por el ambiente creado las críticas continuas de Asun y el silencio cómplice de Ana madre. No le gusta sentir que no se valora a su Ana. Ni un comentario hacia su nueva obra de pintura, ni una sola muestra de interés. Recuerda que Ana le regaló un cuadro de la exposición, ni lo ha colgado de la pared. Está escondido. Tampoco ha notado intentos de vender cuadros a sus amistades, fueron a la inauguración de la exposición a comer y beber. Esperaban en una ilusión infantil que les regalara un cuadro, así por las buenas, no valoraron el trabajo de Ana, alucinaron con la afluencia al evento. Ana echó de menos encontrarse a los amigos de sus padres de toda la vida. Ni uno. 

Antes de la comida, se repartieron unos regalos. Hubo regalos para todos, salvo para Paco, ausente. Esas cosas, sabe Luis que le afectan mucho a Ana. No entiende el por qué esforzarse tanto en distinguir o en excluir.

Luis ha notado durante toda la comida el mal estar de Ana. No se lo merece y eso que siempre ha apoyado a su familia y sus hermanas. No entiende tanta frialdad, tanta lejanía, tan pocas ganas de conversar, solo reír y simular alegría. Está triste por Ana. Se siente triste él.

Siempre evitó la Navidad, no es su fecha preferida. Desde hoy, la odia.

26.12.19

Primer duelo

Dedica unos minutos a decidir qué ponerse, es un día importante. Reunión anual de los amigos del barrio y colegio. Todos los años en el mes de febrero organizan una comida de pinchos para veinte personas, eligen realizar la celebración de pie para facilitar la comunicación libre entre ellos ,  moverse para poder hablar con unos y otros sin la limitación que te exige permanecer sentado y hablar solo con los compañeros cercanos de mesa. 


Pantalones chinos claros, camisa azul clara cortada a medida y americana azul marino de lino y lana.  Hackett, su marca preferida. 



Este año le ha tocado a Miguel la organización del evento, ha reservado un pabellón exterior climatizado en el jardín de un hotel cerca de la plaza de toros.


Las parejas llegan puntuales, las diez, a medida que se incorporan al grupo, el rito de los abrazos y besos se repite hasta que llegan los dos últimos, Pedro y Laura, como siempre. Viven el Boadilla y eso les da la excusa perfecta para justificar su retraso. No quieren reconocer que cuando vivían en El Barrio de Quintana, a cinco minutos andando, también llegaban los últimos. Les gusta llegar al final, para que les esperen. 

Este año el evento está lleno de un espíritu especial, algo les une a los chicos, a los compañeros de colegio en la infancia. Este año, todos cumplen cincuenta años. Es la razón por la que se han dado más importancia a la quedada. Es lo que tiene cumplir un número significativo y redondo.

La comida es de buena calidad, lo que más circula es la bebida. Antaño abusaban de la cerveza, poco a poco se van incorporando nuevos adeptos a una nueva religión, el vino. Unos prefieren blanco, la mayoría, tinto. Miguel como buen anfitrión empieza con blanco lo que le da la oportunidad de brindar con sus partidarios y luego se abre al tinto. Brinda con todos. 

La amistad de cuarenta y cinco años se nota, suenan risas, la sonrisa ilumina la cara de la mayoría junto con el buen ambiente reinante. Se conocen, se respetan, no se juzgan. Son amigos de verdad, sin disimulos, sin disfrazar su realidad. Son como son, se respetan y quieren. Comentan el uso generalizado de gafas para leer, como crecen los pelos de las orejas y las cejas, los problemas de visión de moscas, las primeras visitas al urólogo. Son aprendices de lo que les espera en unos años. Agendas médicas repletas de revisiones periódicas sean o no necesarias. Para cuando se jubilen, ahora se sienten fuertes, seguros, orgullosos de la vida que les ha tocado vivir.

Las sonrisas en la esquina donde el cortador de jamón se está ganado el sueldo ante la demanda continua de tapas, se van relajando. La redonda cara de Almudena dibuja el recorrido de una lágrima. Está comentando algo con Maite, la mujer de Juan Luis. Ambas han sido los únicos amores de Juan Luis. Almudena en la adolescencia y Maite desde la universidad. Se llevan bien. La relación adolescente sobrevivió al paso del tiempo, ese amor no maduró,  se quedó en ilusión. Maite apareció como un huracán en su vida, la llenó del todo. Se le ve feliz con ella. 

Maite la está poniendo al día de la situación de Juan Luis. Este intuye lo que está ocurriendo y se acerca a ambas.

- Chicas, de verdad, lo único que deseo es pasármelo bien y no preocupar a los demás. Es una enfermedad, mañana será otro día. No busco ser la razón para romper este ambiente tan maravilloso. 

- ¡Lo siento tanto!. Almudena está muy dolida. Fueron novios hace una vida y aún conservan esa afinidad entre ellos muy cercana, muy de saber que entre ellos no hay atracción, solo cariño.

Los deseos de Juan Luis no se pueden cumplir, el sufrimiento de Almudena y de Maite es tan evidente para todos y en definitiva se conocen todos tan bien que enseguida  reconocen  que algo pasa con ellos.  La curiosidad se impone a la prudencia. Comienza Enrique, siempre tan espontáneo y carente de todo tacto.

- ¿Qué os traéis entre manos? ¿Lo sabe Manolo?. Manolo es el marido de Almudena, apodado el consentido en la creencia popular que Juan Luis mantiene un trío vitalicio. 

José Luis le mira sin contestar. La barra y una nueva copa de vino le llaman. No quiere empezar una discusión con Enrique. 

- ¿Qué pasa?¿Qué he dicho?

- Eres tonto, Enrique. Le contesta Almudena. Muy tonto.

Con tan sesuda explicación, el corto cerebro de Enrique no consigue procesar donde está su error. Se gira, necesita la guía de Mercedes. La única que sabe ver sus virtudes por encima de sus meteduras de pata.

La noticia, gota a gota se abre camino entre los asistentes. El origen la preocupación de Maite y Almudena. En breves minutos las risas menguan, las miradas cambian. Todos son conscientes que es la última comida todos juntos. Juan Luis se va, no tiene cura, dos o tres meses a lo sumo.

El dolor conjunto es más llevadero, Maite no puede más, considera que sus amigos tienen derecho  a conocer la verdad y tener la oportunidad de despedirse. Juan Luis quiere despedirse de fiesta, no de luto anticipado. La fiesta ya no lo es, se queda en reunión. Siguen los abrazos, ahora son más apretados. Todos necesitan sentirse vivos, queridos, cercanos.

Juan Luis no te vayas. Lucha. No te vayas. Es el primero en irse. Nuevas sensaciones, dolor intenso. Duele la pérdida, duele saber que habrá más.



24.12.19

¡Qué frikis estos españoles por Navidad!

Me llamo Joseph, Joe, nací en Boston (U.S.A.), en el seno de una familia católica, irlandesa, donde ser policía es casi una obligación, igual que beber cerveza o celebrar el Saint Patrick todos los años vestidos de verde hasta los calzoncillos. Rubio, pecoso, grande, un genuino irlandés.
Este pasado junio vine a Madrid para estudiar el español de España, diferente al que nos dieron en la escuela y en el High School. Tras terminar mis estudios de leyes, decidí embarcarme en un viaje cultural a una tierra que siempre me fascinó, España.
Vivo con una familia en la habitación que utilizaba la abuela hasta su fallecimiento. Mantiene sus cuadros de santos, vírgenes y otro de la pasión de Cristo. Estoy como en casa. El domicilio está bien ubicado en un barrio céntrico con excelentes comunicaciones, amplio, con cuatro habitaciones, suficientes para el matrimonio con sus dos hijos de diecisiete y veinte años. Buenos estudiantes, ordenados, educados y muy amigos de salir y pasarlo bien. La cercanía de edad me ha ayudado a compartir con ellos alguna que otra noche de juerga, incluso he podido conocer a sus amigas, muy amantes de lo extranjero. 
Tanto orden en casa me produce un nivel de estrés al que aún no me he acostumbrado. Me obligo a guardar la ropa doblada en los cajones del armario, a colgar el abrigo en la percha, a tener los pantalones colgados, a hacer la cama e incluso a ayudar en la limpieza los días que falla la empleada doméstica. Si mi mom me viera, no dejaría de sorprenderse. 
El carácter abierto y sociable de los madrileños me ha encantado desde que aterricé, tienen la habilidad de hacerte sentir como en casa desde el primer momento. Me ha sido muy fácil acoplarme a los horarios de comida e incluso a los tipos de comida. A la cervecita y la tapa. Me he visto obligado a incrementar mis ritmos de deporte, ahora salgo a correr todos los días, luchar contra mi tendencia a crecer a lo ancho es muy sacrificado.
Lo que más me ha sorprendido es la Navidad. Encienden las luces a mediados de noviembre, con luces que bien valen para Navidad, como para carnaval o para las fiestas populares. El pistoletazo de la locura colectiva empieza en el Black Friday. Una costumbre de mi tierra que ha sido adoptada en Madrid como propia. Hay descuentos de Black Friday es todos los productos, incluso en moda, complementos. Un anticipo a las rebajas. Desde ese momento es un no parar.
A principio de diciembre tienen dos fiestas muy bien aprovechadas, pues es semana casi festiva para muchos, el centro de Madrid se llena hasta el límite de la prudencia. Vienen de toda España esos días para comprar a Madrid. 
Mis padres españoles tuvieron cenas de empresa a mitad de diciembre, además de otras comidas o cenas con amigos, compañeros y afines.
El día 24, ya estaba harto de comidas y todavía no había empezado la Navidad. Cena de nochebuena, en familia, se juntan catorce, quince personas. Riegan las fiestas con mucho vino y en cada casa parece que la cantidad de comida es la equivalente a la ración media de una persona para todo un mes. 
El 25, para no bajar el nivel, cambian de casa para juntarse prácticamente las mismas personas que la noche anterior y más comida, mucha más.
Los días siguientes son de ropa vieja, aprovechan las sobras de la cena y la comida de los días festivos. 
Lo más sorprendente es el reto viral, no sé cómo se ponen de acuerdo, un país donde cuesta un mundo coincidir con las ideas del vecino, donde la queja es el deporte nacional, celebran el cambio de año, comiendo 12 uvas, una por campanada. Todos. Hasta los que no les gusta ese fruto. Alguno se atraganta y lo pasa mal, pero para evitar ser señalado, insiste hasta terminar su ración de uvas. Hay personas que le quitan la piel y los huesos a las uvas, incluso, el rarito de la familia en lugar de uvas utiliza gajos de mandarina para acompañar las campanadas. 
Se defienden cuando comento lo frikis que encuentro sus costumbres y se ríen de la costumbre italiana de comer lentejas para cambiar de año, de la cuenta atrás americana, de barrer la casa y pasear con una maleta en Chile o romper platos en Dinamarca.
Lo más complicado para mi comprensión fue el masoquismo demostrado con sus hijos pequeños, les tienen esperando todas las vacaciones para entregarles los regalos el último día, antes de volver al colegio.
Su carácter práctico les hace adaptar cualquier costumbre que les suponga una ventaja y la incorporan con naturalidad a su vida. Si te fijas, se regalan por Black Friday, por Santa Clauss y por los Reyes Magos. En las casas conviven el árbol de Navidad, propio de mi tierra, junto con el Belén, ese juego de Roll de una campiña con figuras en miniatura donde no puede faltar un pastor cagando, un río y mucho ganado.
Se pasan las semanas comiendo en un festival continuo de cordero, besugo, langostinos y jamón. Bendito jamón. Toman uvas en fin de año, sí, saben disfrutan como nadie, incluso se comen las pepitas de las uvas por no escupirlas. 
Los polvorones se quedan en una bandeja en el salón de la casa hasta que se agotan, allá por Semana Santa. Me encantan los de las monjas, con mucha manteca y almendra.
Después de las fiestas incremento en un kilómetro mi ronda diaria corriendo. Así no hay quien pueda. 
¡Qué país! disfrutan como nadie. 
Me encantan estos frikis
El año que viene traigo a Mom and Dad.

22.12.19

Primer adiós

Me gustaría que nos acompañaras a la consulta con el cirujano.
- Claro, confirmo extrañado con la solicitud. ¿Cuándo es y dónde?
- En la clínica Quirón de Juan Bravo a las 12 de la mañana el jueves.
Consulto mi agenda en el móvil, debo ajustar alguna cita, nada que no se pueda solucionar.
- Vale a las 11 paso a buscaros y vamos juntos.

La clínica Quirón ha tenido obras durante los últimos años, le han lavado la cara, se ve más moderna, más cómoda. Hace años su imagen recordaba a las tradicionales clínicas de monjas, limpio con aire antiguo. 

La zona de consultas aún no ha recibido el baño modernizador, el acceso incómodo y la sala de espera poco acogedora. 

Amenizo la espera poniéndome al día de correos electrónicos del trabajo, es mi manera de evitar preocuparme. Intento iniciar conversaciones banales para pasar el tiempo. No está el ambiente para ello. Mi madre a penas disimula su preocupación se entretiene repasando los sobres con los resultados de las pruebas médicas que han realizado a mi padre. Mi padre, fiel a su costumbre, opta por resolver alguno de sus complicados pensamientos. Se suele entretener en silencio, ajeno a los movimientos a su alrededor. Nunca ha sido curioso, no va a empezar a los setenta y cinco años. Sabe lo que tiene, lleva con sus problemas desde siempre, le acompañan en su vida. Imagina que tiene pocas opciones para elegir. Su conciencia católica le acompaña siempre, le da sosiego y una visión más calmada de su futuro. Tiene fe. La fe trae consuelo y paz. Su rostro es la definición de estar en paz consigo mismo. 

Nuestro turno, acompaño a mis padres a la consulta. Nos recibe el cirujano, un señor de unos sesenta y pocos años, grande, elegante y risueño. Su sonrisa tranquiliza.

- Pasad, sentaos. Mira Oscar, el cateterismo nos confirmó las sospechas de su cardiólogo. Obstrucción grave de las arterias que alimentan el corazón. Prácticamente cerradas. Por eso te cansas tanto y tan rápido, no te llega sangre ni oxígeno al resto del cuerpo.
- Sí, eso me dijo el doctor que realizó la prueba
- En esta situación, volver a colocar un Sten sustituyendo a los que te instalaron hace doce años, no soluciona nada. En mi opinión solo queda una opción, cirugía. Realizar tres bypass coronarios para salvar la zona necrosada y permitir el flujo de sangre.
- Con esa idea vengo. 
- Si lo tienes claro, en tu situación, más pronto que tarde.
- ¿Qué fechas tienes?
- Podemos hacerlo la semana próxima, el jueves por la mañana.
- Sea.
- Poco te lo piensas, amigo.
- No hay otra opción ¿verdad? pues cuanto antes.
- Te voy a explicar la intervención. Se dirige a mí, el hijo. Hay dos técnicas para esta intervención, la extra corpórea donde conectamos el cuerpo a un corazón mecánico, mientras extraemos el original y lo reparamos en una mesa a parte, al finalizar volvemos a colocarle en su sitio. La otra técnica es provocar una hipotermia controlada para reducir al mínimo los latidos de manera que nos permita operar directamente y reducimos el riesgo. ¿Hasta aquí bien?
- Sí, continúa.
- Nosotros utilizamos la segunda técnica es un poco más segura. No podemos decir que no hay riesgos, porque esta operación en sí, los tiene. También te puedo decir que nuestro porcentaje de éxito supera el 97%.
- Eso tranquiliza, no puedo dejar de pensar que en mi caso el todo o nada, estadísticamente hablando.
- Vamos a confiar, Oscar. ¿Tenéis alguna duda?. Bien pues fuera la enfermera les informará del protocolo, les cerrará la cita con el hospital. Tendrá que ingresar la tarde noche anterior. 

Los trámites administrativos te distraen, un nuevo escenario se abre ante mí, una posibilidad que ni había contemplado hasta ese instante. Informo a mis hermanos para que vayan haciendo planes para la semana próxima. Mi madre está en shock, su mirada se pierde en el infinito. No está preparada para esta incertidumbre como tampoco lo está para asumir la pérdida. Delega en nosotros sus sentimientos. Elige enfundarse en su frialdad emocional para protegerse de la sensación de miedo a la pérdida.

Durante los seis días que faltan para la operación, me siento perdido. Me entretengo afrontando mucho trabajo, todo por entretener el cerebro. No me quiero preparar, rechazo la idea de que el 3% de resultados negativos del cirujano tenga el nombre de mi padre.

El día señalado madrugo, quiero estar el primero en la habitación. Mi madre ha dormido en el hospital, realmente ha estado en el hospital, dormir, no lo ha conseguido. Ni la pastilla que le dio la monja por la noche ha tenido efecto. 

- ¿Cómo estás, papá?
- Bien. Cuida de tu madre mientras esté en el quirófano. Está muy preocupada.
- Es para estarlo. ¿Y tú cómo lo afrontas?
- Estoy tranquilo, confío en el doctor Ruiz. Y si tiene que pasar, estoy preparado.
- Tú sí, pero ¿nosotros?
- Eres fuerte. Ten fe. Confío en salir de esta.
- Papá...

Me aprieta la mano, su gesto más cariñoso conocido. Me mira a los ojos, esos ojos negros profundos, esos ojos que hablan. Su mirada me dice PAZ.

Se lo lleva el celador, no me he podido despedir, no me ha dejado. Me quedo tranquilo.

- Mamá, vamos a desayunar, aquí no hacemos nada. La operación dura dos o tres horas. Vamos a salir de aquí. No me gustan como huelen los hospitales.

La operación, un éxito. Esta vez no hizo falta despedirse, la próxima espero que sus ojos me lo permitan. Lo pasé muy mal esas horas de incertidumbre.

Mi primer adiós fue con una mirada, ¿qué más se puede decir?

Adiós papá, me alegro que sigas con nosotros.


21.12.19

Reunión de vecinos

La convocatoria recibida en el buzón por carta firmada por la Presidenta de la comunidad de vecinos y el administrador de fincas que actúa como secretario fija la reunión en el local del administrador a las 19:00 horas en primera convocatoria y media hora después la segunda y definitiva.
El orden del día establece los temas a tratar, el punto estrella, la propuesta de cambio de los ascensores.
La comunidad de vecinos está compuesta por los dueños de las cuarenta y cuatro viviendas del bloque, todas de igual superficie y el local comercial del bajo. La asistencia media a las reuniones es muy baja, las decisiones anuales se toman entre cinco o seis vecinos que mantienen su conciencia común afinada para asistir.
Hoy el local se queda pequeño, la expectación nacida de la propuesta de cambio de ascensores ha atraído a prácticamente todos los vecinos, incluso a los que no viven en la actualidad y tienen las viviendas alquiladas.
Asiste el grupo de las grullas, el núcleo duro de pensamiento único y visión rural de cómo se deben organizar las cosas. Cinco mujeres muy sabias, con gran experiencia vital con una habilidad única en la especie, mantener las cosas como están al mínimo coste posible. Es el grupo que disfruta aconsejando a Vicente, el conserje, sobre cómo es más eficaz la limpieza del portal, los productos y la frecuencia necesaria. Ellas son muy limpias y lo demuestran a diario fregando su trozo de escalera y pasillo común más cercano a la puerta de su casa. Que no digan. Disfrutan opinando sobre la vida del resto de vecinos desde su posición privilegiada de oráculo de la sabiduría popular.
También están los del chándal, tres familias que habitan en los dos últimos pisos que su única vestimenta reconocida es un chándal azul con el escudo del Real Madrid. Como no. Representan la oposición general a todos. Nunca están de acuerdo con lo votado en la junta de vecinos. Este es el primer año que asisten. Ambos tres vecinos, están jubilados y se entretienen cuidando de sus nietos. Todas las mañanas recogen a sus nietos en la hora de comer, vuelta al colegio para las clases vespertinas y un par de horas después, regresar por ellos para  la merienda e intentar que hagan los deberes antes que regresen de trabajar sus madres. No se les conoce padre alguno.
Asisten varias vecinas de edad avanzada, el ambiente previo y la presión de las grullas les ha animado  a  asistir y eso que no tienen por costumbre salir por las tardes. Prefieren quedar en casa resguardadas.
La asamblea se constituye con el sesenta por ciento de asistencia presencial y un quince por ciento de vecinos que ha elegido delegar su voto. 
En seguida se observan varios grupos, el mayoritario que se opone a la propuesta antes de debatirla en el pleno, una minoría que apuesta por la mejora y modernización de la comunidad; el grupo del chándal que se opone a todo, les gustaría separarse de la comunidad y organizar una propia de las dos últimas plantas. Las familias de la primera planta que tiene problemas de movilidad, disponen de puertas más anchas y rampa para su acceso. No obstante, están enfadadas con el mundo y cualquier propuesta siempre cuenta con sus votos en contra. Hace dos años incluso votaron en contra de instalar la nueva rampa de acceso y eso que les beneficiaba. Ya, pero no. A sabiendas que la propuesta iba a salir, no quisieron perder la oportunidad de oponerse de nuevo.
El secretario expone la realidad, las continuas averías de los ascensores, de cuarenta años de antigüedad, el estado calamitoso de sus motores, comenta la recomendación del fabricante de los mismos de sustituir los mismos, los fallos en las puertas que no cierran bien y provocan que se quede el ascensor parado y multitud de inconvenientes.
El grupo liderado por las grullas apuesta por arreglar los mismos utilizando la cuenta de la comunidad que dispone de saldo suficiente. Sin necesitar de mayor apoyo económico de los vecinos.
- Podemos aguantar unos años más hasta que se rompan. Yo misma tengo un coche con trescientos mil kilómetros y hasta que no se rompa, ahí sigue. Explica orgullosa doña ahorros.
El grupo del chándal, el más necesitado de un ascensor más fiable al vivir en los pisos diez y once se esperaba que opinaran favorable al cambio de vehículos. Pues no. Se oponen. Sin ofrecer una razón concreta y remarcando que no opinan como las grullas.
Varios vecinos opinan que la derrama propuesta consistente en treinta y tres euros al mes durante tres años es muy cara. 
El clima general es de oposición. La Presidenta  interviene tras una queja de las grullas respecto a la propuesta, para indicar que no era su intención ofender a nadie. 
- Entendí que lo mejor para la comunidad, dadas las numerosas averías, a la recomendación del fabricante y a las dudas respecto a pasar favorable la siguiente inspección, era estudiar y proponer el cambio .  Modernizar de la instalación y ganar unos años de tranquilidad.
Gana el NO por mayoría. La curiosidad estadística, los vecinos de mayor edad, los que utilizan de manera habitual el ascensor, eligen el NO. En cambio los más jóvenes que valoran modernizar el servicio y entienden que ese cambio revaloriza las viviendas, prefieren el SI.
No se cambian los ascensores. La semana siguiente se vuelven a estropear, dejando a los vecinos dos días sin servicio. Se quejan en privado en sus casas, lamentándose por dejarse influir por las grullas, esas amargadas que desplegaron toda su capacidad de influencia con tal de ahorrarse unos euros al mes. Hemos perdido una oportunidad de oro.
La fortaleza de la democracia es la toma de decisiones basada en la mayoría, el peligro es el voto mal informado. 
Por mayoría, no hay cambio de ascensores, todo sigue igual de barato, todo igual de ineficaz. Luego exigimos a nuestros políticos que lleguen a acuerdos por el bien de España. Visto lo visto, parece imposible.


19.12.19

Paloma sobrina





Anselmo cuenta con sesenta y cinco años de edad, lleva como párroco de la Iglesia Mayor de Santiago los últimos catorce. Se siente muy bien en este pueblo, sus habitantes le acogieron con gusto, a diferencia de lo que ocurrió con su antecesor. Es un caso atípico, pues los habitantes de estos lares suelen ser desconfiados con los forasteros. Su carácter abierto y sonriente le abrió muchos corazones y muchas invitaciones para merendar en casas de sus feligresas.
A los dos meses de llegar al pueblo, decidió traer a la casa parroquial a su prima Elena, viuda desde los treinta años, ella tiene quince menos que él. A Elena la acompañaba Pilarcita, su hija, que entonces tenía cinco.
Elena siempre viste de negro, guardando un luto riguroso y propio de su condición. Lleva una vida retirada del ruido vecinal, prudente y volcada en servir a Anselmo y a su hija. Evita las reuniones sociales, evita llamar la atención y evita cualquier escándalo.
Pilarcita ya solo responde como Pilar. Muy abierta, amiga de todo el mundo, se relaciona con los demás con naturalidad. Es muy buena estudiante, tanto que consiguió matricularse en la UNED de Valdepeñas. Se pasa el día estudiando de manera metódica, dedica seis horas diarias a ello, salvo los días que va a tutoría y que para ello marcha a Valdepeñas pronto, llena de las preguntas y dudas que le muestran cómo avanza en sus estudios. Pilar, delgada y alta, como su padre, eso decía siempre Elena, viste de color, le gustan las faldas amplias y los colores animosos. Se atreve con naranjas, verdes limón, amarillos… todos los colores le quedan bien. Sonriente, afable y de fácil conversación, ella es muy popular entre todos los de su edad y con los que ha coincidido en el instituto.
Pilar, oficialmente, es la sobrina del cura, incluso ella le llama tío Anselmo. Cuando la preguntan por su padre, suele repite la misma historia: Se llamaba Ignacio y murió en un accidente de moto. Por esa razón a Pilar no le gustan las motos, son muy peligrosas.
La sonrisa de Pilar recuerda mucho a la de don Anselmo. Hace una vida muy normal, muy propia de su edad, sale con los amigos por la noche del sábado, baila hasta quedar agotada y el resto de la semana estudia, ayuda a su madre y queda con las amigas; así llena el día. Cada tarde, no perdona acercarse a la misa vespertina de las ocho, antes de cenar. Le gusta escuchar a don Anselmo explicando las escrituras y el pasaje del día del Evangelio. Suele sentarse en un lateral, discreta, pero formal. A misa de ocho solo acuden siete u ocho vecinas y dos vecinos de avanzada edad. Pero a ella le gusta pasarse a escuchar a tío Anselmo.
La casa parroquial tiene varias habitaciones y ella ocupa la más luminosa y cálida, sobre todo en invierno, que aquí es muy frío. En verano prefiere mudarse a la cueva, una habitación que hay en el piso inferior y que se encuentra al final de la casa, casi dando con la iglesia. Dicha habitación está excavada en la roca y en verano es bien fresquita.
Ese verano oyó una conversación en la habitación de tío Anselmo. Este dormía todo el año en el piso inferior, mientras Elena tiene su alcoba en el superior, junto a la de Pepa. 
Pilar intentó estar atenta a la conversación, le resultaba muy curioso escuchar a tío Anselmo hablando en susurros a las doce de la noche: ¿Estará hablando por el móvil?, es posible; aunque el susurro es tan sutil que apenas consigue entender alguna palabra. Ante aquellos ruidos bajos, amortiguados, casi inexistentes, se mantuvo muy atenta, sin que consiguiera destacar ninguna palabra conexa. Se abandonó y se durmió.
El sábado por la noche, Pilar decidió irse a casa pronto, estaba cansada. La regla la mataba y no tenía el cuerpo para estar bailando y bebiendo hasta el amanecer. A la una y media volvió a casa andando, desde el parque donde están las discotecas hasta la iglesia, en la plaza del pueblo, quince minutos a paso tranquilo. 
Entró con cuidado en casa, pasó por la cocina para tomarse un ibuprofeno con un poco de leche y, tras cepillarse los dientes, se fue a su cueva para dormir. Estaba conciliando el sueño cuando ese susurro familiar la despertó, esta vez había dos ritmos, dos susurros diferentes, uno agudo y el otro grave. Reconoció el ritmo de respiración, le era muy familiar: ¡Mamá!, pensó. ¿Estará tío Anselmo enfermo y mamá lo está cuidando? Sonidos familiares, besos secos, susurros, roce de sábanas, sonrisas… no está enfermo. Al poco rato, Elena se escabulló de manera silenciosa y casi sin pisar el suelo marchó al piso superior. De inmediato sonó el primer ronquido rítmico de Anselmo, definitivamente no está enfermo.
Una sospecha antigua empezaba a germinar en la mente de Pepa: ¿Y si…? Sus sonrisas se parecen, sus cuerpos se parecen, sus andares, sus manos. No puede ser. Mi madre… ¿Cómo ha podido vivir así tanto tiempo?

Se giró en la cama e hizo por dormirse. Dormida, sonreía, en su fuero más interno es lo que siempre había deseado... papá.

Comida de Navidad

En estas fechas diciembre, todo el mundo tiene comida de empresa, una costumbre prenavideña que se ha convertido en obligatoria sea de donde sea la empresa. 

En la prensa es un tema de moda, todos los periódicos dedican artículos para describir el mundo de oportunidades que se abren para cometer una infidelidad en las cena de Navidad otros escriben sobre el impulso al PIB nacional de este consumo desmesurado, su implicación en la inflación y otros, incluso editan artículos simulando ser un manual de autoayuda sobre cómo sobrevivir a una cena de empresa si eres una persona sin habilidades sociales.

¿Y yo qué hago? Aprovecho para comer con mis amigos de la infancia intercambiándonos la actualidad familiar de cada uno de nosotros. Nos queremos y respetamos como somos, sin caretas sociales. Tras más de cuarenta y cinco años de amistad, sabemos más de nosotros de lo que muchos de nuestros familiares conocen de nosotros. Es la amistad de verdad, la de toda la vida. Somos un grupo curioso, nos une el sentimiento, no compartimos ni ideología, ni religión, ni oficio, simplemente nos complementamos y en la diversidad nos enriquecemos. Respetamos nuestros puntos de vista y sabemos encontrar lo que nos une. Si aprendieran nuestros políticos, mejor nos iría. 

Además de esta comida de hermandad, no tengo nada. Me siento diferente. Soy autónomo y sin empleados a mi cargo.

Dediqué tiempo por mis redes sociales para localiza a otros autónomos, como yo, con la misma frustración por no poder disfrutar de una comida de empresa, con envidia por tener esa experiencia.

Logramos juntarnos cuatro trabajadores por cuenta propia tras un proceso largo de ajustar agendas. Estamos muy ocupados y en el caso de no estarlo es de obligado cumplimiento aparentar que tienes mucho trabajo.

Nos juntamos los cuatro, un fontanero pelirrojo, grande y bizco con acento de Europa del Este, un contable muy delgado que anticipa su presencia con un olor a tabaco que se distingue desde varios metros de distancia; una transportista con camisa de cuadros, pantalones vaqueros y botas militares propietaria de un camión con el que sobrevive viajando por la península y yo, un taxista que estudió periodismo y para vivir callejea con un taxi desvencijado.  

Nos costó encontrar un restaurante con mesa libre para los cuatro.  Al final, terminamos en el habitual del taxista, comida casera, abundante y manteles de hule. El menú correcto, sin más. Un poco caro, lo propio de estas fechas. 

Eché de menos encontrar algo de lo que describen los periódicos, me perdí una juerga desmedida, un rollo sexual en el baño y una borrachera memorable. Con la marcha que tenemos los autónomos.

Camino a casa, me recuerdo que las emociones fuertes llegarán en nochebuena con mi cuñado. Eso sí que es mejor que una comida de empresa. Mi cuñado Manolo, opina de cualquier tema, bebe de la fuente de sabiduría hasta el punto del atrevimiento. Es capaz de ofrecer una descripción detallada de los últimos avances en cirugía ocular a mi suegro médico oftalmólogo o incluso atreverse a pormenorizar las deducciones fiscales más imaginativas a nuestra cuñada, abogada fiscalista en un bufete internacional. Manolo es un experto ordenanza en el Ministerio de agricultura, tiempo para informarse tiene, la verdad. Lo bueno es que es del Atleti, eso mejora a cualquiera.

Ese sí que da juego, no es autónomo pero el año que viene me lo llevo a la comida de autónomos. 





Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...