20.11.21

El viajero

 


Diez de la noche, en el exterior fuertes vientos racheados y nieve, mucha nieve. Otra tormenta de esas a las que bautizan, esta vez han elegido un nombre bíblico que nada bueno presagia, Barrabás. Tres días con un clima propio del polo norte algo inusual y que por mucho que nos avisen siempre nos pilla desprevenidos a los madrileños, ya sean gobernantes o ciudadanos de a pie.

 

Cristóbal huyó de su vida desesperado por las deudas, la falta de trabajo y de oportunidades. Decidir ir a vivir a la calle emocionalmente es desgarrador, cuando no tienes nada y te invade la sensación de que eres un inútil para la sociedad. De apariencia normal, no llama la atención, estatura media, moreno con alguna cana salpicando de plata su peinado sobre las orejas y vestido con un traje digno y cuidado. Eligió el aeropuerto porque considera que es un lugar digno y limpio, mucho mejor que vivir en la puta calle. Vestido con su traje pasa por ser un viajero más. 

 

Aprovecha esta hora antes de que pase el turno de limpieza para buscar su sustento entre los desperdicios de los restaurantes de comida rápida del aeropuerto. Con mucha precaución para no mancharse quiere mantenerse limpio y decoroso en la esperanza de que la vida le otorgue una oportunidad. Ha adquirido experiencia en encontrar sobrantes de comida tirada por la precipitación ante el aviso de salida de un vuelo. 

 

Las condiciones del temporal han cerrado el aeropuerto reduciendo al mínimo el número de personas que acuden al mismo para salir de viaje. Eso se nota en su recolecta, se tiene que conformar con unas pocas patatas fritas frías y gomosas regadas con un sobre de tomate concentrado que ha encontrado intacto.

 

Cristóbal se mueve arrastrando una maleta pequeña con ruedas, del tamaño permitido para subir a bordo en cabina. Es un viajero más. Y eso es lo que pretende, aparentar ser un viajero que se ha quedado pendiente de que reabran el aeropuerto para continuar con su vida. Con su traje en buenas condiciones y un cuidado aspecto y aseo personal pasa pacientemente el tiempo cómodamente sentado en un área de descanso apartada del poco bullicio de la terminal. 

 

Tres veces al día dedica una hora a pasear, un poco de ejercicio le viene bien para su salud y para su entretenimiento. Recorre los inmensos pasillos, mira con curiosidad las tiendas, vacías por la falta de clientes. Se perfuma cada día con la muestra de cortesía de lo que fue, en otra vida, su colonia preferida. Los pocos habitantes de la terminal ya se conocen de vista, tres días coincidiendo convierten un cuerpo en un ser humano con cara y ojos. 

 

Reconoce a varios indigentes que han preferido ir al aeropuerto antes que al albergue que ofrece el ayuntamiento. Eligieron libertad antes que comodidad. Arrastran consigo grandes bultos con sus pertenencias utilizando un carro de los cientos disponibles para transportar las maletas. Bajo los bultos, una colección de cajas de cartón, su colchón de cada noche. 

 

Esta noche el servicio de vigilancia de los escáner previos al acceso a la zona de embarque está descuidado. La ausencia de vuelos programados y las muchas dificultades para acceder por carretera a la terminal han disminuido la plantilla efectiva del turno nocturno de seguridad. Varios de los trabajadores en la seguridad no han podido acceder a su turno dejando el acceso con una mínima dotación. Cristóbal aprovecha su oportunidad en un momento de descuido y accede con prudencia, despacio y evitando llamar la atención, a la zona de embarque. Donde solo es posible acceder con una tarjeta de embarque. 

 

Una vez alcanzada la zona comercial, le llama la atención el gran número de personas que se han quedado atrapadas en sus conexiones de vuelo, familias durmiendo entre sus maletas, vestimentas de varias culturas, saris propios de las mujeres de la india, delicadas túnicas árabes, trajes con cortes diferentes a los occidentales. Una representación en pequeño del mundo. 

 

Para no llamar la atención decide que lo mejor es hacer lo mismo que todos, dormir y descansar. Elige dos asientos vacíos unidos que junto con la mesilla auxiliar que está a continuación le proporcionan una cama decente.

 

Cinco y media de la mañana, cuarto día de aislamiento. La tormenta remite dejando paso a una fina lluvia que perfora con cada gota la nieve acumulada en el suelo. Eso ayuda y si la temperatura se mantiene por encima de cuatro grados el riesgo de helada se difumina y la recuperación de la movilidad será mucho más rápida.

 

Un ruido seco y constante del exterior despierta a Cristóbal. Grandes máquinas quitanieves trabajan limpiando una de las pistas con la idea de abrir el tráfico cuanto antes. Poco a poco la vida regresa a la terminal, los abandonados de las inclemencias se desperezan, recomponen sus ropas y aprovechan para asearse en alguno de los numerosos baños existentes.

 

El amanecer clarea tras las colinas al fondo del valle, la lluvia termina su paso y comienza a dibujarse un cielo claro con un sol anhelado por todos tras varios días de oscuridad.

 

Siete y cinco de la mañana. El caos se siembra, los grandes ventanales entre las puertas H12 y H14 vuelan por los aires tras la explosión de un camión cisterna que comenzaba su labor de repostaje a un Airbus estacionado en esta última puerta. El camión y la nave se ven envueltos en una enorme bola de fuego. 

 

Cristóbal sale del baño en ese momento y no consigue reaccionar. El tiempo, que tan veloz corre, arrastra esos segundos dilatando la secuencia de lo que ocurre, Cristóbal ve la muerte cómo avanza hacia él en forma de multitud de diminutos trozos de vidrio, algunos del tamaño de cuchillos que vuelan en todas las direcciones segando la vida de cuanto alcanza. La onda expansiva le alcanza antes que la lluvia de vidrio, empujándole hacia atrás y permitiendo que la puerta oscilante se cierre en el momento justo para salvarle de la lluvia de cristales punzantes. 

 

Veinte segundos después, el tiempo recupera su ritmo habitual mientras sus aceleradas pulsaciones le golpean las sienes. Reacciona y sale del baño en dirección a la zona del desastre. Cuerpos sangrantes, alguno gimiente llenan de dolor y desolación donde hasta un minuto antes había vida, paciencia y esperanza por una pronta salida de los vuelos. Busca entre los cuerpos a quien ayudar. Primero atiende a una mujer con rasgos latinos que había elegido ropa deportiva de algodón para dormir, no le encuentra el pulso. Está atravesada por un trozo de ventana del tamaño de una jabalina olímpica. Junto a ella, otra persona inmóvil tras haberle aplastado la cabeza una pantalla de gran tamaño que había volado más de veinte metros. Detecta a un hombre moreno que se mueve y se acerca a socorrerle. Encuentra la mirada profunda de quien se despide de la vida, poco puede hacer por él, agoniza y lo único que le puede dar es el consuelo de una mano amiga que llene de humanidad su despedida. La tensión se relaja y nota que los cinco dedos del pobre hombre caen liberando la presión de la mano de Cristóbal.

 

Otros supervivientes reaccionan socorriendo a las víctimas. Cristóbal se mantiene junto al hombre, sin llegar a soltar su mano. Una relación personal que duró poco más de un minuto, suficiente para notar el agradecimiento de este hombre por no irse en soledad. 

 

Un borde de papel asomado al bolsillo interior de la cazadora del fallecido llama la atención a Cristóbal, la tarjeta de embarque junto con su pasaporte de los Estados Unidos Mexicanos. Tomás Grande Ruiz de nombre. Físicamente son parecidos, prácticamente de la misma edad, semejante estatura y aún siendo más delgado no les debe separar más de cinco kilos. 

 

La vida surge entre los escombros del caos, una oportunidad nace. La cartera de Cristóbal se pierde en el bolsillo del fallecido. Aparecen las primeras personas de ayuda a la emergencia, policías y equipos médicos. El nuevo Tomás se aleja del caos con una nueva maleta y camino a una nueva vida. Se confía a una suerte que hasta ahora le era esquiva, una nueva identidad, un nuevo país, una nueva vida.

 

Buen viaje, Tomás.

7 comentarios:

  1. Buen viaje, Ramón, digo Tomás.

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  2. Me parece muy buena la idea.
    No sé si esto es una crítica o una exposición de cómo lo contaría yo; pero la primera sensación es que lo dices con demasiadas palabras del relator.
    Mi preferencia es que hablen los hechos. Por ejemplo, una explosión en un aeropuerto debe sonar más impactante, brusca y rápida.
    Me parecería mejor retratar con pocas palabras las sensaciones y pensamientos del protagonista.
    Alguno de los vídeos de MAPEA dice que la perfección no se alcanza cuando no hay nada que agregar, sino cuando no hay nada que quitar.
    Vuelvo a decir que tal vez esto no sea una receta "general", sino una expresión de cómo me gustaría contarlo a mí.
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    Soy Alberto Zamuner, del grupo MAPEA6.
    En este caso trabajaré sobre un ensayo, pero también me gusta la narrativa, que me parece el área donde el arte puede llegar más lejos.

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  3. Gracias Alberto, agradezco mucho tu opinión. Sí, reconozco que me puede la utilización de un relator omnipresente en lugar. describir los hechos tal y como le ocurren al protagonista, sobre todo cuando la acción no es lo más importante del cuento. Te agradezco mucho tu opinión y la tendré en cuenta para futuros cuentos.

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  4. Qué bueno, Ramón. Aprendo de tu relato y del interesante análisis que surge posterior. Haces un retrato nítido de Cristóbal, dando menos importancia a los hechos que van aconteciendo. El personaje con su especial rutina adquiere relevancia y le coges cariño.
    Un texto limpio donde, aunque existen pocas, no he echado en falta las comas.
    Enhorabuena, Ramón.

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  5. Me gusta sobre todo la idea de que no sabemos quiénes puedan ser esas otras personas que vemos por los aeropuertos, ni las historias que esconden detrás. Un perfil aparentemente habitual puede esconder una situación sorprendente, sobre todo en un aeropuerto, lugar de tránsitos. Y el giro final que nos proyecta a un espacio abierto a seguir imaginando. Enhorabuena y adelante! Un saludo.

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Buen viaje, Joe

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