Nota el zarandeo de su cuerpo acompañado de la voz apremiante de Ricardo. Ana se resiste a despertar, su cuerpo necesita reposo tras una agotadora semana donde ha tenido que lidiar con multitud de problemas en el trabajo, la impaciencia de varios clientes y la ineficacia de alguno de sus proveedores. Quiere dormir y olvidarse de todo.
Ricardo incrementa el ritmo y el tono de voz. –Mira que es pesado, como sea una tontería se va a enterar– piensa mientras siente que su voluntad de resistencia a abrir sus párpados se va resquebrajando. –Deben de ser las dos de la madrugada, si no es importante a Richi no se lo ocurre despertarme–
–¿Qué pasa?, ¿qué hora es?
–Cariño, rápido, vístete que nos tenemos que ir.
–¿Ir a dónde?, ¿por qué?, ¿qué es lo que pasa, Richi? –ahora sí que está despierta y nota cómo su respiración se dispara de ritmo al tiempo que toma conciencia de su entorno. Suenan alarmas y sirenas de coches de policía por la calle, de las casas cercanas le llegan ruidos propios de la mañana, carreras, gritos, niños, portazos...
La calle es el reino de las sombras, la iluminación general se ha cortado, simplemente las breves ráfagas de los halos de luz que preceden a los vehículos que aceleran el paso, iluminan a su paso las aceras donde descubres familias avanzando con paso precipitado llevando a sus hijos como pueden con algunas pertenencias en bolsas y mochilas.
–Nos tenemos que ir, Ana.
Ricardo ya está vestido con ropa de invierno y el mono de la moto, en la puerta del dormitorio se intuye entre la oscuridad una de las mochilas que utilizaban en sus años de montañismo y llevan una década en el alto de un armario.
Ana acostumbra su mirada a la oscuridad, no funciona la luz, la han cortado. Su despertador con radio que descansa en la mesilla de noche está mudo. Se deja llevar por su confianza en Richi, debe ser grave el asunto que aún no consigue comprender.
Sus pies se calzan con las zapatillas que descansan preparadas en el lugar adecuado para recibirla por las mañanas. Amante de las rutinas y de sus cosas, como dice Richi. No soporta el frío del suelo y sus pies pasan del calor de la cama a la protección de las zapatillas. Según se incorpora, suena un estruendo enorme. Poco después la luz nacida de las llamaradas que anuncian dónde ocurrió la explosión, ilumina de color naranja el rostro de Richi y el resto de la habitación. –La central eléctrica– Una nueva explosión suena un poco más lejos.
–Eso debe ser donde la comisaría de policía– indica Ricardo.
–¿Qué está pasando, Richi?
–Es la guerra. Tenemos que salir de aquí. Hace un par de semanas nos recomendaron desde la Embajada regresar a casa y nos dejaron una instrucciones, ir a la frontera lo más rápido posible. Ya he recogido nuestras cosas, vístete para el frío que nos vamos en la moto.
–No me gusta la moto.
–No hay elección. Rápido.
Un moto con dos viajeros surge del garaje, con un bulto atado a la espalda del segundo ocupante. Por delante una carretera colapsada de vehículos ocupados por miradas húmedas, abiertas y temerosas que no dejan de escrutar el cielo temerosas de ver caer alguno de los misiles o los cohetes lazados desde los aviones enemigos. Un gran atasco donde solo avanzan con cierta rapidez las motos zigzagueando entre los vehículos que se mueven lentos o sufren paradas intermitentes.
Ochocientos kilómetros les separan desde su residencia cercana al parque Bilychi al oeste de Kiev del Aeropuerto de Varsovia. A media que se alejan de la capital, el tráfico pierde densidad y les permite conducir el línea recta. Confían en llegar a Polonia sin necesidad de repostar en gasolineras. Días atrás, Ricardo guardó varias latas de gasolina en los baúles de la moto. El plan es conseguir un vuelo hasta Madrid o hacia cualquier destino de Europa del Oeste, volver a casa.
Las manos de Ana se aprietan junto al estómago de Ricardo, encuentran asidero en el cinturón de cuero que sujeta sus pantalones. Le traslada la tensión y el miedo en la rigidez del cuerpo pegado a su espalda.
Rusia comenzó la invasión en 2014, la alimentaba con guerrillas locales y descaradamente ocupando y adhiriendo Crimea a la Federación. Ahora quiere el resto del país sin disimulos.
Los pocos españoles que vivían allí huyeron junto a miles de niños y mujeres ucranianos obligados a separarse de sus padres a los que seguramente no volverían a poder abrazar.
Ha pasado un año, Ucrania sigue en guerra, defendiéndose y contraatacando. Miles de muertos, incontables. Destrucción, odio y con la inevitable escalada bélica no parece que tenga una pronta y satisfactoria solución. Ana y Ricardo están bien, reconstruyeron sus vidas en España y dedican esfuerzos colaborando en ayudar a refugiados ucranianos para encontrar trabajo, vivienda y colegio para sus hijos. Muchos de sus amigos ucranianos que dejaron allí, ya no están, se los han llevado la crueldad y la lucha.
Richi tranquilo….. los buenos al final ganarán y al atardecer de la vida…. Me examinarán del amor!!!
ResponderEliminarNo lo dudéis
Una historia cargada de emoción
ResponderEliminarMuy emotiva y muy bien escrita
ResponderEliminarEl bueno gana siempre, aunque hay veces que tarda mucho
ResponderEliminarPodría ser una historia real trasladada a cualquier conflicto bélico, omitiendo los nombres, por supuesto.
ResponderEliminarMe ha encantado. Es ligero, cercano, de lectura fácil y muy realista.
ResponderEliminarMe ha llegado al corazón, en realidad es lo que se vive en los últimos tiempos. Felicidades 👏
ResponderEliminarTe mete en la escena desde el principio. Buen final, abierto pero esperanzador.
ResponderEliminarUna historia que retrata con maestría a algunas de las víctimas de la actualidad.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Enhorabuena Ramón. Un placer pasar por tu espacio
ResponderEliminarUna fotografía bien lograda de un momento muy triste que vive la humanidad
ResponderEliminarUna historia profunda que puede verse reflejada en muchos rostros.
ResponderEliminarAunque pienso que los europeos tendríamos mucho que decir sobre la guerra de Ucrania, la historia está muy bien llevada, hasta que no nombras los lugares, nos tienes en ascuas.
ResponderEliminarAunque los europeos tendríamos mucho que decir sobre la guerra de Ucrania, tu historia está muy bien llevada, hasta que no das nombres de lugares, nos tienes en ascuas.
ResponderEliminar¡Suspenso! Es la gran característica del autor de "Quién". Felicidades, Ramón, excelente historia, para variar.
ResponderEliminarY ... qué triste realidad la de la guerra de Ucrania. Parecería que, como humanidad, no hemos aprendido nada de la historia. Y aunque muchos todavía nos preguntamos: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuántas vidas inocentes más?, debemos mejor preguntarnos cómo estamos ayudando y qué podemos hacer --Quizás como nuestro querido Ramón, inspirando a otros--, para algún día poder decir "Ni una más".
Tan real como la vida misma. Muy bien escrita y reflejando una situación tan actual y a la vez tan triste. Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarMe gustan tus relatos cortos. Me atrapan.
ResponderEliminarMe enamoré de tu forma de escribir 😍
ResponderEliminarMe ha encantado cómo describes la triste realidad que sufren los ucranianos y cualquier país en guerra.
ResponderEliminar