7.5.23

Oscuridad

 


Vivir la experiencia de las noches de julio en Madrid asemeja a un spa de vapor. Tras soportar el abrasador del sol durante el largo día, al caer la noche la tierra libera la poca humedad que le queda ampliando de esta manera la sensación de bochorno, el aire pesa y abrasa la tráquea con cada respiración. 

 

Nino se entretiene mirando entre la rendija de dos tablones por los que se cuela la suave luz de unas velas encendidas sobre un plato de Duralex ámbar. La pequeña estancia apenas necesita más luz. Sobre el suelo vinílico apenas ajustado al espacio, descansa una docena de latas vacías y arrugadas de cerveza de marca blanca. Sentado en una silla con la anea suelta, Andrés, camiseta de tirantes que en otra vida fue blanca y calzoncillos de pata muy gastados, hombros peludos, barba poblada y piernas delgadas apura el contenido. Suena un eructo sonoro y profundo, nacido desde la tripas y amplificado por la boca abierta descubriendo la dentadura irregular a la que le faltan cuatro piezas. El melle que es como se le conoce a Andrés en el poblado de chabolas. Una nueva lata de bebida es aplastada por la enorme mano y arrojada al suelo junto con las demás.

 

Nino seca el sudor de su frente, en el movimiento un breve reflejo de la luz de la luna brilla cerca de su cara. Aprieta con rabia el mango del cuchillo que su madre utiliza para desollar las liebres que consigue atrapar su padre instalando lazos entre los arbustos del campo cercano. Hoja corta con el filo bien repasado a diario por la piedra, ocho centímetros de acero de Albacete. Un pequeño ruido cercano alerta a Nino, cree reconocer entre dos chabolas a uno de sus vecinos que alivia su vejiga en el callejón antes de regresar a su vivienda.

 

El sonoro eructo centra a Nino en su trabajo nocturno. El melle se levanta tambaleándose y a las malas se dirige hacia fuera para mear, la mucha cerveza ingerida le presiona. Logra apoyar el hombro derecho en la estaca que afianza la estructura de su casa de madera y hojalata. A medio metro escaso, el pequeño cuerpo agachado de un chaval de nueve años, grandes ojos negros espabilados, pantalones cortos, camiseta de publicidad y sandalias cangrejeras. Moda funcional adquirida en Cáritas de la parroquia cercana. 

 

Nino está mentalizado y sabe que solo tiene consigo la oportunidad de la sorpresa ante el grandullón. El melle te puede arrancar la cabeza de un puñetazo, sus enormes manos cuando se cierran son del tamaño de un cazo para calentar leche.

 

Andrés se libera bajando la goma de sus calzoncillos hasta su escroto, deja libre su colgajo mientras necesita ambas manos para abrir una nueva lata. Pellizca la anilla que al hundirse libera el gas que provoca ese sonido tan agradable que anticipa el burbujeante y amargo placer de su bebida. Siente un ligero escalofrío que le hace pensar que le ha picado un bicho, baja hacia su pene maldiciendo de su suerte y nota algo extraño. Un chorro espeso de sangre empapa sus calzoncillos y nota que su aparato está casi seccionado por un corte limpio desde abajo, medio centímetro de carne le mantiene unido mientras se desangra rápidamente.

 

Cae la lata derramando parte de su preciado líquido en el trayecto, salpica a Nino que quieto como una piedra espera su oportunidad para huir. La sangre caliente aliñada con un chorro de orina pringa su mano mientras se coagula rápidamente. Le desagrada el olor a morcilla ácida y el pringue de la mezcla en su mano. El gigante en camiseta vocifera alaridos inconexos mientras se gira hacia la calle, que no deja de ser un pasillo ancho que separa y ordena las humildes y destartaladas viviendas. Un poste de madera de los que soportan el viejo tendido telefónico sirve de soporte para una pequeña bombilla que parpadea ofreciendo el único punto de luz eléctrica del barrio.

 

Es la oportunidad de Nino, se escabulle entre las sombras en dirección al riachuelo, quiere limpiarse antes de que el asco le domine. Los alaridos del borracho no provocan reacción humana entre los vecinos hartos del borracho ruidoso, solo algunas voces le recriminan para que se calle y les deje dormir, cosa que con este calor es casi imposible.

 

Los ojos marrones de Maca vigilan la escena desde la distancia, brillantes por las lágrimas la hermana mayor de Nino une su adoración por él a un profundo agradecimiento por vengar la violación que sufrió ella la noche anterior aprovechando la ausencia de sus padres que habían conseguido trabajo como asistentes en una casa elegante donde se celebraba una fiesta de verano. 

 

La hemorragia debilita a Andrés quien se desploma junto al poste de la bombilla, ya no grita para alivio de sus vecinos, balbucea frases inconexas. Insulta a ciegas pues no logra comprender lo que ha pasado. El alcohol ralentiza sus reflejos y la pérdida de sangre le apaga mientras su cuerpo descansa sobre un charco de sangre. Entrevé acercándose a una mujer que viene a ayudarle. Extiende la mano implorando y en la dirección que señala su índice reconoce a Maca sonriendo. Es la última imagen que capta su cerebro.

23.4.23

Feliz día del libro, escritores


 

Cada año, desde 1930, en España celebramos el día del libro el 23 de abril. Se eligió la fecha por una curiosa coincidencia, fue el día en que fallecieron tres grandes de la literatura mundial, Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega.

 

Alrededor de esta fecha brotan en muchas poblaciones y barrios ferias del libro y durante los próximos dos meses acercarán el libro a la calle. Un mercado activo y rentable.

 

El 9 de septiembre se celebra el día mundial de la agricultura. Y se preguntará, querido lector, a qué viene esto ahora. Cada vez que explico el reparto económico de los escritores me acuerdo mucho de la agricultura.

 

Los trabajadores del campo, aran, siembran, cuidan, riegan para meses después cosechar y encontrar el valor de su trabajo en manos de mayoristas que fijan precios en función de la oferta y demanda de los productos. Un buen año climático supone un exceso de producto lo que provoca precios bajos y un mal año, justo lo contrario aunque el mayor precio no compensa en ingresos por tener muy poca producción.

 

El agricultor vende su cosecha a unos céntimos y comprueba que el mismo producto puesto en el mercado ha multiplicado su precio en diez veces. La cadena de valor necesita de almacén, transporte, venta minorista... Cada paso tiene derecho a su margen de beneficio, lógicamente, y esa acumulación de pasos multiplica el precio final.

 

El proceso de escritura supone un esfuerzo de meses, en mi caso un embarazo, es el momento de la siembra y cuidados. Una vez terminado el manuscrito, queda corregir el texto, repasando el autor su obra y contratando una ayuda profesional de corrección. También contrastará la opinión de varios lectores beta que acercarán al autor sus impresiones sobre el contenido del libro, sus emociones al leer y si ha solucionado sus expectativas. Tras estos dos procesos, llega la cosecha. Que es dar por finalizado el manuscrito y comienza la oferta a las editoriales que se toman su tiempo en leer y valorar los centenares de manuscritos que reciben cada día. Si llama la atención de una editorial, varios meses más tarde, saldrá a la luz tras el trabajo de maquetación, edición, diseño de la portada, etc.

 

En este momento han transcurrido veinte meses, como mínimo, desde que el autor inició su obra. Comienza la promoción del libro, presentaciones, entrevistas en medios, si eres capaz de llamar su atención; asistencia a ferias, firmas de ejemplares en librerías, etc. El autor se ve atrapado en una cadena de eventos que requieren de su presencia y por lo general, los costes de desplazamiento y hospedaje van por cuenta del autor que ansía comprobar que su libro tiene aceptación y desea llamar la atención de los lectores y quién sabe si de una editorial de las grandes, de las que disponen de presupuesto para promociones y te ayudan a vender por miles tu obra.

 

Un año después del lanzamiento del libro, unos treinta y dos meses desde que empezó a escribir su obra, la editorial realiza la primera liquidación de los derechos de autor por un importe medio equivalente al 10% del precio de venta sin impuestos de los libros vendidos.

 

El resto del negocio se reparte entre la editorial, la distribuidora, las librerías y los transportes. La cadena de valor, igual que en la agricultura.

 

Con cada mordisco que doy a la manzana de mi almuerzo me solidarizo con el William Shakespeare que la cultivó aunque en justicia solo le llegará el resultado del primer mordisco, el resto será para la cadena de valor.

 

Feliz día del libro, escritores. En definitiva, escribimos por amor al arte y nos sentimos pagados por los aplausos, alguna reseña positivas o por un simple mensaje de ánimo de un lector sorprendido que decidió compartir su gozo con el autor.

 

Feliz día del libro, escritores.

16.4.23

Mientras cocina Adán


 

Una de las cosas que más relajan a Adán es cocinar. De manera inconsciente repite una serie de gestos que le permiten alcanzar un nivel de concentración tal que hace difícil hablar con él simplemente porque no es capaz de escuchar.

 

Enciende la destartalada radio que siempre se opone a cambiar por una más moderna, le gustan los transistores antiguos con dos grandes botones, uno para encontrar el dial moviendo la aguja roja y el otro para encender y controlar el volumen. Elige su emisora favorita de solo música y la magia se inicia. A la segunda canción que suena, la mirada de Adán se enfoca, sus oídos se retraen y las manos entran en acción.

 

Es un día importante, estrena un juego de cuchillos. Abre el maletín para transportar sus herramientas y elige los que va a necesitar para su cocinado. Un cebollero, una puntilla y un pelador. 

 

Prepara las cebollas, el puerro, las zanahorias y un nabo. Las lava y seca previo a iniciar los cortes. Una voz lejana que no es capaz de identificar suena a lo lejos. Gira la mirada hacia la radio que sigue acompañando con su melodía la mañana en la fría cocina. Comienza a pelar la primera cebolla. –Eres un desgraciado– oye en un tono que casi le asusta. De nuevo esa voz, se gira y no ve a nadie. –Habrá sido la subnormal de la vecina de arriba que como siempre grita y hace ruidos– piensa mientras cabecea con la pretensión de eludir los pensamientos y regresar a la abstracción que alcanza mientras cocina.

 

Pela toda la verdura y la deposita en un plato grande junto a la tabla de cortar. Selecciona el puerro, es hora de estrenar el cuchillo grande. Primer tajo para descartar las hojas más verdes y duras que deposita en una cacerola mediana. Los recortes los aprovechará para hacer un caldo. Sitúa el puerro sobre la tabla mientras apoya la punta del cuchillo en uno de los extremos de la verdura, inicia la presión hacia abajo que desliza el filo cortando con precisión por el centro del tallo longitudinalmente hasta conseguir dos mitades exactas. Gira la verdura y vuelve a situar su herramienta dispuesta para cortar en láminas. 

 

–Pero es que no te enteras, te he dicho que eres un cabrón– Esta vez suena alto y claro. Adán no puede evitar asustarse y en el respingo, roza brevemente su pulgar que agarra el mango el inicio del filo, brota la sangre. Los cuchillos nuevo, afilados con láser, cortan solo con mirar.

 

Se chupa el dedo mientras busca la caja de tiritas, tras la cura se protege con un guante desechable que evita que la sangre llegue a la comida. Se lamenta por no estar concentrado y permitir que sus pensamientos bailen sin control.

 

–Adán es un mentiroso, Adán es un mentiroso...– con musiquita y entonación infantil la vocecilla de la discordia sigue importunando su momento lúdico de la mañana.

 

–¿Se puede saber quién eres?


–¿Ya te has olvidado de mí? Parece mentira, si me diste la vida.

 

–¿María? – Adán comienza a hilar recuerdos.

 

–Correcto. Vengo a exigir mis derechos.

 

–Tú no tienes derechos, tampoco existes, te recuerdo que moriste.

 

–Por tu culpa y sin avisar. Quiero que me resucites.

 

–Eso no puede ser.

 

–Hay precedentes. Tu amiga y admirada Eva lo hizo con su Kraken y no les ha ido mal a ambos.

 

–No es lo mismo, yo no soy Eva, tú no eres Kraken y además no me da la gana. Estás muy bien muerta y ahora que lo pienso, los muertos no hablan.

 

–Pues yo sí.

 

–Siempre fuiste impertinente, incisiva, hiriente, mandona, caprichosa, mafiosa y peligrosa. Por algo te llamaban La mantis.

 

–Pues di mucho juego en tu novela. Es hora de escribir una secuela aprovechando mi personaje, seguro que será un superventas y por fin tienes éxito con alguna novela. ¿eh, Mister patato

 

–¿Mister potato?

 

–Se me acaba de ocurrir al verte cocinar.

 

–Un mote bastante malo, por cierto. Una razón más por la que no mereces resucitar, has perdido frescura. Me gustabas más con tu acento de la costa de Cádiz, tus gafas oscuras de marca, tu ropa cara y tu manejo de su perro.

 

–Me necesitas para triunfar.

 

–Lo que necesito es que te calles y te duermas en el fondo de mi cerebro. No me molestes cuando estoy con los cuchillos.

 

–Me tienes que prometer mi resurrección para que me pueda plantear dejarte en paz.

 

–Sabes que en el próximo libro no va a poder ser porque ya está lanzado. Te prometo que para el siguiente lo hablaremos.

 

María mueve la mirada hacia la derecha, no se fía de Adán aunque tampoco puede hacer nada más que seguir molestando lo que sería improcedente para su demanda. Se gira hacia las neuronas que la mantienen en letargo como recuerdo, se acuesta entre ellas y vuelve a dormir. La esperanza de regresar la mantiene viva en su letargo.

 

–Descansa en paz, María –piensa en voz alta Adán mientras incrementa el ritmo de los cortes. Se ha retrasado demasiado. Las distracciones son peligrosas en la cocina. La radio está en silencio, se le han gastado las pilas. Ahora comprende la intromisión de su personaje abandonado, sin música no hay paz.

 

La radio vuelve a sonar mientras María recupera su estado de recuerdo. Cada personaje vive entre las líneas de un libro a Adán se permite conversaciones con los personajes.

 

Sopa de pollo con verduras, le gustan los caldos caseros. Una buena taza para empujar los antipsicóticos y olvidar las imaginaciones. Adán no deja de ser un esquizofrénico al que le gustan los cuchillos...

9.4.23

Testigo


Hay que reconocer la enorme profesionalidad del equipo médico. Anestesista, cirujano y los dos asistentes presentes en el quirófano se mueven coordinados como si fueran un solo cuerpo.

Tengo la suerte de ser testigo de primera línea de la acción, sin derecho a intervenir en la mesa de operaciones, los animo con palabras y algún grito de aliento. Estoy atento a cómo se dirigen entre ellos con una total ausencia de jerarquía, se tutean manteniendo un respeto implícito debajo de la equidad como humanos del mismo equipo. Diego, Esther, Carla y Miguel.

 

Diego, el cirujano, es quien toma el mando de las operaciones e intenta recuperar el pulso perdido de su paciente. Insiste en un masaje cardíaco mientras Carla y Miguel preparan el desfibrilador. Son segundos de angustia acompañados por la ausencia de sonido del marcador de pulso y tensión.

 

Esther prepara una dosis de medicación para ayudar en la recuperación. Entre los cuatro orquestan una coreografía vital, se unen y se separan al ritmo que marcan las descargas eléctricas de reanimación.

 

– Bien, Diego, sigue así que lo vas a conseguir– grito con todas mis fuerzas sin que el cirujano de señales deescucharme y continúa el ritmo del masaje torácico.

– Esther, otra dosis, que ya casi lo tenéis– mas la médico anestesista no cambia la concentración en lo que está haciendo.

 

Han pasado varios minutos y los enfermeros informan a los médicos del tiempo que llevan en el intento por reanimar. Diego decide parar las embestidas repetitivas del peso de su cuerpo empujando con fuerza el tórax del paciente.

 

–Hora del fallecimiento, las doce y diez.

 

Apoyo mi mano en el hombro de Diego, agradeciendo todos sus esfuerzos. Noto su sudor y el ritmo acelerado de su respiración. Mucho esfuerzo sin recompensa.

 

Esther hipa con los ojos vidriosos, no termina de acostumbrarse a la pérdida de pacientes en el quirófano. Mentalmente repasa todo lo que ha ocurrido durante la operación, necesita sentirse tranquila con ella misma tras comprobar que no ha tenido despiste alguno. Respira con alivio tras no recordar ningún error, despiste o tardanza en su labor. No podría soportar el peso de una muerte sobre su conciencia. Carla se acerca a ella, abrazando su brazo derecho mientras ofrece su cercanía corporal. Se adivina una sonrisa de agradecimiento bajo su mascarilla.

 

Me animo a abrazar a ambas mujeres en un gesto de empatía y humanidad. Mis brazos no llegan a abarcar a las dos figuras, no consigo sentir el calor de sus cuerpos y del mío tampoco. Floto carente de temperatura.

 

Reconozco mi cuerpo sobre la mesa, descansa tranquilo tras una década luchando contra la enfermedad maldita. Las arrugas faciales han dibujado una vida de lucha y determinación. La ausencia de vida resta brillo y firmeza a la piel.

 

La primera vez en años que no siento ningún dolor. En el instante anterior a la separación sentí la última punzada, veo mi cuerpo sobre la mesa rodeado de cuatro desconocidos que luchan por una vida que no les pertenece ignorantes de mi falta de ánimo por regresar a la lucha. Me he ganado el derecho a disfrutar de un descanso indoloro. 

 

El equipo del quirófano comienza a retirar las máquinas. Ha muerto un ser humano y tratan con enorme respeto el cuerpo preparándolo para su último viaje. 

 

Diego se encamina recorriendo el pasillo para trasladar la noticia a mi familia mientras yo me fundo en el universo.

3.4.23

La santa semana



 

 

El espejo no miente. No solo el del dormitorio, todos los espejos no mienten. Gertrudis los evita todo lo que puede y solo los utiliza para lo mínimo imprescindible. El espejo del baño le devuelve su imagen, cabeza pequeña, cara de pito, mirada dura y altiva tras unos párpados caídos con bolsas ya perennes, cabello lacio recogido en un pequeño moño sujeto con horquillas negras, dos pelos rebeldes y duros que prolongan la silueta de la barbilla, cuerpo tipo pera con amplias caderas donde la celulitis expandió sus límites desde los años de su pubertad, pecho pequeño sujeto por los michelines de la cintura... Nada que agradecer a la genética ni a sus escasos cuidados. 

 

Odia las grabaciones familiares donde su voz aguda gobierna el sonido ambiente. Utiliza una entonación de maestra de la vida impartiendo clases no pedidas donde ella solo puede presumir de su escasa experiencia adquirida aunque sí que es experta en el arte del destripe de las vidas ajenas a las que dedica mucho tiempo de observación y censura. Adorna su comentarios con dichos y refranes populares herencia de un pueblo pequeño lleno de supersticiones y falto de educación que dejó hace décadas tras casarse con Ismael, el hijo del cabrero, con quien emigró para buscar mejor suerte en la capital.

 

Tras muchos esfuerzos, años de trabajos poco remunerados y gracias a la venta de los terrenos del pueblo heredados de tía Adela, consiguieron comprar un piso en la mejor zona del barrio que les acogió en su aventura en la capital. Como tantos a los que les costó la migración, se asentaron en el primer barrio que asomaba por la carretera de acceso desde su lugar de origen. Así coincidieron con vecinos procedentes de la misma región y entre todos perduraron sus costumbres, ritos y santidades festivas. 

 

La ciudad no traspasó los poros de Gertrudis, mantiene sus modales sin pulir, arrastra muebles, pasea con su zapatillas de tacón duro pasillo arriba y abajo, se pelea con las persianas cada mañana a la misma hora, grita con su voz de pito para comunicarse con el hijo del cabrero quien lleva años evitando las discusiones aislándose del mundo en un mutismo reiterado. Abren y cierran los cajones con brío, compartiendo con los vecinos su vida de mierda y celebran con indisimulada alegría la visita de sus nietos. 

 

La vida es una sucesión de milagros, increíble fue que tuvieran descendencia considerando la falta de atractivo de ambos. Del todo incomprensible es que su fruto consiguiera emparejarse tras heredar todos los genes carentes de belleza de sus progenitores. El pobre eligió a una réplica de su madre y de esta manera, los feos se protegen entre ellos perpetuando su especie.

 

El espejo devuelve su verdad, Gertrudis se reconoce tras la imagen de una anciana mal cuidada. Aparenta diez años más de los reales. –La mala vida que. ha dado Ismael, qué bien decía mi madre cuando me repetía que yo merecía algo mejor, incluso al hijo del farmacéutico– piensa mientras peina su flequillo para recogerlo en el eterno moño.

Para celebrar lo bien que se siente con su vida anodina y rutinaria, decide hacer una ronda de ruidos para molestar a los vecinos y recordarles que sigue en este mundo. Los vecinos saben que un día sin molestos ruidos significa que se ha ido o está enferma. Nadie puede dormir en el barrio mientras Gertrudis esté despierta, nació para ser el marcador del sueño ajeno.

 

–Que se vaya de viaje, por Dios, como todos los años– rezan sus vecinos. Estando jubilada no se le ocurre viajar en épocas valle, sigue con sus rutinas y sale por semana santa. Unos pocos días sin ruidos, sin persianas abiertas a tirones, sin cajones golpeados, sin molestas pisadas, ni muebles arrastrados ni conversaciones a gritos. La santa semana que celebran los vecinos mientras imploran que la admitan en una residencia para mayores. 

30.3.23

Calendario de encuentros con lectores




Novela: “Quién”

Calendario provisional de encuentros con lectores. Se irá actualizando (versión 29/3/2023)


15/4 Firma en Casa del Libro calle Fuencarral (Madrid);

 21/4 Feria Libro Moratalaz

29/4 Feria Libro Granada

4/5 Feria Libro Málaga

19/5 Feria Libro Vallecas

26/5 Feria Libro Madrid

8/6 Feria Libro Zaragoza




Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...