Cada año por estas fechas toca bajar a Jerez de la Frontera para visitar a los abuelos, mismo país, misma familia, diferencias notables que a sus doce años no se le escapan.
Misma temperatura y diferentes sensaciones. La humedad de la costa asciende por el río Guadalete creando un clima costero en un Jerez de interior caliente, muy caliente con temperaturas propias de Écija y sumando esa humedad pegajosa se convierte en una sauna. El viento, ese levante casi perenne que despeina a cualquiera que lleve el cabello largo, sopla desde bien de mañana.
Misma mañana, diferente luz. Las casas encaladas rebotan la luz del sol que unida a la imperceptible bruma estanca que flota en el ambiente, tamiza el brillo solar abrazando a todos los caminantes que no tienen más refugio que la sombra y el sudor.
La ciudad dueña del mejor vino del mundo, antigua capital de los caldos preferidos en el mundo durante el siglo XIX, se rinde a la facilidad para regular la temperatura de la cervecita. Los visitantes que mezclan cerveza y vino saben cómo se fabrican las siestas etílicas de pijama y orinal.
Nuestro Luis, mandado por su abuela, se acerca a la tienda de ultramarinos a dos manzanas de su portal. La lista de la compra es corta y sencilla. Al entrar en la tienda nota el efecto de las gruesas paredes que hacen de barrera al calor. Su cuerpo nota alivio. Tras su primera noche en Andalucía, aún no ha sido capaz de aclimatarse y el frescor de la tienda instalada en una casa tradicional, con ventanas enrejadas, le lleva al recuerdo de su ciudad natal mucho más al norte.
Guarda su vez con paciencia, sabe por experiencia que aquí no hay prisa. Dos mujeres charlan con un ritmo alto de palabras y un hambre feroz por sus últimas sílabas. Para Luis no es un idioma desconocido, lo tiene en su casa. Es bilingüe jerezano-madrileño, en la ciudad donde nació se habla castellano con sus ritmos y entonaciones; dentro de su casa se sigue hablando un jerezano matizado por el roce con los vecinos que aun así mantiene sus trazas reconocibles. Ambas mujeres se están poniendo al día sobre la boda de la sobrina de una de ellas, una chica muy maja que ha tenido que casarse con prisas y es que nunca hizo mucho caso de los consejos de su madre. Una viuda enlutada tradicional gobernada por el qué dirán y de lo que se espera que se haga.
–A ver jovencito, ¿qué es lo que quieres?
El turno le llega a Luis que no se libra de las miradas de las dos charlatanas mientras pagan sus compras.
–¿Tu eres de Amparín? – Una de las dos charlatanas, la que empuja un carro para la compra de color azul con más kilómetros que la furgoneta de la Guardia Civil, se le acerca amenazando con su bigote púo que adorna una verruga en su mentón.
–Shhhh– chista su compañera –no asustes al chavea con tus chocheces de vieja.
La de la verruga baja la mano de manera reiterada pidiendo silencio a su compañera, tiene curiosidad. Hay algo en el chico que le recuerda a alguien y no cae.
Luis siente las miradas escrutadoras de las dos mujeres y del matrimonio tendero. El marido se solidariza con el chico y pide que le dejen tranquilo.
–¿Tú de quién eres? –insiste la de la verruga.
–¿Algo más, joven? –El tendero lanza un cable a Luis que comienza a sentirse intimidado.
–No, nada más. Muchas gracias.
–Uy, ese acento no es de por aquí, ¡qué finolis! este viene de la capital. Debes ser hijo de Luis. La de la verruga empieza a atinar.
–¿Luis?, ¿el que dejó plantada a tu hija para casarse con Sofía?
La verruga tomó vida en una mirada asesina que logró su objetivo de silenciar a la inoportuna de la amiga por recordarle su vergüenza pasada. Su Lola tuvo que conformarse con el hijo del zapatero. Un ser de segunda división, feo y sin gracia. Muy lejos del pintón que estudió en Madrid y terminó sacando una plaza de juez.
–Chico, vete rápido y saluda a tu abuela de mi parte. Olvida a estas mujeres que solo saben escupir veneno. Arsa, corre.
Sin necesidad de acelerar el paso huye de las dos viejas que le mantienen bajo su mirada mientras continúan su charla en la puerta del establecimiento. Hacen tiempo hasta cerciorarse del destino de Luis y así confirmar sus sospechas.
Al cruzar la calle, oye que le llaman desde la acera contraria. Su primo Javier, vestido de jerezano, zapatos castellanos, pantalones beige y chaquetón verde de caza acolchado fino, rematado con un peinado engominado. Javier el quinto hijo de su tío que ha fabricado seis clones como él. Se saludan con cariñosa frialdad, muy del lugar, sonreír de boca y con los ojos inalterados. Que a ver si nos vemos, que a ver si vienes a visitarnos, que cuánto tiempo ha pasado desde la última vez, que si... Javier y Luis nacieron el mismo año y les separa una generación, las ropas, la visión del mundo, sus expectativas... El futuro se pinta desde el nacimiento y ambos se reconocen como habitantes de mundos distantes.
–¿Cómo te ha ido, Luisito? –pregunta su abuela.
–Como siempre, ya me han preguntado que de quién soy.
A la abuela le hace gracia, es algo muy propio de por aquí y no siente la intrusión como la experimenta el nieto.
–Por cierto, me he encontrado a la madre de la antigua novia de papá.
–¿A Aurora? No le hagas mucho caso a esa vieja amargada. –La abuela entiende que la información sobre ese noviazgo solo ha podido venir del encuentro– Vaya, parece que sigue dolida con aquello. Olvídala, no merece la pena.
–Esa verruga con pelos...
–Ja, ja, ja. Eso sí que da miedo ¿eh? Ven que te voy a hacer un aperitivo.
Otra Feria en Jerez, otro viaje al pasado. Su origen lejano y cercano a la vez. Luis se siente madrileño en Jerez y jerezano en Madrid. Un bilingüismo cultural que le completa como persona haciéndole único en su especie.
—¿Y tú de quién eres? –resuena en la mente de Luis.