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24.4.22

Tía Águeda

 



Cuando se siente feliz toda ella es radiante, con su mirada brillante y sonrisa sincera acompañada con esas arruguitas que se le marcan en la unión de los párpados. Su tono de voz se agudiza y la risa acompaña la conversación. Ella consigue enamorar a los que la rodeamos incapaces de evitar la atracción gravitatoria hacia ella.  

 

Pasan los años y la imagen que transmite tía Águeda es esa, el imán al que la familia se une buscando la fuente de su satisfacción emocional. Todos acudimos a tía A y no necesariamente para recibir un consejo o unas palabras certeras, la buscamos para llevarnos un poco de su felicidad para guardárnosla para siempre con nosotros.

 

Repaso con melancolía el vídeo grabado hace un mes durante la fiesta de su sesenta cumpleaños. Creo descubrir un breve destello en su mirada que me recuerda a la melancolía, puede ser producto de mi imaginación o resultado de un pensamiento recorriendo su mente valorando la vida pasada y las probabilidades de la futura. Serán cosas mías pero esa mirada me inquieta. Nunca se la había visto.

 

Ayer, como todos los sábados de fin de mes, conduje los ciento ochenta kilómetros que nos separan para comer con ella. El clima primaveral acompaña gracias a que la robusta mesa de madera del jardín está situada tras la casa, a resguardo de la brisa predominante procedente de la nevada sierra. 

 

Nunca me ha confesado el secreto de la receta de su salsa, –son las especias– me dice sin concretar cuáles ni su proporción. Solo ella es capaz de conseguir que la carne asada se convierta en un lujo al paladar, salvo ayer. 

 

Tía A se sienta en su lugar preferido a la derecha de Germán, su compañero de vida, que preside la larga mesa mientras llena los tres vasos con vino de la zona. La sombra del sauce nos protege del picor del sol de abril mientras nos preparamos para degustar el asado.

 

Un silencio pesado y pegajoso nos rodea, solo roto por el sonido de los cubiertos al chocar con los platos. Nos acompañan los dos gatos y el anciano perro que se hacen notar rozándose contra nuestros tobillos demandando sus raciones. Entrego un primer trozo a mi viejo amigo Sam que mirándome lo deja caer al suelo. Con un breve sonido, casi inaudible para mí, emitido por Germán, Sam recupera su ración abandonando la zona. Algo hay que no le gusta.

 

Observo a tía A, come sin apartar la mirada del plato y sin apenas probar el vino. Un breve temblor en su dedo meñique de la mano izquierda me hace pensar que debe estar preocupada por algo. Miro a Germán quien con un gesto me intenta explicar que es mejor dejarlo estar, que luego me contará.

 

El cocinado expresa los sentimientos del cocinero mucho mejor que las palabras. Solo por esta vez, nadie repite ración. El viejo Sam tenía razón, no hay quien se lo coma. Mientras tía A se levanta por el postre, pregunto a Germán quien solo tiene tiempo para decirme que –Águeda tiene un mal día, no pasa nada– Interrumpe su frase al verla salir de la casa con una fuente de fruta.

 

–¿Tía A, te puedo ayudar?

 

Me mira sin ver, noto su mirada cómo me traspasa para enfocar en un punto lejano en el infinito situado a mi espalda.

 

–Algo te pasa, me preocupo por ti– insisto.

 

–Tranquilo que ahora vuelvo a estar feliz.

–¿Cómo puedes controlar la felicidad?

–La busco y la suelo encontrar, salvo desde hace unos días que no lo consigo.

–¿Qué es lo que no consigues?

–Ser feliz.

–No se puede ser feliz siempre a todas horas, es imposible.

–Pues yo lo he conseguido durante sesenta años, hasta que se me fue.

–¿Qué ha cambiado? Tienes la casa de tus sueños, con tus plantas, el huerto, tus animales, a las afueras del pueblo y todo junto a Germán con el que llevas toda la vida. Una familia maravillosa y un montón de amigos. ¿Qué más quieres?

–Que me devuelvan mi felicidad, nada más.

–¿Quién?

–El que me la robó. Yo hasta hace unos días, me levantaba y mirándome al espejo me decía –hoy es el mejor día de tu vida, disfruta– 

–La felicidad no se obliga, se siente cuando estás plena de satisfacción emocional o incluso física. No porque te lo impongas. Y no se puede robar, nadie se dedica a quitarte la sonrisa para llevársela.

–Pues lo han hecho. Solo quiero llorar y no aprendí a hacerlo, seguro que me ayudaría.

 

Miro a Germán y me encuentro a un marido preocupado, paciente y atento ante cualquier detalle que le pueda avisar que Águeda necesita su apoyo, mientras eso ocurre la deja respirar respetando su zona de confort. Por experiencia sabe que Águeda necesita metro y medio de respeto para no sentirse abrumada, salvo que ella demande contacto, en ese momento él estará ahí. Los abrazos son el mejor ansiolítico para Águeda y la convierten en un cachorrito a la búsqueda de calor corporal y caricias.

 

De regreso a mi casa la idea de que algo le pasa a tía A no deja de martillear mi cerebro. 

 

Llevo un día con una congoja que me asfixia el pecho, los ojos tan hinchados que me duelen y, al igual que tía A con ganas de llorar sin saber hacerlo. Desde ayer las energías me fallan, echo de menos la alegría esa que me acompañaba cada vez que visitaba a mis tíos. ¿Seré yo el ladrón de sus sentimientos y ahora le robo melancolía?, ¿dónde he perdido la alegría de A?

13.3.22

Buen vecino


 

Por fin se va, tras todo el fin de semana gritado, corriendo y llorando con ese tonito de niño consentido. Atrás quedan las siestas irrecuperables que no hemos podido disfrutar, los amaneceres involuntarios a primera hora marcados por el subir de la manera más ruidosa posible las persianas y por el abrir y cerrar de cajones sin tope de goma, los bailes de salón con su zapateado de bota ortopédica y los sonidos guturales de los abuelos llamando al nieto a todas horas provocando las carreras sabiendo que molestan y mucho a los vecinos.

 

En varias ocasiones nos hemos quejado y ¿para qué? para recibir contestaciones chulescas –esto es lo que hay, no te lo crees ni tú, se trata de un niño pequeño y no vamos a coartar su crecimiento, etc. – Traduciendo el mensaje de los abuelitos, –a joderse–.

 

Tras el portazo, como no, silencio. Un gran contraste pasar del ruido perenne al vacío sideral. Los abuelos derrotados de puro cansancio ni se mueven. No tienen edad ni conocimiento para aguantar el ritmo que marca un nieto. 

 

Mañana lunes regresarán los albañiles para continuar la ruidosa obra de reforma en el piso situado justo encima de los abuelos con el nieto mimado y ruidoso. En un par de meses recibiremos a los nuevos vecinos, una familia con dos niños pequeños y por lo que parece, de los moviditos. Justicia divina. 

 

Como gesto de buena voluntad y vecindad, con mis mejores deseos, estoy pensando un regalo para el niño. Como hablan a gritos, me he sentido informado de que la semana próxima será su cumpleaños. El pobre es ¡tan majo!, de esos niños que en público, cuando se cruzan con otro adulto en el descansillo o en el portal, se callan y miran hacia el suelo, para pasar desapercibido y aparentar ser un buen niño. Conste que no le culpo, la responsabilidad de enseñar civismo y respeto corresponde a los adultos de su familia no a un chico que aún no controla sus esfínteres.

 

Un balón de fútbol lo suficientemente blando para que los botes no se sientan en el piso inferior, el mío, y tan rígido como para convertirse en un proyectil de destrucción masiva. Los abuelos necesitan una nueva decoración, un jarrón hecho añicos, un nuevo televisor y cambiar esa lámpara de araña, regalo de boda, que les recuerda a diario sus orígenes tan poco refinados.

 

Para la bienvenida a los nuevos vecinos de más arriba, una colección de canicas y un juego de bolos. Con la tarima flotante que están instalando seguro que no se escucha nada en el piso de abajo.

 

Los vecinos estamos para apoyarnos. Esos niños siempre contarán con mi ayuda.

6.3.22

Cambios


 

El estruendo del camión de la basura cumple con su función de despertador dominguero, me cago en su puta madre, pienso mientras despierto de un sueño reparador tras una semana de mierda. Vaya pintas que tengo, mi costumbre de dormir amortajada con un pijama grueso de invierno, tapones en los oídos, antifaz heredado de mi único gran viaje en avión hace ya demasiados años como para recordarlo y hoy, como puntilla, tras mi sesión de peluquería vespertina, corono mi cabeza con una redecilla que sujeta los rulos.

 

Un persistente dolor de cabeza me taladra la sien justo en el punto donde la pinza que sujeta uno de los rulos presiona mi piel al apoyarme en la almohada. Me gusta cómo me queda el peinado ondulante con largos tirabuzones que descansan sobre mis hombros, copiando la imagen anticuada de las presentadoras de TeleMadrid. 

 

Mañana lunes vendrá a la oficina Luis, el gerente general del que todas estamos enamoradas en secreto. Un par de años más joven que yo, siempre me dedica con ojos hambrientos unos segundos más que a las demás. Babea conmigo, lo noto. Cuando Luis se acerca a saludar siempre apoya su mano en mi cintura, apretando lo justo como para que se note la electricidad que existe entre ambos. Mañana será el momento más feliz del mes, unos segundos que me alimentarán para cuatro semanas de sueños y fantasías. 

 

A mi lado noto cómo se despereza Miguel, con lo madrugón que es, me extraña verle encamado. Puede que quiera sexo. Me libro porque con estas pintas que llevo le espanto su deseo mañanero en un instante. Rayo, nuestra perra no está demandando salir, señal de que Miguel ya la atendió y ha regresado a la cama buscando guerra.

 

–Buenos días, cariño– me dice.

–Mnmnmngt– replico.

 

Noto cómo me acaricia el hombro, señal de que no me equivoco en el diagnóstico, he perdido la cuenta de los días que le llevo evitando y con tanta desatención su humor comienza a agriarse saltando por cualquier motivo sin importancia. Y es que yo no tengo el coño para ruidos...

 

–He estado pensando– me indica.

 

Mis sentidos entran en DEFCON2, peligro, alarma nuclear. Esa frase no es propia de él, miedo me da. En la escala de alarmas, esta se encuentra justo antes del "tenemos que hablar". Me giro hacia él, noto que se me clava otro rulo encima de la oreja izquierda, la solemnidad del momento frena mi impulso de cambiar de postura. Le miro a los ojos, bonitos ojos negros, la verdad. Es de lo poco que no me he cansado de mirar con el paso de los años. Mi mirada le anima a continuar su pensamiento.

 

–Quería habértelo dicho antes pero no sabía cómo ibas a reaccionar.

–Me estás dando miedo, Miguel, ¿qué es lo que pasa?

–Quiero cambiar de vida. La semana que viene cumplo cuarenta y cinco años y noto que si no doy el salto ahora, nunca lo daré.

 

Ostias, me había olvidado de su cumpleaños y qué coño le compro yo a este ahora, con lo desastre que soy para los regalos y ya es muy tarde como para preguntarle qué es lo que le gustaría. Joder, mañana pasaré la tarde paseando por El Corte Inglés a ver si me inspiro. Mierda, mierda, mierda...

 

–¿Me estás escuchando? – me dice interrumpiendo mis pensamientos.

–Claro que sí, estoy expectante por conocer qué es lo que quieres cambiar. ¿A mí?, ¿de casa?, ¿de trabajo?

–Llevo pensando mucho tiempo y quiero ser actor. Mi ilusión de toda la vida.

–¿Y te vas a apuntar a un grupo de aficionados en el centro cultural del barrio?

–No, me voy a dedicar profesionalmente.

–¿Y tu trabajo de gerente?

–A la mierda. Llevo años sin sonreír, siempre estresado, dilapidando horas y horas en un negocio que me chupa la sangre y el alma. Si ya ni te ríes conmigo, he perdido la chispa y la gracia. Mantengo alguno de los contactos de cuando estudié en la escuela de interpretación y uno de los profesores me admite en una obra de teatro que planean estrenar el mes que viene.

–¿Y de qué vamos a vivir? Sabes que con mi sueldo no llegamos para pagar todos los recibos ni la hipoteca...

–Nos ajustaremos, si va bien la obra, en dos meses cobraré mi primer sueldo.

–No sé qué decir, ¿vas a cobrar los cinco mil euros que tienes ahora?

–Ni mucho menos, empezaré con mil y poco. Y seré feliz y podremos volver a reír. Prescindiremos de todo aquello que no nos haga falta, el apartamento en la playa, el club de pádel, de uno de los coches y muchos de los caprichos que nos rodean a diario.

–No te lo has pensado bien, Miguel. ¿Cómo vas a hacer eso? ¿El colegio de las niñas, nuestras vacaciones, nuestra forma de vida?

–Realmente es tu forma de vida, la que tú querías, no la que yo deseaba. 

–Podemos arreglarlo, cariño. Piénsatelo una semana y el sábado lo hablamos.

–Ya está hecho, me despedí hace unos días y aproveché mis días de vacaciones como preaviso.

–¿Qué?

–Sí, que dimití el martes.

–Pero... ¿Te habrán dado un finiquito y una indemnización después de veinte años rompiéndote el alma por ellos?

–Cuando dimites no hay indemnización posible. Nada de nada, salvo a final de mes que me pagarán los días trabajados y me pagarán las vacaciones devengadas no disfrutadas hasta ahora.

 

Me levanto, necesito pensar y tener una pinza taladrándome la cabeza no ayuda. De pie rijo mejor. Comienzo a rodear la cama en un movimiento circular sin parar de hiperventilar.

 

–Lucía, ¿estás bien?

–¡Cómo voy a estar bien! Eres muy egoísta, solo has pensado en ti sin valorar tus responsabilidades con las niñas o conmigo.

–Valora que seré feliz y podré repartir sonrisas, alegrías y abrazos, como en vacaciones...

–¿Y quién te dice a ti que quiero esa vida de alegría?, ¿quién? No quiero vivir con estrecheces.

–¿Prefieres tenerme amargado con pasta antes que feliz y pobre?

–No he dicho eso.

–Perdóname pues es lo que he entendido.

–Vas a volver mañana a la oficina para pedir perdón para que te readmitan.

–No voy a hacer tal cosa y además dudo que me readmitan, la jefa feliz de que me fuera porque así puede sustituirme por su sobrino, joven, idiota e infinitamente más barato que yo.

 

Salgo de la habitación y me encuentro a Rayo sentada con las orejas tiesas mirándome con cara de apoyar a Miguel.

 

Frente al espejo del baño voy retirando la redecilla para ir, una a una, liberando las ondas de mi pelo según quito los rulos. La verdad es que me queda muy bien el pelo cursi a lo TeleMadrid. Por el espejo veo entrar a Miguel en el baño con una rosa en la mano y al levantar su cara, una enorme sonrisa dibuja su cara.

 

–Me encanta actuar para ti. ¿A esto te referías a los juego de rol para animar nuestra vida sexual?

 

Miguel se gana un sonoro tortazo. No puedo parar de llorar, me siento ruin e interesada. Me avergüenzo de mí por todo lo que he dicho y cómo he reaccionado. Yo también quiero pensar, ¿me interesa mi vida como es?, ¿me conformo con sueños ilusorios con Luis?, ¿eso es lo que quiero?  Mojo, bajo el chorro de la ducha, mi peinado de ondas, tras secarme el pelo, lo recojo con una coleta y salgo a pasear bajo el sol templado de primavera. Miguel se ha ganado otro fin de semana de sequía. Necesito tiempo para aclararme. También cumplo años el próximo mes, cuarenta y uno. Con la ilusión que me hacía a mí cantar. ¿Estarán dispuestos a reunirse los del Cubata, mi antiguo grupo musical del barrio?

12.2.22

Feria

 


Alex no pierde detalle, a sus enormes ojos color almendra les cuesta pestañear, por primera vez en su vida va a estar en la feria por la noche, inconscientemente aprieta la mano de su madre buscando protección al sentirse rodeado por un multitud gritona y por el ruido ensordecedor de fondo.

 

Nota a su madre hablar sin conseguir entender ninguna de sus palabras enmudecidas por las bocinas estridentes de las atracciones anunciando el cambio de turno y las consiguientes carreras en busca del coche de choque libre. La música de cada atracción compite con su vecina en volumen y en sonido, cuanto más festivo y hortera más atención llama haciendo crecer el número de clientes expectantes a que llegue el siguiente turno.

 

Al fondo del todo, la noria llama su atención, sin ser muy alta, admite ocho cabinas, intenta soltarse de la mano de su madre sin suerte, hoy su madre no tiene dedos, tiene garras que le atrapan protegiéndole en exceso. Inicia la carrera hacia la luminosa noria, quiere montar en ella, sus luces intermitentes y el leve balanceo de sus cabinas le atraen.

 

Consigue subir a una de las cabinas acompañado de su hermana mayor, de a penas un año más, su madre prefiere aguardar en tierra hablando con varias madres de cosas aburridas de madres.

 

Mientras cargan las cabinas con cuatro pasajeros cada una, la noria se mueve lentamente, a golpes, una a una van mudando a sus visitantes. Durante la espera llega el momento cuando su cabina está en el punto más alto de la atracción y desde arriba divisa toda la feria y sus alrededores repletos de vehículos estacionados aprovechando la capacidad máxima de cada descampado gracias a la dirección de la policía municipal que en estas fechas acumulan horas extra de servicio a la comunidad.

 

Las vueltas de la atracción son rápidas, una fila larga acumula a decenas de niños expectantes por montar y el encargado de la noria decide acelerar para multiplicar las rondas y sus ganancias. Alex no se esperaba tanta velocidad y el balanceo de su cabina se exagera provocando en su estómago una reacción imprevista. Logra parar los espasmos de su cuerpo justo hasta que le llega el turno para descender del vehículo, a duras penas consigue evitar a la multitud y dirigirse hacia una de las columnas que soportan la atracción. El húmedo suelo de tierra regada para evitar la polvareda es testigo del menú de su cena. Queda blanco como el papel y con ganas de irse a la cama. No está saliendo la noche como esperaba.

 

Nota el dulce olor a lavanda que siempre acompaña a su madre, quien le ofrece un pañuelo de papel para limpiarse y un poco de agua para enjuagar su boca. Le tranquiliza con un abrazo, no necesita palabras para sentirse seguro y protegido. Su estómago se tranquiliza y el color regresa a sus mejillas. 

 

Un olor dulzón llama su atención, no sabe identificar de qué se trata y aún así, algo le dice que es familiar y que le gusta mucho. Identifica en una caseta destartalada una niña gitana con su pelo recogido en una coleta, mover con gracia su cuerpo al ritmo de las rumbas de la atracción anexa mientras gira con habilidad un largo palo recogiendo hebras de azúcar tintadas. Tras varias vueltas una nube rosa se forma alrededor del largo palo de madera.

 

En su mano descubre lo pringosa que llega a ser esa nube, desprende un trozo del tamaño de una nuez y lo pliega con su dedos antes de introducir en la boca su dulzor extremo. Siente la mirada vigilante de su madre pendiente de las reacciones de Alex, es su primer algodón de azúcar y ella sabe que para algunas personas tanto dulzor no les es agradable y para otras puede llegar a ser adictivo. Al ritmo que come su hijo, parece que es de los golosos, como su padre, veremos después cómo le sentará en su estómago recién vaciado.

 

Con siete años, todo se aguanta. 

 

Las risas y ruidos de fondo ya no le atemorizan, se ha acostumbrado a este bullicio y como él no es de mucho hablar tiene la excusa perfecta para observar cómo reaccionan los demás sin tener que mantener una conversación. Su madre es mucho de hablar, se pasa el día con comunicación verbal, con las vecinas, con su familia, por teléfono y hasta la escucha debatir con la radio. Su pobre padre, tan callado siempre cae hipnotizado cada noche con la ininterrumpida narración de su esposa. Un tándem perfecto unidos con comunicación visual, él asiente mientras ella describe sin parar.

 

Tras liquidar toda la nube de azúcar, devuelve a su madre el inútil palo momento que aprovecha ella para limpiar los restos de dulce rosa entre sus labios y la barbilla. Ha repuesto energías, se une a su hermana en la fila de otra de las atracciones, una noche completa y alegre no se la va a estropear nadie.

 

Sonríe mientras observa a otro niño vomitando a la salida de la noria, manchando una de las cabinas. Un oportuno manguerazo limpia el desastre, dejando el barbecho por una vez esa cabina esperando que se seque en los escasos cinco minutos del turno de la atracción. Ver a dos niños en la misma situación en poco tiempo desanima a muchos de la fila que cambian de atracción. 

 

De regreso a casa, pasan junto a la tómbola, donde exponen multitud de objetos, electrodomésticos pequeños, muñecas, una bicicleta, equipos de música. Un carrusel de números va cantando una mujer aburrida de su existencia. La lotería es muy caprichosa repartiendo muchos premios de escaso valor.

 

–Una muñeca Chochona para el caballero– grita por el micrófono el animador de la lotería, vestido de negro riguroso y tocado con un sombrero del mismo color cubriendo su melena azabache.

 

Saliendo del reciento, su madre les quiere comprar un juguete de recuerdo, Alex lo cambia por un paquetito de almendras garrapiñadas y su hermana por una bolsa de chuches.

 

¡Qué más se le puede pedir a un día de feria!

30.1.22

La espera

 


 

 

Al atardecer, todos los días se abren las cortinas de la ventana del tercer piso. Una mirada se asoma tras el cristal cerrado que solo se atreve a abrir durante los meses de verano, ahora, en esta época se cobija tras el vidrio y al resguardo del calor emitido por el radiador de hierro situado a la altura de sus piernas. 

 

Su mirada rodeada de surcos labrados durante toda su vida junto a Concha dibujan una sonrisa en toda su cara. Expresa toda la felicidad que ha encontrado en la vida junto a su amada. 

 

Las obligaciones de las mañanas le llenan su existencia, recorre en cortos e inseguros pasos el centenar de metros que le separan de su panadería y en el camino suele visitar la frutería de Ahmed, un sirio muy afable que le trata con un respeto ya no encontrado en estas latitudes con sus ancianos.

 

Las tardes se le atragantan salvo los escasos días que recibe la visita de su hija Amparo. Los días pasan con la rutina que le ayuda a sobrevivir sin pensar, en cuanto cae el sol se asoma durante un buen rato a divisar su calle. Una acogedora penumbra le abraza mientras de fondo su programa de radio vespertino le acompaña en su soledad.

 

Un día de estos, Concha regresará, él solo espera preparado para recuperar su ritmo alegre. Ella que nunca calla le contará todo lo que ha ocurrido durante estos meses en el hospital. Aún no ha conseguido el permiso para poder visitarla, que si es peligroso, que con la que está cayendo, que si este virus y muchas otras excusas faltas de convencimiento. Sabe que él sin Concha no es el mismo e intuye que ella inconsciente y a su manera, le está esperando. Pasan las semanas y el brillo de esperanza se mantiene en su mirada mientras espera divisar a la ambulancia que se la devolverá.

 

Termina su programa de radio con las señales horarias, la cortina se cierra. Hasta mañana, Concha, a ver si nos quitan las prohibiciones y puedo ir a recogerte para volver juntos a casa. La rutina también marca el orden de sus pensamientos. La esperanza es lo último que se pierde. 

 

Nuevos surcos horizontales aparecen junto a sus ojos dibujando una nueva cara. La de la paciencia. 

31.10.21

Carrillera de cerdo ibérico al vino tinto

 



 

La cocina es una de mis aficiones que ha ido creciendo con el paso del tiempo. Desde el pasado mes de enero, fecha en la que me prejubilé después de casi treinta años dedicados en cuerpo y alma al banco, disfruto con enorme placer de mi tiempo en la cocina. No me refiero al tiempo de cocinado obligatorio que es cuando me toca encargarme de hacer la comida en casa. Me refiero a esos días que me otorgo para disfrutar de la cocina y hacer feliz a los demás degustando el fruto de mi trabajo.

 

Varios de mis lectores habituales, sobre todo, los que más me conocéis, me habéis pedido varias veces que escriba un libro de recetas. No es mi intención ya que no soy un creador de platos, me conformo con ser un seguidor, copiador y en ocasiones, versionador de recetas de mis admirados cocineros. Martín Berasategui, Pepe Rodríguez en alguna ocasión y frecuentemente Joan Roca. 

 

Mi pasión por la cocina la completo, junto con Misi, mi mujer; con la posibilidad de visitar una o dos veces al año restaurantes con estrella Michelin. No son pocos los que hemos disfrutado y tras las visitas siempre hay algún plato que trato de emular. Hemos disfrutado de manera pasional cada visita a Marín Berasategui (4), El Bohío (4), Paco Roncero, Coque (3), Azurmendi, Aponiente (2), Akelarre, Gaytán, Ramón Freixa, Dstage, El Club Allard (2), Lúa (3) y otros con la estrella asomando como Dos Cielos (4).

 

( ) Entre paréntesis las visitas realizadas cuando exceden de una.

 

En cada visita, aprendo y disfruto. Cada uno expresa a su manera e interpreta la mejor versión del producto de cercanía al que convierten en su especialidad y en la marca de la casa.

 

Me estoy enrollando, y todo para justificar mi artículo de hoy, voy a compartir una receta que versiono de Joan Roca. De mis imprescindibles, su Can Roca es la ausencia más llamativa de mi lista de restaurantes para visitar. He llegado a estar en lista de espera, sin suerte. Tiene tanto éxito que la reserva se realiza con un año de antelación y se agota en minutos. Ya lo conseguiré porque no voy a dejar de intentarlo. 

 

Receta:

 

Carrilera de cerdo ibérico con salsa al vino tinto

 

1.- Salmuera

750 ml de agua

75 gr de sal gorda de cocina

 

Remover con una varilla hasta disolver la sal en el agua.

Sumergir las carrileras en la salmuera durante veinte minutos.

Secar en papel secante de cocina y reservar.

 

2.-Infusionar aceite de hierbas

40 gramos de Aceite de oliva virgen extra

2 ramas de tomillo

2 ramas de romero


Utilizo dos métodos, el paciente que consiste en introducir las hierbas en una botella que rellenamos de aceite virgen de oliva. Dejamos reposar durante cuatro meses, moviendo la botella un par de veces al mes.

 

O el método inmediato, en una sartén calentamos aceite a temperatura suave, unos 90º C. Calentamos durante unos cinco minutos con las hierbas sumergidas en el aceite. Dejamos enfriar, colamos y este es el aceite que utilizaremos para marcar las piezas en el paso posterior.

 

3.- Cocinar las carrilleras

1 kg de carrileras (3 por comensal).

50 gramos de aceite infusionado de romero y/o tomillo.

pimienta.

dos cucharadas sopera de harina de trigo.

500 ml de agua (aprox).

 

Retiramos la fascia y otras telillas que tenga la carne con la ayuda de un cuchillo bien afilado.

Pimienta al gusto y pasamos por harina cada trozo para posteriormente marcar en la olla donde hemos puesto a calentar el aceite virgen de oliva o el aceite infusionado de hierbas. Marcar por ambas caras y reservar.

Una vez tengamos todos las carrileras marcadas, las incorporamos a la olla donde está el aceite y las cubrimos de agua. Dejamos cocer durante 40 minutos a fuego suave. Reservar las carrilleras en su propia agua.

 

4.- Salsa al vino

2 puerros limpios

2 cebollas medianas

3 dientes de ajo

1 chile (opcional)

2 zanahorias medianas y tiernas

150 ml de vino tinto (cuanto mejor sea el vino, mejor saldrá la receta) el mismo vino nos servirá para maridar el plato.

4 cucharadas soperas de aceite virgen extra o del infusionado anterior

sal

 

Cortamos las verduras en trozos pequeños (1 cm aprox.) pochamos en la olla con el aceite caliente, salamos y cocinamos hasta que se caramelicen. Añadimos el vaso de vino. Una vez reduzca el alcohol, apagamos el fuego y reservamos.

 

5.- Cocer la carrillera

Carrillera cocida (elaboración del punto 3 anterior)

Salsa al vino (elaboración del punto 4 anterior)

1 cucharada de postre de Pimentón dulce de la Vera

 

Volcamos la salsa sobre la olla donde están las carrilleras cocidas y su agua. Calentamos hasta que llegue a hervir y posteriormente bajamos el fuego a la mitad, durando cocer unos 20-25 minutos. Incorporamos el pimentón y dejamos cocer otros 5 minutos.

Sacamos las carrilleras y las reservamos en otro recipiente. Trituramos la salsa con una batidora de mano y calentamos en fuego medio hasta que reduzca. Cuanto más reduzca más concentrado de sabor tendrá la salsa y más densa. El punto definitivo va en gustos. A mi personalmente prefiero que pueda mojar pan sin empaparlo de agua. Rectificar de sal y pimienta si necesitase.

 

6.- Presentación

 

Me gusta acompañarlo de patatas fritas o sobre una cama de puré de patatas.

Carrilleras cubiertas por su salsa, adornada con alguna hierba que tengamos a mano o cebollino.

17.9.21

Tu clic

 



Escuché tu clic. Un auténtico privilegio estar tan cerca de ti para ser testigo de ese momento tan especial en la vida de las mujeres.


Ese instante, el más significativo de tu vida para los que te rodean, merece ser recordado contra el hábito de obviarlo.


Todos somos testigos del acelerado crecimiento físico de las niñas que se convierten en mujer en pocos meses, también ocurre que alcanzáis la madurez mental mucho antes que los varones. Quizá por eso sois tan exigentes porque veis las cosas de lejos con anticipación.


Ese fue el clic que sonó, el de tu interruptor de madurez. Sonó como las antiguas llaves de la luz en casa de nuestros abuelos, las que usaban para encender rotando una pieza de unos tres centímetros fabricada de porcelana o de madera.


Una pieza imaginaria que tiene cada niña desde su nacimiento, de un solo uso y que se activa en el preciso momento que se supera esa adolescencia tan rebelde, impertinente y egoísta. 


Ese instante enciende tu luz de la madurez, esa que ilumina para los demás tu presencia, hipnotizando y atrayéndoles con tus opiniones y tu sentido del humor. La salsa que aliña tu belleza completándote como mujer.


Carmen, ayer cumpliste dieciocho años, legalmente alcanzaste tu mayoría de edad. Los que te rodeamos sabemos que la alcanzaste unos meses antes, el día de ese clic.

 

¡Qué momento!

12.9.21

6.575

 



 

Feliz cumpleaños, hijo. Has alcanzado la mayoría de edad. Iniciaste tu historia en 2003 y hoy en 2021 ya eres responsable pleno de todos tus actos. 


El camino no termina aquí, realmente es aquí donde comienza. Todo lo que has vivido anteriormente ha sido formación básica, desde hoy toca avanzar en la vida adulta. Acabas de iniciar una nueva aventura, la universidad. Donde te prepararás para un nuevo futuro, con nuevas amistades, inquietudes y formación específica para tu porvenir laboral.

 

Llevas 6.575 días (1) de aprendizaje, te deseo que durante toda tu vida mantengas intacta la curiosidad por aprender, por mejorar y por iniciar retos. Adquirirás nuevas habilidades que te ayudarán a desarrollarte como profesional y como persona. 


Tienes un fondo de buena persona que te acompañará durante toda tu vida, el día que te creas lo mucho que vales, pilotarás el mundo. Lo tienes al alcance de tu mano.

 

Sigue avanzando, no pares. Lucha por aquello que ambicionas, disfruta de tu camino. Vive, sueña, actúa, yerra, aprende de los errores, levántate, disfruta y sonríe; sobre todo, sonríe. Elige bien a tus compañías. La vida se comparte y con buenas uniones se convierte en plena.

 

Tengo mucha suerte como padre, llevo 6.575 días muy orgulloso de ti.

 

Feliz cumpleaños, Carlos. Eres adulto y sabrás hacerlo muy bien, no hagas mucho caso de mi broma. Adulto con la "L” como les ponen a los nuevos conductores. Eres un hombre con todas las letras.


Firmado papá



 

(1)     18 años por 365 días más 5 por años bisiestos

7.8.21

Hikikomori

 


– Miguelito, son las once de la mañana. Ya es hora de que te levantes – Carmiña está que trina, no soporta ver a su hijo en plan camastrón perdiéndose la vida con tal de dormir sin parar.

 

No oye respuesta alguna, ni un sonido que señale algo de actividad tras la puerta de la habitación del niño. En plena adolescencia le permitieron, por intercesión de su padre, decorar la puerta de su dormitorio con un letrero escrito sobre una señal de tráfico de stop – No pasar – 

 

– ¡Miguel! – suena fuerte y agudo. Hoy no tiene el coño para ruidos y su hijo le está agotando la paciencia – ¡Miguel! — repite

 

Seguimos igual, sin vida reconocible al otro lado de la puerta. En lenguaje materno por todos conocido en la casa, perder el diminutivo en el nombre, indica que Carmiña ha sobrepasado el nivel superior de la paciencia. Ningún mortal arriesga su integridad ni se le ocurre superar la tercera llamada.

 

– ¡Miguel, la madre que te parió!

 

Carmiña abre la puerta del territorio prohibido con la energía de la rabia y la frustración. En su interior lleva cociendo la intención de limpiar y ventilar el estercolero en que se ha convertido la habitación de su hijo aficionado a la informática y a los juegos conectados a internet. En Japón bautizaron a los jóvenes que pasan el día encerrados con la única compañía de la tecnología. Esos jóvenes que entre el ordenador, la consola, los juegos, las series y alguna película son capaces de estar años sin salir de su domicilio, abandonando su habitación solo para la mínima higiene imprescindible o para alimentarse, preferentemente con bebidas excitantes con taurina y cafeína que les ayude a permanecer más tiempo conectados sin que les venza el sueño. Hikikomori.

 

La última vez que Miguel se dignó a pisar el exterior de su domicilio fue el día que una sobrecarga en el sistema eléctrico del barrio colapsó por exceso de demanda en plena ola de calor africano. Seis horas sin luz son seis horas sin internet, buscó desesperadamente un local cercano donde tuvieran wifi disponible, sin suerte pues la avería fue general. Descubrió que la moda había cambiado, las barbas desaliñadas y el pelo largo habían migrado a cortes de pelo muy agresivos con el cogote afeitado al estilo de marines de academia naval. Las ropas más estrechas permitiendo presumir de cuerpo atlético y escasamente alimentado. Eso fue meses atrás.

 

Carmiña del impulso de su entrada, choca con la mesa situada al fondo de la estancia junto a la ventana. Sube la persiana y el fuerte sol del mediodía de agosto ilumina una habitación con tres pantallas, una de ella una televisión de cuarenta pulgadas, dos ordenadores y una maraña de cables conectando servidores, plataformas y pantallas. Un botella de coca-cola junto al teclado, de cristal, por supuesto. Miguel lleva su fanatismo protector del planeta hasta el límite descartando comprar todo aquello que se encuentre dentro de envases de plástico o de lata. En la pared la orla de su promoción en la Universidad, más de cuatro años han pasado desde que se graduó sin conseguir trabajo serio alguno, salvo los que puede desarrollar desde sus teclados encerrado en su cárcel. La cama perfectamente estirada, sin arruga alguna, la ropa colocada en perfecto orden por tamaño y colores en su armario. Tres fotos enmarcadas en la pared, con su padre, otra con Carmiña y una tercera junto a una pelirroja que no identifica, los dos sacando la lengua.

 

– Cariño ¿otra vez?

 

Carmiña con el pelo recogido con un pañuelo y el palo de la mopa en la mano gira su cabeza  hacia la puerta donde le espera la mirada bondadosa y paciente de Juan, su eterno compañero.

 

– Carmiña ¿No te acuerdas? Miguel se mudó con Carla y viven en San Francisco, en el sitio ese donde todos son informáticos como ellos. Volverán por Navidad acompañados de tu nieto que está próximo a nacer. 

 

¡Lástima de Alzheimer!

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...