26.6.22

El peinado de los superhéroes

 


–Pelón, a ver cuándo te crece el pelo... –Miguelón, el fuertote de la clase, siempre tan envalentonado cuando nota que es el centro de la atención.

–¡Chupa Chus!... –Ahí viene Cristóbal, siempre fiel a Miguelón, haciéndole los coros y riéndole las gracias. Por su cara marcada por el acné, tan profundo y repetido que le llaman El lentejas.

–¡Calvete!... –Ese es Juan, un chico bajito y débil al que tratan como si fuera la mascota del grupo de abusadores de la clase. Pequeño e insignificante pero con la habilidad suficiente como para hacerse imprescindible para Miguelón. Le hace los deberes e incluso le regala cada día su bocadillo de la merienda a cambio de seguridad.

 

Me llamo Luis y sí, soy el centro de sus burlas. Durante una temporada decidí ocultar mi cabeza bajo una gorra con visera, me daba seguridad y me abrigaba, además de evitar las miradas curiosas y maliciosas de los demás. 

 

Recuerdo el día que mi padre me afeitó la cabeza con una maquinilla. Me explicó que el tratamiento que me iban a dar en el hospital haría caer mi pelo a jirones y me dijo que siempre es mejor decidir por uno mismo antes que dejarse llevar por las circunstancias.

 

Me hizo gracia la cara que se me quedó y lo suave que tenía la cabeza. Parecía otro niño. 

 

Al día siguiente, en el colegio, fui la novedad. La tutora, sor María, explicó a mis compañeros en qué consiste mi enfermedad y que mi nuevo estilo es el peinado de los súper héroes. Esos que siempre luchan hasta vencer. 

 

Todo bien hasta que me cayó la primera colleja de Miguelón y su risa forzada inició la etapa de persecución.

 

Tres meses han pasado desde entonces, alterno las temporadas de los ciclos, con temporadas donde todo me duele. Esos pocos días falto de clase y cuando regreso siempre estoy más cansado y débil. La mayoría de mis compañeros se preocupan por mí, lo veo en sus miradas y en lo cuidadosos conmigo que son durante los juegos. Excepto Miguelón y su cohorte que llenan sus existencias martirizándome con sus comentarios y bravuconadas.

 

Una tarde de esas que regresaba triste del colegio porque no entendía por qué se metían conmigo, mi padre me llevó con él a su mesa preferida, me enseñó un billete de veinte euros y me preguntó:

 

–¿Cuánto vale este billete?

–Veinte euros, papá.

 

Mi padre arrugó el billete con la palma de su mano hasta convertirlo en una bolita.

 

–Y ahora, ¿cuánto vale?

–Veinte euros. –contesté.

 

Mi padre empezó a golpear con el puño la bolita hasta que la aplastó.

 

–¿Y ahora, cuánto vale?

–Lo mismo, veinte euros.

–Pues como tú, hijo. Vales mucho más que veinte euros. Por mucho que te empujen, maltraten o peguen, valdrás siempre mucho. Ningún golpe o insulto te hará perder valor. No quiero que pienses que no vales, seguramente esos compañeros que se meten contigo les puede el miedo y saben que tú vales más que ellos. Recuérdalo.

 

El pasado viernes, me tocaba nueva sesión de quimio, llegué a la planta de oncología infantil con algo de adelanto respecto a mi hora de cita. Mi madre me deja ir solo, como a los mayores. Ella me acompaña hasta el ascensor. El recorrido hasta la sala lo hago yo solo, valiente y seguro. Noto en mi espalda la mirada de mi madre orgullosa desde la lejanía y como me contagia valor y determinación. Siempre me acompaña una mochila donde guardo el libro que me estoy leyendo y un estuche de colores junto a un cuaderno de dibujo. Me gusta pintar mientras me inyectan esos líquidos, me ayuda a olvidar donde estoy.

 

Saludo a Lucía, Tomás y Juan, los tres mosqueteros con los que comparto sesiones y risas. Lucía tiene la piel azul, demacrada y ojos cansados. Siempre la verás sonreír. Tomás con sus cejas pelirrojas y sobrepeso, siempre nos hace reír con sus historias y ocurrencias. Y Juan, alto y muy delgado, tan callado como siempre, habla con la mirada.

 

–Tenemos compañero nuevo. –me dice Tomás.

–¿Dónde está?

–Con la doctora, ahora sale. Le he visto llorar.

–Tendremos que ayudarle entre todos ¿no? – digo mirando a Juan, quien asiente con su mirada.

 

El sonido de la puerta del despacho abriéndose se acompaña con los pasos de un grupo de personas, se adivinan tres adultos y un niño.

 

–Mira, te voy a presentar a tus compañeros. – dice la doctora.

–Aquí están los luchadores, Lucía, Tomás, Juan y Luis.

–Hola, Miguel. – Alcanzo a decir.

–Veo que os conocéis. – Dice la doctora.

–Sí, somos compañeros de clase en el colegio. –Respondo mientras acojo la mirada llena de miedo de Miguelón. –Bienvenido, aquí nos ayudamos entre nosotros. Somos un equipo de luchadores.

 

Desde ayer lunes, en clase, ya somos dos con el peinado de los súper héroes. Nunca más se repetirán las bromas y los insultos. Ahora resulta que el fuerte soy yo. Los calvos estamos de moda.

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