20.2.22

Barro

 

­La lluvia golpea la plancha de uralita que protege el interior de las cuatro paredes improvisadas construidas con tablones engordados gracias a decenas de periódicos que fijados a la madera, crean una capa aislante adicional en un intento por conseguir un interior más acogedor entre tanta miseria. 

 

Las frías noches de principios de febrero son una dura prueba para conciliar el sueño. Apenas protegidos bajo cuatro mantas desgastadas por el paso del tiempo, la familia Ramos Flores descansa compartiendo jergón y calor humano.

 

El calor ajeno es el único método de calefacción conocido por Miguel, suele apretar su espalda todo lo que puede contra el pecho de Ana, su madre, que a su vez se tumba resguardada por el calor de su marido, Jacobo El aceituno. Alicia, su hermana pequeña cubre el pecho de Miguel completando la escena familiar con todos tumbados sobre su hombro derecho en una imagen que recuerda a una lata de sardinas. 

 

Las paradas de metro más cercanas están a unos veinte minutos andando por caminos gobernados por el barro y la suciedad. El poblado de madera, tela y chapa se desarrolló en pocos meses, cientos de inmigrantes huyendo de la miseria y el hambre depositan sus esperanzas por encontrar una nueva vida en el Madrid que centraliza los mayores recursos del Régimen. 

 

Veinte minutos de caminata en fila india aprovechando las huellas previas que a fuerza de insistir en la misma pisada consiguen secar el barro facilitando el paso de los vecinos que madrugan para buscarse el sustento en la ciudad. Miguel acompaña a Jacobo quien tira de un carro con un eje de ruedas donde transporta diversos recipientes con variedades de aceitunas, conservas vegetales en vinagre y altramuces cocidos. Recorre, con su carro, los mercados callejeros ofreciendo su producto. Tetuán, Ventas, Cristo Rey, Pueblo Nuevo, Latina y el domingo el Rastro. Los jueves y los viernes se enfrenta a casi tres horas de paseo hasta los mercadillos de Latina y Pueblo Nuevo, las estrellas le acompañan durante mucho trecho durante sus desplazamientos, regresando bien entrada la tarde. Cuando llegaron a Madrid, no tuvo más recurso que vender la mula que les había traído hasta la capital desde su pueblo en Badajoz, para poder comprar tablones, clavos y chapas e improvisar una vivienda provisional que quince meses después tiene toda la pinta de ser definitiva... 

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