Vivir la experiencia de las noches de julio en Madrid asemeja a un spa de vapor. Tras soportar el abrasador del sol durante el largo día, al caer la noche la tierra libera la poca humedad que le queda ampliando de esta manera la sensación de bochorno, el aire pesa y abrasa la tráquea con cada respiración.
Nino se entretiene mirando entre la rendija de dos tablones por los que se cuela la suave luz de unas velas encendidas sobre un plato de Duralex ámbar. La pequeña estancia apenas necesita más luz. Sobre el suelo vinílico apenas ajustado al espacio, descansa una docena de latas vacías y arrugadas de cerveza de marca blanca. Sentado en una silla con la anea suelta, Andrés, camiseta de tirantes que en otra vida fue blanca y calzoncillos de pata muy gastados, hombros peludos, barba poblada y piernas delgadas apura el contenido. Suena un eructo sonoro y profundo, nacido desde la tripas y amplificado por la boca abierta descubriendo la dentadura irregular a la que le faltan cuatro piezas. El melle que es como se le conoce a Andrés en el poblado de chabolas. Una nueva lata de bebida es aplastada por la enorme mano y arrojada al suelo junto con las demás.
Nino seca el sudor de su frente, en el movimiento un breve reflejo de la luz de la luna brilla cerca de su cara. Aprieta con rabia el mango del cuchillo que su madre utiliza para desollar las liebres que consigue atrapar su padre instalando lazos entre los arbustos del campo cercano. Hoja corta con el filo bien repasado a diario por la piedra, ocho centímetros de acero de Albacete. Un pequeño ruido cercano alerta a Nino, cree reconocer entre dos chabolas a uno de sus vecinos que alivia su vejiga en el callejón antes de regresar a su vivienda.
El sonoro eructo centra a Nino en su trabajo nocturno. El melle se levanta tambaleándose y a las malas se dirige hacia fuera para mear, la mucha cerveza ingerida le presiona. Logra apoyar el hombro derecho en la estaca que afianza la estructura de su casa de madera y hojalata. A medio metro escaso, el pequeño cuerpo agachado de un chaval de nueve años, grandes ojos negros espabilados, pantalones cortos, camiseta de publicidad y sandalias cangrejeras. Moda funcional adquirida en Cáritas de la parroquia cercana.
Nino está mentalizado y sabe que solo tiene consigo la oportunidad de la sorpresa ante el grandullón. El melle te puede arrancar la cabeza de un puñetazo, sus enormes manos cuando se cierran son del tamaño de un cazo para calentar leche.
Andrés se libera bajando la goma de sus calzoncillos hasta su escroto, deja libre su colgajo mientras necesita ambas manos para abrir una nueva lata. Pellizca la anilla que al hundirse libera el gas que provoca ese sonido tan agradable que anticipa el burbujeante y amargo placer de su bebida. Siente un ligero escalofrío que le hace pensar que le ha picado un bicho, baja hacia su pene maldiciendo de su suerte y nota algo extraño. Un chorro espeso de sangre empapa sus calzoncillos y nota que su aparato está casi seccionado por un corte limpio desde abajo, medio centímetro de carne le mantiene unido mientras se desangra rápidamente.
Cae la lata derramando parte de su preciado líquido en el trayecto, salpica a Nino que quieto como una piedra espera su oportunidad para huir. La sangre caliente aliñada con un chorro de orina pringa su mano mientras se coagula rápidamente. Le desagrada el olor a morcilla ácida y el pringue de la mezcla en su mano. El gigante en camiseta vocifera alaridos inconexos mientras se gira hacia la calle, que no deja de ser un pasillo ancho que separa y ordena las humildes y destartaladas viviendas. Un poste de madera de los que soportan el viejo tendido telefónico sirve de soporte para una pequeña bombilla que parpadea ofreciendo el único punto de luz eléctrica del barrio.
Es la oportunidad de Nino, se escabulle entre las sombras en dirección al riachuelo, quiere limpiarse antes de que el asco le domine. Los alaridos del borracho no provocan reacción humana entre los vecinos hartos del borracho ruidoso, solo algunas voces le recriminan para que se calle y les deje dormir, cosa que con este calor es casi imposible.
Los ojos marrones de Maca vigilan la escena desde la distancia, brillantes por las lágrimas la hermana mayor de Nino une su adoración por él a un profundo agradecimiento por vengar la violación que sufrió ella la noche anterior aprovechando la ausencia de sus padres que habían conseguido trabajo como asistentes en una casa elegante donde se celebraba una fiesta de verano.
La hemorragia debilita a Andrés quien se desploma junto al poste de la bombilla, ya no grita para alivio de sus vecinos, balbucea frases inconexas. Insulta a ciegas pues no logra comprender lo que ha pasado. El alcohol ralentiza sus reflejos y la pérdida de sangre le apaga mientras su cuerpo descansa sobre un charco de sangre. Entrevé acercándose a una mujer que viene a ayudarle. Extiende la mano implorando y en la dirección que señala su índice reconoce a Maca sonriendo. Es la última imagen que capta su cerebro.