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19.3.23

Feliz día, papá

 


Ayer mi hijo Carlos cayó en la cuenta mientras esperábamos ya sentados en nuestras localidades en el Metropolitano el inicio del partido de fútbol del Atlético de Madrid contra el Valencia.

 

–Mañana es el día del padre.

 

De inmediato, mis ojos se nublaron por las lágrimas que brotaron por la emoción de tu recuerdo, la imagen de papá llenó mi mente y mis ojos reaccionaron al instante. Fue curiosa mi reacción, acostumbrado y educado dentro de una familia donde las emociones se esconden como parte de un hieratismo conductual que salvaguarda el saber estar por encima de los sentimientos.

 

No lo pude evitar, en la misma semana tu cumpleaños y el día del padre. Demasiado para un recuerdo aún vivo y caliente después de dos años y pico. Te fuiste rápido, sin molestar como te gustaba vivir. Desde ese día me descubro hablando contigo incluso más que antes. Mi concepto de la inmortalidad se acerca bastante a lo tangible, te veo cada mañana en el espejo cuando me afeito, en los gestos de mi hijo Carlos, en mis manos, en el moreno que tiñe mi piel cada vez que salgo al campo o a la playa. Estás aquí en trozos de vida.

 

Hoy, día del padre, me he sentido acompañado por ti. Desde primera hora conduciendo mi coche hasta la Sierra para una maravillosa jornada de montañismo. Al agarrar el volante reconocí tu quiste característico en el reverso de mi mano derecha, justo donde se te marcaba cuando girabas el volante de aquel mítico SEAT 850 de color celeste. El moreno que el sol ha teñido mi piel, es tu piel. En ocasiones me descubro silbando entre dientes cuando estoy solo y sé que es tu música. Todavía no he conseguido cantar con la U, puede que eso se quedara como exclusivo de ti. La inmortalidad me rodea y huele a ti.

 

Sigue cuidando el camino y el jardín para recibir a mamá. Sabes que tardará mucho, está aprendiendo a vivir con el enorme vacío que dejaste. Intentamos estar cerca de ella pero es imposible sustituirte. Feliz día, papá.

10.6.22

Bendito y maldito juego.




La pequeña brisa mece los vellos al descubierto bajo los pantalones cortos de color azul marino a juego con el polo de manga corta marca Adidas, regalo de cumpleaños de su hija Natalia. Una buena ración de protector solar aliña la piel y acartona su cutis. Los primeros pasos resuenan sobre la gravilla camino del punto de salida.

Camaradería y jolgorio entre amigos unidos por el deporte al aire libre, confidencias y luchas para matar el estrés de sus ocupaciones diarias. Por delante cuatro horas y media para repasar sus matrimonios, los hijos, los baches profesionales, las últimas visitas a los médicos y comentarios valorativos sobre el físico de alguna conocida que ha incrementado su talla y con ello cambia de adeptos. Unos prefieren poca chicha y otros, en cambio, babean por un contorno panderetón.


El campo, un tanto dejado de cuidados, muestra su imagen con la hierba amarilleando por el exceso de sol, alguna epidemia o la escasez de riego. Los laterales de la calle de juego están perfectamente delimitados por una tupida red de hierba frondosa y alta. Ese manto de hierba alta motiva a los jugadores a afinar su puntería obligándoles a buscar la calle en cada golpe.


Miguel lleva ido tres hoyos, no consigue encontrar el ritmo adecuado para golpear de un modo eficaz la bola. Intenta gobernar su frustración minimizando, en su mente, los errores cometidos durante los primeros hoyos. Dos meses sin tocar los palos le han roto la regularidad y tras varios fallos, inhabituales en él, las dudas comienzan a dictar su desánimo. Es un juego cruel, donde luchas contra ti mismo, contra tu propia estadística, el campo, el clima y los elementos.


Intenta analizar sus errores, demasiado efecto o poco recorrido o golpeo por encima o muy a la izquierda, etc. Lo que incrementa su inseguridad es fallar con los hierros en calle, precisamente sus palos preferidos y donde, hasta ahora, había basado su juego. 


Tras una hora y cuarto sufriendo se reconoció en el hoyo cinco, por fin, un golpe correcto al que siguió otro extraordinario. Por alguna razón, dejó de pensar y el cuerpo recuperó las posturas y giros de manera instintiva. Nada mejor para el juego que dejar de pensar y olvidarse de vigilar cada movimiento. Regresan las sensaciones positivas, el fallo con el putt final no ensombrece su recorrido de resurrección. Comienza a recordar sus sensaciones guardadas tras repetir hasta el infinito los nuevos golpes enseñados por Dani, su paciente profesor de golf.


Aprender a jugar golf es igual que estudiar idiomas, necesitas una vida eterna para dominar un nivel aseado que te permita moverte por el mundo. Décadas de academias y fórmulas para chapurrear inglés sin un avance claro. Hasta que llegas a ese momento en el que te hartas de re-aprender cada año y te dejas llevar. ¿Acaso no entendían a Jerónimo, el famoso piel roja, los soldados azules de la caballería cuando les hablaba en infinitivo? Comunicar para ser comprendido por encima de la perfección académica del uso de la lengua libera de presión al parlante. Con el golf ocurre algo semejante, años probando para terminar repitiendo los mismos errores interiorizados a fuerza de errar con la danza. Mucho que controlar, el movimiento, la cintura, la cabeza, el hombro derecho, la posición de las manos y encima mandar la bola donde quieres no donde a ella le apetezca ir. El día que aprendes a estar cómodo con el juego olvidando la perfección ocurre la simbiosis perfecta, campo, cerebro y cuerpo bailan la danza ancestral del disfrute y paz consigo mismo. Cuatro horas y media de camaradería, ejercicio, brisa, sol y felicidad.  Miguel no pide más, cuando termine los dieciocho hoyos y celebre con un vaso bien frío de cerveza el recorrido por la hierba verá el mundo desde otra perspectiva, con ánimo reforzado y una amistad consolidada.


Bendito y en ocasiones, maldito golf.

16.1.22

Durante una mirada

 


¿Podemos empezar una nueva vida una vez cumplidos los cuarenta años? Definitivamente, sí. De hecho estamos rodeados de ejemplos de vidas reiniciadas que admiramos en silencio por lo que de envidioso tienen esos ejemplos. 

 

"Durante una mirada", la exitosa canción de La Oreja de Van Gogh nos inmersa justo en lo contrario, una historia de amor anestesiado por miedo, cobardía o por mantener una vida socialmente aprobada.

 

"Cuando crecí me marché del barrio

Y apenas bajo ya por Madrid,

A cambio vivo sin sobresaltos

Con un hombre bueno que conocí

En todas las fotos me verás sonreír..."

 

Tienes que ser muy valiente para enfrentarte a una sociedad tradicional que presume de abierta mientras censura, sea por miedo o por cobardía, a los aventureros que osan enfrentarse al convencionalismo. Tienes que quererte mucho para desear una vida mejor. Para muchos eres valiente, audaz, impulsiva, decidida, echada para adelante o incluso provocadora; para nada, simplemente tienes clara tu prioridad y no temes sus consecuencias. Luchas por ti y por tu felicidad, tomaste la decisión a sabiendas que habría daños colaterales que con esfuerzo y el tiempo se minimizarían. Te admiro por dar el paso, por enfrentarte a los comentarios, a los convencionalismos, por desoír consejos basados en la mejor vida, por ser tú misma. Te vi volver a nacer. Justo lo contrario que nos recuerda esta maravillosa canción.

 

"...Y entonces de repente, te veo entre la gente

Durante una mirada, el universo se detiene

Volvemos a estar juntos y el alma se nos prende

De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre

 

Pero no hacemos nada y seguimos caminando

Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron

Cada uno por su lado muriendo por girarnos

Parpadeando rápido para disimular

Que estamos llorando

 

Después de ti prometí cuidarme

Y cerré con llave mi corazón

Y aunque confieso que ya no río

Tampoco siento ningún dolor

Aprendí a conformarme

Y así está mejor..."

 

Estos años de vida regalada y felicidad no exenta de lucha para conseguir los retos más complicados te dan la razón. Años que de no haber tomado la decisión de cambiar y luchar por tu felicidad nos habrían marchitado en unas existencias rutinarias y previsibles. 

 

En ocasiones nos encontramos a personas que no se atrevieron a dar el paso de nacer de nuevo y han convertido su existencia en un interminable pasar de semanas marcando las fechas del calendario el ritmo a sus almas anestesiadas con una existencia indolora y sin sonrisas.  

 

Ríes y no paras de influir en los demás porque encontraste la felicidad, una vida nueva emocionante y en sintonía. Benditos años donde cumples la estrofa de la canción de la Oreja de Van Gogh cambiando el sentido de su canción a una melodía de esperanza y final feliz.

 

"Y entonces de repente, te veo entre la gente

Durante una mirada, el universo se detiene

Volvemos a estar juntos y el alma se nos prende

De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre."

 

¡Qué suerte! Diez años desde que tomamos la decisión de volver a nacer. Parecen pocos aunque recordando todos los días pasados juntos son toda una vida, de esas de verdad, de las que duran para siempre. Donde el tiempo es poco y mucho a la vez; pasa rápido y lento a la vez. Una vida feliz, como en los cuentos, solo es posible volviendo a nacer o tener suerte desde el inicio, que también los hay.

 

 

"Durante una mirada" de La Oreja de Van Gogh es una canción inspiradora para luchar por lo que quieres si escuchas como te quedas cuando no lo haces. Copio su letra completa y recomiendo escucharla en este enlace: https://youtu.be/zEqydjm1AP0

 

Durante Una Mirada

 

Cuando crecí me marché del barrio

Y apenas bajo ya por Madrid,

A cambio vivo sin sobresaltos

Con un hombre bueno que conocí

En todas las fotos me verás sonreír

 

La juventud se me fue pasando

Y me rendí ante la sensatez

Vendí mi piano, compré un buen traje

Y cada domingo salgo a correr

Podría decirse que todo va bien

 

Y entonces de repente, te veo entre la gente

Durante una mirada, el universo se detiene

Volvemos a estar juntos y el alma se nos prende

De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre

 

Pero no hacemos nada y seguimos caminando

Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron

Cada uno por su lado muriendo por girarnos

Parpadeando rápido para disimular

Que estamos llorando

 

Después de ti prometí cuidarme

Y cerré con llave mi corazón

Y aunque confieso que ya no río

Tampoco siento ningún dolor

Aprendí a conformarme

Y así está mejor

 

Y entonces de repente, te veo entre la gente

Durante una mirada el universo se detiene

Volvemos a estar juntos y el alma se nos prende

De pronto comprendemos que lo nuestro es para siempre

 

Pero no hacemos nada y seguimos caminando

Seguimos con la vida que a los dos nos recetaron

Cada uno por su lado, muriendo por girarnos

Parpadeando rápido para disimular

 

Que a veces no puedo dormir

Y mirando hacia el techo me quedo pensando

Qué lentas que pasan las horas

Qué rápido pasan los años

 

Nunca nos prepararon para un viento tan fuerte

Que nos despeine el alma y nos revuelva los papeles

Y aunque mi corazón ya tenga su camino

No sé cómo impedir que sea tuyo este latido

 

Pero no, no haremos nada, seguiremos caminando

Seguiremos con la vida que a los dos nos recetaron

Cada uno por su lado, muriendo por girarnos

Parpadeando rápido para disimular

Que estamos llorando.

5.3.21

Primera muerte - Relato incluido en mi nuevo libro "Primera vez"

 



15 de abril de 1980. Quince años. Demasiado pronto. Muy joven. Una injusticia. Pablo se fue, nos dejó.

Mi alma doliente no se acostumbró a tu ausencia hasta un par de años después. Es cruel perder a tu mejor amigo. Nada te prepara para ese dolor, para ese vacío.

Su ilusión fue siempre el afán de superación. Con una cabeza privilegiada, propia de una persona cabal y lógica, nunca se dio por vencido. Su lema personal era: el que la sigue la consigue. Quería llegar a lo más alto en el escultismo, ser nombrado Caballero Scout. Tras pasar todas las pruebas de habilidad y conocimiento necesarias se preparó de manera concienzuda para la última, una marcha en solitario durante veinticuatro horas por la Sierra de Ávila.

Navaluenga fue tu final, Pablo. Esa prueba de supervivencia resultó ser demasiado para ti, un mal paso con tu visión limitada, el pasto alto y resbaladizo. Mala suerte.

Más de doscientas personas salieron a buscarte en el momento en que los responsables del Grupo Scout dieron la voz de alarma por tu desaparición. Un helicóptero del Servicio Aéreo de Rescate (SAR) y varios coches de la Guardia Civil apoyaron las labores de búsqueda. Tardaron varios días en encontrarte. Una espesa niebla, en el inicio de la primavera en la Sierra de Gredos, dificultó la posibilidad del rescate.

Pasaste de ser mi amigo a un foco mediático. Hijo de un conocido diputado, tu desaparición disparó el interés de los medios. Un periodista me localizó preguntando por el barrio, todos sabían que éramos... que somos amigos. Me preguntaste, me pediste unas fotos prestadas: «Mañana te las devuelvo», me dijiste. Me las robaste, nunca las recuperé, no me quedaron fotos contigo, solo una en grupo y de lejos. Periodista ladrón, en ningún momento pensaste en mis sentimientos, solo en tu noticia, en tu interés. Ladrón, me robaste mis fotos. Los negativos, debido al desorden que me invadió durante unos meses, se perdieron.

Mi colegio, un gran colegio, muy lleno de niños, todos varones en aquellas fechas, con siete clases por curso, se me hizo muy grande. Recibí el pésame de muchos compañeros y profesores, alguno hasta se preocupó por mí durante un par de semanas. Mi temperamento frío y distante, herencia familiar, aisló el dolor en una cápsula dentro de mi corazón, no permití que los demás pudieran entrever una debilidad en mí.

A las pocas semanas, la vida seguía, ya se había olvidado. Mi dolor se quedó. Alguna noche lloré en silencio recordándote, amigo del alma. Me reproché alguna discusión sin importancia que recordaba, algún accidente. Con el tiempo también recordé los buenos momentos, las excursiones, las noches compartidas al calor de una buena hoguera. Pablo, tú me hacías fuerte, eras mi apoyo visible, nos necesitábamos, nos compenetrábamos.

Nació el Buitre, te ganaste el mote por tu forma de sentarte, siempre con una rodilla a la altura de la cabeza.

Me tuve que hacer fuerte solo, ya no estabas a mi lado. Hay otros amigos y vinieron más. Algunos de ellos, comunes contigo, los mantengo, un milagro tras cuarenta años. Han pasado muchos años y te sigo echando de menos.

El mundo perdió a una buena persona que nos habría ayudado a todos a mejorarlo.

Pablo, el Buitre, no te olvido.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...