10.6.22

Bendito y maldito juego.




La pequeña brisa mece los vellos al descubierto bajo los pantalones cortos de color azul marino a juego con el polo de manga corta marca Adidas, regalo de cumpleaños de su hija Natalia. Una buena ración de protector solar aliña la piel y acartona su cutis. Los primeros pasos resuenan sobre la gravilla camino del punto de salida.

Camaradería y jolgorio entre amigos unidos por el deporte al aire libre, confidencias y luchas para matar el estrés de sus ocupaciones diarias. Por delante cuatro horas y media para repasar sus matrimonios, los hijos, los baches profesionales, las últimas visitas a los médicos y comentarios valorativos sobre el físico de alguna conocida que ha incrementado su talla y con ello cambia de adeptos. Unos prefieren poca chicha y otros, en cambio, babean por un contorno panderetón.


El campo, un tanto dejado de cuidados, muestra su imagen con la hierba amarilleando por el exceso de sol, alguna epidemia o la escasez de riego. Los laterales de la calle de juego están perfectamente delimitados por una tupida red de hierba frondosa y alta. Ese manto de hierba alta motiva a los jugadores a afinar su puntería obligándoles a buscar la calle en cada golpe.


Miguel lleva ido tres hoyos, no consigue encontrar el ritmo adecuado para golpear de un modo eficaz la bola. Intenta gobernar su frustración minimizando, en su mente, los errores cometidos durante los primeros hoyos. Dos meses sin tocar los palos le han roto la regularidad y tras varios fallos, inhabituales en él, las dudas comienzan a dictar su desánimo. Es un juego cruel, donde luchas contra ti mismo, contra tu propia estadística, el campo, el clima y los elementos.


Intenta analizar sus errores, demasiado efecto o poco recorrido o golpeo por encima o muy a la izquierda, etc. Lo que incrementa su inseguridad es fallar con los hierros en calle, precisamente sus palos preferidos y donde, hasta ahora, había basado su juego. 


Tras una hora y cuarto sufriendo se reconoció en el hoyo cinco, por fin, un golpe correcto al que siguió otro extraordinario. Por alguna razón, dejó de pensar y el cuerpo recuperó las posturas y giros de manera instintiva. Nada mejor para el juego que dejar de pensar y olvidarse de vigilar cada movimiento. Regresan las sensaciones positivas, el fallo con el putt final no ensombrece su recorrido de resurrección. Comienza a recordar sus sensaciones guardadas tras repetir hasta el infinito los nuevos golpes enseñados por Dani, su paciente profesor de golf.


Aprender a jugar golf es igual que estudiar idiomas, necesitas una vida eterna para dominar un nivel aseado que te permita moverte por el mundo. Décadas de academias y fórmulas para chapurrear inglés sin un avance claro. Hasta que llegas a ese momento en el que te hartas de re-aprender cada año y te dejas llevar. ¿Acaso no entendían a Jerónimo, el famoso piel roja, los soldados azules de la caballería cuando les hablaba en infinitivo? Comunicar para ser comprendido por encima de la perfección académica del uso de la lengua libera de presión al parlante. Con el golf ocurre algo semejante, años probando para terminar repitiendo los mismos errores interiorizados a fuerza de errar con la danza. Mucho que controlar, el movimiento, la cintura, la cabeza, el hombro derecho, la posición de las manos y encima mandar la bola donde quieres no donde a ella le apetezca ir. El día que aprendes a estar cómodo con el juego olvidando la perfección ocurre la simbiosis perfecta, campo, cerebro y cuerpo bailan la danza ancestral del disfrute y paz consigo mismo. Cuatro horas y media de camaradería, ejercicio, brisa, sol y felicidad.  Miguel no pide más, cuando termine los dieciocho hoyos y celebre con un vaso bien frío de cerveza el recorrido por la hierba verá el mundo desde otra perspectiva, con ánimo reforzado y una amistad consolidada.


Bendito y en ocasiones, maldito golf.

3 comentarios:

  1. Envidia me da esas cuatro horas paseando por el campo y sobre todo esa cerveza bien fría. Enhorabuena, me ha gustado mucho!

    ResponderEliminar
  2. Muy descriptivo y muy real , muy similar a la vida …… el golpe ya dado no se puede volver a dar …. Hay que buscar el ser del golpe y no su resultado…. aunque la tentación de cambiar el orden de prelación es muy alta…. Me ha gustado Ramón

    ResponderEliminar
  3. Me gusta mucho la descripción del lugar y las sensaciones que transmite, te hace sentir ese momento, el aqui, el ahora!!

    ResponderEliminar

Comparte tus sensaciones y emociones. Gracias

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...