7.8.23

Buen viaje, Joe

 



Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin rango, nos presentó a su elección como compañero, era un día de piscina en el club de la carretera de Algete y de eso hace una vida. Irlandés observador, prudente, con humor certero, gran fumador y por entonces con un dominio muy escaso del español.


Asiduo de casa, con el tiempo se convirtió en nuestro profesor de inglés, amante de las conversaciones fluidas e interesantes. Con Joe comencé a leer la revista Time con la que abrimos los ojos a temas del mundo que por entonces, los primeros años de la democracia española, nos parecían lejanos y avanzados. Esas lecturas alimentaban las conversaciones en inglés que recuerdo en el antiguo piso de Capitán Haya junto con Martín, el mejor amigo de mi padre que nos acompañaba como alumno a Valentín, mi hermano más cercano en edad, y a mí. Aprendí inglés con Joe, adopté su acento y comprendí que es importante hacerse entender por encima de la pureza gramatical.


Su carácter observador le otorgaba la habilidad de imitar diferentes acentos hablando en inglés, le pudimos escuchar hablar inglés con los acentos de la India, de California, de Londres o de un español. Esa habilidad le vino muy bien cuando en el viaje de vida junto a Ana decidieron mudarse a vivir a Jerez, Joe con su español con pinzas en un perpetuo spanglish aterrizando en la tierra de origen de Ana donde se habla abreviando las últimas sílabas, uniendo palabras incompletas, suprimiendo la pronunciación del plural y en ocasiones terminando la frase con una risa.


—What is the meaning of the word: “ea”? nos preguntaba a los madrileños en uno de los encuentros familiares en Jerez.


El pobre había sido testigo de una conversación femenina, en Jerez, donde una mujer exponía su relato mientras fue interrumpida por un “ea” pronunciado por otra de las que escuchaban y coreado por sucesivos “eas” de todas las demás incluida la que estaba relatando los hechos que con ese “ea” dio por contados los hechos sin que Joe se pudiera enterar de qué fue lo que pasó.  Mientras nos contaba la anécdota con su humor pausado imitó con precisión los acentos andaluces.


Conocí Irlanda de su mano y “the best food of the world”, la cerveza Guinness cuando viajó desde su Donegal natal hasta Dublín para invitarme a almorzar.


Recordar a Joe es ver su figura espigada acomodada en su sillón con una copita de oloroso en la mesa, que le duraba horas, y un paquete de tabaco rubio ultra light al alcance de la mano, siempre dispuesto a una conversación salvo que jugara el Real Madrid que conseguía atrapar toda su atención. Durante años convivió y educó a sus maravillosos pastores belgas “Max” y “Duke”, mis únicas experiencias perrunas.


Te echará de menos la Feria de Jerez donde disfrutabas observando la alegría común y la sonrisa permanente de Ana vestida de volantes y te echará de menos Punta Umbría con sus atardeceres naranjas y su playa inmensa. Pero sobre todo, te echamos de menos los demás, dejas una profunda huella entre los que hemos tenido la suerte de vivirte. En eso se basa la inmortalidad ¿no? En los recuerdos vividos contigo que perduran en nuestra mente.


En el cielo te espera mi padre, con quien compartes muchos rasgos de personalidad y carácter. Os podéis hacer compañía, en spanglish, porque vuestra espera me temo que va a ser larga. Ana y mamá se quedan con nosotros para alegrarnos la vida.


Adiós, Joe, amigo. Buen viaje.

27.6.23

Cerrado por vacaciones

 


Es habitual escuchar entre escritores teorizar sobre el temido bloqueo creativo, el famoso síndrome de la hoja en blanco o simplemente el hartazgo por no verse recompensado por el esfuerzo. 


Llevo varios meses desechando borradores desde que me lancé a escribir una nueva novela. Noté que la escritura no fluía como solía, la trama prevista se desvió a lugares donde no me sentía cómodo y la historia no llegaba a ser redonda. Tras varios intentos para organizarme de manera profesional, comprobé que no me llenaba lo escrito y terminó todo en la papelera del ordenador. Mas de ochenta páginas escritas, diversos bocetos inconexos deslavazados que no llegaban a nada desaparecieron junto con los meses de trabajo que necesité para plasmar ese manuscrito fallido.

 

La cocina, otra de mis pasiones, ocupó mis horas de manera muy intensa y satisfactoria. Necesitaba un cambio de ritmo, un receso para ilusionarme de nuevo. Mi cerebro sigue escribiendo mientras mi alma se libera de la presión por teclear un nuevo manuscrito que mejore mi última novela, "Quién".

 

Me obligué a mantener despierta mi pasión por la escritura publicando un relato cada domingo en mi blog www.cuentameagoramon.com Con gran esfuerzo, obligado por la voluntad más que por el placer he logrado cumplir mi compromiso con los lectores que con paciencia me apoyan con cada nuevo relato.

 

La pasión obligada mata lo divertido y muta hacia un trabajo rutinario aburrido y desmotivador.

 

No me voy del todo, siento que necesito liberarme de obligaciones mientras aprovecho el periodo estival para dedicar este tiempo de descanso para reposar mi libertad creativa. Necesito recuperar la ilusión y el placer por crear historias golpeando las techas de mi MacBook.

 

Oficialmente estoy en bloqueo, espero que lo comprendas. Volveré. Cerrado por vacaciones.

11.6.23

La vida

 


Quiti sale del portal a paso ligero, zapatillas deportivas y un vestido ancho para defenderse de los primeros calores del mes de junio. Apenas maquillada y con el cabello recogido con una coleta. 

 

No llega a entender a su marido, Julián. Le prejubilaron por la vía forzosa en el último ERE de su empresa hace dos años ya. Sus ingresos mermaron a menos de la mitad de lo que percibía cuando estaba en activo y unido a una hipoteca sangrante resultado de un cambio de vivienda un año antes de su despido, ha comprometido gravemente su economía. Se une la circunstancia que el acuerdo de rescisión de empleo incluye un beneficio social que en definitiva, es un lastre. La empresa le paga el importe del acuerdo especial con la Seguridad Social manteniendo la cotización en la base máxima. Tras varias búsquedas llegó a la conclusión de que no le interesaba ponerse a trabajar porque de hacerlo, perdería la base de cotización máxima y comprometería su futura pensión de jubilación.

 

Quiti continua con su intensa vida laboral, extensiva en horario, viajes y estrés. Julián mata el día con un ocio poco edificante, estudiar alemán, el cuidado de su hija y largos paseos una vez que la deja en el colegio. Se siente joven para llevar una vida de jubilado. 

 

En sus largos paseos Julián pone su mente a trabajar. Analiza una y otra vez todas las perspectivas y condicionantes de su vida. Persona cerebral, de manera natural revisa todos los condicionantes de la vida con el único fin de conocer cómo está y diseñar la mejor solución. Repasa el cambio que ha dado su vida, sus opciones laborales, sus obligaciones y como cada día, no llega a ninguna conclusión reseñable.

 

A sus cincuenta y cinco años se encuentra joven, bien cuidado y con una larga experiencia profesional. Le cuesta asumir que las empresas lo primero que valoran es la fecha de nacimiento. No suelen arriesgarse a la hora de contratar nuevos empleados con edades superiores a treinta y cinco. En contadas ocasiones, ha tenido la oportunidad de enfrentarse a procesos de selección pero no encuentra ofertas laborales que incluyan cotizaciones máximas. 

 

Obviamente, las personas cerebrales se dedican a pensar y Julián es ejemplo de ello. Y como tiene tiempo lo hace en exceso. Tras dos años de paro laboral, aún no ha encontrado un camino que le motive y le active en su vida.

 

Por la noche, comparten la cena en la mesa de la cocina. Una silenciosa Quiti a quien cada vez le cuesta más hablar de su vida en el trabajo porque nota que esas conversaciones pasan factura a Julián quien no puede disimular la melancolía que asoma en su mirada. 

 

Hubo momentos donde ambos se sentían empoderados y las cenas les ayudaban a compartir sus días e incluso se ofrecían soluciones a los baches del día a día. Quiti y Julián se complementaban y retroalimentaban. Eran un equipo imbatible. 

 

Pensar demasiado es contraproducente para Julián que en su ánimo analítico vigila cada uno de sus actos en la búsqueda de las soluciones que tanto ansía.

 

Los fines de semana siempre han sido el tiempo sagrado para ambos, donde olvidaban los rigores del día a día y se centraban en su relación y en la niña.

 

Quiti no puede más, no entiende lo que le ocurre a Julián, cada vez se muestra menos cariñoso, más osco, apartado y lejano. Echa de menos a su marido y cada viernes se encuentra a un ser sin alma, triste y desanimado. Hoy sábado han discutido, no sabe muy bien por qué razón. Ha terminado exhausta y emocionalmente tocada tras haber rebasado todos los límites siempre antes respetados. Se han gritado y con la niña delante, la discusión derivó en ataques personales y en reproches con olor a cocinados muy lentamente.

 

Julián observa desde la ventana, el paso decidido de Quiti en dirección a la parada de metro. Un creciente hormigueo le aprieta el pecho. Se reconoce arrepentido por su reacción en la discusión. Escucha el llanto apagado contra la almohada de su hija. Arrastra los pies mientras muda su cara a sonrisa, todo por la causa de calmar a la niña que no tiene culpa de nada. 

 

–Pobre Quiti– piensa Julián, impaciente por su regreso para disculpase. Echa de menos sentirse hombre y respetarse a sí mismo. Echa de menos su vida, esa que se marchó con el puto ERE que le robó el trabajo y la felicidad. 

4.6.23

Olor a vainilla

 


La mañana invita a salir, los primeros rayos de sol de la primavera pugnan por caldear el parque escarchado, en un par de horas, los jubilados más madrugadores pasearán sus rutinas de salud y bienestar. Centenares de viandantes ya sea por placer o por recomendación médica se concentrarán en el parque cada uno con su propia ruta de lucha contra el colesterol.

 

Salvador aprovechan los rayos del mediodía para templar sus huesos, comparte banco con otros tres ancianos que imitando a los lagartos calientan sus cuerpos al sol. Protege su cabeza con un elegante sombrero Panamá mientras disfruta releyendo una de las antiguas novelas rescatadas de su librería. A pesar de su edad, superados los ochenta y cinco, puede presumir de mantener una vista suficiente como para entretener el tiempo leyendo.

 

Desde siempre tuvo una costumbre, firmar los libros en su primera hoja una vez había terminado su lectura, indicando la fecha junto a la rúbrica. Tres firmas dan fe de antiguas lecturas durante décadas diferentes, fue una de sus primeras lecturas posesivas, de esas que enganchan, allá por sus lozanos veinte años. Sesenta y cinco años después, vuelve a disfrutar con los personajes y la trama que a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo actual. Escribir sobre las pasiones humanas permite perpetuar una historia a lo largo de los años sin que pierda frescura.

 

A la hora prometida, su nieto Salva avanza con paso ligero hacia él, sonriente, de buena planta, con movimientos elegantes que le recuerdan mucho a la abuela que le dejó hace media vida ya. 

 

–Hola abuelo, ¿disfrutando del sol de primavera?

 

Abuelo y nieto coinciden en mucho más que en el nombre, comparten la afición por la lectura, por la reflexión, la juerga y el Atlético de Madrid. El nieto ha heredado su abono para ir a los partidos de liga y cada semana de partido le visita para ponerle al día sobre todo lo acontecido en el campo. 

 

El abuelo mantiene su novela, ahora cerrada, en la mano izquierda. Permite que la curiosidad de Salva tome prestado su libro. Instintivamente repite su ritual, casi calcado al seguido por su abuelo, acaricia la tapa del libro y se lleva a la nariz el lomo, aspira profundamente inhalando los aromas de papel, pegamento, polvo, hilos y tinta. Elegimos pareja por la vista, el tacto y el olor. Con los libros ocurre lo mismo, te enamora la portada, la calidez del lomo y el olor a nuevo. Sin enamoramiento no existe la lectura. 

 

–Espero que me lo dejes cuando lo termines, abuelo.

 

Abre la portada y descubre las tres pruebas de lecturas anteriores.

 

–Mucho te debe gustar porque vas por la cuarta vez.

–La trama es interesante, sus personajes están bien diseñados pero sobre todo me sirve para recordar las sensaciones de cada vez que lo leí. Cuando lo termine te lo paso.

 

La melancolía dibuja la mirada del abuelo, un recuerdo hondo le acompaña desde que eligió la novela. Conoció a Sonia leyendo, ambos coincidieron en la cafetería devorando las páginas de la misma novela. Reconocieron las portadas y se acercaron a compartir sus experiencias. No era un libro de moda ni tampoco el más recomendado, ambos lo adquirieron en un puesto de libros usados que cada día se plantaba en la Plaza de Castilla. 

 

A Salva le gustó el rostro de Sonia, qué mejor portada para llamar la atención. Y su olor, qué decir de ese olor. Lavanda con toques de vainilla. Al abrir el libro le vuelve ese olor y el recuerdo del amor, de la mirada, de las risas, del apoyo incondicional, de su hijo, de las vacaciones, de las ilusiones, de la enfermedad, del dolor, de la pérdida y del entierro. Huele a vida.

 

Salvador no dice nada, se centra en acariciar la mano de su nieto. Aprovecha sus cortas visitas disfrutando de cada minuto.

 

–Abuelo, ¿viste el partido del Atleti?

 

Salvador regresa de sus recuerdos y se centra en la visita. Salva también huele a vainilla.

27.5.23

La ilusión de Elena

 


 

Elena repasa sus fichas con interés, no quiere olvidar ninguno de los detalle que definen cada una de sus obras. Tiene por costumbre sacar una foto a cada una de sus pinturas cuando decide que están terminadas y elabora una ficha donde explica el significado, la inspiración e incluso el porqué de los colores elegidos. También indica la fecha y el nombre de la galería a la que cedió la venta o el nombre del comprador directo.

 

Firmó un contrato con un galerista que se dice especializado en nuevos talentos, presume de haber descubierto a artistas hoy en día consagrados que iniciaron el despegue gracias a haber expuesto en su local.

 

Esta semana es la Feria Internacional de Arte Moderno, siete días únicos donde el centro del mundo del arte aterriza en el mismo punto, el escaparate definitivo para cualquier artista. Elena se siente emocionada con la perspectiva de darse a conocer para el mundo experto. Algo parecido a lo que deben sentir los toreros cuando confirman alternativa en la Plaza de Las Ventas durante de Feria de San Isidro o un futbolista cuando juega por primera vez en un partido de Champions. Es el momento cumbre para cualquiera artista.

 

Decide su indumentaria, elegante pero informal, sin dar imagen de alternativa como gusta a muchos artistas y tampoco de niña bien del Barrio del Viso. Viste de ella misma, fresca y segura con el aroma a vainilla de su colonia preferida.

 

La emoción de su oportunidad la empuja a llegar antes de tiempo, no quiere perderse nada del ambiente. Tras el descanso de la comida, a las cinco de la tarde, comienzan a abrir los diferentes expositores y se van acomodando sus artistas invitados a la espera de la afluencia de público y expertos unos minutos más tarde. Veinte minutos más tarde, salvo unos pocos todos los expositores han abierto. Elena espera que aparezca su galerista, Sofía. Cinco minutos más tarde el público comienza a desfilar y la galería de Sofía permanece cerrada, la única que no ha abierto y es el día de la inauguración. Quizá el más importante de la semana.

 

Con cuarenta minutos de retraso aparece Sofía, mascullando una excusa poco convincente culpando al mismo tráfico que han sabido sortear los demás, incluida la propia Elena.

 

Encendidas las luces, comprueba que las obras expuestas son de otros autores.

 

–¿Y mis cuadros? –pregunta extrañada.

–No han venido. A ti te toca mañana.

–No, perdona, quedamos en que yo abría la feria –mientras Elena busca en su WhatsApp la prueba de la conversación mientras sospecha que ha colado a otro artista enchufado mientras excusa echando la culpa a otros de su incumplimiento.

 

Sofía llama por teléfono a otra de sus pintoras, Rosa, con quien coincidió Elena durante la espera. Ambas tenían la misma hora para exponer sus obras. Muy propio de Sofía que para intentar agradar a todos sus artistas les usurpa su momento de gloria en exclusividad y las obliga a compartir tiempo y espacio. Rosa tras treinta minutos esperando consideró superada la falta de respeto que se merecía y regreso a su ciudad de origen. Había conducido casi quinientos kilómetros para acudir a la Feria y no estaba dispuesta a soportar ese retraso injustificado.

 

Cuarenta minutos de retraso, considerando que Elena tiene hora y media de exposición, la han privado de la mitad de su tiempo por el retraso injustificado. Tras un rápido vistazo, comprueba que sus cuadros no están expuestos, un calor de indignación asciende desde sus entrañas hasta la cara que comienza a entonarse con un rubor lleno de rabia y frustración.

 

Desde el inicio de su relación, Sofía demostró una profesionalidad carente de detalle, incumplimientos, retrasos y miles de excusas siempre por culpa de terceros unida a la poca promoción de las obras de Elena fueron minando el ánimo de la artista. Se consolaba pensando que al ser una artista desconocida bastante suerte tenía por haber llamado la atención de una galerista pequeña. Pero esto de hoy ha superado todos los sinsabores anteriores.

 

Justo cuando Elena decide marcharse, aparece una tercera artista que tiene hora fijada para una hora después y Sofía aprovecha su aparición para ofrecerle toda la tarde porque ahora tiene hueco. Las miradas de Elena y la tercera pintora se cruzan, no se conocen de antes pero esa mirada habla a gritos.

 

Las relaciones regladas únicamente por los acuerdos suscritos en un contrato tienen mucho de frialdad profesional. Añadir respeto personal, cercanía y calidez humana al contrato formal ayuda a alcanzar un nivel de mutua confianza que fructificará en mayores beneficios para ambas partes. A todo el mundo le gusta trabajar en un ambiente cordial, con trato personal y resultados profesionales. Este ambiente crea las condiciones naturales para que ambas partes den lo mejor de sí lo que redundará en una mayor colaboración y finalmente en mejores resultados.

 

La puntualidad es una muestra de respeto además de una demostración del interés por el buen fin de la colaboración. Al igual que cumplir con los trabajos comprometidos y acuerdos previos a la reunión es el mínimo profesional que ayuda a establecer una base sobre la que construir el proyecto. 

 

Durante los eventos de especial relevancia, como la Feria Internacional de Arte Moderno (FIAM), todas estas de exigencia sobre puntualidad y compromiso se incrementan. Elena espera lo mejor de la relación para satisfacer emocionalmente todas las expectativas puestas en esta oportunidad única.

 

La profesionalidad en el mundo de las artes debe ser mucho más estricta en su cumplimiento ya que los proyectos traen consigo altas dosis de emocionalidad por parte de los artistas.

 

Frustrada y muy enfadada Elena regresa a su mundo, oyendo a modo de excusas inconexas a Sofía prometer una vaga y poco creíble compensación por el error. Ya no se cree nada de ella. 

 

Lo tiene decidido, la siguiente colección de cuadros irá por otra galería, Sofía no la va a volver a encontrar. No va a repetir con ella, no se merece este trato, ni sentirse ninguneada de nuevo. Decide aprovechar la tarde visitando al resto galeristas de pequeño tamaño para darse a conocer, recopilar contactos y observar cómo promocionan obras del mismo nivel que el suyo. Cualquiera menos Sofía para su siguiente colección.

 

Trata a tus clientes y proveedores como te gustaría que te trataran a ti. Si juegas a tu interés sin dar nada a cambio, en algún momento, tu negocio se echará a perder. La mala reputación destruye el futuro de los negocios. 

 

Elena sigue su camino hacia el futuro, ya cumplirá su ilusión en otra ocasión de tener éxito en la FIAM, tiene tiempo. Sofía no lo sabe, pero el suyo se agota, ha entrado en un callejón sin salida. 

14.5.23

¿Y tú de quién eres?

 


Cada año por estas fechas toca bajar a Jerez de la Frontera para visitar a los abuelos, mismo país, misma familia, diferencias notables que a sus doce años no se le escapan. 

 

Misma temperatura y diferentes sensaciones. La humedad de la costa asciende por el río Guadalete creando un clima costero en un Jerez de interior caliente, muy caliente con temperaturas propias de Écija y sumando esa humedad pegajosa se convierte en una sauna. El viento, ese levante casi perenne que despeina a cualquiera que lleve el cabello largo, sopla desde bien de mañana.

 

Misma mañana, diferente luz. Las casas encaladas rebotan la luz del sol que unida a la imperceptible bruma estanca que flota en el ambiente, tamiza el brillo solar abrazando a todos los caminantes que no tienen más refugio que la sombra y el sudor. 

 

La ciudad dueña del mejor vino del mundo, antigua capital de los caldos preferidos en el mundo durante el siglo XIX, se rinde a la facilidad para regular la temperatura de la cervecita. Los visitantes que mezclan cerveza y vino saben cómo se fabrican las siestas etílicas de pijama y orinal.

 

Nuestro Luis, mandado por su abuela, se acerca a la tienda de ultramarinos a dos manzanas de su portal. La lista de la compra es corta y sencilla. Al entrar en la tienda nota el efecto de las gruesas paredes que hacen de barrera al calor. Su cuerpo nota alivio. Tras su primera noche en Andalucía, aún no ha sido capaz de aclimatarse y el frescor de la tienda instalada en una casa tradicional, con ventanas enrejadas, le lleva al recuerdo de su ciudad natal mucho más al norte.

 

Guarda su vez con paciencia, sabe por experiencia que aquí no hay prisa. Dos mujeres charlan con un ritmo alto de palabras y un hambre feroz por sus últimas sílabas. Para Luis no es un idioma desconocido, lo tiene en su casa. Es bilingüe jerezano-madrileño, en la ciudad donde nació se habla castellano con sus ritmos y entonaciones; dentro de su casa se sigue hablando un jerezano matizado por el roce con los vecinos que aun así mantiene sus trazas reconocibles. Ambas mujeres se están poniendo al día sobre la boda de la sobrina de una de ellas, una chica muy maja que ha tenido que casarse con prisas y es que nunca hizo mucho caso de los consejos de su madre. Una viuda enlutada tradicional gobernada por el qué dirán y de lo que se espera que se haga.

 

–A ver jovencito, ¿qué es lo que quieres?

 

El turno le llega a Luis que no se libra de las miradas de las dos charlatanas mientras pagan sus compras.

 

–¿Tu eres de Amparín? – Una de las dos charlatanas, la que empuja un carro para la compra de color azul con más kilómetros que la furgoneta de la Guardia Civil, se le acerca amenazando con su bigote púo que adorna una verruga en su mentón.

 

–Shhhh– chista su compañera –no asustes al chavea con tus chocheces de vieja.

 

La de la verruga baja la mano de manera reiterada pidiendo silencio a su compañera, tiene curiosidad. Hay algo en el chico que le recuerda a alguien y no cae.

 

Luis siente las miradas escrutadoras de las dos mujeres y del matrimonio tendero. El marido se solidariza con el chico y pide que le dejen tranquilo. 

 

–¿Tú de quién eres? –insiste la de la verruga.

 

–¿Algo más, joven? –El tendero lanza un cable a Luis que comienza a sentirse intimidado.

 

–No, nada más. Muchas gracias.

 

–Uy, ese acento no es de por aquí, ¡qué finolis! este viene de la capital. Debes ser hijo de Luis. La de la verruga empieza a atinar.

 

–¿Luis?, ¿el que dejó plantada a tu hija para casarse con Sofía?

 

La verruga tomó vida en una mirada asesina que logró su objetivo de silenciar a la inoportuna de la amiga por recordarle su vergüenza pasada. Su Lola tuvo que conformarse con el hijo del zapatero. Un ser de segunda división, feo y sin gracia. Muy lejos del pintón que estudió en Madrid y terminó sacando una plaza de juez.

 

–Chico, vete rápido y saluda a tu abuela de mi parte. Olvida a estas mujeres que solo saben escupir veneno. Arsa, corre.

 

Sin necesidad de acelerar el paso huye de las dos viejas que le mantienen bajo su mirada mientras continúan su charla en la puerta del establecimiento. Hacen tiempo hasta cerciorarse del destino de Luis y así confirmar sus sospechas. 

 

Al cruzar la calle, oye que le llaman desde la acera contraria. Su primo Javier, vestido de jerezano, zapatos castellanos, pantalones beige y chaquetón verde de caza acolchado fino, rematado con un peinado engominado. Javier el quinto hijo de su tío que ha fabricado seis clones como él. Se saludan con cariñosa frialdad, muy del lugar, sonreír de boca y con los ojos inalterados. Que a ver si nos vemos, que a ver si vienes a visitarnos, que cuánto tiempo ha pasado desde la última vez, que si... Javier y Luis nacieron el mismo año y les separa una generación, las ropas, la visión del mundo, sus expectativas... El futuro se pinta desde el nacimiento y ambos se reconocen como habitantes de mundos distantes.

 

–¿Cómo te ha ido, Luisito? –pregunta su abuela.

–Como siempre, ya me han preguntado que de quién soy.

 

A la abuela le hace gracia, es algo muy propio de por aquí y no siente la intrusión como la experimenta el nieto.

 

–Por cierto, me he encontrado a la madre de la antigua novia de papá.

–¿A Aurora? No le hagas mucho caso a esa vieja amargada. –La abuela entiende que la información sobre ese noviazgo solo ha podido venir del encuentro– Vaya, parece que sigue dolida con aquello. Olvídala, no merece la pena.

–Esa verruga con pelos...

–Ja, ja, ja. Eso sí que da miedo ¿eh? Ven que te voy a hacer un aperitivo.

 

Otra Feria en Jerez, otro viaje al pasado. Su origen lejano y cercano a la vez. Luis se siente madrileño en Jerez y jerezano en Madrid. Un bilingüismo cultural que le completa como persona haciéndole único en su especie.

 

—¿Y tú de quién eres? –resuena en la mente de Luis. 

 

 

 

 

 

 

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...