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11.6.23

La vida

 


Quiti sale del portal a paso ligero, zapatillas deportivas y un vestido ancho para defenderse de los primeros calores del mes de junio. Apenas maquillada y con el cabello recogido con una coleta. 

 

No llega a entender a su marido, Julián. Le prejubilaron por la vía forzosa en el último ERE de su empresa hace dos años ya. Sus ingresos mermaron a menos de la mitad de lo que percibía cuando estaba en activo y unido a una hipoteca sangrante resultado de un cambio de vivienda un año antes de su despido, ha comprometido gravemente su economía. Se une la circunstancia que el acuerdo de rescisión de empleo incluye un beneficio social que en definitiva, es un lastre. La empresa le paga el importe del acuerdo especial con la Seguridad Social manteniendo la cotización en la base máxima. Tras varias búsquedas llegó a la conclusión de que no le interesaba ponerse a trabajar porque de hacerlo, perdería la base de cotización máxima y comprometería su futura pensión de jubilación.

 

Quiti continua con su intensa vida laboral, extensiva en horario, viajes y estrés. Julián mata el día con un ocio poco edificante, estudiar alemán, el cuidado de su hija y largos paseos una vez que la deja en el colegio. Se siente joven para llevar una vida de jubilado. 

 

En sus largos paseos Julián pone su mente a trabajar. Analiza una y otra vez todas las perspectivas y condicionantes de su vida. Persona cerebral, de manera natural revisa todos los condicionantes de la vida con el único fin de conocer cómo está y diseñar la mejor solución. Repasa el cambio que ha dado su vida, sus opciones laborales, sus obligaciones y como cada día, no llega a ninguna conclusión reseñable.

 

A sus cincuenta y cinco años se encuentra joven, bien cuidado y con una larga experiencia profesional. Le cuesta asumir que las empresas lo primero que valoran es la fecha de nacimiento. No suelen arriesgarse a la hora de contratar nuevos empleados con edades superiores a treinta y cinco. En contadas ocasiones, ha tenido la oportunidad de enfrentarse a procesos de selección pero no encuentra ofertas laborales que incluyan cotizaciones máximas. 

 

Obviamente, las personas cerebrales se dedican a pensar y Julián es ejemplo de ello. Y como tiene tiempo lo hace en exceso. Tras dos años de paro laboral, aún no ha encontrado un camino que le motive y le active en su vida.

 

Por la noche, comparten la cena en la mesa de la cocina. Una silenciosa Quiti a quien cada vez le cuesta más hablar de su vida en el trabajo porque nota que esas conversaciones pasan factura a Julián quien no puede disimular la melancolía que asoma en su mirada. 

 

Hubo momentos donde ambos se sentían empoderados y las cenas les ayudaban a compartir sus días e incluso se ofrecían soluciones a los baches del día a día. Quiti y Julián se complementaban y retroalimentaban. Eran un equipo imbatible. 

 

Pensar demasiado es contraproducente para Julián que en su ánimo analítico vigila cada uno de sus actos en la búsqueda de las soluciones que tanto ansía.

 

Los fines de semana siempre han sido el tiempo sagrado para ambos, donde olvidaban los rigores del día a día y se centraban en su relación y en la niña.

 

Quiti no puede más, no entiende lo que le ocurre a Julián, cada vez se muestra menos cariñoso, más osco, apartado y lejano. Echa de menos a su marido y cada viernes se encuentra a un ser sin alma, triste y desanimado. Hoy sábado han discutido, no sabe muy bien por qué razón. Ha terminado exhausta y emocionalmente tocada tras haber rebasado todos los límites siempre antes respetados. Se han gritado y con la niña delante, la discusión derivó en ataques personales y en reproches con olor a cocinados muy lentamente.

 

Julián observa desde la ventana, el paso decidido de Quiti en dirección a la parada de metro. Un creciente hormigueo le aprieta el pecho. Se reconoce arrepentido por su reacción en la discusión. Escucha el llanto apagado contra la almohada de su hija. Arrastra los pies mientras muda su cara a sonrisa, todo por la causa de calmar a la niña que no tiene culpa de nada. 

 

–Pobre Quiti– piensa Julián, impaciente por su regreso para disculpase. Echa de menos sentirse hombre y respetarse a sí mismo. Echa de menos su vida, esa que se marchó con el puto ERE que le robó el trabajo y la felicidad. 

4.6.23

Olor a vainilla

 


La mañana invita a salir, los primeros rayos de sol de la primavera pugnan por caldear el parque escarchado, en un par de horas, los jubilados más madrugadores pasearán sus rutinas de salud y bienestar. Centenares de viandantes ya sea por placer o por recomendación médica se concentrarán en el parque cada uno con su propia ruta de lucha contra el colesterol.

 

Salvador aprovechan los rayos del mediodía para templar sus huesos, comparte banco con otros tres ancianos que imitando a los lagartos calientan sus cuerpos al sol. Protege su cabeza con un elegante sombrero Panamá mientras disfruta releyendo una de las antiguas novelas rescatadas de su librería. A pesar de su edad, superados los ochenta y cinco, puede presumir de mantener una vista suficiente como para entretener el tiempo leyendo.

 

Desde siempre tuvo una costumbre, firmar los libros en su primera hoja una vez había terminado su lectura, indicando la fecha junto a la rúbrica. Tres firmas dan fe de antiguas lecturas durante décadas diferentes, fue una de sus primeras lecturas posesivas, de esas que enganchan, allá por sus lozanos veinte años. Sesenta y cinco años después, vuelve a disfrutar con los personajes y la trama que a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo actual. Escribir sobre las pasiones humanas permite perpetuar una historia a lo largo de los años sin que pierda frescura.

 

A la hora prometida, su nieto Salva avanza con paso ligero hacia él, sonriente, de buena planta, con movimientos elegantes que le recuerdan mucho a la abuela que le dejó hace media vida ya. 

 

–Hola abuelo, ¿disfrutando del sol de primavera?

 

Abuelo y nieto coinciden en mucho más que en el nombre, comparten la afición por la lectura, por la reflexión, la juerga y el Atlético de Madrid. El nieto ha heredado su abono para ir a los partidos de liga y cada semana de partido le visita para ponerle al día sobre todo lo acontecido en el campo. 

 

El abuelo mantiene su novela, ahora cerrada, en la mano izquierda. Permite que la curiosidad de Salva tome prestado su libro. Instintivamente repite su ritual, casi calcado al seguido por su abuelo, acaricia la tapa del libro y se lleva a la nariz el lomo, aspira profundamente inhalando los aromas de papel, pegamento, polvo, hilos y tinta. Elegimos pareja por la vista, el tacto y el olor. Con los libros ocurre lo mismo, te enamora la portada, la calidez del lomo y el olor a nuevo. Sin enamoramiento no existe la lectura. 

 

–Espero que me lo dejes cuando lo termines, abuelo.

 

Abre la portada y descubre las tres pruebas de lecturas anteriores.

 

–Mucho te debe gustar porque vas por la cuarta vez.

–La trama es interesante, sus personajes están bien diseñados pero sobre todo me sirve para recordar las sensaciones de cada vez que lo leí. Cuando lo termine te lo paso.

 

La melancolía dibuja la mirada del abuelo, un recuerdo hondo le acompaña desde que eligió la novela. Conoció a Sonia leyendo, ambos coincidieron en la cafetería devorando las páginas de la misma novela. Reconocieron las portadas y se acercaron a compartir sus experiencias. No era un libro de moda ni tampoco el más recomendado, ambos lo adquirieron en un puesto de libros usados que cada día se plantaba en la Plaza de Castilla. 

 

A Salva le gustó el rostro de Sonia, qué mejor portada para llamar la atención. Y su olor, qué decir de ese olor. Lavanda con toques de vainilla. Al abrir el libro le vuelve ese olor y el recuerdo del amor, de la mirada, de las risas, del apoyo incondicional, de su hijo, de las vacaciones, de las ilusiones, de la enfermedad, del dolor, de la pérdida y del entierro. Huele a vida.

 

Salvador no dice nada, se centra en acariciar la mano de su nieto. Aprovecha sus cortas visitas disfrutando de cada minuto.

 

–Abuelo, ¿viste el partido del Atleti?

 

Salvador regresa de sus recuerdos y se centra en la visita. Salva también huele a vainilla.

19.3.23

Feliz día, papá

 


Ayer mi hijo Carlos cayó en la cuenta mientras esperábamos ya sentados en nuestras localidades en el Metropolitano el inicio del partido de fútbol del Atlético de Madrid contra el Valencia.

 

–Mañana es el día del padre.

 

De inmediato, mis ojos se nublaron por las lágrimas que brotaron por la emoción de tu recuerdo, la imagen de papá llenó mi mente y mis ojos reaccionaron al instante. Fue curiosa mi reacción, acostumbrado y educado dentro de una familia donde las emociones se esconden como parte de un hieratismo conductual que salvaguarda el saber estar por encima de los sentimientos.

 

No lo pude evitar, en la misma semana tu cumpleaños y el día del padre. Demasiado para un recuerdo aún vivo y caliente después de dos años y pico. Te fuiste rápido, sin molestar como te gustaba vivir. Desde ese día me descubro hablando contigo incluso más que antes. Mi concepto de la inmortalidad se acerca bastante a lo tangible, te veo cada mañana en el espejo cuando me afeito, en los gestos de mi hijo Carlos, en mis manos, en el moreno que tiñe mi piel cada vez que salgo al campo o a la playa. Estás aquí en trozos de vida.

 

Hoy, día del padre, me he sentido acompañado por ti. Desde primera hora conduciendo mi coche hasta la Sierra para una maravillosa jornada de montañismo. Al agarrar el volante reconocí tu quiste característico en el reverso de mi mano derecha, justo donde se te marcaba cuando girabas el volante de aquel mítico SEAT 850 de color celeste. El moreno que el sol ha teñido mi piel, es tu piel. En ocasiones me descubro silbando entre dientes cuando estoy solo y sé que es tu música. Todavía no he conseguido cantar con la U, puede que eso se quedara como exclusivo de ti. La inmortalidad me rodea y huele a ti.

 

Sigue cuidando el camino y el jardín para recibir a mamá. Sabes que tardará mucho, está aprendiendo a vivir con el enorme vacío que dejaste. Intentamos estar cerca de ella pero es imposible sustituirte. Feliz día, papá.

12.2.23

El timo

 


El gobierno publicitario que nos toca sufrir tomó la decisión de subir las pensiones un 8,5% para paliar los efectos de la inflación. Noticia que sus medios voceros habituales, que viven de corear las consignas dictadas desde Moncloa, se hartaron de repetir y loar. Ya saben El País, la cadena SER y la maquinaria de boots para replicar por Redes Sociales todas sus decisiones. No solo para apoyar a su Presidente y evitar que pierda la sonrisa que embellece su rostro, sino por su propio convencimiento de que es lo mejor que puede dirigir España. 

 

Este gobierno que se autoproclama social porque dice que lucha por la clase media trabajadora (perdón que este eslogan ya no se repite por lo poco creíble que suena), el gobierno social que lucha por combatir la desigualdad y por las clases menos favorecidas (no sé si es creíble pero ahora corean esta idea) se encargó de darle publicidad a tan excelente noticia que alegró a los 9 millones de pensionistas y quién sabe a cuántos de ellos les influenciará en su decisión de voto en las siguientes urnas.

 

De los 9 millones de pensionistas, unos 2,1 millones de ellos cobran pensiones bajas, las inferiores a 8.000 euros al año si viven solos o por debajo de 10.000 euros al año si tienen una persona dependiente (cónyuge o descendiente). Estas pensiones bajas se benefician de complementos de mínimos para llegar al mínimo de pensión. Pues bien la subida del 8,5% es sobre la cuantía de base y de la misma manera se rebaja de los complementos de mínimo. Como resultado la actualización de la pensión definitiva es cero o cercana a cero. Es decir los pensionistas con rentas bajas no ven actualizada su pensión para compensar la inflación. ¿Dónde queda de del gobierno que lucha por las clases menos favorecidas? Sin duda, en la publicidad.

 

El resto de los pensionistas se alegran con su nueva pensión tras la subida aunque la sonrisa dura poco tras comprobar que la subida se enfría por las nuevas retenciones que les minora la subida ya que se enfrentan a una nueva tabla de retenciones que el gobierno no ha deflactado, es decir ha evitado actualizar el efecto de la inflación. Esto en la práctica significa una subida de impuestos para todos ellos ya que los contribuyentes que pagaban un determinado nivel de impuestos en 2022 crecerá con nuevos contribuyentes que gracias a esta subida del 8,5% superarán su renta anual y pagarán más impuestos por ello. De nuevo , el gobierno que lucha por todos nosotros.

 

En febrero la AEAT ha iniciado un nuevo cálculo de retenciones de nómina para pensiones inferiores a 35.200 euros anuales motivado por el cambio de la exención de los primeros 14.000 euros que pasa a ser de 15.000 y a la rebaja de las retenciones en el IRPF de las rentas inferiores a 21.000 euros. PERO no ha bajado la tabla tributaria para estas rentas, luego es jugar con un efecto ilusorio. Más dinero en la mano para los pensionistas que deberán enfrentar a liquidaciones de IRPF del año que presentaremos desde el mes de abril de 2024 donde los pensionistas pasarán a tener un resultado a pagar o bien verán reducir sus devoluciones. ¡Ah!, que posiblemente en abril tengamos otro gobierno, ¡será casualidad!

 

El resultado final dependerá del nivel de renta de cada pensionista. En el caso de una pensión media se colocará en 1.364€ al mes (19.069€ al año) pagará 170€ extra de impuestos. Según fuentes de la REAF (Registro de Economistas Asesores Fiscales) para las pensiones máximas de 3.059,70€ mensuales el 8,5% de subida se quedará en neto en un 5,3% que bien firmaba cualquier asalariado español.

 

¿Quién gana? Pues algunos pensionistas que ven crecer en mayor o menor medida sus ingresos y de una manera muy por encima del conjunto de los trabajadores que difícilmente verán actualizadas sus nóminas por la inflación. Y Hacienda, que somos todos, incrementará de manera extraordinaria sus ingresos con este colectivo entre 1.700 y 2.000 millones de euros en el año 2023, fruto del resultado de no deflactar las tablas del impuesto de la Renta.

 

Doble timo, por un lado las pensiones bajas no se actualizan en realidad y por otro lado, los demás tienen que pagar más impuestos por su pensión. Gana Hacienda, que somos todos.

 

A mí como economista me parece que subir las nóminas o las pensiones en el mismo porcentaje que la inflación, lo único que hace es alimentar a la misma inflación. La contención de los salarios es impopular e injusta porque es sostener el freno a "la calentura" de la economía, la inflación, entre los millones de trabajadores y pensionistas que sostenemos la economía del país. Y a la vez, inevitable. Si el gobierno toma la decisión de subir las pensiones con el coste inflacionista que tiene, no lo puede hacer bajo engaño y compensar la subida de ingresos con mayores impuestos que utilizará para mayor gasto no productivo que también alimenta la inflación. La trampa circular. 

 

¡Ah! que nos gobiernan con ideología de izquierdas. Pues ya sabe señor y señora pensionista, el gobierno cobra más impuestos porque sabe mejor que usted en qué se necesita gastar. En su mejor vida, comida, calefacción y ropa parece que no.

28.1.23

Educación inclusiva

 



Educación inclusiva, sostenibilidad, justicia, honradez, igualdad, son todos conceptos loables y deseados que se convierten en objetivos por los que luchar porque no llegamos nunca a alcanzar su nivel óptimo. Definirse como inclusivo, sostenible, justo, honrado o igualitario intrínsecamente no es más que una mentira a medias, utilizamos estos adjetivos como una definición reconociendo que hemos alcanzado una medida superior al resto de la sociedad sin admitir que estamos lejos de conseguir implantar estos objetivos entre toda la humanidad.

 

Me voy a quedar con el primero de la lista, la educación inclusiva y para ello, permíteme querido lector, que hable en primera persona. Colaboro desde hace más de siete años con Fundación Oxiria, entidad que forma a jóvenes con discapacidad intelectual que han dado por finalizado sus ciclos escolares y buscan una orientación para la vida con el objetivo de la inclusión laboral. 

 

Fundación Oxiria ofrece un título propio en ISEP-CEU: "Auxiliar en actividades de Comercio, Servicios y Arte floral", además de ampliar las oportunidades de estos jóvenes, una vez que se gradúan, con una salida para los jóvenes con dos programas de continuidad. AMI (Acompañamiento para el Mundo Inclusivo) y, el que es el deseo de todos los jóvenes, PIL (Programa de Inserción Laboral) donde los alumnos ya han firmado veintitrés contratos laborales en empresas con alto compromiso por la integración. Estos dos últimos programas se desarrollan en las instalaciones del CES Don Bosco.

 

Los estudiantes de Fundación Oxiria tienen la oportunidad de estudiar compartiendo espacios y ambiente en centros de estudios superiores, normalizando el contacto con estudiantes de grado superior de Formación Profesional o en ambiente universitario. Son ejemplos reales de inclusión. 

 

Comparten todos ellos la edad, el físico, sus inquietudes por el ocio, la tecnología, las relaciones humanas y los deseos propios que demandan sus hormonas con pocos años de entrenamiento adulto. La inclusión no equivale a igualdad ni a homogeneidad, la inclusión es respeto por la diferencia hasta el punto de que convivo dando el mismo trato que espero que me dediquen a mí. 

 

El otro día en clase les preguntamos a los alumnos de Fundación Oxiria qué es para ti la discapacidad. –Es lo normal– dijeron sin mucha reflexión tal y como lo sienten. Qué mejor definición para reconocer la labor de los colectivos e Instituciones que colaboran con los alumnos de Fundación Oxiria. Expresamente hablo de los alumnos y personal tanto de ISEP-CEU como de CES Don Bosco, así como los alumnos voluntarios de CUNEF. Mi reconocimiento y admiración por todos ellos.

 

En esa misma clase compartí mi definición de discapacidad: "ver el mundo con la mirada limpia". En Fundación Oxiria compartimos esfuerzos y voluntad, además de los maravillosos profesionales que trabajan cada día, un total de dieciocho voluntarios que donamos tiempo por y para el bien de estos chicos. Cada vez que explico mi dedicación suele venir acompañada por el reconocimiento del oyente que lo valora como una gran labor y no me canso de explicar que yo recibo más de lo que doy. Los alumnos con discapacidad intelectual ven el mundo con el alma pura e inocente. Su capacidad cognitiva se quedó en la mejor de las edades, esa donde se desarrollan el amor incondicional y el cariño. Cada día que compartes con ellos te entregan: amor, gratitud, sonrisas y cariño. No hay moneda que pague esto.

 

Mantener esta historia de éxito cuesta mucho trabajo y necesita apoyo financiero. Tienes la posibilidad de apoyar a nivel particular o de como donante, padrino o mecenas. Solo tienes que ponerte en contacto con la Fundación Oxiria desde su página web (https://www.fundacionoxiria.org) o conmigo si te es más cómodo.

 

Está abierto el plazo de inscripción para nuevos alumnos para la promoción que inicia programa en septiembre de 2023. Si conoces alguna familia con hijo con discapacidad intelectual siempre que tenga autonomía para moverse solo por el transporte público o que pueda adquirir esa habilidad, no lo dudes, estás a tiempo para trasladar este artículo o ponerles en contacto. Quedan pocas plazas disponibles.

 

¿Conoces alguna persona en esta situación a la que desees un futuro en inclusión y con expectativas de inserción laboral? No lo dudes, llama o escribe a: ana_arroyo@fundacionoxiria.org (teléfono: 608012949).

 

16.1.23

Volar

 


 

Llega un momento en la vida donde caes en la cuenta de que te estás dejando llevar por una rutina dictada por la costumbre, donde te limitas a cumplir con aquello que se espera con los amigos, la familia o en el trabajo, donde olvidas los viejos momentos llenos de sonrisas y complicidad, donde llegas a obligarte a cumplir con una intimidad cautiva por fríos y previsibles turnos, donde te descubres perdiendo el respeto a tu compañero durante las discusiones, donde sobre actúas con ofensas llenas de reproches que se cobran antiguos roces sin cicatrizar o porque no encuentras nada de qué hablar. Cada una de estas situaciones forjan gruesos barrotes que aprisionan tu alma.

 

Todas estas ocasiones construyen una jaula que te ahoga poco a poco y frente al espejo reconoces signos de envejecimiento prematuro, barriga incipiente, celulitis, arrugas, canas, visitas al dentista, hipertensión, colesterol, insomnio, gastritis, cefaleas... 

 

Tu alma necesita respirar, el aire que atraviesa los huecos entre barrotes no te es suficiente y de manera inconsciente sueñas bucólicos atardeceres en prados verdes inmensos, playas de arena y aguas infinitas, montañas nevadas y desiertos enigmáticos. Sueñas con esa libertad que recuerdas que existió, con reencontrar tu sonrisa, con recuperar la energía para vivir lejos del dictado de la costumbre que orienta hoy cada uno de tus pasos.

 

Sin intención, desarrollas un sistema de búsqueda latente mientras tu alma vive alerta buscando la llave para escapar de la jaula. Entras en un estado de hibernación atenta, sin un plan específico y donde fías tu éxito a la intuición mientras caminas durante tu hégira particular. Ansías la llave sin buscarla, se te ha olvidado cómo y tu pereza existencial dentro de la jaula no te empuja a descubrir nuevos mundos. 

 

Un día cualquiera, amanece con un sol fuerte y luminoso. El calor derrite la cerradura de tu jaula y un nuevo pájaro se acerca para recordarte cómo se vuela. 

 

Recortando el horizonte, en dirección a las grandes explanadas de las segundas oportunidades donde las sonrisas llenan de felicidad a los que abandonaron sus jaulas, el vuelo de dos almas sonrientes se alejan sin mirar atrás. En ese instante se atreven a pensar en ellos mismos, recuperan la sonrisa. Unen sus almas creando un nuevo ser resultado de la suma de ambos juntos. Sonríen. Son felices.

 

Once años volando juntos, disfrutando de cada paisaje, de cada corriente de aire y con la certeza de que los próximos pasos también colmarán nuestras almas. Solo le pedimos a la vida disfrutar fuera de las jaulas, juntos y unidos. Gracias mi amor. 

24.12.22

Feliz Navidad, Benito

 


En cada familia o grupo de amigos existe la figura del hermano gruñón, ese o esa al que le gusta pinchar, destacar el error, decir la última palabra y presumir de que no le gusta la Navidad.

 

Benito se despereza bajo el edredón de su cama intentando ordenar el día que tiene por delante, se ha tomado el día libre y afortunadamente no tiene nada que hacer, salvo llevar dos botellas con vino de Rioja para la cena en casa de su madre. Echa de menos a Laura, se levantó muy temprano para irse a trabajar. Su empresa no facilita dar el día 24 como libre a sus empleados aunque sí les permite salir de la oficina a la una y media otorgándoles la tarde libre. A eso de las dos regresará para comer y dormir la necesaria siesta que le permitirá aguantar la velada nocturna sin que la venza el sueño por su costumbre de acostarse pronto a diario.

 

Decide aprovechar la mañana fría y nublada para darse una vuelta por el barrio, cobrar la pedrea de un décimo de lotería premiado y comprar el pan. En el paseo se cruza con varios vecinos que le desean feliz noche, felices fiestas o feliz Navidad, según la costumbre de cada. A cada felicitación contesta con un "igualmente" cada vez más desganado. No comprende tanta felicidad construida por la obligación de celebrar estas fechas en compañía de familiares y amigos por obligación. Es partidario de juntarse cuando apetece sin obligaciones impuestas por el calendario.

 

La pereza le va subiendo a cada parada de autobús que rebasa en su caminar, la publicidad agota. Cada marquesina está adornada con un cartel de 2 metros de alto con fotos de perfumes, productos de belleza o descuentos en líneas telefónicas, todos ellos adornados con árboles, nieve, bolas doradas y resto de iconografía navideña.

 

—Feliz Navidad, Benito— suena a su espalda mientras nota cómo se le clava la frase atravesando por debajo del omóplato hasta llegar al corazón. Se obliga a darse la vuelta y descubre sonriendo a Carmen, la vecina del sexto reluciente con su belleza perfecta. Su mirada consigue, en un instante, que desaparezca la punzada por la felicitación recibida y nota Benito que una creciente lujuria le invade. Es algo incontrolable e ilógico, consciente de que la triplica en edad y de lo imposible de la situación imaginada no puede reprimir una sonrisa torpe más propia de un adolescente inseguro que de un adulto que peina cada vez más canas.

 

Carmen sigue su camino ajena a las emociones provocadas en Benito que se contenta contemplando el perfecto andar de la vecina. ¡Qué bien le sientan esos pantalones que arrancaría a mordiscos para morir entre sus nalgas! Benito sigue parado en mitad de la acera, su musa se ha unido a otras tres jóvenes gritonas que celebran su encuentro hablando y riendo fuerte mientras caminan hacia la parada de metro.

 

—Feliz Navidad, Carmen— dice para sus adentros Benito.

 

De regreso a su casa y tras ordenar la habitación, se mete en la cocina para preparar la comida mientras la radio encendida recuerda en cada corte publicitario y en los comentarios de los periodistas las fechas en las que nos encontramos. Cocinar le relaja y se esmera en conseguir buenos platos para sorprender, está improvisando sobre el plato preferido de Laura mientras contesta, en voz alta, a la radio en una conversación imaginada con los comentaristas del programa de entretenimiento. 

 

—Tanta Navidad y felicidad, pero si se nota que no os aguantáis.

—Otra vez con lo mismo.

—Y ahora una receta navideña. Vaya truño de receta, eso no se lo come nadie.

—Estoy de publicidad de colonias hasta la coronilla...

 

Prueba el cocinado y nota que no está rico. No sabe igual que en otras ocasiones. Algo le falta y mucho le sobra. No hay quien se lo coma. Laura está a punto de llegar, tendrá que improvisar porque esto no lo puede servir.

 

El sonido de la cerradura al abrir anuncia que Laura regresa de su media jornada pre-festiva. Su sonrisa perenne fue lo que le enamoró hace casi treinta años y sigue produciendo el mismo sentimiento que no ha matizado los años de convivencia. Deposita una bolsa sobre la mesa de la cocina.

 

—Traigo la comida, cariño. He recordado lo mucho que te afecta esta fecha y lo que se nota en tus cocinados. Se puede guardar para mañana en la nevera si consideras que lo que han preparado queda rico. Me cambio y regreso a ayudarte.

 

Benito prepara la mesa eligiendo los cubiertos adecuados para el menú que ha traído Laura, descorcha una botella de buen vino y mientras corta un poco de pan siente el abrazo desde su espalda de su compañera. ¡Qué bien le conoce y cómo sabe solucionar el problema culinario de cada año sin un reproche!

 

—Feliz Navidad, cariño.

—Feliz Navidad, Benito.

 

 

 

4.12.22

El éxito viaja en maleta

 


Dicen que el éxito es concluir una tarea, culminar algo de manera feliz o recibir buena aceptación de alguien. Asociamos el éxito a imágenes con los brazos abiertos celebrando la culminación de un tanto, de un título deportivo o de la consecución de un logro personal o profesional. Conseguir el reto se asocia con felicidad y por lo general solemos abrir los brazos para festejarlo.

 

Me repiten los amigos del barrio que tengo éxito, que se nota, un buen coche, una mujer inteligente a mi lado, ropa de marca, trabajos con cargos escritos en inglés y cosmopolita. Me paso la mitad de la jornada viajando de un lado a otro del mundo. Los aeropuertos se parecen todos una barbaridad salvo por la luz, los sonidos y los olores. Reconozco donde estoy en función de estos tres factores.

 

La luz. Solo cuando resplandece el ambiente, la vista de clarifica y los objetos toman vida por esa luminosidad fresca y definitiva sé que me encuentro en Madrid. Los aeropuertos del sur también son luminosos gracias al sol predominante aunque lucen menos, será por la bruma, será por el polvo, será por lo que sea. Son diferentes. El Cairo tiene luz roja filtrada por la polución y el polvo del desierto. Ammán su polvo es blanquecino. En cambio, en el norte y en Norte América son oscuros reflejo de su climatología casi siempre nublada que otorga a la luz una apariencia plomiza y grisácea.

 

Los sonidos. Los aeropuertos mediterráneos y los de la india son ruidosos, con risas estridentes y conversaciones en tono elevado. Los nórdicos son silenciosos, donde nadie quiere molestar y deambulas entre zombis paseando vasos de cartón con café mientras sondean las pantallas de sus celulares.

 

Los olores. Unos huelen a humedad, otros a flores y los desérticos a polvo en suspensión.

 

Me encuentro esperando la hora de embarque de mi séptimo vuelo de la semana y eso que estamos a martes. Hincho mi pecho inhalando una colección de olores. Huelo a cerrado, a húmedo, a moqueta pisada, a café aguado, a colonia monótona... me quito mis perennes gafas de sol y la luz grisácea tamizada por un banco interminable de nubes oscuras apenas me hace guiñar la mirada. Me concentro para percibir los sonidos, un grupo de procedencia árabe charlan animadamente a unos metros de distancia y aunque modulan su hábito captan la atención de las miradas censoras del resto de zombis enfrascados en sus periódicos, libros o teléfonos. El personal de servicio es multiétnico con escasa presencia de blancos rubios que mayoritariamente visten los uniformes de seguridad. No tengo duda, Hamburgo. La tarjeta de embarque me lo confirma. Una breve sonrisa dibuja mi rostro, esta tarde me toca la luminosa, ruidosa y caótica Roma. Disfrutaré de una cena en solitario mientras preparo la reunión de la mañana siguiente antes de regresar a casa.

 

Llaman a embarque y tras de mí, rueda una pequeña maleta. El éxito viaja en maletas con ruedas. Eso pensaba yo cuando las relaciones internacionales hicieron florecer mi negocio. 

 

En Madrid, de regreso, le pido al taxista que me lleve a casa pasando por el centro evitando la M-30. —Quiero ver un poco de vida– le digo. En un parque un grupo de jóvenes juegan al fútbol, voces, gritos y brazos en alto celebrando un gol. Ahí está el éxito y no viaja en maleta con ruedas.

 

Nadie me recibe con las mismas ganas de abrazos que traigo yo tras tres días y medio fuera. Soy un extraño en mi propia casa, miradas frías y lejanas me hacen sentir como un huésped incómodo. Todas las semanas es lo mismo, me toca reconstruir las relaciones tras las ausencias. Mi mujer me sonríe sin alegría, todos los sinsabores de la convivencia con los niños los ha tenido que gestionar ella sin apoyo. Cuando me ve, me informa de lo ocurrido pero ya es tarde para celebrar los avances de los chicos o para recriminar una mala acción. Siento un enorme vacío por todo lo que me pierdo por la falta de convivencia y recibo frialdad por lo tarde que aparezco, como si estuviera de visita hasta mi próximo vuelo.

 

Cuatro años de éxito paseando mi maleta aeropuerto en aeropuerto consiguen que mi proyecto empresarial llame la atención de una multinacional sueca que me hace una oferta irrechazable. Es mi oportunidad para estar en casa dedicando mis esfuerzos a otra ocupación que me permita convivir con la familia compartiendo todos los momentos de la vida, los buenos y los menos agradables.

 

El precio de venta es desmesurado, tan alto que me permitiría vivir jubilado desde los treinta y nueve años. Mi último viaje desde Estocolmo me pesa como una losa, vuelvo millonario y muy cansado tras años de vuelos, aeropuertos, hoteles sin alma y desayunos de bufé. 

 

Al entrar en casa, encuentro la casa desangelada con la calefacción y las luces apagadas, la cocina desordenada con los platos y tazones del desayuno sobre la mesa, una radio encendida en el baño del fondo me llama y me dirijo a apagarla. Caigo en el detalle de los armarios, abiertos y vacíos.

 

Puedo confirmar que el éxito no viaja en maletas con ruedas. El éxito se madruga, se trabaja y se lucha cada día en compañía de tus seres queridos. De nuevo, me toca esforzarme más que nunca para reunir a mi familia y poder, finalmente, levantar los brazos. 


18.9.22

Milka

 


 

Milka es una perra guapa, de pelo blanco, bien cuidada y de raza indefinida. Es la fiel e inseparable compañera de mi tía Mayte. La bautizó como su chocolate preferido en el mismo momento en que se la entregaron hecha un ovillo recién destetada.

 

Perra inquieta y juguetona que alegra la existencia a tía Mayte. Sus hijas fueron volando para forjar sus vidas y terminó sola en una casa más grande de lo necesario. Viuda desde la juventud, le tocó luchar por la vida y sacar adelante a sus tres hijas. Trabajó en una inmobiliaria enseñando los pisos en venta, se le daba bien encontrar las virtudes de cada casa y saber esconder los problemas. Siempre positiva ante la vida, se llevó su filosofía al trabajo.

 

Veintiocho años después de enviudar, la última de sus hijas salió de casa para mudarse a otra ciudad. Un enorme vacío se apoderó de su corazón, arrugando su, hasta entonces, perenne sonrisa. Suspiraba mientras encontraba su lugar en el nuevo mundo.

 

Ahí apareció Milka, regalo de su amiga Celia. 

 

–A mí no me gustan los perros– le dijo justo antes de caer rendida ante esos ojos negros brillantes. Fue un amor a primera vista. Dejó la tableta de chocolate sobre la mesa para tener entre sus brazos a su nueva compañera. La coincidencia temporal en el mismo campo visual eligió el nombre de su nueva amiga.

 

Se hicieron inseparables, tía Mayte adecuó su ritmo vital a las necesidades de la perra, las horas de paseo, de juegos, de charlas y de paz. Los viajes quedaron condicionados al bienestar de la perra y a su admisión en los alojamientos.

 

Mayte está ingresada en el hospital, nada serio, de hecho se espera que pueda regresar a casa tras un par de días de convalecencia. Por carambola del destino y por ser el hijo de Celia, me toca ir a cuidar a Milka. 

 

Al entrar en su casa descubro el desastre, Milka que nunca se ha encontrado sola ha visto salir a Mayte y tras varias horas se ha desesperado, un par de cojines rotos por el suelo de la salita y ha defecado en la puerta de la terraza, incluso parece que intentó evitar aliviarse dentro de su hogar. Me recibe nerviosa y ladrando a la defensiva. No me reconoce de principio. Dejo que me olfatee, llevo impregnado olor a perro. Eso lo conocen todos los que tienen canes en su hogar. El olor a su madre. Se relaja, sin conocerme, me admite. Hablo con palabras suaves y me muevo con cuidado. Me gano su confianza y comienzo a recoger el destrozo de los cojines y las heces. Ventilo la casa, mientras localizo el pienso para cachorros, su manta para dormir y sus recipientes de comida y bebida.

 

Admite que una su correa a la cadena de paseo y sin fiarse del todo me sigue por la escalera hasta la calle. Descargo sus cosas en el maletero del coche antes de regalar a Milka un paseo largo por el barrio. Una vecina reconoce a la perra y se para para hablar conmigo y ya de paso, informarse sobre la enfermedad de Mayte que desconocía.

 

Milka duerme acurrucada junto a su madre sobre una amalgama de las dos mantas. Casi sin llegar a olerse se han reconocido al instante y tras brincos de alegría me han hecho partícipes de su felicidad correteando a alrededor de mí.

 

En un par de días, Milka regresará con Mayte. Mientras disfrutará con Freda de la infancia que le arrebatamos al destetarla precipitadamente. Tuvo una camada con cinco cachorros que la estaban agotando. 

 

Milka me mira y en ese gesto noto una enorme conversación de agradecimiento. Echa de menos a Mayte y la mejor manera de esperarla es en compañía de Freda.

10.7.22

De hoy no pasa


 

Sofía recorre con la mirada el dormitorio. Sentada sobre la almohada con la pierna derecha cruzada apoyando el pie cerca de la rodilla de la pierna contraria. Espalda recta sobre el cabecero de madera de la cama. Madruga, un desasosiego antiguo la visita cada pocos días, el recuerdo de una tarea pendiente que no termina de culminar.

 

A su derecha, estirado todo lo que le permite su anatomía, Alfredo. En su momento fue guapo, seductor e irresistible. Los años le han criado una tripa prominente que dobla el volumen de su cintura, poco pelo en la cabeza, canas en el pecho y las uñas de los pies descuidadas. Eso fue desde que perdió vista y ahora fía la pedicura al calendario. Un aviso del móvil cada cuatro sábados le recuerda su sesión de contorsionismo imposible. Semejante estómago le impide doblarse como necesita para utilizar con precisión el cortaúñas. Sofía nota que bajo la barriga, un bulto morcillón lucha por sobrevivir donde el recuerdo sitúa despertares hinchados de poder, de eso hace casi veinte años. Alfredo ya ni recuerda aquellas sensaciones por domar la erección mañanera. Un desperdicio de ser en decadencia. El hijoputa ronca como un oso cavernario. Sofía no recuerda en qué momento llegó a acostumbrarse a ese nivel de decibelios con ritmo que preceden angustiosos minutos de ahogamiento. Una apnea incurable que para aliviarse debe perder más de veinte kilos.

 

–¡Qué ser! Le dejo. No le soporto más–. Me repito mentalmente. Sábado, encima hoy me vendrá a buscar, ya son demasiados días excusándome con cansancios, dolores y sueños. Hoy se le alinearán los astros. Hubo momentos que en cuanto me tocaba me encendía la mecha pirotécnica hasta llegar al castillo de fuego y placer. Siempre ha sabido dónde, cómo y el momento adecuado para pulsar cada tecla de mi cuerpo. La caída de las hojas del calendario olvidó la mecha y los fuegos artificiales. Tras tantos años compartiendo lecho, ahora, cuando me toca es como si me tocara yo misma, descubres que sus manos son las tuyas, su respiración es la tuya, su ritmo es el tuyo. Alfredo es muy efectivo, domina el orden, el dónde, el cómo e incluso el cuánto. Al final siempre llega a la diana, tengo premio, sí, sin sorpresas ni emociones. Cumple y no me quejo, a mí me toca corresponderle y de esta manera renovamos el pacto de convivencia por unas semanas más.

 

Y eso toca hoy. Pero no quiero renovar. Quiero dejarle, como he deseado durante toda la vida. Soy muy tonta, lo reconozco, me dejo llevar y por complacer a todos navego sobre la ola de la vida de los demás surfeando sin caer jamás. ¿Y si a mí lo que me gusta es bucear en la vida? Pasan los años y mi vocación por agradar la vida a los demás hipoteca la mía.

 

Veintidós años hace que terminé mis estudios y regresé a Alicante tras unos años de libertad en Madrid donde conocí a personas muy interesantes y algún que otro escarceo amoroso que me alegró la estancia. 

 

Durante el trayecto en autobús repasé mentalmente los argumentos para armarme de razones y dejarlo con él. La distancia y los contactos esporádicos habían dilatado un noviazgo vacío donde dos personas tan alejadas en lo fundamental se reunían durante las vacaciones y algún fin de semana para beber y pasear con la pandilla de siempre, follar precipitadamente antes de dejarme en casa de mis padres para regresar, el domingo, yo sola a continuar mis estudios de biología en Madrid.

 

Una vez desciendo del autobús, en la dársena, un grupo de adolescentes veinteañeros montan jaleo con pancartas y globos con mi nombre escrito. Disfrazados tras unas gafas de plástico con narizota incorporada y bigote el grupo corea mi canción favorita. Alfredo ha movilizado a la pandilla al completo para darme un recibimiento festivo, han sido cinco años muy largos para él.

 

Esa tarde no pude descansar, tras dejar la maleta en casa, me dejé llevar y la fiesta se prolongó hasta el amanecer. No pude dejarle, no era el momento. Mal dormí en mi cama de siempre dando vueltas sin poder conciliar el sueño y repitiéndome los argumentos para romper con él. No es tan difícil, me repetía.

 

Me desperté a la hora de comer, tras el poco descanso y la mucha humedad de mi tierra a la que había dejado de acostumbrarme tras los años pasados en Madrid, descubro mi imagen en el espejo y me saludan unos ojos saltones como los de una rana. Mi alma luchaba por regresar a la almohada buscando el sosiego y la paz que tanto anhelaba.

 

–Sofia, ahora tendrás que organizarte la vida ¿no?

–No me marees ahora, mamá. Terminé el último examen ayer, dentro de unos días me organizaré para empezar a buscar trabajo. No voy a quedarme aquí para siempre.

–Claro, hija, claro. El sábado nos ha invitado a comer Elena, la madre de Alfredo. Entre las dos tenemos muy avanzado el plan de la celebración de vuestra boda.

 

No me lo podía creer, el plan de mi madre consiste en encerrarme en un matrimonio que está muy lejos de mis planes vitales. Ella sigue detallando su plan de la celebración mientras mi cerebro busca un rincón de paz lejos de todo eso. Miro a mi padre buscando apoyo y le encuentro embobado centrando toda su atención en mi madre. No tengo salida. No me voy a casar, si le voy a dejar. Luego pensaré cómo solucionar este disgusto a mis padres, con la ilusión que tienen por verme casada. 


Me gustaría que tuvieran ilusión por verme feliz o incluso que me preguntaran mis deseos antes de darlos por conocidos. Claro que cinco años de viajes para coincidir con Alfredo a ojos de los demás es una demostración de amor incondicional. El muy cabrito solo en dos ocasiones se le ocurrió visitarme en Madrid, cuando está a la misma distancia.

 

Mi madre sigue relatando su plan de mesas, menú, vestidos, banda de música, etc. Lo tiene todo muy pensado, ha diseñado la boda ideal que le hubiera haber tenido a ella y que no pudo ser por casarse casi en secreto repudiada por su familia por elegir a un hombre de mala reputación. Si mi padre es un bendito...

 

La dejo con la palabra en la boca para refugiarme en mi habitación, necesito pensar cómo dejo a Alfredo antes de que todo esto se salga de madre.

 

Un nuevo ronquido me despierta de mis recuerdos, las siete de la mañana, los riñones me duelen por la postura. Veintidós años han pasado y no hay ningún día que me olvide de recordarme que tengo una tarea pendiente, dejarle. 

 

Hada, mi perrita, nota que estoy despierta. Me aguarda en el pasillo, justo en la puerta de mi habitación que tiene prohibida traspasar. Con su carita graciosa, espera paciente que me dirija hacia ella para el paseo matinal. Es la única que me entiende, la que me defiende cuando discuto con Alfredo y es la única que se atreve a ladrarle.

 

Está decidido, hoy le dejo. Recupero la horizontalidad, abrazo la almohada y entro en el mundo de los sueños. El lugar donde siempre estoy sola y se me ve sonreír. Un mundo donde no existe Alfredo, solo yo. La semana que viene es nuestro aniversario, quizá no es el momento más oportuno. Vale, le dejaré dentro de diez días, está decidido.

 

 

 

 

26.6.22

El peinado de los superhéroes

 


–Pelón, a ver cuándo te crece el pelo... –Miguelón, el fuertote de la clase, siempre tan envalentonado cuando nota que es el centro de la atención.

–¡Chupa Chus!... –Ahí viene Cristóbal, siempre fiel a Miguelón, haciéndole los coros y riéndole las gracias. Por su cara marcada por el acné, tan profundo y repetido que le llaman El lentejas.

–¡Calvete!... –Ese es Juan, un chico bajito y débil al que tratan como si fuera la mascota del grupo de abusadores de la clase. Pequeño e insignificante pero con la habilidad suficiente como para hacerse imprescindible para Miguelón. Le hace los deberes e incluso le regala cada día su bocadillo de la merienda a cambio de seguridad.

 

Me llamo Luis y sí, soy el centro de sus burlas. Durante una temporada decidí ocultar mi cabeza bajo una gorra con visera, me daba seguridad y me abrigaba, además de evitar las miradas curiosas y maliciosas de los demás. 

 

Recuerdo el día que mi padre me afeitó la cabeza con una maquinilla. Me explicó que el tratamiento que me iban a dar en el hospital haría caer mi pelo a jirones y me dijo que siempre es mejor decidir por uno mismo antes que dejarse llevar por las circunstancias.

 

Me hizo gracia la cara que se me quedó y lo suave que tenía la cabeza. Parecía otro niño. 

 

Al día siguiente, en el colegio, fui la novedad. La tutora, sor María, explicó a mis compañeros en qué consiste mi enfermedad y que mi nuevo estilo es el peinado de los súper héroes. Esos que siempre luchan hasta vencer. 

 

Todo bien hasta que me cayó la primera colleja de Miguelón y su risa forzada inició la etapa de persecución.

 

Tres meses han pasado desde entonces, alterno las temporadas de los ciclos, con temporadas donde todo me duele. Esos pocos días falto de clase y cuando regreso siempre estoy más cansado y débil. La mayoría de mis compañeros se preocupan por mí, lo veo en sus miradas y en lo cuidadosos conmigo que son durante los juegos. Excepto Miguelón y su cohorte que llenan sus existencias martirizándome con sus comentarios y bravuconadas.

 

Una tarde de esas que regresaba triste del colegio porque no entendía por qué se metían conmigo, mi padre me llevó con él a su mesa preferida, me enseñó un billete de veinte euros y me preguntó:

 

–¿Cuánto vale este billete?

–Veinte euros, papá.

 

Mi padre arrugó el billete con la palma de su mano hasta convertirlo en una bolita.

 

–Y ahora, ¿cuánto vale?

–Veinte euros. –contesté.

 

Mi padre empezó a golpear con el puño la bolita hasta que la aplastó.

 

–¿Y ahora, cuánto vale?

–Lo mismo, veinte euros.

–Pues como tú, hijo. Vales mucho más que veinte euros. Por mucho que te empujen, maltraten o peguen, valdrás siempre mucho. Ningún golpe o insulto te hará perder valor. No quiero que pienses que no vales, seguramente esos compañeros que se meten contigo les puede el miedo y saben que tú vales más que ellos. Recuérdalo.

 

El pasado viernes, me tocaba nueva sesión de quimio, llegué a la planta de oncología infantil con algo de adelanto respecto a mi hora de cita. Mi madre me deja ir solo, como a los mayores. Ella me acompaña hasta el ascensor. El recorrido hasta la sala lo hago yo solo, valiente y seguro. Noto en mi espalda la mirada de mi madre orgullosa desde la lejanía y como me contagia valor y determinación. Siempre me acompaña una mochila donde guardo el libro que me estoy leyendo y un estuche de colores junto a un cuaderno de dibujo. Me gusta pintar mientras me inyectan esos líquidos, me ayuda a olvidar donde estoy.

 

Saludo a Lucía, Tomás y Juan, los tres mosqueteros con los que comparto sesiones y risas. Lucía tiene la piel azul, demacrada y ojos cansados. Siempre la verás sonreír. Tomás con sus cejas pelirrojas y sobrepeso, siempre nos hace reír con sus historias y ocurrencias. Y Juan, alto y muy delgado, tan callado como siempre, habla con la mirada.

 

–Tenemos compañero nuevo. –me dice Tomás.

–¿Dónde está?

–Con la doctora, ahora sale. Le he visto llorar.

–Tendremos que ayudarle entre todos ¿no? – digo mirando a Juan, quien asiente con su mirada.

 

El sonido de la puerta del despacho abriéndose se acompaña con los pasos de un grupo de personas, se adivinan tres adultos y un niño.

 

–Mira, te voy a presentar a tus compañeros. – dice la doctora.

–Aquí están los luchadores, Lucía, Tomás, Juan y Luis.

–Hola, Miguel. – Alcanzo a decir.

–Veo que os conocéis. – Dice la doctora.

–Sí, somos compañeros de clase en el colegio. –Respondo mientras acojo la mirada llena de miedo de Miguelón. –Bienvenido, aquí nos ayudamos entre nosotros. Somos un equipo de luchadores.

 

Desde ayer lunes, en clase, ya somos dos con el peinado de los súper héroes. Nunca más se repetirán las bromas y los insultos. Ahora resulta que el fuerte soy yo. Los calvos estamos de moda.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...