4.6.23

Olor a vainilla

 


La mañana invita a salir, los primeros rayos de sol de la primavera pugnan por caldear el parque escarchado, en un par de horas, los jubilados más madrugadores pasearán sus rutinas de salud y bienestar. Centenares de viandantes ya sea por placer o por recomendación médica se concentrarán en el parque cada uno con su propia ruta de lucha contra el colesterol.

 

Salvador aprovechan los rayos del mediodía para templar sus huesos, comparte banco con otros tres ancianos que imitando a los lagartos calientan sus cuerpos al sol. Protege su cabeza con un elegante sombrero Panamá mientras disfruta releyendo una de las antiguas novelas rescatadas de su librería. A pesar de su edad, superados los ochenta y cinco, puede presumir de mantener una vista suficiente como para entretener el tiempo leyendo.

 

Desde siempre tuvo una costumbre, firmar los libros en su primera hoja una vez había terminado su lectura, indicando la fecha junto a la rúbrica. Tres firmas dan fe de antiguas lecturas durante décadas diferentes, fue una de sus primeras lecturas posesivas, de esas que enganchan, allá por sus lozanos veinte años. Sesenta y cinco años después, vuelve a disfrutar con los personajes y la trama que a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo actual. Escribir sobre las pasiones humanas permite perpetuar una historia a lo largo de los años sin que pierda frescura.

 

A la hora prometida, su nieto Salva avanza con paso ligero hacia él, sonriente, de buena planta, con movimientos elegantes que le recuerdan mucho a la abuela que le dejó hace media vida ya. 

 

–Hola abuelo, ¿disfrutando del sol de primavera?

 

Abuelo y nieto coinciden en mucho más que en el nombre, comparten la afición por la lectura, por la reflexión, la juerga y el Atlético de Madrid. El nieto ha heredado su abono para ir a los partidos de liga y cada semana de partido le visita para ponerle al día sobre todo lo acontecido en el campo. 

 

El abuelo mantiene su novela, ahora cerrada, en la mano izquierda. Permite que la curiosidad de Salva tome prestado su libro. Instintivamente repite su ritual, casi calcado al seguido por su abuelo, acaricia la tapa del libro y se lleva a la nariz el lomo, aspira profundamente inhalando los aromas de papel, pegamento, polvo, hilos y tinta. Elegimos pareja por la vista, el tacto y el olor. Con los libros ocurre lo mismo, te enamora la portada, la calidez del lomo y el olor a nuevo. Sin enamoramiento no existe la lectura. 

 

–Espero que me lo dejes cuando lo termines, abuelo.

 

Abre la portada y descubre las tres pruebas de lecturas anteriores.

 

–Mucho te debe gustar porque vas por la cuarta vez.

–La trama es interesante, sus personajes están bien diseñados pero sobre todo me sirve para recordar las sensaciones de cada vez que lo leí. Cuando lo termine te lo paso.

 

La melancolía dibuja la mirada del abuelo, un recuerdo hondo le acompaña desde que eligió la novela. Conoció a Sonia leyendo, ambos coincidieron en la cafetería devorando las páginas de la misma novela. Reconocieron las portadas y se acercaron a compartir sus experiencias. No era un libro de moda ni tampoco el más recomendado, ambos lo adquirieron en un puesto de libros usados que cada día se plantaba en la Plaza de Castilla. 

 

A Salva le gustó el rostro de Sonia, qué mejor portada para llamar la atención. Y su olor, qué decir de ese olor. Lavanda con toques de vainilla. Al abrir el libro le vuelve ese olor y el recuerdo del amor, de la mirada, de las risas, del apoyo incondicional, de su hijo, de las vacaciones, de las ilusiones, de la enfermedad, del dolor, de la pérdida y del entierro. Huele a vida.

 

Salvador no dice nada, se centra en acariciar la mano de su nieto. Aprovecha sus cortas visitas disfrutando de cada minuto.

 

–Abuelo, ¿viste el partido del Atleti?

 

Salvador regresa de sus recuerdos y se centra en la visita. Salva también huele a vainilla.

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