17.6.22

Conciencia ecológica


En las paredes de la habitación apenas queda hueco libre para colgar fotos, cuadros o algún nuevo póster. Preside sobre la cama un enorme póster firmado por WWF con fotos de los grandes mamíferos africanos: león, elefante, rinoceronte, hipopótamo y búfalo.

 

La conservación del planeta está tan arraigada en su conciencia que no puede comprender las actitudes despreocupadas con la casa común del resto de sus semejantes. 

 

Paneles solares, bicicleta para trasladarse en la ciudad, ropa sin tintes dañinos, seis cubos seis para reciclar la basura. Economía circular en cada una de sus decisiones. Se siente como un predicador en el barrio. Sus vecinos le aceptan con su ideología y excentricidad, es la nota diferencial en el barrio residencial. El típico pijo progre responsable de la nota de color entre tanto coche de alta gama, corredores de fin de semana, torneos de pádel y barbacoas con mucha cerveza en los jardines. 

 

Sobre la puerta de su casa, jugando con el 3 del número asignado en el callejero, tres nuevas cifras talladas en madera teñida de rojo muestran el número 2030. Un intento por recordar a sus vecinos la Agenda 2030 promocionada por Naciones Unidas.

 

Contrario a cualquier forma de caza por motivos lúdicos, no comprende la fiesta taurina ni las granjas de cría intensiva ya sean las de producción de carne o huevos, como las de producción de pieles demandadas por la industria de la moda de lujo.

 

En su casa no encontrarás insecticidas químicos, ni limpiadores químicos agresivos ni jabones líquidos para lavar platos tan comunes en el resto de los domicilios. Cuida hasta el último detalle para elegir siempre la opción menos contaminante.

 

Esta noche ha sido la peor durante la ola de calor de la última semana, ni un soplo de aire caliente. Sus vecinos, con las ventanas cerradas, utilizando masivamente los compresores de aire acondicionado. Él, con las ventanas abiertas, descalzo con los pies en un barreño de agua fría con cubitos de hielo y un abanico apenas consigue calmar el fuego. Treinta grados a medianoche, una barbaridad.

 

Decide irse a dormir, mañana tiene un día complicado por delante y necesita descansar, si lo consigue con estas temperaturas. Desde niño tuvo facilidad para dormir, según apoya la cabeza en la almohada el ritmo de su respiración baja delata que está dormido.

 

Dos de la mañana, veintiocho grados, el sudor empapa su camiseta de algodón ecológico. Un breve sonido le pone en alerta, reconoce la vibración mientras intenta volverse a dormir mientras mueve sus brazos igual que las aspas de un molino. Otra vez y otra. Tiene la sensación de que el ruido molesto se le ha metido dentro del oído. Manotea de nuevo. Definitivamente el sueño se ha perdido. Desvelado por completo repite sus protocolos tradicionales para volver a dormirse. Meditación, control de la respiración, relajar músculos de la cara, de los brazos... Y el puto zumbido otra vez. Le desconcierta obligándole a realizar mayores esfuerzos para concentrarse en conseguir la relajación necesaria para recuperar el sueño. Nuevo zumbido cerca de su oreja izquierda. Repite el manoteo, abre los ojos. El despertador le avisa, son las cuatro de la mañana.

 

Calor, sudor, zumbido y despierto del todo. Se revuelve en la cama buscando acomodo. No existe sensación peor que la de desear dormir sin tener sueño. Nuevo zumbido, esta vez, ha notado algo. Sin duda, es el subconsciente. Cuatro y media, todo igual. Verás mañana, piensa.

 

Manotea tras el sonido sin conseguir espantarlo. 

 

De repente, nota algo en su tobillo, su zona más sensible desde que le operaron tras un atropello. Coordina un movimiento brusco, una palmada en la zona con la mano abierta. Suena como el primer aplauso que anima al público asistente en los programas de televisión.

 

Se terminan los zumbidos, la noche recupera su calma, la ausencia de viento que alivie las temperaturas mantiene el bochorno en todo lo alto. En su palma un punto rojo. Sangre.

 

–Te maté, hijoputa. 

 

Su conciencia contraria a la cacería no aplica en este caso. Un mosquito menos. Las cinco de la mañana, los sesenta minutos que le restan de descanso antes de que suene su despertador los piensa aprovechar. Mientras tanto, en la oscuridad, tres habones crecen dibujando en su pierna el recorrido seguido por el puto mosquito para su alimentación, el insecto ha tenido una excelente última cena.

 

La naturaleza dicta la ley del más fuerte. Esa palmada altera el ecosistema planetario, la comida de otro insecto más grande, de un pez o de una rana se ha quedado estampada en la palma del vecino que ha recuperado su sueño.


El efecto mariposa dice que si en un sistema se produce una pequeña perturbación  inicial por efecto de la amplificación, generará cambios a medio o largo plazo. Mañana la conciencia ecológica le hará meditar la consecuencia de su acción. Ahora descansa, aliviado y tranquilo, aprovechando la hora de regalo conseguida. ¡Puto mosquito!

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