En las últimas semanas, varios robos con violencia han ocurrido en el barrio. La policía ha alertado a los vecinos para que extremen sus precauciones. Los robos han sido perpetrados contra ancianos en su propio hogar. Los asaltantes se hacen pasar por empleados de la compañía del gas aprovechando que ésta está anunciando por los portales la próxima visita de sus técnicos para realizar la inspección obligatoria de la instalación.
Llaman a las puertas vestidos con uniformes e identificación de la compañía y una vez dentro del hogar, maniatan a los ancianos y les amenazan hasta conseguir dinero, joyas o cualquier cosa de valor que encuentren. En los casos que el anciano se ha resistido le han golpeado con violencia, necesitando atención médica en varios de los casos. Al salir, dejan maniatados y amordazados con cinta americana a sus víctimas. Tres horas después, los atracadores realizan una llamada anónima utilizando el teléfono móvil robado a la víctima, avisan a la policía del robo y la situación de los ancianos.
Paquita contrató en la ferretería la instalación de un pestillo de seguridad marca FAC siguiendo la recomendación de su hija Marta que vive a cuatrocientos kilómetros y se preocupa mucho de su anciana y solitaria madre desde la lejanía. No pasa día que no se hablen por teléfono.
Paquita, viuda desde hace media vida, se maneja por la vida con soltura y de manera totalmente autónoma. Siempre ha sido muy vivaracha, diligente y eficaz. Ella sola fue capaz de sacar adelante a su hija, pagar las deudas del negocio de su difunto y labrarse un porvenir. Está cerca de cumplir los noventa aunque ninguna vecina lo imagine ya que aparenta doce años menos. Ágil y con la cabeza muy lúcida dedica las mañanas a zascandilear por el barrio, hablando con unos y otros. Las tardes ya se le hacen más duras y se queda en casa escuchando la radio y trasteando en la cocina.
El pestillo nuevo le da sensación de seguridad. Una vez se marcha el técnico, cierra para acostumbrarse a la nueva rutina. Su hija Marta se alegra de la noticia durante la llamada diaria a la hora de la merienda.
–Me han dicho que si cierras el pestillo hasta la mitad del recorrido nunca podrán abrirlo desde fuera. Te recomiendo que así lo dejes. –Recomienda la hija.
Tras la cena en la cocina, la mirada de Paquita repasa la entrada de la vivienda mientras apaga luces por no gastar innecesariamente. Recuerda el consejo de su hija y mueve el pestillo hacia la derecha parando a mitad de recorrido. Apaga la luz del pasillo mientras se dirige a la salita donde verá un poco las noticias en el televisor. Su único uso diario de este electrodoméstico. Prefiere escuchar a ver.
Antes de sentarse en su sillón preferido, recuerda colgarse la cadena con el botón de la ayuda a domicilio. Su hija le contrató el servicio a distancia, son muy amables, la llaman cada diez días para charlar con ella y preguntar cómo se encuentra. Ella, tan bien mandada, todas las noches tras la cena se cuelga su botón de emergencias para pasar la noche.
A mitad de la noche, se despierta con un dolor punzante en la cabeza y nota un entumecimiento de su lado izquierdo del cuerpo, brazo y pierna incluidos. Pulsa el botón de ayuda que encuentra en su pecho colgando e intenta levantarse para alcanzar su teléfono móvil que deja cargando en la salita junto a la mesa. De hecho, el cargador está siempre enchufado y el cable descansa junto al sillón.
Paquita no consigue levantarse. Escucha de fondo el timbre del teléfono, debe ser la llamada de control que responde a su pulsado del botón. Repite la pulsación en un intento de dar a entender que no puede levantarse. El protocolo de actuación para emergencias se activa, la central de alarmas avisa a la policía local, a los servicios sanitarios y simultáneamente a la hija como familiar más cercano de referencia.
Marta se despierta con un sobresalto, no es normal oír el timbre del teléfono a las tres de la madrugada.
–Diga.
–Buenas noches, Marta, le llamamos de emergencia 24 horas. Usted es la persona de referencia de Paquita López. Hemos recibido un aviso de ella aunque no hemos sido capaces de conseguir hablar con ella aún. Están avisados los servicios de emergencias que en este momento se dirigen a su domicilio. ¿Puede usted acudir al domicilio de Paquita?
–No. Puedo salir en coche pero vivo en Murcia, tardaré cuatro horas y media en llegar.
–¿Tiene algún familiar o amigo que pueda acudir más rápido?
–Intentaré localizar a algún amigo, gracias, salgo para allá. Si hay novedades, por favor, llámenme al segundo teléfono, mi móvil.
Un agente de policía municipal acude junto con la ambulancia de emergencias a la puerta del domicilio de Paquita, llaman al timbre sin respuesta. Paquita sigue inmóvil sobre su cama con medio cuerpo fuera de la manta, intentando dejarse caer al suelo con la intención de arrastrarse hacia el pasillo. El timbre suena junto con los puños aporreando la puerta mientras la llaman a voces. Los vecinos alertados por el follón, salen al descansillo uniéndose al coro de voces que llamar a Paquita por su nombre.
El agente llama por radio a la comisaría y pide como refuerzo un cerrajero. Mientras, Adela, la vecina del piso de al lado, se hace hueco hasta la puerta de Paquita, tiene un juego de llaves de repuesto que se intercambiaron las vecinas por si pasaba algo. Introduce la llave en la cerradura y gira las tres vueltas completas para abrir la puerta pero el cerrojo del FAC se lo impide.
–No tengo llave de la cerradura del pestillo, se lo instalaron esta tarde y no le ha dado tiempo de darme una copia.
–Central –avisa el agente– necesito cerrajero urgente para liberar el FAC,
Paquita consigue deslizarse hasta el frío suelo y comienza a arrastrarse ayudándose de su brazo derecho. Tras mucho esfuerzo consigue avanzar dos metros hasta que pierde el resuello, necesitar descansar. Ese dolor que tiene en la cabeza la está agotando. Su brazo izquierdo no sirve para avanzar. Consigue impulsarse poco a poco con el pie derecho pisando el rodapié del pasillo.
La puerta sigue siendo aporreada por los vecinos y sanitarios que intentan ayudar desde el exterior. El cerrajero tardará unos minutos todavía.
Marta llama por teléfono a su madre, al fijo y al móvil, sin resultado. Paquita se está volviendo loca con tanto ruido, el timbre de la puerta, las voces de los que intentan ayudarla desde el descansillo de la escalera, los golpes sobre el marco y la puerta, la melodía del móvil y ese dolor punzante que tiene en la cabeza. Al ritmo que consigue moverse, calcula que necesitará una hora en llegar hasta la entrada y no sabe muy bien cómo conseguirá levantarse para abrir el cerrojo.
Una hora tarda en aparecer el cerrajero de guardia, intenta abrir el FAC y percibe que no está corrido del todo.
–Imposible, no puedo acceder desde aquí. Solo podemos tirar la puerta abajo.
Nuevo recital de golpes, llamadas y gritos. Paquita está a tres metros, agotada, dolorida y tiritando de frío. Le quedan pocas fuerzas. En su arrastre, cae una pequeña maceta que había sobre la mesita auxiliar del teléfono fijo. Insiste hasta que lograr tirar el teléfono.
Desde fuera, el agente escucha el ruido, hace señas a todos los presentes hasta conseguir un silencio imprescindible para poder escuchar lo que ocurre tras la puerta.
Paquita consigue llegar hasta el teléfono y marca el número de emergencias. Su tono de voz es casi inaudible. Gracias a su voluntad de lucha y a su perseverancia finalmente se hace entender hasta conseguir decir que tiren la puerta abajo que ella no puede moverse. Este último esfuerzo la deja agotada y queda dormida en el suelo del pasillo con la esperanza de que lleguen a salvarla. Tiene frío, la cabeza le va a estallar lo que no impide que se duerma por agotamiento.
Los bomberos, avisados por el agente de policía, tiran la puerta abajo tras varios golpes con mazas y hachas. En mitad del pasillo, tendida en el suelo inmóvil y con el teléfono cogido con su mano derecha quedó Paquita. Llegó hasta donde le permitieron sus fuerzas. Los sanitarios no pueden hacer nada por ella, salvo certificar su deceso.
Ya había amanecido cuando Marta llegó al domicilio de su madre y según entró, un detalle le hizo recordar, con dolor, la última conversación entre ambas. La puerta arrancada con violencia por los bomberos descansaba sobre el suelo de la entrada, el nuevo cerrojo de seguridad estaba corrido hasta la mitad.
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