25.3.21

Mutualista vacunado

 



Cuatro semanas después del anuncio del proceso de vacunación para mayores de ochenta años, comienza el turno para los mutualistas atendidos por la sanidad privada. 

Los trabajadores fijos del Estado, Funcionarios, se agrupan en mutualidades en función du cuerpo y destino laboral:  MUFACE - Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado- , ISFAS  - Instituto Social de las Fuerzas Armadas - y MUGEJU - Mutualidad General Judicial - 

El modelo de atención sanitaria para los Funcionarios que eligió el Estado para sus empleados fue la Sanidad Privada. Un contrasentido en sí mismo. El propio Estado privilegia la atención privada sobre la sanidad que entra en su responsabilidad, la pública. Un privilegio asistencial que disfrutan millones de Funcionarios y sus familias. Creo recordar que hace unos años esa elección pasó de ser obligatoria a convertirse en una opción donde el trabajador podía elegir entre sanidad privada o Seguridad Social. No hay color, para el día a día, la elección casi unánime es sanidad privada. ¿Deberían revisar los propios gestores de la Sanidad pública el por qué sus propios valedores eligen el modelo privado? Sonrojo me produce escuchar a políticos en activo que su única experiencia laboral ha consistido en trabajar como funcionario, en su mayoría docentes universitarios, disfrutan de servicios sanitarios privados mientras evocan “lo público” cada vez que hablan. Uno de sus mantras argumentativos que adornan su reconocible demagogia. Algo muy propio de los políticos de la izquierda, hablan con coletillas aprendidas sobre lo que desconocen. Realmente se creen que la vida es como ellas la describen, no se han parado a ver cómo es. Pero esto es otra canción, que me lío. Vuelvo al relato.

Citan con varias semanas de retraso a los mayores de ochenta mutualistas para vacunarse. Las razones del retraso es la consabida ineficacia a la que nos tiene acostumbrados el servicio público, listados incompletos, sin actualizar, envíos tardíos, teléfonos incompletos, mutualistas de avanzada edad en algunos casos dependientes de familiares que no atienden el correo recibido, etc. La vida misma.

Domingo por la mañana, mi madre recibe una llamada del área de salud de la Comunidad de Madrid para concertar cita de vacunación para el siguiente miércoles en el nuevo Hospital Enfermera Zendal. Me ofrezco como acompañante y tras revisar en el navegador del móvil los caminos recomendados para llegar hasta allí, porque el hospital está lejos de todo, enfrente de la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suarez. Una excursión.

Llegamos y ante nosotros el nuevo hospital creado por la Comunidad de Madrid para atender enfermos del coronavirus. Una obra de ingeniería sanitaria del primer nivel mundial, envidia de otros países y denostada por parte de los españoles que se oponen a todo lo que hace el contrario, aunque sea bueno. Así somos y no aprendemos. Lo primero que vemos son muchas personas descendiendo de los vehículos que les acompañan, como son mayores, acercarse lo más posible a la puerta para facilitar, en lo posible, a los ancianos el acceso al hospital.

A pie de calle, justo al inicio de la rampa de acceso, unos empleados de seguridad ordenan el tráfico de personas, concurren don grupos de vacunación, con sus accesos diferenciados y separados entre sí. Un grupo formado por  personas de todas las edades que corresponden a trabajadores de actividades esenciales por un lado y los ancianos mutualistas por el otro. La mayor parte de los mutualistas van acompañados por un familiar.

Tras subir la cuesta, toma de temperatura y tomar turno en la fila de espera donde unas cuarenta personas nos antecedecen. La fila avanza rápido, no necesitamos más de cinco minutos para acceder al interior del edificio. Muy bien organizado, con el personal muy pendiente de que todo se sienta  cómodo y atendido. Todo engrasado fluye ágil. Varios celadores ofrecen sillas para aliviar la espera a los mayores mientras guardan turno en la fila. Todos se encuentran fuertes y con ganas de inmunizarse, rechazan las sillas.

La fila plateada transmite un halo de esperanza e ilusión, tras un año .con miedo, recuperar vida es el mejor regalo para la generación que levantó este país después de la guerra. 

El acompañante debe llevar la identificación del mutualista que va a ser vacunado para, una vez inyectado, pasar por administración para inscribir en el registro de vacunados a su familiar. - Explica un celador en la puerta del hospital a cada persona - 

¿Tiene cita?¿Sí? Siga el camino de la derecha hasta la puerta que ven ahí a diez metros - Otra funcionaria organiza el flujo - 

Pase, pase - Un nuevo celador señala a los mutualistas las butacas libres para agilizar el ritmo.


En los módulos preparados para instalar varias camas hospitalarias, han repartido grupos de diez butacas separadas entre sí respetando las distancias de seguridad recomendadas para evitar la propagación del virus. En menos de un minuto una enfermera muy simpática reparte con tono amable frases para tranquilizar e informar a cada mutualista. 

¿Cuántos años tiene usted? ¡Qué ojos más bonitos tiene! ¿Es alérgica a algún medicamento? 

Con seguridad y celeridad ejecuta gestos repetidos cientos de veces, jeringuilla en la mano, dirige el pinchazo con habilidad evitando cualquier molestia al vacunado. 

Le estoy poniendo la vacuna de Moderna, en veintiocho días la llamarán para volver a pincharse la segunda dosis. Ahora quédese aquí sentada quince minutos

Informa al acompañante de la recomendación en caso de dolor o fiebre, paracetamol cada ocho días si le duele. Le señala dónde se encuentra el mostrador de loa administrativos para facilitar la documentación de la vacunada. 

En el brazo izquierdo, le preguntarán en qué brazo se ha pinchado y usted señora espérese aquí tranquila un cuarto de hora. Ahora viene su hijo. Le pego esta pegatina verde en su mascarilla para que sepamos que ya está vacunada

Doce minutos después salimos al exterior. Atravesamos la Puerta de la Alegría en dirección al coche que está estacionado a un par de manzanas de distancia.

Mi madre no dice nada mientras caminamos, noto que su respiración ha cambiado. Tiene ritmo de fiesta, de feria. Está contenta. Una vez sentada en el coche comienza a hacer planes de viajes a la playa sin caer en la cuenta que en los próximos meses no nos van a permitir salir de la Comunidad. A veces es complicado comprender que la libertad que disfrutamos en Madrid no existe en otras regiones, donde regulan más desde la prohibición. En Madrid podemos salir, trabajar, convivir, alternar y vivir con mayor desahogo, siempre respetando las medidas de protección sanitaria, por supuesto.  


Mamá ya falta poco, me extrañaría que nos permitieran salir antes de junio, ya tenemos aquí la cuarta ola. Esto del virus es como el mar, marea alta y marea baja que se alternan. Parece que ahora empieza a subir la marea cuando aún no se ha secado la arena de la orilla y comienza a inundarse. Además, casi mejor esperar un poco más, te queda un mes hasta la segunda dosis y otros quince días para alcanzar la inmunidad plena.

Se siente segura, un año después, respira sin temor.

Bendita vacuna

21.3.21

La botella de Pepsi-Cola

 




Mañana con escarcha, de los primeros amaneceres fríos del otoño, día luminoso con el cielo azul apenas rasgado por unas pocas hileras de nubes altas semejantes a las que provocan los aviones a su paso por las capas más frías de la atmósfera. Un día bonito, tirando a frío como marca el calendario. 

La cita, junto con otros voluntarios del BBVA con inquietudes medioambientales y sus familias, es a las nueve de la mañana. La actividad tiene tirón, el clima acompaña y el lugar es de fácil desplazamiento desde la ciudad. Nos juntamos ochenta participantes, animosos e impacientes por realizar una actividad al aire libre en compañía de nuestros hijos.

Formamos tres grupos de trabajo, un grupo con los niños menores de quince años que en compañía de varios voluntarios realizan labores de búsqueda de piedras del tamaño del puño de un adulto, más adelante, necesitaremos las piedras para marcar los bordes de la senda que están formando uno de los grupos de padres. Los adultos forman dos equipos, el que construye la senda y los que cavan con ritmo en lo que parece un antiguo lavadero. Trabajos físicos para los que el Ayuntamiento nos cede picos, palas, azadas, carretillas y otras herramientas.

El grupo de niños es numeroso y variopinto, coinciden adolescentes con niños de guardería. El trabajo de los niños es más aburrido, buscar piedras, mientras observan el ritmo y el ambiente del grupo de los padres con interés. Nuestros hijos desertan de su grupo y se acercan al grupo de padres, quieren ayudar como los mayores, su iniciada adolescencia les impulsa a otras actividades, les atrae más la compañía adulta que los numerosos, hoy, niños más pequeños de cuatro o cinco años. 

El trabajo es duro, consiste en picar un suelo arcilloso compacto y frío. Los adultos comienzan a rotar con el pico y la pala. Un día de ayuda como voluntario de medio ambiente se ha convertido en un día duro de trabajo de albañil, algo a lo que ninguno estamos acostumbrados. Las agujetas propias de los oficinistas lejanos a la actividad física, nos recordarán en los próximos días la actividad de este sábado.

Aprovechando las rotaciones y las deserciones entre los mayores, cansados por tanto esfuerzo, aceptan encantados el relevo los chicos de doce años, comienzan con ánimo a levantar las azadas para remover la tierra que deben desalojar de lo que empieza a vislumbrase como una pequeña piscina construida de ladrillo, piedra y cemento. Efectivamente había un lavadero antiguo que se alimentaba del agua del río. El ánimo juvenil les hace superar la dureza del trabajo, desde fuera observaron la acción y consideraron que era divertido, una vez integrados en el ritmo de trabajo adulto notan que es cansado, sus ojos manifiestan su sorpresa. Por supuesto no van a admitir y mucho menos van a permitir que se les note, van a aguantar su turno al mismo ritmo de los mayores. Ni de coña vuelven con los niños. 

La tierra resulta ser barro compacto y húmedo, al encontrar pocos elementos duros como piedras, ramas caídas o cascotes de la edificación anexa que está casi derruida, la extracción resulta ser más sencilla, pesada, sí. También fácil de ejecutar. Una mirada de doce años cambia de concentración a curiosidad. Un sonido diferente alerta al chaval, maneja la azada con cuidado, ha encontrado algo duro enterrado entre el lodo compacto. Con habilidad mueve la azada con movimientos breves, despejando de lodo oscuro su zona de impacto. Rasca alrededor del objeto duro. Su mirada sigue hablando. Su curiosidad evoluciona al interés. ¡Una botella!. Utiliza las manos para arrancar del lodo su trofeo. 

Papá, mira qué he encontrado. Una botella. 

¿Enterrada? 

Sí, estaba a un metro de profundidad más o menos. Voy a lavarla en el río.

Tras un rato limpiando el vidrio por fuera y sobre todo por dentro, llena que estaba, descubre una botella de vidrio transparente con letras de color blanco. Regresa hacia su padre orgulloso de su trofeo encontrado. Son esos momentos durante la adolescencia en los que estando en una actividad adulta, recuperan su inocencia infantil. Esos momentos que los padres agradecemos porque recuperamos nuestra presencia carnal, tras semanas de existencia transparente para nuestros hijos. Por unos minutos te haces visible para ellos. Unos minutos que te llenan para todo el día. 

Vaya, si es una botella de Pepsi-Cola de las que había cuando yo era pequeño. Esta botella puede tener casi cuarenta años. Mira el tamaño y el grosor del vídrio. Sin etiquetas de papel. 

Las botellas se rotulaban directamente en el vidrio. Una vez se consumía la bebida, el envase se devolvía para volver a ser utilizado por la embotelladora en un ciclo mucho más ecológico que el actual, de usar y tirar. Parece que el ahorro de costes se impuso a la lógica más saludable para el planeta.

Me la quiero quedar. 

Claro, hijo

La botella de Pepsi adorna su habitación desde entonces, ese niño, ahora  adulto, conserva su trofeo en recuerdo de un día de trabajo como voluntario. En realidad es el trofeo del día que pasó de la infancia al inicio de la madurez. Como padre, me gusta ver esa botella cada vez que entro en su habitación. Para mí es el signo que recuerda las emociones de esa época, señal de un día que no fui invisible para él. 

Me recuerda que un padre siempre está cerca, incluso cuando es invisible.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...