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11.6.23

La vida

 


Quiti sale del portal a paso ligero, zapatillas deportivas y un vestido ancho para defenderse de los primeros calores del mes de junio. Apenas maquillada y con el cabello recogido con una coleta. 

 

No llega a entender a su marido, Julián. Le prejubilaron por la vía forzosa en el último ERE de su empresa hace dos años ya. Sus ingresos mermaron a menos de la mitad de lo que percibía cuando estaba en activo y unido a una hipoteca sangrante resultado de un cambio de vivienda un año antes de su despido, ha comprometido gravemente su economía. Se une la circunstancia que el acuerdo de rescisión de empleo incluye un beneficio social que en definitiva, es un lastre. La empresa le paga el importe del acuerdo especial con la Seguridad Social manteniendo la cotización en la base máxima. Tras varias búsquedas llegó a la conclusión de que no le interesaba ponerse a trabajar porque de hacerlo, perdería la base de cotización máxima y comprometería su futura pensión de jubilación.

 

Quiti continua con su intensa vida laboral, extensiva en horario, viajes y estrés. Julián mata el día con un ocio poco edificante, estudiar alemán, el cuidado de su hija y largos paseos una vez que la deja en el colegio. Se siente joven para llevar una vida de jubilado. 

 

En sus largos paseos Julián pone su mente a trabajar. Analiza una y otra vez todas las perspectivas y condicionantes de su vida. Persona cerebral, de manera natural revisa todos los condicionantes de la vida con el único fin de conocer cómo está y diseñar la mejor solución. Repasa el cambio que ha dado su vida, sus opciones laborales, sus obligaciones y como cada día, no llega a ninguna conclusión reseñable.

 

A sus cincuenta y cinco años se encuentra joven, bien cuidado y con una larga experiencia profesional. Le cuesta asumir que las empresas lo primero que valoran es la fecha de nacimiento. No suelen arriesgarse a la hora de contratar nuevos empleados con edades superiores a treinta y cinco. En contadas ocasiones, ha tenido la oportunidad de enfrentarse a procesos de selección pero no encuentra ofertas laborales que incluyan cotizaciones máximas. 

 

Obviamente, las personas cerebrales se dedican a pensar y Julián es ejemplo de ello. Y como tiene tiempo lo hace en exceso. Tras dos años de paro laboral, aún no ha encontrado un camino que le motive y le active en su vida.

 

Por la noche, comparten la cena en la mesa de la cocina. Una silenciosa Quiti a quien cada vez le cuesta más hablar de su vida en el trabajo porque nota que esas conversaciones pasan factura a Julián quien no puede disimular la melancolía que asoma en su mirada. 

 

Hubo momentos donde ambos se sentían empoderados y las cenas les ayudaban a compartir sus días e incluso se ofrecían soluciones a los baches del día a día. Quiti y Julián se complementaban y retroalimentaban. Eran un equipo imbatible. 

 

Pensar demasiado es contraproducente para Julián que en su ánimo analítico vigila cada uno de sus actos en la búsqueda de las soluciones que tanto ansía.

 

Los fines de semana siempre han sido el tiempo sagrado para ambos, donde olvidaban los rigores del día a día y se centraban en su relación y en la niña.

 

Quiti no puede más, no entiende lo que le ocurre a Julián, cada vez se muestra menos cariñoso, más osco, apartado y lejano. Echa de menos a su marido y cada viernes se encuentra a un ser sin alma, triste y desanimado. Hoy sábado han discutido, no sabe muy bien por qué razón. Ha terminado exhausta y emocionalmente tocada tras haber rebasado todos los límites siempre antes respetados. Se han gritado y con la niña delante, la discusión derivó en ataques personales y en reproches con olor a cocinados muy lentamente.

 

Julián observa desde la ventana, el paso decidido de Quiti en dirección a la parada de metro. Un creciente hormigueo le aprieta el pecho. Se reconoce arrepentido por su reacción en la discusión. Escucha el llanto apagado contra la almohada de su hija. Arrastra los pies mientras muda su cara a sonrisa, todo por la causa de calmar a la niña que no tiene culpa de nada. 

 

–Pobre Quiti– piensa Julián, impaciente por su regreso para disculpase. Echa de menos sentirse hombre y respetarse a sí mismo. Echa de menos su vida, esa que se marchó con el puto ERE que le robó el trabajo y la felicidad. 

4.6.23

Olor a vainilla

 


La mañana invita a salir, los primeros rayos de sol de la primavera pugnan por caldear el parque escarchado, en un par de horas, los jubilados más madrugadores pasearán sus rutinas de salud y bienestar. Centenares de viandantes ya sea por placer o por recomendación médica se concentrarán en el parque cada uno con su propia ruta de lucha contra el colesterol.

 

Salvador aprovechan los rayos del mediodía para templar sus huesos, comparte banco con otros tres ancianos que imitando a los lagartos calientan sus cuerpos al sol. Protege su cabeza con un elegante sombrero Panamá mientras disfruta releyendo una de las antiguas novelas rescatadas de su librería. A pesar de su edad, superados los ochenta y cinco, puede presumir de mantener una vista suficiente como para entretener el tiempo leyendo.

 

Desde siempre tuvo una costumbre, firmar los libros en su primera hoja una vez había terminado su lectura, indicando la fecha junto a la rúbrica. Tres firmas dan fe de antiguas lecturas durante décadas diferentes, fue una de sus primeras lecturas posesivas, de esas que enganchan, allá por sus lozanos veinte años. Sesenta y cinco años después, vuelve a disfrutar con los personajes y la trama que a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo actual. Escribir sobre las pasiones humanas permite perpetuar una historia a lo largo de los años sin que pierda frescura.

 

A la hora prometida, su nieto Salva avanza con paso ligero hacia él, sonriente, de buena planta, con movimientos elegantes que le recuerdan mucho a la abuela que le dejó hace media vida ya. 

 

–Hola abuelo, ¿disfrutando del sol de primavera?

 

Abuelo y nieto coinciden en mucho más que en el nombre, comparten la afición por la lectura, por la reflexión, la juerga y el Atlético de Madrid. El nieto ha heredado su abono para ir a los partidos de liga y cada semana de partido le visita para ponerle al día sobre todo lo acontecido en el campo. 

 

El abuelo mantiene su novela, ahora cerrada, en la mano izquierda. Permite que la curiosidad de Salva tome prestado su libro. Instintivamente repite su ritual, casi calcado al seguido por su abuelo, acaricia la tapa del libro y se lleva a la nariz el lomo, aspira profundamente inhalando los aromas de papel, pegamento, polvo, hilos y tinta. Elegimos pareja por la vista, el tacto y el olor. Con los libros ocurre lo mismo, te enamora la portada, la calidez del lomo y el olor a nuevo. Sin enamoramiento no existe la lectura. 

 

–Espero que me lo dejes cuando lo termines, abuelo.

 

Abre la portada y descubre las tres pruebas de lecturas anteriores.

 

–Mucho te debe gustar porque vas por la cuarta vez.

–La trama es interesante, sus personajes están bien diseñados pero sobre todo me sirve para recordar las sensaciones de cada vez que lo leí. Cuando lo termine te lo paso.

 

La melancolía dibuja la mirada del abuelo, un recuerdo hondo le acompaña desde que eligió la novela. Conoció a Sonia leyendo, ambos coincidieron en la cafetería devorando las páginas de la misma novela. Reconocieron las portadas y se acercaron a compartir sus experiencias. No era un libro de moda ni tampoco el más recomendado, ambos lo adquirieron en un puesto de libros usados que cada día se plantaba en la Plaza de Castilla. 

 

A Salva le gustó el rostro de Sonia, qué mejor portada para llamar la atención. Y su olor, qué decir de ese olor. Lavanda con toques de vainilla. Al abrir el libro le vuelve ese olor y el recuerdo del amor, de la mirada, de las risas, del apoyo incondicional, de su hijo, de las vacaciones, de las ilusiones, de la enfermedad, del dolor, de la pérdida y del entierro. Huele a vida.

 

Salvador no dice nada, se centra en acariciar la mano de su nieto. Aprovecha sus cortas visitas disfrutando de cada minuto.

 

–Abuelo, ¿viste el partido del Atleti?

 

Salvador regresa de sus recuerdos y se centra en la visita. Salva también huele a vainilla.

14.5.23

¿Y tú de quién eres?

 


Cada año por estas fechas toca bajar a Jerez de la Frontera para visitar a los abuelos, mismo país, misma familia, diferencias notables que a sus doce años no se le escapan. 

 

Misma temperatura y diferentes sensaciones. La humedad de la costa asciende por el río Guadalete creando un clima costero en un Jerez de interior caliente, muy caliente con temperaturas propias de Écija y sumando esa humedad pegajosa se convierte en una sauna. El viento, ese levante casi perenne que despeina a cualquiera que lleve el cabello largo, sopla desde bien de mañana.

 

Misma mañana, diferente luz. Las casas encaladas rebotan la luz del sol que unida a la imperceptible bruma estanca que flota en el ambiente, tamiza el brillo solar abrazando a todos los caminantes que no tienen más refugio que la sombra y el sudor. 

 

La ciudad dueña del mejor vino del mundo, antigua capital de los caldos preferidos en el mundo durante el siglo XIX, se rinde a la facilidad para regular la temperatura de la cervecita. Los visitantes que mezclan cerveza y vino saben cómo se fabrican las siestas etílicas de pijama y orinal.

 

Nuestro Luis, mandado por su abuela, se acerca a la tienda de ultramarinos a dos manzanas de su portal. La lista de la compra es corta y sencilla. Al entrar en la tienda nota el efecto de las gruesas paredes que hacen de barrera al calor. Su cuerpo nota alivio. Tras su primera noche en Andalucía, aún no ha sido capaz de aclimatarse y el frescor de la tienda instalada en una casa tradicional, con ventanas enrejadas, le lleva al recuerdo de su ciudad natal mucho más al norte.

 

Guarda su vez con paciencia, sabe por experiencia que aquí no hay prisa. Dos mujeres charlan con un ritmo alto de palabras y un hambre feroz por sus últimas sílabas. Para Luis no es un idioma desconocido, lo tiene en su casa. Es bilingüe jerezano-madrileño, en la ciudad donde nació se habla castellano con sus ritmos y entonaciones; dentro de su casa se sigue hablando un jerezano matizado por el roce con los vecinos que aun así mantiene sus trazas reconocibles. Ambas mujeres se están poniendo al día sobre la boda de la sobrina de una de ellas, una chica muy maja que ha tenido que casarse con prisas y es que nunca hizo mucho caso de los consejos de su madre. Una viuda enlutada tradicional gobernada por el qué dirán y de lo que se espera que se haga.

 

–A ver jovencito, ¿qué es lo que quieres?

 

El turno le llega a Luis que no se libra de las miradas de las dos charlatanas mientras pagan sus compras.

 

–¿Tu eres de Amparín? – Una de las dos charlatanas, la que empuja un carro para la compra de color azul con más kilómetros que la furgoneta de la Guardia Civil, se le acerca amenazando con su bigote púo que adorna una verruga en su mentón.

 

–Shhhh– chista su compañera –no asustes al chavea con tus chocheces de vieja.

 

La de la verruga baja la mano de manera reiterada pidiendo silencio a su compañera, tiene curiosidad. Hay algo en el chico que le recuerda a alguien y no cae.

 

Luis siente las miradas escrutadoras de las dos mujeres y del matrimonio tendero. El marido se solidariza con el chico y pide que le dejen tranquilo. 

 

–¿Tú de quién eres? –insiste la de la verruga.

 

–¿Algo más, joven? –El tendero lanza un cable a Luis que comienza a sentirse intimidado.

 

–No, nada más. Muchas gracias.

 

–Uy, ese acento no es de por aquí, ¡qué finolis! este viene de la capital. Debes ser hijo de Luis. La de la verruga empieza a atinar.

 

–¿Luis?, ¿el que dejó plantada a tu hija para casarse con Sofía?

 

La verruga tomó vida en una mirada asesina que logró su objetivo de silenciar a la inoportuna de la amiga por recordarle su vergüenza pasada. Su Lola tuvo que conformarse con el hijo del zapatero. Un ser de segunda división, feo y sin gracia. Muy lejos del pintón que estudió en Madrid y terminó sacando una plaza de juez.

 

–Chico, vete rápido y saluda a tu abuela de mi parte. Olvida a estas mujeres que solo saben escupir veneno. Arsa, corre.

 

Sin necesidad de acelerar el paso huye de las dos viejas que le mantienen bajo su mirada mientras continúan su charla en la puerta del establecimiento. Hacen tiempo hasta cerciorarse del destino de Luis y así confirmar sus sospechas. 

 

Al cruzar la calle, oye que le llaman desde la acera contraria. Su primo Javier, vestido de jerezano, zapatos castellanos, pantalones beige y chaquetón verde de caza acolchado fino, rematado con un peinado engominado. Javier el quinto hijo de su tío que ha fabricado seis clones como él. Se saludan con cariñosa frialdad, muy del lugar, sonreír de boca y con los ojos inalterados. Que a ver si nos vemos, que a ver si vienes a visitarnos, que cuánto tiempo ha pasado desde la última vez, que si... Javier y Luis nacieron el mismo año y les separa una generación, las ropas, la visión del mundo, sus expectativas... El futuro se pinta desde el nacimiento y ambos se reconocen como habitantes de mundos distantes.

 

–¿Cómo te ha ido, Luisito? –pregunta su abuela.

–Como siempre, ya me han preguntado que de quién soy.

 

A la abuela le hace gracia, es algo muy propio de por aquí y no siente la intrusión como la experimenta el nieto.

 

–Por cierto, me he encontrado a la madre de la antigua novia de papá.

–¿A Aurora? No le hagas mucho caso a esa vieja amargada. –La abuela entiende que la información sobre ese noviazgo solo ha podido venir del encuentro– Vaya, parece que sigue dolida con aquello. Olvídala, no merece la pena.

–Esa verruga con pelos...

–Ja, ja, ja. Eso sí que da miedo ¿eh? Ven que te voy a hacer un aperitivo.

 

Otra Feria en Jerez, otro viaje al pasado. Su origen lejano y cercano a la vez. Luis se siente madrileño en Jerez y jerezano en Madrid. Un bilingüismo cultural que le completa como persona haciéndole único en su especie.

 

—¿Y tú de quién eres? –resuena en la mente de Luis. 

 

 

 

 

 

 

7.5.23

Oscuridad

 


Vivir la experiencia de las noches de julio en Madrid asemeja a un spa de vapor. Tras soportar el abrasador del sol durante el largo día, al caer la noche la tierra libera la poca humedad que le queda ampliando de esta manera la sensación de bochorno, el aire pesa y abrasa la tráquea con cada respiración. 

 

Nino se entretiene mirando entre la rendija de dos tablones por los que se cuela la suave luz de unas velas encendidas sobre un plato de Duralex ámbar. La pequeña estancia apenas necesita más luz. Sobre el suelo vinílico apenas ajustado al espacio, descansa una docena de latas vacías y arrugadas de cerveza de marca blanca. Sentado en una silla con la anea suelta, Andrés, camiseta de tirantes que en otra vida fue blanca y calzoncillos de pata muy gastados, hombros peludos, barba poblada y piernas delgadas apura el contenido. Suena un eructo sonoro y profundo, nacido desde la tripas y amplificado por la boca abierta descubriendo la dentadura irregular a la que le faltan cuatro piezas. El melle que es como se le conoce a Andrés en el poblado de chabolas. Una nueva lata de bebida es aplastada por la enorme mano y arrojada al suelo junto con las demás.

 

Nino seca el sudor de su frente, en el movimiento un breve reflejo de la luz de la luna brilla cerca de su cara. Aprieta con rabia el mango del cuchillo que su madre utiliza para desollar las liebres que consigue atrapar su padre instalando lazos entre los arbustos del campo cercano. Hoja corta con el filo bien repasado a diario por la piedra, ocho centímetros de acero de Albacete. Un pequeño ruido cercano alerta a Nino, cree reconocer entre dos chabolas a uno de sus vecinos que alivia su vejiga en el callejón antes de regresar a su vivienda.

 

El sonoro eructo centra a Nino en su trabajo nocturno. El melle se levanta tambaleándose y a las malas se dirige hacia fuera para mear, la mucha cerveza ingerida le presiona. Logra apoyar el hombro derecho en la estaca que afianza la estructura de su casa de madera y hojalata. A medio metro escaso, el pequeño cuerpo agachado de un chaval de nueve años, grandes ojos negros espabilados, pantalones cortos, camiseta de publicidad y sandalias cangrejeras. Moda funcional adquirida en Cáritas de la parroquia cercana. 

 

Nino está mentalizado y sabe que solo tiene consigo la oportunidad de la sorpresa ante el grandullón. El melle te puede arrancar la cabeza de un puñetazo, sus enormes manos cuando se cierran son del tamaño de un cazo para calentar leche.

 

Andrés se libera bajando la goma de sus calzoncillos hasta su escroto, deja libre su colgajo mientras necesita ambas manos para abrir una nueva lata. Pellizca la anilla que al hundirse libera el gas que provoca ese sonido tan agradable que anticipa el burbujeante y amargo placer de su bebida. Siente un ligero escalofrío que le hace pensar que le ha picado un bicho, baja hacia su pene maldiciendo de su suerte y nota algo extraño. Un chorro espeso de sangre empapa sus calzoncillos y nota que su aparato está casi seccionado por un corte limpio desde abajo, medio centímetro de carne le mantiene unido mientras se desangra rápidamente.

 

Cae la lata derramando parte de su preciado líquido en el trayecto, salpica a Nino que quieto como una piedra espera su oportunidad para huir. La sangre caliente aliñada con un chorro de orina pringa su mano mientras se coagula rápidamente. Le desagrada el olor a morcilla ácida y el pringue de la mezcla en su mano. El gigante en camiseta vocifera alaridos inconexos mientras se gira hacia la calle, que no deja de ser un pasillo ancho que separa y ordena las humildes y destartaladas viviendas. Un poste de madera de los que soportan el viejo tendido telefónico sirve de soporte para una pequeña bombilla que parpadea ofreciendo el único punto de luz eléctrica del barrio.

 

Es la oportunidad de Nino, se escabulle entre las sombras en dirección al riachuelo, quiere limpiarse antes de que el asco le domine. Los alaridos del borracho no provocan reacción humana entre los vecinos hartos del borracho ruidoso, solo algunas voces le recriminan para que se calle y les deje dormir, cosa que con este calor es casi imposible.

 

Los ojos marrones de Maca vigilan la escena desde la distancia, brillantes por las lágrimas la hermana mayor de Nino une su adoración por él a un profundo agradecimiento por vengar la violación que sufrió ella la noche anterior aprovechando la ausencia de sus padres que habían conseguido trabajo como asistentes en una casa elegante donde se celebraba una fiesta de verano. 

 

La hemorragia debilita a Andrés quien se desploma junto al poste de la bombilla, ya no grita para alivio de sus vecinos, balbucea frases inconexas. Insulta a ciegas pues no logra comprender lo que ha pasado. El alcohol ralentiza sus reflejos y la pérdida de sangre le apaga mientras su cuerpo descansa sobre un charco de sangre. Entrevé acercándose a una mujer que viene a ayudarle. Extiende la mano implorando y en la dirección que señala su índice reconoce a Maca sonriendo. Es la última imagen que capta su cerebro.

16.4.23

Mientras cocina Adán


 

Una de las cosas que más relajan a Adán es cocinar. De manera inconsciente repite una serie de gestos que le permiten alcanzar un nivel de concentración tal que hace difícil hablar con él simplemente porque no es capaz de escuchar.

 

Enciende la destartalada radio que siempre se opone a cambiar por una más moderna, le gustan los transistores antiguos con dos grandes botones, uno para encontrar el dial moviendo la aguja roja y el otro para encender y controlar el volumen. Elige su emisora favorita de solo música y la magia se inicia. A la segunda canción que suena, la mirada de Adán se enfoca, sus oídos se retraen y las manos entran en acción.

 

Es un día importante, estrena un juego de cuchillos. Abre el maletín para transportar sus herramientas y elige los que va a necesitar para su cocinado. Un cebollero, una puntilla y un pelador. 

 

Prepara las cebollas, el puerro, las zanahorias y un nabo. Las lava y seca previo a iniciar los cortes. Una voz lejana que no es capaz de identificar suena a lo lejos. Gira la mirada hacia la radio que sigue acompañando con su melodía la mañana en la fría cocina. Comienza a pelar la primera cebolla. –Eres un desgraciado– oye en un tono que casi le asusta. De nuevo esa voz, se gira y no ve a nadie. –Habrá sido la subnormal de la vecina de arriba que como siempre grita y hace ruidos– piensa mientras cabecea con la pretensión de eludir los pensamientos y regresar a la abstracción que alcanza mientras cocina.

 

Pela toda la verdura y la deposita en un plato grande junto a la tabla de cortar. Selecciona el puerro, es hora de estrenar el cuchillo grande. Primer tajo para descartar las hojas más verdes y duras que deposita en una cacerola mediana. Los recortes los aprovechará para hacer un caldo. Sitúa el puerro sobre la tabla mientras apoya la punta del cuchillo en uno de los extremos de la verdura, inicia la presión hacia abajo que desliza el filo cortando con precisión por el centro del tallo longitudinalmente hasta conseguir dos mitades exactas. Gira la verdura y vuelve a situar su herramienta dispuesta para cortar en láminas. 

 

–Pero es que no te enteras, te he dicho que eres un cabrón– Esta vez suena alto y claro. Adán no puede evitar asustarse y en el respingo, roza brevemente su pulgar que agarra el mango el inicio del filo, brota la sangre. Los cuchillos nuevo, afilados con láser, cortan solo con mirar.

 

Se chupa el dedo mientras busca la caja de tiritas, tras la cura se protege con un guante desechable que evita que la sangre llegue a la comida. Se lamenta por no estar concentrado y permitir que sus pensamientos bailen sin control.

 

–Adán es un mentiroso, Adán es un mentiroso...– con musiquita y entonación infantil la vocecilla de la discordia sigue importunando su momento lúdico de la mañana.

 

–¿Se puede saber quién eres?


–¿Ya te has olvidado de mí? Parece mentira, si me diste la vida.

 

–¿María? – Adán comienza a hilar recuerdos.

 

–Correcto. Vengo a exigir mis derechos.

 

–Tú no tienes derechos, tampoco existes, te recuerdo que moriste.

 

–Por tu culpa y sin avisar. Quiero que me resucites.

 

–Eso no puede ser.

 

–Hay precedentes. Tu amiga y admirada Eva lo hizo con su Kraken y no les ha ido mal a ambos.

 

–No es lo mismo, yo no soy Eva, tú no eres Kraken y además no me da la gana. Estás muy bien muerta y ahora que lo pienso, los muertos no hablan.

 

–Pues yo sí.

 

–Siempre fuiste impertinente, incisiva, hiriente, mandona, caprichosa, mafiosa y peligrosa. Por algo te llamaban La mantis.

 

–Pues di mucho juego en tu novela. Es hora de escribir una secuela aprovechando mi personaje, seguro que será un superventas y por fin tienes éxito con alguna novela. ¿eh, Mister patato

 

–¿Mister potato?

 

–Se me acaba de ocurrir al verte cocinar.

 

–Un mote bastante malo, por cierto. Una razón más por la que no mereces resucitar, has perdido frescura. Me gustabas más con tu acento de la costa de Cádiz, tus gafas oscuras de marca, tu ropa cara y tu manejo de su perro.

 

–Me necesitas para triunfar.

 

–Lo que necesito es que te calles y te duermas en el fondo de mi cerebro. No me molestes cuando estoy con los cuchillos.

 

–Me tienes que prometer mi resurrección para que me pueda plantear dejarte en paz.

 

–Sabes que en el próximo libro no va a poder ser porque ya está lanzado. Te prometo que para el siguiente lo hablaremos.

 

María mueve la mirada hacia la derecha, no se fía de Adán aunque tampoco puede hacer nada más que seguir molestando lo que sería improcedente para su demanda. Se gira hacia las neuronas que la mantienen en letargo como recuerdo, se acuesta entre ellas y vuelve a dormir. La esperanza de regresar la mantiene viva en su letargo.

 

–Descansa en paz, María –piensa en voz alta Adán mientras incrementa el ritmo de los cortes. Se ha retrasado demasiado. Las distracciones son peligrosas en la cocina. La radio está en silencio, se le han gastado las pilas. Ahora comprende la intromisión de su personaje abandonado, sin música no hay paz.

 

La radio vuelve a sonar mientras María recupera su estado de recuerdo. Cada personaje vive entre las líneas de un libro a Adán se permite conversaciones con los personajes.

 

Sopa de pollo con verduras, le gustan los caldos caseros. Una buena taza para empujar los antipsicóticos y olvidar las imaginaciones. Adán no deja de ser un esquizofrénico al que le gustan los cuchillos...

9.4.23

Testigo


Hay que reconocer la enorme profesionalidad del equipo médico. Anestesista, cirujano y los dos asistentes presentes en el quirófano se mueven coordinados como si fueran un solo cuerpo.

Tengo la suerte de ser testigo de primera línea de la acción, sin derecho a intervenir en la mesa de operaciones, los animo con palabras y algún grito de aliento. Estoy atento a cómo se dirigen entre ellos con una total ausencia de jerarquía, se tutean manteniendo un respeto implícito debajo de la equidad como humanos del mismo equipo. Diego, Esther, Carla y Miguel.

 

Diego, el cirujano, es quien toma el mando de las operaciones e intenta recuperar el pulso perdido de su paciente. Insiste en un masaje cardíaco mientras Carla y Miguel preparan el desfibrilador. Son segundos de angustia acompañados por la ausencia de sonido del marcador de pulso y tensión.

 

Esther prepara una dosis de medicación para ayudar en la recuperación. Entre los cuatro orquestan una coreografía vital, se unen y se separan al ritmo que marcan las descargas eléctricas de reanimación.

 

– Bien, Diego, sigue así que lo vas a conseguir– grito con todas mis fuerzas sin que el cirujano de señales deescucharme y continúa el ritmo del masaje torácico.

– Esther, otra dosis, que ya casi lo tenéis– mas la médico anestesista no cambia la concentración en lo que está haciendo.

 

Han pasado varios minutos y los enfermeros informan a los médicos del tiempo que llevan en el intento por reanimar. Diego decide parar las embestidas repetitivas del peso de su cuerpo empujando con fuerza el tórax del paciente.

 

–Hora del fallecimiento, las doce y diez.

 

Apoyo mi mano en el hombro de Diego, agradeciendo todos sus esfuerzos. Noto su sudor y el ritmo acelerado de su respiración. Mucho esfuerzo sin recompensa.

 

Esther hipa con los ojos vidriosos, no termina de acostumbrarse a la pérdida de pacientes en el quirófano. Mentalmente repasa todo lo que ha ocurrido durante la operación, necesita sentirse tranquila con ella misma tras comprobar que no ha tenido despiste alguno. Respira con alivio tras no recordar ningún error, despiste o tardanza en su labor. No podría soportar el peso de una muerte sobre su conciencia. Carla se acerca a ella, abrazando su brazo derecho mientras ofrece su cercanía corporal. Se adivina una sonrisa de agradecimiento bajo su mascarilla.

 

Me animo a abrazar a ambas mujeres en un gesto de empatía y humanidad. Mis brazos no llegan a abarcar a las dos figuras, no consigo sentir el calor de sus cuerpos y del mío tampoco. Floto carente de temperatura.

 

Reconozco mi cuerpo sobre la mesa, descansa tranquilo tras una década luchando contra la enfermedad maldita. Las arrugas faciales han dibujado una vida de lucha y determinación. La ausencia de vida resta brillo y firmeza a la piel.

 

La primera vez en años que no siento ningún dolor. En el instante anterior a la separación sentí la última punzada, veo mi cuerpo sobre la mesa rodeado de cuatro desconocidos que luchan por una vida que no les pertenece ignorantes de mi falta de ánimo por regresar a la lucha. Me he ganado el derecho a disfrutar de un descanso indoloro. 

 

El equipo del quirófano comienza a retirar las máquinas. Ha muerto un ser humano y tratan con enorme respeto el cuerpo preparándolo para su último viaje. 

 

Diego se encamina recorriendo el pasillo para trasladar la noticia a mi familia mientras yo me fundo en el universo.

3.4.23

La santa semana



 

 

El espejo no miente. No solo el del dormitorio, todos los espejos no mienten. Gertrudis los evita todo lo que puede y solo los utiliza para lo mínimo imprescindible. El espejo del baño le devuelve su imagen, cabeza pequeña, cara de pito, mirada dura y altiva tras unos párpados caídos con bolsas ya perennes, cabello lacio recogido en un pequeño moño sujeto con horquillas negras, dos pelos rebeldes y duros que prolongan la silueta de la barbilla, cuerpo tipo pera con amplias caderas donde la celulitis expandió sus límites desde los años de su pubertad, pecho pequeño sujeto por los michelines de la cintura... Nada que agradecer a la genética ni a sus escasos cuidados. 

 

Odia las grabaciones familiares donde su voz aguda gobierna el sonido ambiente. Utiliza una entonación de maestra de la vida impartiendo clases no pedidas donde ella solo puede presumir de su escasa experiencia adquirida aunque sí que es experta en el arte del destripe de las vidas ajenas a las que dedica mucho tiempo de observación y censura. Adorna su comentarios con dichos y refranes populares herencia de un pueblo pequeño lleno de supersticiones y falto de educación que dejó hace décadas tras casarse con Ismael, el hijo del cabrero, con quien emigró para buscar mejor suerte en la capital.

 

Tras muchos esfuerzos, años de trabajos poco remunerados y gracias a la venta de los terrenos del pueblo heredados de tía Adela, consiguieron comprar un piso en la mejor zona del barrio que les acogió en su aventura en la capital. Como tantos a los que les costó la migración, se asentaron en el primer barrio que asomaba por la carretera de acceso desde su lugar de origen. Así coincidieron con vecinos procedentes de la misma región y entre todos perduraron sus costumbres, ritos y santidades festivas. 

 

La ciudad no traspasó los poros de Gertrudis, mantiene sus modales sin pulir, arrastra muebles, pasea con su zapatillas de tacón duro pasillo arriba y abajo, se pelea con las persianas cada mañana a la misma hora, grita con su voz de pito para comunicarse con el hijo del cabrero quien lleva años evitando las discusiones aislándose del mundo en un mutismo reiterado. Abren y cierran los cajones con brío, compartiendo con los vecinos su vida de mierda y celebran con indisimulada alegría la visita de sus nietos. 

 

La vida es una sucesión de milagros, increíble fue que tuvieran descendencia considerando la falta de atractivo de ambos. Del todo incomprensible es que su fruto consiguiera emparejarse tras heredar todos los genes carentes de belleza de sus progenitores. El pobre eligió a una réplica de su madre y de esta manera, los feos se protegen entre ellos perpetuando su especie.

 

El espejo devuelve su verdad, Gertrudis se reconoce tras la imagen de una anciana mal cuidada. Aparenta diez años más de los reales. –La mala vida que. ha dado Ismael, qué bien decía mi madre cuando me repetía que yo merecía algo mejor, incluso al hijo del farmacéutico– piensa mientras peina su flequillo para recogerlo en el eterno moño.

Para celebrar lo bien que se siente con su vida anodina y rutinaria, decide hacer una ronda de ruidos para molestar a los vecinos y recordarles que sigue en este mundo. Los vecinos saben que un día sin molestos ruidos significa que se ha ido o está enferma. Nadie puede dormir en el barrio mientras Gertrudis esté despierta, nació para ser el marcador del sueño ajeno.

 

–Que se vaya de viaje, por Dios, como todos los años– rezan sus vecinos. Estando jubilada no se le ocurre viajar en épocas valle, sigue con sus rutinas y sale por semana santa. Unos pocos días sin ruidos, sin persianas abiertas a tirones, sin cajones golpeados, sin molestas pisadas, ni muebles arrastrados ni conversaciones a gritos. La santa semana que celebran los vecinos mientras imploran que la admitan en una residencia para mayores. 

23.1.23

Rebajas

 


–Me gustaría ir al Centro para descambiar una cosa y conseguir una chaqueta nueva y sabes que me fío mucho de tu criterio– la caída de ojos tierna e interesada de Sofía hace irresistible su argumento y el jugueteo de los dedos con el primer botón de su escote, con ese movimiento insinuante de ahora abro y enseño, ahora cierro y te quedas con las ganas... Sabe que su propuesta no casa con el plan ideal de su marido Juan, ni por asomo en el universo más complejo y lejano a su realidad habría imaginado que le iban a proponer como plan estrella del sábado por la tarde ir de rebajas.

 

Sofía sabe cómo convencer y sonreír a cada paso para ganarse la voluntad de Juan, él espera que su esfuerzo tendrá recompensa como solo Sofía sabe hacer y por experiencia sabe que eso será más tarde, terminará insinuándose por sorpresa a una hora desacostumbrada para adornar más la picardía.

 

Tras dos semanas de periodo de rebajas, Juan alimenta su esperanza de que la afluencia de compradoras sea escasa, sabedor del tiempo que se toma Sofía para enfundarse en las prendas que va eligiendo y de las dificultades para acceder a los probadores por la enorme demanda de compradores a la espera de su turno.

 

Primera hora de la tarde y le cuesta encontrar una plaza libre en el aparcamiento subterráneo de la calle Velázquez, estratégicamente situado en el centro de la Milla de Oro, territorio conocido del Barrio cercano al Parque de El Retiro donde coexiste la mayor concentración de tiendas de marca de toda España.

 

Visto desde arriba, las aceras son insuficientes para organizar el tráfico humano con cambios de ritmo a cada escaparate. Concentración de rubias de bote perfumadas en exceso, vestidas con ropas cómodas de marca. Solas o por parejas buscan, tocan, comparan y revisan todo tipo de prendas que van desechando sucesivamente salvo que encuentren algo parecido a lo que idearon en su plan de compra perfecta.

 

Sofía escoltada por Juan accede por una ancha puerta de carruajes que permite descubrir una de las manzanas de comunidad propias del Barrio de Salamanca. Los edificios se construyen siguiendo las lindes de unas calles separadas más de lo habitual entre las paralelas lo que permite edificar alrededor de un patio de comunidades ancho y alargado. Algunos se convierten en jardines secretos que disfrutan sus pocos vecinos, otros se reconvirtieron en galerías comerciales aprovechando los bajos de los edificios colindantes.

 

El flujo humano desciende dentro de estos grandes patios, los locales comerciales ofrecen mercancía más exquisita lejos de la mordaza propia de las grandes marcas de consumo, viajes exóticos a medida, una financiera especializada en hipotecas inversas y productos de ahorro para la jubilación, un anticuario con muebles señoriales propios del barrio y en la esquina del fondo, un local con cristales tintados de negro sin rotular.

Sofía pulsa el timbre y de inmediato el característico zumbido permite la entrada al local. Un mujer con los treinta avanzados, muy bien vestida con un vestido al vuelo que luce sobre unas piernas interminables gracias a sus tacones altos en demasía, pelo con mechas sutiles, sonrisa blanqueada y voz amable sale a recibirles.

 

–¿Sofía Llanos? Me alegro de conocerla, pasen por favor, Mariana les está esperando.

 

Juan no sabía que tuvieran cita ni para qué aunque se encuentra encantado admirando a la treintañera.

 

–Señor, puede esperar en esta salita ¿le apetece un café mientras espera?

 

Sofía entra en una sala situada enfrente donde una mujer de su misma edad la recibe de pie frente a la puerta.

 

–Buenas tardes, Sofía, veo que te has decidido. ¿Necesitas que te recuerde las condiciones del renting temporal?

–Gracias, lo tengo claro, no es necesario.

–De acuerdo, entonces solo nos tienes que concretar el plazo de duración del contrato para determinar la conservación y si nos cedes para co-reting tu fianza, lo que reducirá bastante la factura mensual.

–Eso sí que necesito recordar. Estoy pensando en tres meses, solo para el invierno. ¿Qué precio se queda final?

–Mira, aquí tienes la oferta con todos los detalles.

 

Rotating arranged marriage. Rental contact. (1)

 

La cliente elige la duración de su contrato, con un mínimo de un mes y hasta un máximo de doce meses. Ofrecemos dos modalidades con o sin pacto de recuperación de la fianza. 

 

El precio final se puede reducir en hasta un cuarenta por ciento si la cliente cede a terceros, seleccionados por Happy Wife (2) (en lo sucesivo, La compañía), el uso de la mercancía entregada como fianza.

 

Durante la duración de este contrato, la cliente dispone del uso y disfrute de un varón de compañía seleccionado por ella entre los candidatos propuestos por La compañía, responsabilizándose de su cuidado, alimentación y acogimiento en los mismos términos que disfruta la mercancía entregada como fianza.

 

Los varones, tanto el recibido como parte del contrato como el entregado como fianza, reciben el mismo tratamiento de limpieza de memoria de forma que sus recuerdos del periodo contratado serán una repetición de otros similares almacenados en su cerebro.

 

La compañía se reserva el derecho a rescindir el contrato en caso de fallecimiento o enfermedad grave de alguno de los varones. 

 

En el caso de que la cliente decida, tras el periodo contratado, no recuperar su mercancía de fianza, compensará a La compañía con el equivalente de doce meses de alquiler en concepto de comisión por las gestiones para vender su mercancía usada.

 

–Tres meses, vamos a empezar con poco. Y quiero recuperar a Juan al final del contrato, sin cederle en este tiempo.

–¿Está segura? Si lo haces por él, te aseguro que no recordará nada de lo que le ocurra en este tiempo con otra mujer. Si lo dejamos aparcado, te va a salir muy caro el servicio.

–No es por lo que él pueda recordar, sino por mí. Me avergüenza que otra mujer conozca lo malo que es en la cama...

 

 

Nota 1: Matrimonio de rotación concertado. Contrato de alquiler.

Nota 2: Esposa feliz

 

 

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...