4.12.22

El éxito viaja en maleta

 


Dicen que el éxito es concluir una tarea, culminar algo de manera feliz o recibir buena aceptación de alguien. Asociamos el éxito a imágenes con los brazos abiertos celebrando la culminación de un tanto, de un título deportivo o de la consecución de un logro personal o profesional. Conseguir el reto se asocia con felicidad y por lo general solemos abrir los brazos para festejarlo.

 

Me repiten los amigos del barrio que tengo éxito, que se nota, un buen coche, una mujer inteligente a mi lado, ropa de marca, trabajos con cargos escritos en inglés y cosmopolita. Me paso la mitad de la jornada viajando de un lado a otro del mundo. Los aeropuertos se parecen todos una barbaridad salvo por la luz, los sonidos y los olores. Reconozco donde estoy en función de estos tres factores.

 

La luz. Solo cuando resplandece el ambiente, la vista de clarifica y los objetos toman vida por esa luminosidad fresca y definitiva sé que me encuentro en Madrid. Los aeropuertos del sur también son luminosos gracias al sol predominante aunque lucen menos, será por la bruma, será por el polvo, será por lo que sea. Son diferentes. El Cairo tiene luz roja filtrada por la polución y el polvo del desierto. Ammán su polvo es blanquecino. En cambio, en el norte y en Norte América son oscuros reflejo de su climatología casi siempre nublada que otorga a la luz una apariencia plomiza y grisácea.

 

Los sonidos. Los aeropuertos mediterráneos y los de la india son ruidosos, con risas estridentes y conversaciones en tono elevado. Los nórdicos son silenciosos, donde nadie quiere molestar y deambulas entre zombis paseando vasos de cartón con café mientras sondean las pantallas de sus celulares.

 

Los olores. Unos huelen a humedad, otros a flores y los desérticos a polvo en suspensión.

 

Me encuentro esperando la hora de embarque de mi séptimo vuelo de la semana y eso que estamos a martes. Hincho mi pecho inhalando una colección de olores. Huelo a cerrado, a húmedo, a moqueta pisada, a café aguado, a colonia monótona... me quito mis perennes gafas de sol y la luz grisácea tamizada por un banco interminable de nubes oscuras apenas me hace guiñar la mirada. Me concentro para percibir los sonidos, un grupo de procedencia árabe charlan animadamente a unos metros de distancia y aunque modulan su hábito captan la atención de las miradas censoras del resto de zombis enfrascados en sus periódicos, libros o teléfonos. El personal de servicio es multiétnico con escasa presencia de blancos rubios que mayoritariamente visten los uniformes de seguridad. No tengo duda, Hamburgo. La tarjeta de embarque me lo confirma. Una breve sonrisa dibuja mi rostro, esta tarde me toca la luminosa, ruidosa y caótica Roma. Disfrutaré de una cena en solitario mientras preparo la reunión de la mañana siguiente antes de regresar a casa.

 

Llaman a embarque y tras de mí, rueda una pequeña maleta. El éxito viaja en maletas con ruedas. Eso pensaba yo cuando las relaciones internacionales hicieron florecer mi negocio. 

 

En Madrid, de regreso, le pido al taxista que me lleve a casa pasando por el centro evitando la M-30. —Quiero ver un poco de vida– le digo. En un parque un grupo de jóvenes juegan al fútbol, voces, gritos y brazos en alto celebrando un gol. Ahí está el éxito y no viaja en maleta con ruedas.

 

Nadie me recibe con las mismas ganas de abrazos que traigo yo tras tres días y medio fuera. Soy un extraño en mi propia casa, miradas frías y lejanas me hacen sentir como un huésped incómodo. Todas las semanas es lo mismo, me toca reconstruir las relaciones tras las ausencias. Mi mujer me sonríe sin alegría, todos los sinsabores de la convivencia con los niños los ha tenido que gestionar ella sin apoyo. Cuando me ve, me informa de lo ocurrido pero ya es tarde para celebrar los avances de los chicos o para recriminar una mala acción. Siento un enorme vacío por todo lo que me pierdo por la falta de convivencia y recibo frialdad por lo tarde que aparezco, como si estuviera de visita hasta mi próximo vuelo.

 

Cuatro años de éxito paseando mi maleta aeropuerto en aeropuerto consiguen que mi proyecto empresarial llame la atención de una multinacional sueca que me hace una oferta irrechazable. Es mi oportunidad para estar en casa dedicando mis esfuerzos a otra ocupación que me permita convivir con la familia compartiendo todos los momentos de la vida, los buenos y los menos agradables.

 

El precio de venta es desmesurado, tan alto que me permitiría vivir jubilado desde los treinta y nueve años. Mi último viaje desde Estocolmo me pesa como una losa, vuelvo millonario y muy cansado tras años de vuelos, aeropuertos, hoteles sin alma y desayunos de bufé. 

 

Al entrar en casa, encuentro la casa desangelada con la calefacción y las luces apagadas, la cocina desordenada con los platos y tazones del desayuno sobre la mesa, una radio encendida en el baño del fondo me llama y me dirijo a apagarla. Caigo en el detalle de los armarios, abiertos y vacíos.

 

Puedo confirmar que el éxito no viaja en maletas con ruedas. El éxito se madruga, se trabaja y se lucha cada día en compañía de tus seres queridos. De nuevo, me toca esforzarme más que nunca para reunir a mi familia y poder, finalmente, levantar los brazos. 


3 comentarios:

  1. Maravilloso, sin duda alguna el 100% de todo no se puede lograr, el trabajo y la familia, cumplen roles básicos para ser feliz.

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  2. Has descrito estupendamente el día a día de un ejecutivo, y expresas claramente que el dinero no lo es todo; si cedemos a él sólo nos espera la soledad.

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  3. Me gusta mucho tu capacidad de observar y contarlo ....ese es tu gran éxito....

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Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...