Llega un momento en la vida donde caes en la cuenta de que te estás dejando llevar por una rutina dictada por la costumbre, donde te limitas a cumplir con aquello que se espera con los amigos, la familia o en el trabajo, donde olvidas los viejos momentos llenos de sonrisas y complicidad, donde llegas a obligarte a cumplir con una intimidad cautiva por fríos y previsibles turnos, donde te descubres perdiendo el respeto a tu compañero durante las discusiones, donde sobre actúas con ofensas llenas de reproches que se cobran antiguos roces sin cicatrizar o porque no encuentras nada de qué hablar. Cada una de estas situaciones forjan gruesos barrotes que aprisionan tu alma.
Todas estas ocasiones construyen una jaula que te ahoga poco a poco y frente al espejo reconoces signos de envejecimiento prematuro, barriga incipiente, celulitis, arrugas, canas, visitas al dentista, hipertensión, colesterol, insomnio, gastritis, cefaleas...
Tu alma necesita respirar, el aire que atraviesa los huecos entre barrotes no te es suficiente y de manera inconsciente sueñas bucólicos atardeceres en prados verdes inmensos, playas de arena y aguas infinitas, montañas nevadas y desiertos enigmáticos. Sueñas con esa libertad que recuerdas que existió, con reencontrar tu sonrisa, con recuperar la energía para vivir lejos del dictado de la costumbre que orienta hoy cada uno de tus pasos.
Sin intención, desarrollas un sistema de búsqueda latente mientras tu alma vive alerta buscando la llave para escapar de la jaula. Entras en un estado de hibernación atenta, sin un plan específico y donde fías tu éxito a la intuición mientras caminas durante tu hégira particular. Ansías la llave sin buscarla, se te ha olvidado cómo y tu pereza existencial dentro de la jaula no te empuja a descubrir nuevos mundos.
Un día cualquiera, amanece con un sol fuerte y luminoso. El calor derrite la cerradura de tu jaula y un nuevo pájaro se acerca para recordarte cómo se vuela.
Recortando el horizonte, en dirección a las grandes explanadas de las segundas oportunidades donde las sonrisas llenan de felicidad a los que abandonaron sus jaulas, el vuelo de dos almas sonrientes se alejan sin mirar atrás. En ese instante se atreven a pensar en ellos mismos, recuperan la sonrisa. Unen sus almas creando un nuevo ser resultado de la suma de ambos juntos. Sonríen. Son felices.
Once años volando juntos, disfrutando de cada paisaje, de cada corriente de aire y con la certeza de que los próximos pasos también colmarán nuestras almas. Solo le pedimos a la vida disfrutar fuera de las jaulas, juntos y unidos. Gracias mi amor.
Qué bien que el calor derritiera el candado y, que por ahí pasara el " alma gemela" con la que descubrir toda la hermosura de la vida.
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