6.12.21

Ola de calor

 


Los noticiarios de la noche anterior avisaban de la ola de calor procedente del norte de África, polvo en suspensión que provoca calima y subida brusca de temperaturas. Se espera, durante los próximos cuatro días, superar en las horas centrales los treinta y ocho grados, con mínimas nocturnas por encima de los veintitrés.

 

Raúl "El caracola", pelirrojo con pecas, manos grandes, brazos anchos y fuertes, se mantiene en forma a sus cuarenta y nueve años, solo lamenta haber perdido agudeza en el oído. Como cocinero lo fía todo al resto de sus sentidos, olfato, gusto y vista. El oído en cocina no es tan importante, incluso agradece perderse los ruidos propios de la máxima actividad. 

 

El verano en la Costa Gaditana, es la época de trabajo, con horarios interminables y sin días de descanso. Ya se descansará durante el invierno cuando los turistas abandonan la zona y solo quedan grupitos de jubilados alemanes o ingleses con costumbres muy ordenadas y pocas ganas de comer en exceso.

 

Raúl es el cocinero del chiringuito más popular de la playa de Caños de Meca, “El mira moros", Plantado en el lindero del pinar justo antes de la arena y mirando a la costa marroquí de Tánger. Local especializado en arroces marineros y pescados a la espalda. El turno de comida es prolongado, desde las doce y media que empiezan a pedir los extranjeros más madrugadores solicitando paellas, hasta los últimos arroces pedidos por españoles de costumbres más relajadas y tardías, pasadas las cuatro de la tarde.

 

Su cocina, entre las dos y las tres de la tarde viaja al ritmo que recuerda a una locomotora de vapor a máxima potencia, carreras, cacharreo, el burbujeo del hervor del caldo alimentando el arroz, sartenes y ollas que hay que fregar de continuo. Su sordera incipiente le ayuda a estar muy concentrado en las elaboraciones que prepara cada uno de sus tres ayudantes en cocina sin que le altere el sonido estridente de alrededor.

 

Los treinta y ocho grados a la sombra del exterior, en el interior de la cocina se multiplican. Han abandonado sus tradicionales chaquetillas de colores a juego con la decoración del local, por camisetas de tirantes. El dueño del chiringuito, ha visto, en una de sus fugaces visitas a los fogones, y ha podido sentir las altísimas temperaturas entre los fogones. Ha preferido olvidar la recriminación por lo inadecuado de su vestimenta, hoy, se perdona todo.

 

El último arroz con gambones sale hacia la mesa de un grupo de estudiantes trasnochados que decidieron desayunar arroz marinero tras amanecer con las sábanas empapadas de sudor, pasadas las tres de la tarde.  

 

Raúl, se cambia de camiseta, y sale hacia la orilla buscando calmar el calor que le está cociendo el cerebro. Salir a una playa, que al sol, supera los cuarenta grados es una locura para cualquier mortal, salvo para él, que acaba de restarse diez o doce desde los que sentía entre fogones.

 

Camina hasta su duna favorita, tras ella, hay una pasarela de madera con techo, una monada que ha puesto la Junta de Andalucía para engalanar la entrada a la playa desde el único acceso que se encuentra cerrado desde la carretera. Un entrada bonita, con sus duchas para retirarse la arena y la sal cuando terminas de disfrutar de la playa.

 

Raúl utiliza la ducha para refrescarse, aunque para ello necesita esperar el chorro de tres pulsaciones a la llave de apretar, el agua de la tubería está tan caliente que duele. Una vez que llega el agua más templada, moja su cabeza y quitándose la camiseta, refresca su cuerpo.

 

Utiliza la camiseta enrollada como almohada y apoya la espalda en una de las columnas de madera del pasadizo de entrada. A la sombra, siente la paz al rebajar la temperatura de su cuerpo más de veinte grados respecto a la cocina.

No tarda en quedar dormido.

 

Francesco, un buscavidas de origen italiano que vagabundea por los pueblos de la costa sobreviviendo con lo que roba en las casas, al descuido de los bañistas o aprovechando el sueño eterno de los borrachos a los que desvalija. Francesco cae en la cuenta del sueño por cansancio profundo de Raúl, valora la situación como la de un borracho del norte de Europa que se ha abandonado al sueño etílico. Revisa los cuatro puntos cardinales y comprueba que nadie le puede ver. 

 

Se acerca al dormido Raúl, que no le puede oír y palpa el bolsillo trasero del pantalón de este donde lleva su cartera. El olfato de Raúl detecta una mezcla a sudor y ginebra, un aliño que le saca de su profundo descanso, abre un ojo y reacciona dándole un manotazo al italiano que cae trastabillado de espaldas.

 

Francesco sorprendido por encontrar lo que él pensaba que era un vikingo durmiendo la borrachera ve llegar un tío pelirrojo y grande. Poco tiempo después va a comprobar el por qué de su mote, El caracola, sus grandes manos cerradas forman un puño que marca los nudillos como una enorme caracola marina. Tres caracolazos dejan la cara del italiano teñida de color grosella. La blanca arena es testigo al cambiar de color con las gotas de sangre que caen desde lo que parecía una cara. 

 

Mira que se lo decía su madre siempre. –Raulito, qué mal despertar tienes, hijo mío. No hay quien te aguante cuando hace calor. – 

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