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29.12.20

Regalo de Reyes

 


Primeros días de invierno, finales de diciembre, un día luminoso con unas pocas nubes decorando el azul inmenso del cielo de Madrid, uno de los cielos más bonitos del planeta. De Madrid al cielo recuerda el lema que describe la sensación que tienes en la capital de España. El cielo que echas de menos cuando te ausentas de casa. 

La mañana fría, muy fría, de ese frescor propio del fin de año. No falla, cielo despejado, helada nocturna. Los coches amanecen escarchados señalando el inicio de las frías madrugadas invernales.

Carlos acompaña a su padre hasta una nave hermana a otras muchas en un polígono industrial en Leganés, ciudad al sur de la capital. A las once de la mañana, tras el desayuno del joven al que no le gusta madrugar en vacaciones, parten en coche, veinte minutos de viaje en la mañana luminosa. Van a comprar el regalo de Reyes para Carlos, su nuevo piano eléctrico.

Al llegar a la nave industrial donde tiene su sede la tienda mejor surtida de instrumentos musicales de la comarca el ceño del padre traslada preocupación, el aparcamiento de cortesía para los clientes está prácticamente lleno, Tienen suerte al aprovechar el único hueco disponible. Una multitud de personas espera frente a la puerta del establecimiento. Se acercan ambos temerosos de lo que puede significar tantas personas. ¿Aforo completo?¿Que no han abierto?¿Cola para entrar?

Descubren que lo tienen muy bien organizado, junto a la puerta hay un dispensador de números consecutivos, como en las pescaderías. Sobre la puerta un marcador que indica el número que es atendido en la tienda. Tienen nueve por delante. Eso no explica el resto de personas que se encuentran esperando al sol en la zona del aparcamiento más alejada de la puerta, una veintena variopinta e incluso pintoresca. Un altavoz anuncia un nombre - Gustavo, guitarra - Un hombre superado los cincuenta vestido como un rockero, cazadora de cuero y pantalones vaqueros ceñidos con botas camperas negras se acerca hacia la puerta que se abre gracias al censor de movimiento. Un minuto después sale con una caja con una guitarra dibujada. Se le ve contento. Ha encontrado lo que deseaba. - Andrés, bajo eléctrico- Esta vez un melenas que no ha dedicado tiempo a peinarse, enfundado en unos pantalones de lycra muy apretados de color rojo y negro a rayas abrigado solo con una cazadora vaquera se acerca con un vaivén de hombros que bailan al ritmo de cada zancada. Dos minutos más tarde sale feliz con su adquisición, dos amigos vestidos de manera simular le esperan tras la valla del terreno. Algo comentan de un ensayo en el garaje. Marchan contentos con su nuevo instrumento.

La fila avanza rápida, en la tienda son ágiles. Por normativa COVID19 te atienden tras un mostrador protegido por una pantalla de metacrilato protector. No te permiten probar instrumentos con la excusa sanitaria. Carlos tiene clara su decisión, teclado de 88, marca, modelo y clase. Todo dicho de seguido. En este mundo de músicos todos parecen tener muy claras sus preferencias instrumentales. El padre hace su función, paga con la tarjeta de crédito y vuelta al exterior con la factura. En diez minutos les llamarán por el altavoz para recoger el pedido.

Pasea huyendo del frío un sesentón con una cazadora de piel color plata espacial con bolsillos negros. Está impaciente y helado, poca ropa lleva para protegerse de los escasos tres grados de temperatura. Una mujer pasada de carnes enlutada hasta los ojos golpea sus zapatones con alza buscando subir la temperatura de sus pies. Junto a ella, otro gótico alto, espigado y muy delgado sostiene una factura. Le nombran y tras un breve saltito inicia su camino para recoger lo que parece una mesa de mezclas. Un Dj.

Nos llaman, pasamos para recoger el teclado tan largo que obliga a plegar el asiento trasero del coche para ampliar el maletero.

- Gracias, papá. ¡Qué buen regalo! 

Espero que lo disfrutes. Ya nos tocarás algo a la familia

Claro

Carlos domina su impaciencia, en veinte minutos podrá probar su nueva adquisición. Su padre sonríe, le gusta verle feliz. Va dejando atrás la adolescencia y entra en el mundo adulto con decisión. Tras siete años de clases de piano, llegaron los años del cambio físico esos donde las hormonas rigen el intelecto en construcción. Dejó el ejercicio físico, abandonó el golf y aparcó el piano. Tras algo más de tres años, va recuperando sensaciones con las teclas y el golf. Va ganado seguridad en sus actos y en la toma de decisiones. Ha madurado muy rápido, su vida no ha sido fácil y elegir el camino adecuado supone esfuerzo y retos por alcanzar. 

Se le ve seguro frente a las teclas blancas y negras, juega con ella, disfruta con su nuevo sonido. Un nuevo mundo se abre, de replicar composiciones de otros, empieza a probar con sus propias creaciones. Un mundo por venir, un mundo por disfrutar.

Toca, toca que la música nos invite a volar.

Feliz regalo de Reyes.

3.12.20

Adiós, papá

 


El viejo reloj de pared ha parado, su antiguo péndulo de bronce labrado cesa su vaivén interminable, ese que mide el tiempo que nos ordena la vida. 

Cada semana respetando la ceremonia adecuada a su historia bicentenaria, Ramón utiliza la llave hueca en forma de T para darle cuerda a su reloj de pared, el mismo que dictó con sus campanadas los horarios diarios en su casa durante toda la vida.

Definitivamente el cuidado de este mundo y del reloj que lo mide quedan mucho peor sin Ramón.

Perdurará su influencia entre sus amigos y familiares, nuestros recuerdos de él y con él seguirán vivos durante años entre los que hemos tenido la suerte de convivir con él.

Mi padre me enseñó a ser honesto, honrado, a ir de frente, a decir la verdad, a ser responsable y generoso - haz primero lo tuyo y luego un poquito de los demás- nos recordaba a diario.

Su impronta ha sido construir hijos autónomos para la vida, autosuficientes como a él le gustaba definir. Nos animaba a tomar nuestras propias decisiones a no depender de nadie para salir adelante. Nos dio alas para volar y volamos, los cuatro, con la confianza de contar con su refugio si el viento arrecia.

Siempre me sorprendió su capacidad para escuchar siendo sordo y su capacidad para captar las emociones más escondidas de los demás siendo él tan parco y comedido en expresar las suyas. Ambas habilidades hicieron de él un ejemplo de empatía. Para mí, quizá, su mejor enseñanza.

He sentido su apoyo y su aliento en cada fase de mi vida y especialmente durante las más complicadas, No dudó en mostrarme su apoyo sin fisuras, incluso cuando eso le podía suponer un conflicto con sus creencias tan arraigadas. Todos sabemos hasta dónde podemos llegar los padres por nuestros hijos.

Después de tantos años aprendiendo de él como maestro de vida, fijándome en su ejemplo diario como guía, considero que he llegado al nivel de aprendiz. Mi suerte es haber sido hijo tuyo y haber tenido la oportunidad de formarme como persona replicando tu ejemplo. Me señalaste el camino de cómo ser buen padre, buena persona y buen profesional. Seguiré aprendiendo papá, ahora sin tu ayuda ni consejos, es lo que tiene quedarse huérfano. Me guiarán los recuerdos y esa voz interior a la que preguntar ¿Qué habría hecho papá en esta situación?

Me quedo con este sentimiento de vacío, de reloj parado, de mundo sin girar.

El reloj nota tu ausencia, no encuentra el sentido de medir el paso del tiempo. Tras marcar tus 29851 días desde tu nacimiento, su mejor homenaje es parar hoy sus manecillas.

Papá, has hecho un buen trabajo. Has definido con tu vida el lema de Baden Powell (fundador del movimiento scout) -dejar el mundo mejor de como te lo encontraste-

Prepara el cielo para cuando nos volvamos a encontrar, tómate tu tiempo, no hay prisa. Mientras, haz lo que mejor sabes hacer, mejora el cielo.

28.11.20

Líneas paralelas

 


La vida por lo general fluye entre dos mundo paralelos que no paran de mirarse sin llegar a cruzar sus caminos. El caso de Alfredo es el ejemplo más claro que conozco al respecto, su vida transcurre entre dos realidades paralelas que nunca se mezclan y le condicionan en su forma de entender la vida. 

El mundo del esfuerzo, del trabajo diario, el de la lucha que identifica con su madre. Empresaria que tras muchos desvelos consigue sacar adelante una pequeña sociedad que da empleo y con ello, posibilidades de vida a veinte familias. Dedicada en cuerpo y alma a su empresa condicionada con su gran sentido de la responsabilidad hacia esas familias. Cada retraso en el cobro de sus servicios le duele en el alma por lo que supone de demora en el pago de las nóminas de sus trabajadores. Recuerda Alfredo los meses aquellos donde sufrieron la quiebra de uno de sus clientes más importantes y la deuda que les dejó a deber que estuvo a punto de provocar el cierre de su empresa. Gracias a la paciencia y ayuda de sus empleados pudieron salir para delante y seis meses más tarde pudo su madre atender todos los retrasos de las retribuciones debidas. Fue una época muy estresante para todos en casa. Alfredo, sus hermanos y su padre convivieron junto con los nervios maternos quien nunca tuvo la habilidad de separar su vida profesional de la familiar. 

Quien tiene una empresa, siempre la tiene en la cabeza, solía decir en su descargo. Su madre, Cristina, se adjudicó la tarea de despertar a los hijos, prepararles el desayuno y acercarles al colegio todas las mañanas. Era su manera de conciliar lo imposible, trabajo con responsabilidad y familia. Según bajaban del coche sus hijos, comenzaba su jornada pegada al teléfono. Antes de llegar a la oficina habla con sus responsables de departamento y con un par de clientes siguiendo el orden de rotación para atenderles a todos que se había impuesto desde hacía años. No hay mes que falle en completar la ronda de llamadas con ellos. La cercanía y el trato agradable la avalan y es su manera de junto con un servicio de calidad estar cerca de sus necesidades. Llegar a tiempo es mucho más rentable y eficaz que vender a demanda y bajando precios. Los años de esfuerzo han dibujado en su rostro profundas arrugas, en la frente tiene dibujados los desvelos, esfuerzos y tesón; cerca de los labios señalan su afabilidad y sonrisa perenne. Por efecto de esos surcos, desde lejos Cristina siempre sonríe. Alfredo sabe distinguir por el brillo de los ojos si es alegría real o solo el gesto dibujado. 

La relación madre-hijo es profunda y llena de complicidades desde antiguo. Excede la relación de otras madres e hijos. Siempre fue su hijo preferido, el que más se parece a ella. Por el que es capaz de sacrificarse por encima de sus obligaciones. Su vida independiente la inauguró hace un par de años, incluso ahora convive con una joven alegre y prudente que evita competir con Cristina, entiende que ambos necesitan su espacio conjunto y no es conveniente asaltarlo. A diario se comunican, Alfredo y Cristina recargan pilas en cada conversación, los días que les es imposible conectar sienten un gran vacío y sus cuerpos sufren con la abstinencia.

La otra línea paralela la perfila Andrés, su padre. Funcionario de escala básica en la Comunidad de Madrid. Nunca supo explicar muy claramente su cometido en su trabajo. Recuerda Alfredo que en los trabajos escolares típicos para definir a sus padres en una redacción, esa que servía para seleccionar frases que adornaran su cartulina de regalo por el día del padre, no sabía qué poner. Nunca supo realmente en qué trabajaba su padre, ni conoció a ninguno de sus amigos del trabajo. De él aprendió la tranquilidad, el sosiego, la perspectiva, que el tiempo lo soluciona todo, que los que deciden cambian y en cambio él se mantiene.

Andrés por su cómodo horario de trabajo y su vocación formadora, se encargó de recoger a sus hijos a la salida del colegio por la tarde, les recibía con una suculenta merienda y les ayudaba en las dificultades con los estudios, por fortuna, pocas dificultades le dieron. Cercano y siempre dispuesto a escuchar los problemas y las conversaciones de sus hijos que encontraban en él la esponja que absorbía sus dilemas y con esa habilidad que tienen los que no gastan palabras, se quedaba con las angustias de sus hijos. 

Andrés es seguridad, ausencia de nervios, cercanía en la escucha. Sus manos te acarician hasta hacerte sentir parte de esa paz que vive en él. Cristina se refugia en él quien escucha pacientemente todas las frustraciones, las tensiones del trabajo y sus miedos. Tiene un efecto balsámico. No soluciona problemas, simplemente se queda con ellos ganando tranquilidad quien se los transmite, sea Cristina, sea Alfredo o cualquiera de sus hermanos.

Alfredo venera a su padre, nadie le hace sentir más seguro para ir por la vida. necesita su dosis de perspectiva, de seguridad, de amor por lo público, de humanidad, de escucha. Andrés es escucha y empatía. Alfredo se deja mecer por la paz que alcanza cuando traslada sus miedos al oído generoso de su padre. 

Tratar con Cristina le da energía, hablar con Andrés le equilibra. Alfredo es el infinito, es el punto impropio.

La familia de Andrés siempre se preguntó cómo podía vivir con un torbellino de mujer como Cristina, les sorprende que siendo tan diferentes en todo se complementan en la cercanía, sin captar ninguno de los dos la esencia de la otra parte de la  pareja. En su caso el colchón no convierte a los dos en la misma condición. 

Cristina y Andrés son líneas paralelas que avanzan en la misma dirección. Alfredo sabe que se unen al final. Su unen en él. En el infinito. Alfredo, punto impropio.


En geometría proyecta dos rectas paralelas se cortan en el infinito en el punto conocido como punto impropio. En geometría euclidiana dos rectas paralelas no llegan a cortarse nunca.

14.11.20

Yago

 


Mirar sin ver

Oír sin escuchar

Pensar sin razonar

Soñar sin dormir

Alegrar sin reír.

Le haces feliz, correr, saltar

jugar y bailar.

Sus horas contigo pasan sin sumar

se divierte sin hartar.

Eres su fiel amigo sin alma.

Tu tiempo es el de su capricho,

hasta que aparezca un incentivo nuevo

disfruta de tus momentos de gloria,

te lo aseguro 

Terminarás en el cajón de la escoria.


Benito pasa las horas jugando con su madelman de uniformes militares. Su última adquisición asciende rápidamente a compañero preferido, su compañía diaria.

Duerme y se baña con él, lo transporta en el bolsillo de sus pantalones, bautiza a todos como Yago en homenaje a su hermano mayor Santiago. Militar que sirve en misiones de paz patrocinadas por Naciones Unidas. Los últimos meses sirve en la unidad de infantería acorazada en un lugar remoto de África central. Un casco azul con bandera española cosida en el hombro bajo su insignia de teniente. 

Santiago se siente útil y orgulloso de contribuir a la paz en el mundo, no es consciente del vacío que deja en Benito cuando él se va de misión durante meses a la otra punta del mundo. 

Los muñecos articulados uniformados le sustituyen en el alma de Benito quien habla y habla sin parar con el Yago de turno. Los juguetes de su padre, recuperados del trastero de los abuelos, son reciclados cada semana por Consuelo, su madre. Elige del cajón de los juguetes olvidados al más antiguo, lo limpia y envuelve como regalo nuevo para Benito. 

Mantienen esa rutina semanal, todos los sábados Benito estrena nuevo Yago, juguete reciclado y bien cuidado. Cuarenta años han durado. Los juguetes de la niñez de papá acompañan el corazón en espera continua de su hijo pequeño. El que nunca crecerá, con un cuerpo de diecinueve años de edad regido por un cerebro de ocho. Generoso y cariñoso se hace de querer, entrega sin reservas todo su amor, confiado hasta el extremo, vive en un mundo sin maldad. No llega a entender en qué consiste el trabajo militar de su hermano, no sufre por no valorar el riesgo al que se enfrenta a diario, en su imaginación Santiago vive aventuras viajando por lugares remotos, las mismas que vive él con cada Yago en sus manos.

Dedicado a Fundación Oxiria 


8.11.20

Tren a Córdoba

 


Solo pude conseguir un billete de segunda en el tren nocturno, la cabina con ocho asientos enfrentados ya huele a humanidad, ¡Qué suerte la mía!, me tocan seis soldados de regreso de su permiso y una señorita amedrentada con la compañía que me mira y sonríe buscando consuelo a su situación de inferioridad numérica. Vestida con un traje de chaqueta cuidado con esmero hasta alargar su lustre después de muchos usos. Limpia y humilde. Zapatos gastados de suela de goma, tras sus gafas de pasta unos ojos oscuros hundidos por la miopía bajo unas cejas pobladas. Tiene pinta de maestra de escuela rural, soltera y entera. Huye de los soldados y su conversación chabacana y soez, presumiendo de sus conquistas de la semana. 

Buenas noches, saludo

Los saldados mueven la cabeza como respuesta a mi saludo sin perder el hilo de su conversación mundana. La maestra me responde con idéntico saludo. Nuestros asientos están enfrentados. Une más si cabe sus rodillas en una forzada postura decente, un tanto anticuada para su edad.

¿Van ustedes hasta Cádiz? Pregunto para hacerme una idea de la duración de la compañía en el viaje 

Nosotros nos bajamos en Aranjuez. Uno de los soldados contesta sin desviar su mirada de la ventanilla.

Buena noticia, la soldadesca estará una hora como máximo en el compartimiento. Si tenemos suerte y nadie se monta en el tren, podremos descansar.

Yo paro en Córdoba. La maestra enseña su dulce y melodiosa voz. 

Su voz atrae por un instante la atención de los soldados que reanudan su charla gobernada por las hormonas. El sonido de su voz acaricia mi cerebro, sin llega a hipnotizar me hago consciente del poder de esa voz en mi voluntad. Es un sonido que te deja huérfano con el silencio, quieres oír su voz continuamente. Ni cansa ni adormece, acompaña. Me animo a entablar conversación, sólo por el ánimo de escucharla.

¡Córdoba! Vamos al mismo lugar

Buen destino. No me gusta viajar de noche. Me gusta viajar por la mañana, me entretiene ver el paisaje y prefiero llegar de día.

Se revuelve buscando acomodo en su asiento, una novela surge entre sus manos. No está para muchas conversaciones. Un marca páginas señala el lugar donde continuar la lectura. Cuida el libro. Sus pequeñas y delgadas manos sostienen el libro con delicadeza. Su mirada acaricia cada línea acompasando su respiración al ritmo de la lectura. Una pequeña sonrisa se insinúa en sus labios, está disfrutando de la lectura. De cuerpo presente en el tren su espíritu ha viajado hasta la historia que está leyendo, Su jersey de cuello alto ceñido ayuda a imaginar su contorno, de pecho firme y generoso. Cada subida de respiración acerca el paraíso hacia mis ojos. Uñas cuidadas, labios pintados. La maestra es sutil, cómoda y delicada. 

Reconozco la novela, la compré la semana pasada y se mantiene pendiente de lectura sobre mi mesilla de noche. Debe estar bien, juzgando las reacciones de la maestra mientras su mirada recorre línea a línea las páginas del libro. Los soldados se aburren de fanfarronear, dos de ellos salen al pasillo para fumar, los demás intentar dormitar el rato que les queda de libertad. Imito su comportamiento. Me rebullo en mi asiento y cierro los ojos. La marcha cadenciosa y el sonido de las ruedas al pasar por las uniones de los railes me ayudan a abandonarme con intención de descansar. Al regresar los fumadores, noto el roce en mi pierna que me despierta del letargo, recompongo la postura justo cuando se abre la puerta del compartimento sin muchos miramientos. El revisor.

Billetes, por favor.

Comprueba los ocho boletos y cierra repitiendo la brusquedad de su manera de abrir y cerrar las puertas de los compartimientos de los vagones. Modos y movimientos repetidos decenas de veces en cada recorrido que supervisa.

Las luces en el exterior activan a los soldados, asoma la estación de Aranjuez. Cruzo los dedos durante la parada, nadie sube. Buena noticia. Miro a la maestra quien por un momento se distrae de la lectura. Nuestras miradas coinciden. La mantengo mientras reanudo mi intento por tener una conversación para oír el sonido de su voz.

Parece que vamos a tener suerte

Eso parece, la conversación que mantenían los soldados me abrumaba

Son jóvenes y pasan el día encerrados, no creo que tuvieran intención de molestar, espero que no la hayan ofendido

No me ofenden, me paso el día entre adolescentes y estoy acostumbrada. Solo que para viajar prefiero la tranquilidad

¿Se dedica a la enseñanza?

¿Lo dice porque estoy rodeada de adolescentes? No exactamente. Trabajo en una residencia de menores. Un reformatorio

Con lo mejorcito de cada casa

La mayoría son víctimas de la sociedad, alguno es cierto que poca salida tiene en la vida salvo delinquir. ¿Y usted?

Trabajo de comercial para una empresa industrial de la periferia de Madrid, viajo un par de veces al mes para cerrar tratos. Vendo máquinas de construcción y agrícolas. Me permite relacionarme con muchas personas que es algo que encuentro gratificante. Me encanta conocer otras vidas, sus costumbres y cómo se organizan. Tengo curiosidad ¿cómo es la vida en un reformatorio?

Se parece mucho a un internado o a un orfanato. No deja de ser una casa-escuela con sus horarios rígidos y normas establecidas. Les enseñamos oficios intentando que tengan una salida profesional con la que ganarse la vida honradamente. Lástima que muy pocos les ofrecen una oportunidad cuando salen y vuelven a lo único que conocen, el robo y la violencia

Usted debe ser la buena de la casa, se la ve pausada, educada, cuidada y prudente. Seguro que los chicos buscan consuelo y consejos con usted

Hago lo que puedo, más que de madre actúo como tía o hermana mayor. Me respetan y escuchan. Me encargo de un grupo de diez chicos con los que compartimos convivencia por las tardes y noches. Durante las mañanas cada uno tiene sus obligaciones escolares o en los talleres

Entonces ¿vive con ellos?

Sí, durante un año. Después es voluntario continuar o salir a otro trabajo. Mis padres viven en Madrid y no tengo donde vivir en Córdoba. Acepté este trabajo, me quedan seis meses. Me gusta estar con ellos, ayudarles, sentirme útil

Tiene mucho mérito lo que hace, renunciar a una vida por servir a los demás

Dicho así parece que soy una monja. No tengo tanto mérito, necesito el trabajo y como no tengo a nadie a quien echar de menos es más fácil este aislamiento. Tras un año en el reformatorio, podré optar a otro destino en el ministerio. Mi intención es regresar a Madrid

¿Entra algún novio en sus planes?

No hago planes, la vida viene como viene. No necesito un novio o marido para sentirme plena, reconozco que me gustaría tener un compañero de vida que me respete y me ame como soy

Le sobrarán pretendientes

¿Y usted, cómo va de amores?

He salido a mi padre. Se casó tarde, casi a los cuarenta con una mujer mucho más joven que él. Mi madre dice que no se aguantaba ni él de las rarezas que tenía tras tantos años viviendo solo. Me estaré volviendo tan raro que las mujeres me evitan

No tiene pinta de tener cuarenta

Para eso me quedan once años, tengo tiempo de encontrar a alguien

Yo le veo amable, educado, limpio y con trabajo. No le conozco como para pensar que tenga rarezas. No veo inconveniente para que pueda conocer a una chica

Hasta ahora lo difícil es que me guste una, a menudo pienso que me estoy reservando para la mejor.

Le veo exigente

Quizá. ¿Podemos tutearnos? Me llamo Miguel 

Sonia

Un golpe de viento anuncia que el tren entra en un túnel, las luces se apagan algo que pasa en ocasiones en los desvencijados trenes españoles. El olor a gasóleo quemado entra por la abertura de la ventana, me levanto para cerrarla y salvar esa molestia. Regreso hacia mi asiento justo cuando recuperamos la luz y dejamos atrás el túnel.

Cariño, ¿Otra vez te has despistado? No sé qué voy a hacer contigo. Ven siéntate ¿Qué haces levantado?

¿Sonia?

Estoy aquí

Ante mí, sentada a mi derecha en el AVE dirección a Córdoba, una adorable anciana con el pelo teñido de mechas rubias, manos finas con las venas marcadas, gafas de montura “al aire”, traje de chaqueta impoluto y su eterno jersey de cuello vuelto. La misma Sonia de los últimos cuarenta años. Ese túnel dejó atrás una boda en Madrid, varios cambios de trabajo y de ciudades, dos hijas, un nieto. Una vida completa olvidada por culpa de esa maldita enfermedad que se come los recuerdos e incluso se come quien soy realmente. En mi memoria guardo, libre de carcoma, aquel viaje en tren donde conocí a Sonia, el momento más importante de mi vida. El resto de la vida lo he ido olvidando. Me quedo con lo importante.

Mi vida es un viaje en tren a Córdoba.


10.10.20

Raquel vive en el suelo

 


Raquel es de ir con la cabeza bien alta, orgullosa de su trabajo, de su talento y de su vida en general. La vida periódicamente la puso a prueba, la pérdida de un hijo, una enfermedad, una mudanza especialmente caótica, inversiones inmobiliarias y financieras fallidas, pérdidas patrimoniales, mis meses de desempleo, desencuentros en el trabajo, roces de convivencia y para colmo, socia abonada del Atleti. Pasión por los colores de su equipo que en contadas ocasiones le devuelve alguna alegría en forma de títulos.

Por lo general sale victoriosa en la vida, tiene suerte conmigo, su marido, con nuestra familia, su trabajo que la apasiona y sus incondicionales amigas que la adoran. 

Últimamente desliza su mirada por el suelo, desenredando con su imaginación el cruce de líneas dibujado en las baldosas de la acera. Durante semanas ha descubierto la vida que existe a sus pies, las hormigas, las cucarachas que le dan mucho asco, lo sucio que está el suelo de la calle alfombrado de colillas, papeles y las hojas de los árboles en este inicio del otoño. Con la lluvia propia de la estación, todos esos desperdicios tirados transforman el piso en una pista de patinaje. 

¿Ha encontrado el suelo? O ¿Es el suelo el que ha encontrado su mirada? Todo empezó tras la confirmación de sus sospechas. Lleva meses luchando por su equipo, para ella lo más importante son sus compañeros, su equipo, por encima del lema de su empresa. Raquel lo vive, cree firmemente en la fortaleza del grupo humano. Lo demuestra a diario y por ello sus compañeros la veneran. La empresa repite continuamente, sin alma ni credibilidad, su eslogan corporativo “tu equipo” del que hace bandera en la sociedad en un mensaje al que falta vida y credibilidad.

Sus socios en la empresa han decidido modificar el reparto de áreas geográficas exclusivas para los equipos comerciales. Durante semanas Raquel ha intentado demostrar con razones y emociones que la nueva métrica para definir el reparto no es justa, en lugar de valorar el esfuerzo y el desempeño del trabajo, valora aspectos cualitativos ajenos a la capacidad de venta, consideran datos estadísticos aliñados por criterios personales sin pasar por el filtro de la realidad ni por la experiencia profesional. Un invento creado por la mente de un matemático sin conocimientos de la vida ni del negocio. El modelo asigna el reparto favoreciendo a los varones blancos a los que reservan los barrios más pudientes valorando por encima de su capacidad de venta la imagen personal que ofrecen con sus trajes de seiscientos euros muy acorde con el ambiente del barrio. Buenas vendedoras quedan apartadas de las áreas mas rentables. La mejor vendedora de su equipo es la que menos formación previa aporta y lo compensa con creces tirando de simpatía, empatía y cercanía con los clientes. Tiene modales propios de barrios obreros, lachoni la llaman sus compañeros, vincula a los clientes con mayor eficacia que nadie en la compañía, siempre dispuesta a encontrar una solución para cada cliente, les defiende con pasión y ellos lo saben. Por eso la quieren. Sus resultados la avalan, los últimos cinco años ha sido la mejor vendedora de la empresa. 

Finalmente el resultado en el reparto gracias al nuevo sistema favorece a unos frente a otros. Raquel interpreta que selecciona razones de género o de raza, discriminando a los excluidos sin considerar su desempeño previo. 

Su equipo está compuesto mayoritariamente por personas excluidas de los grupos privilegiados por el modelo. 

Hace unos días, la realidad pasó por encima de ella y su gente. Se sintieron abandonadas, tratadas con injusticia y sin razones lógicas que les explicara el por qué. 

Por primera vez en su vida profesional, su equipo sale perjudicado, siente que les castigan después de haber trabajado como nunca, demostrando un ánimo por encima de la difícil época actual y después de conseguir los mejores resultados de ventas de su historia. Son valorados mal gracias a su imagen modesta. 

Durante estas semanas de lucha Raquel se ha ido desgastando, luchar contra la soberbia mayoritaria entre sus socios que desprecian el posible problema, agota a cualquiera, incluso a ella, tan luchadora y tan fiel. Terminó siendo consciente de que la decisión estaba tomada previamente, sólo han creado un relato chapucero para justificar su decisión. Sus socios cuentan a su favor con el miedo de las trabajadoras a perder su puesto de trabajo, utilizan el señalar a unos frente a otros. Crean un ejército de machos beta que apoyan, defienden y custodian a los jefes con la esperanza de convertirse algún día en macho alfa. Un comportamiento propio de las manadas de simios replicado al extremo por las sectas fanáticas. ¿Su empresa del alma se fanatiza?. 

Raquel, ahora vive en el suelo, ha vivido los tres estados degradantes de la ilusión, el enfado que encendió la mecha de la rabia en su mirada, acentuó su lucha por la injusticia y la empujó a bregar hasta el último día. Siempre fue una luchadora. La indignación, que es la antesala de la desidia, del descrédito y del desánimo. Un estado peligroso para alguien con tanta valía profesional y personal, temo que gire sus habilidades hacia conflictos poco convenientes para ella. La veo muy jodida. Me da miedo que explote su fuerte temperamento. Y por último, la frustración, que marca el grado de descrédito máximo, perdiendo la fe en su empresa. Esa que ayudó a crear y ha levantado con su esfuerzo y empuje durante años.

Ha encontrado en el suelo un aliado. Se siente pisoteada. No sé qué hacer por ella. Siempre ha sido la fuerte, la animosa, la voluntariosa, el pilar de nuestras vidas. ¡La han hundido, cabrones!. Me voy con ella al suelo, sucio, mojado y pisoteado, al menos, estaremos juntos. Sin Raquel no tiene sentido mi vida, prefiero vivir con ella en la alfombra antes que vigilar desde arriba para que nadie la pise. 

Solo Raquel sabe cómo cambiar el enfado, la indignación y la frustración por lucha, reinvención y éxito. Estoy seguro de que volverá con fuerza, recuperará el brillo asesino en sus ojos, cogerá lo que es suyo y a los ojos de los demás, habrá superado su duelo. 

Sus socios no la conocen. Yo sé que la han perdido. Le duele el alma con ese tipo de dolor con el que su aprende a vivir sin llegar nunca a curarse. Es lo que tiene la infidelidad, termina en convivencia fría o en divorcio. 

7.9.20

El valor de un abrazo

 


Para Fede y Paqui


El ser humano aún con las costumbres matizadas por las diferentes culturas, necesita del contacto con sus semejantes. El tacto ya sea más íntimo a imagen del extremo oriente o más extrovertido como en el mediterráneo; siempre está presente en nuestras relaciones. 

El tacto y la mirada crean vínculos de afecto entre los humanos. Ayuda a identificar los sentimientos, a dar apoyo, a consolar y a amar. Somos seres sociales, casi gregarios. Un abrazo expresa más sentimientos que mil palabras, una mirada franca une una conversación por encima de la retórica. Los amantes buscan el contacto, los amigos se abrazan, se apoyan. Los amigos en culturas de Asia lo demuestran andando unidos con las manos enlazadas, en culturas como la nuestra los amigos se abrazan y besan al encontrarse.

Estamos unidos a nuestra especie gracias al contacto. Unir las yemas de los dedos con las de otra persona genera un crecimiento de la empatía y de la energía vital. Los espíritus de los unidos sienten que adquieren una deuda vital con el espíritu de la otra persona.

Dicen que cuando muere alguien muy cercano, te duele en el alma. Ese vínculo espiritual se rompe y el superviviente nota la ausencia hasta el punto de somatizarlo como dolor.

Tu descendencia hereda además de la carga genética, la suma de abrazos, de caricias, de  roces. Toda esa fricción mezcla los espíritus entre progenitores e hijos consiguiendo nuevas relaciones espirituales. Es el secreto de la prevalencia del ser humano. El contacto reiterado fabrica espíritus homogéneos, por esa razón, cuando por ley de vida los mayores nos dejan, su espíritu pervive entre nosotros. Siempre queda mucho de nosotros en el mundo. Cuanto más abracemos, amemos, toquemos y besemos, más huella dejamos.

Tengo dolor en mi corazón. Paqui se ha ido, joven, jovial, sonriente y alegre. Su espíritu se ha frotado tanto con los nuestros, que mucho de ella se queda. Solo tengo que recordar su risa para verla sentada con nosotros. Su mirada profunda, con coraje, sentida y limpia la hemos perdido. Lo que sentía con esa mirada, perdurará mientras viva. 

Te quiero mucho, Paqui. Me conformo con sentirte cerca, gracias por rozarte, gracias por repartir tu bondad entre todos nosotros, todos somos un poco tú. Tu espíritu perdurará entre nosotros.


2.9.20

Lucía ojos azules

 

Lucía es mucho de enumerar, de contar. Trabajó durante un tiempo en una guardería infantil a cargo de quince niños de dos años de edad. Uno, dos, tres, hasta quince. Lo hacía continuamente. Al salir del aula, al regresar, mientras comían. Su gran temor era perder un niño, una responsabilidad a la que nunca llegó a acostumbrarse. Por eso dimitió. 

Mas la costumbre sumadora se le quedó y la incorporó a su día a día, con gran trajín, cuenta y cuenta. Una, dos, tres mujeres embarazadas. Seis carros de mellizos por la calle, ocho ancianos con zapatillas deportivas, siete culonas con mallas compresoras negras, cincuenta y dos escalones hasta el garaje, seis mil novecientos trece pasos en su paseo matutino antes de prepararse para ir a trabajar. 

Esta tarde han quedado en la casa familiar para celebrar el encuentro anual entre los primos Blazquez, quince nada menos. Lucía es puntual y como siempre, se presenta la primera. La recibe su abuela con quien comparte nombre y color de ojos, azules llenos de vida. Color océano los llama su abuela Lucía. 

Hola cariño, siempre la primera, pasa, ven, ayúdame con los preparativos. Supongo que tus primas y primos llegarán con retraso, como siempre. 

La abuela hace de anfitriona interesada en mantener el contacto entre la segunda generación de su linaje consciente de que es que al faltar ella fácilmente los contactos se diluirán por efecto de las quince vidas y sus evoluciones. 

Todos los años, en la primera semana de septiembre organiza una merienda a la que invita a todos sus nietos a los que lleva comprometiendo para la causa durante todo el año, impidiendo cualquier deserción y eso que Emilio siempre lo intenta, hasta ahora sin éxito. Menuda es la abuela cuando se empeña en algo.

Van llegando los primos y Lucía contando. De uno hasta dieciséis. Algo falla, vuelve a empezar, se repite así misma que no se cuenta a la abuela. Uno, dos, tres, dieciséis. Empieza a fallar. Ella siempre ha sido infalible con los números, no hay sucesión que se le escape. Vuelve a contar. Uno, dos, tres, cambia de habitación y suman cinco más, van ocho, en la terraza cinco más, van trece y en la cocina dos más con la abuela que sumándose hacen dieciséis. 

Abuela, ¿cuántos somos? 

¡Qué pregunta más extraña, Lucía! ¿Cuántos vamos a ser? Los de siempre. 

Lucía regresa hasta la puerta de la casa y repite el conteo. Riguroso, científico y ordenado, sin permitir que nadie cambie de escena. Dieciséis. Busca en el aparador de la entrada una pequeña libreta y un bolígrafo. Sabe que su abuela siempre tiene a mano esa libreta para apuntar imprevistos que necesita comprar. En la primera hoja, la lista de la compra. Su mirada acaricia con amor la letra inclinada y perfectamente alineada de la abuela. Pasa la página para utilizar una hoja en blanco. Vamos a ver Lucía, no te vuelvas gilipollas, escribe los nombres de los primos por orden y origen de tío.

Esperanza, Emilio y Nacho. Celia, Marta, Lucía 1 y Juan. Luis y María. Alejandro, Juan Antonio, Jorge y Javier. Su hermano Miguel y ella, Lucía 2. Total quince. 

Vamos a hacernos una foto de recuerdos todos. 

Ya suena Juan Antonio, el enamorado de retratar cada encuentro, cada vez que se juntan comparte un álbum en google fotos con cuarenta o cincuenta instantáneas de la reunión. Suelen estar muy bien y ayudan a recordar con el paso de los años cómo cambian de moda y apariencia.

Salgamos al jardín, instruye Juan Antonio. 

Ordena a los primos, con la abuela en el centro de los dos escalones de bajada a la hierba. Los altos atrás, las primas abajo con la abuela. Fija su cámara al trípode que siempre va con él y gracias a su mando a distancia, dispara un sin fin de fotos. Luego cambia las posiciones para la foto sin la abuela. Repite el protocolo de disparo. 

Tras el ejercicio de retrato colectivo, la abuela llama y fija el inicio de la merienda que consiste en una mesa repleta de comida con dos pilas de platos para que cada uno se sirva y pueda comer de pie o sentado en las sillas colocadas alrededor de la sala. De esta manera favorece la comunicación entre todos, evitando las limitaciones que produce la mesa que casi te obliga a dirigirte a los que se sientan más cerca. Perdiendo la oportunidad de conversar con los más alejados.

La cercanía de edad entre todos ayuda mucho a crear un ambiente de complicidad. Ocho años distancian a la mayor, Esperanza, con el pequeño, Javier. Durante los años escolares ocho años es un mundo. Ahora con todos adultos se reducen las diferencias, se facilita la unión y se asientan las relaciones creadas hace años al calor del veraneo en conjunto. Coinciden ejemplos donde más que primos, son amigos. Les unen lazos antiguos, complicidades adolescentes e incluso aprendizajes naturales llenos de curiosidad y morbo. 

Lucía reconoce que cada año siente pereza para ajustar sus tiempos para dedicar un día a la merienda de la abuela, acude gracias a su insistencia implacable, al igual que le ocurre a cada uno de los asistentes. Están juntos por lo pesada que es la abuela y por cómo es capaz de decir a cada uno la frase necesaria para asegurarse su presencia. 

Lucía reconoce que cada año se alegra por compartir la experiencia y disfrutar de su familia en un ambiente agradable y cercano.

Sobre la mesa quedan doce medias noches, ocho pastas de mantequilla y tres porciones de tarta de Santiago que hace la propia abuela. Nada más. Poco queda por contar. Un éxito.

Juan Antonio, termina su álbum, tras enseñarle en exclusiva a la anfitriona que disfruta de cada una de las instantáneas, lo comparte con el resto de los presentes. Reciben todos los primos la invitación para adherirse al álbum de recuerdo. Sesenta y dos fotos. El año que más. Dos de los corrillos formados comparten comentarios de cada una de las instantáneas. Alguna risa remarca situaciones cómicas descubiertas por el objetivo de la canon de JuanAn. Lucía se anima a repasar por encima las fotos, esa noche en casa las verá despacio. Las fotos en el jardín llaman su atención, están todos e instintivamente suma. Dieciséis con la abuela en el centro, sonriente y con sus ojos azules llenos de felicidad. La siguiente foto es donde están los primos sin la abuela. Otra vez dieciséis. 

Vuelva a contar, no puede ser. Dieciséis. Levanta la mirada de su móvil, encuentra los ojos de su abuela esperándola. Mirada amable que la hace comprender que ella sabe lo que está pasando. Lucía se levanta para acercarse a su abuela.

Lo sé hija mía, lo sé. Sólo tú lo ves ¿verdad? 

¿Quién es? 

Eres tú, mi amor, tu imagen de hace mucho tiempo, de cuando te fuiste con doce años. Es hora que tu alma descanse. 

- Estoy aquí, abuela. Y entonces ¿salgo dos veces?

Sales con tu imagen del pasado y la que tendrías hoy. Una imagen idéntica a como era yo con veintitrés años. Piensa, mi amor, piensa ¿Con quién has hablado hoy?¿Qué has comido? Repasa las fotos. 

Lucía repasa las sesenta fotos restantes. 

No estoy en ninguna, abuela, salvo en las de grupo 

Porque no estás. Sé que has venido a por mí, te intuía desde hace tiempo. 

Las Lucía del pasado y del presente desplazan su mirada alrededor de la sala, la familia pierde nitidez se difuminan hasta borrarse todos los cuerpos. Se han quedado solas, el reloj de pared del salón marca con sus campanadas las diez de la noche, en septiembre ya es de noche. Los ojos azules infinitos de Lucía se apagan. Una vecina comentará que vio volar, en la oscuridad, a dos gorriones en dirección a la luna. Dos gorriones azules. Azul océano.


5.8.20

¡Vaya herencia!


No 

Papá, piénsalo bien. Está en juego nuestro futuro

Que no

Nada, imposible, no quiere razonar. Piensa Juan tras la enésima discusión con su padre Ricardo, fundador de la empresa agroalimentaria “Conde de Chinitas” especializada en ofrecer productos de alta calidad gastronómica, aceites y vinos fundamentalmente.

Al frente de la almazara se encuentra Juan, el hijo mayor, muy estudiado en dos universidades donde se graduó en administración de empresas y el posterior master en dirección de  empresas conseguido en Inglaterra. La bodega es cosa de la enóloga de la familia, Amparo, su hermana. Entre los dos han conseguido mejorar la calidad de los productos e incrementar la producción que tiene muy buena salida en supermercados de nivel alto y tiendas de capricho. La empresa creada por su padre hace treinta años, florece gracias al talento de sus herederos.

Ricardo se mantiene en el cargo de Presidente de Honor y ejerce con mano de hierro los destinos de la familia. El consejo familiar es quien dirige los destinos de “Conde de Chinitas, S.A.” y de la propia familia. Ricardo mantiene el 50% de las acciones en propiedad, sumando el usufructo viudal le otorga la mayoría en el consejo.

En los últimos años, desde que doña Carmen les dejó, Ricardo ha vagabundeado sin rumbo, perdido sin la brújula que le guiaba, Por primera vez en su vida marchó de vacaciones a África a un safari. Nunca le gustó la caza, nunca hasta que se cruzó en su vida esa modelo retirada alemana, famosa por su facilidad para emparejarse con millonarios. Cristina. Conocía más camas que las kellys de los hoteles. Florecieron amistades en ambientes diferentes a los acostumbrados. Ricardo se pasó varios meses que no paró. Marbella, Mónaco, París, Baqueira en invierno, Madrid. Ya nunca estaba en la finca. Los negocios los gestionan sus hijos que atienden a los clientes con habilidad y profesionalidad más que contrastada.

La prensa rosa encontró en Ricardo un nuevo objetivo, siempre en fiestas, acompañado de jóvenes mujeres, más jóvenes que su hija Amparo. Y de manera repetida, Cristina, la alemana. Incluso surgió una supuesta hija ilegítima, embrollo que se solucionó en pocos días al divulgarse que había repartido su herencia en vida, salvo la participación en la empresa. La supuesta hija evitó luchar contra Amparo y Juan. Tenía todas las de perder.

Tras meses de líos de faldas, dedicación alemana, fiestas, viajes y juergas; Juan redujo los gastos de representación de su padre un ochenta por ciento. Llegó a un punto insostenible para la propia empresa. Surgieron los primeros encontronazos entre ambos.

Tras el safari, donde parece que fraguó nuevas amistades, Ricardo solicitó un préstamo a la Caja Rural con la garantía de la finca y respaldado con la solvencia de la empresa. Era el momento de emprender nuevos negocios. Cuando Juan se enteró, explotó de indignación. Amparo defendió a su padre frente a a rabia de Juan. Tiempo después se arrepintió por ello. La carga del préstamo compromete la viabilidad de la empresa de manera innecesaria. 

La oportunidad de negocio donde se metió Ricardo no fue tal, un trilerismo financiero de manual. Le engañaron y bien. Adquirió una sociedad en Suiza con un depósito bancario de mil euros.

La semana pasada llegó una demanda del juzgado, citan a Ricardo como investigado por los delitos de blanqueo de dinero y fuga de capitales.

Juan lleva una semana intentando que su padre les ceda las acciones de la empresa para evitar el desprestigio de la marca y la futura quiebra. Varios de los clientes más importantes, las grandes superficies comerciales, sensibles a la buena reputación de sus proveedores protegiendo la suya propia anunciaron que suspendían los pedidos hasta el esclarecimiento de las informaciones aparecidas. Sin esos tres clientes, la empresa no puede sobrevivir. Sin el préstamo en vigor, con ajustar costes habría sido suficiente mientras encuentras otros mercados, con la carga millonaria del préstamo es imposible vivir. Están en quiebra.

Papá, por última vez. 

Que no, la empresa no la cedo

Nos la va a quitar la Caja junto con la finca y el legado de mamá.

Mencionar a doña Carmen hace reaccionar a Ricardo, asiente y ordena llamar al abogado del consejo. 

¿Cuánto dinero necesitamos?

Con devolver a la Caja los seis millones, podemos vivir. Y saliendo tú de la empresa podríamos tener una oportunidad.

El dinero se soluciona, no hay problema. Pero hijo te voy a decir que quizá lo más inteligente es esperar y si la Caja ejecuta la garantía presentarnos en la segunda subasta y ganamos dinero

Mientras tanto la empresa habrá muerto y nuestros productos estarán fuera del mercado

Montamos otra empresa de nuevo

Papá, la reputación y el buen nombre son importantes en los negocios. No es posible reinventarse con otro nombre que ya no estamos en los años noventa. Y dime ¿qué has dicho del dinero?

Tengo el dinero, no se ha perdido en ninguna inversión fallida, simplemente lo gestiona un testaferro que me lo devolverá en el momento en que se lo pida.

¿Cristina? - interviene Amparo

Ricardo sin contestar, pone cara afirmativa.

Papá, ese dinero ha volado. Te ha engañado, como a tantos. Llámala delante de nosotros, verás.

La llamada telefónica confirma las sospechas de Amparo.

Ricardo deja una herencia negra, muy oscura. Su empresa herida de muerte, endeudada, sin ventas confirmadas, exceso de producción al fallar las  ventas y con el futuro muy comprometido, los mejores clientes abandonando su confianza, la familia descompuesta y él investigado por delitos fiscales. Si doña Carmen levantara la cabeza, una buena colleja le daría.

Ricardo pacta con los hijos cederles sus acciones, escribir a los principales clientes para explicarles que en todo caso, él no posee ninguna participación en Conde de Chinitas, S.A. y cambiará de residencia, se muda al piso de Madrid. Cristina sale de su vida, ya le ha desplumado. Sus hijos tienen unos años duros de trabajo para parar el desastre.

Ricardo, ¡Vaya herencia!


Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...