27.11.22

La reunión

 


Una mezcla de pereza y curiosidad amanece dentro de Manuel. Frente al espejo, hace tiempo que no se reconoce. Arrugas, ausencia de cabella, ojeras crónicas y la sonrisa pagada. En el reflejo reconoce la inmortalidad humana mientras se afeita ve a su padre y gestos de su abuela. Quizá la perdurabilidad de los genes es lo que las religiones llaman inmortalidad del alma. Mientras repasa con la cuchilla, por tercera vez, el pliegue de la barbilla donde varios de los pelos esquivan el corte; duda si ir o no a la maldita reunión del setenta aniversario de la fundación del colegio.

 

Cuarenta años han pasado desde aquella agridulce graduación donde la alegría por el título alcanzado tras años compartidos en el centro se juntaba con la inquietud ante lo desconocido. La mayoría pasaban del colegio privado a la universidad pública. Dos ambientes tan separados entre sí como retadores.

 

Manuel olvidó a su primer amor, Camila, una morena bajita que era todo tetas. Hasta la semana pasada su imagen no volvió a su memoria y un recuerdo vago de una relación sin entrenar basada solo en la necesidad de experimentar en el amor. Poca huella le dejó, salvo su estreno carnal con final amargo por la poca habilidad de los debutantes.

 

Animado por su familia, Manuel decide finalmente acudir a la cita de cincuentones nostálgicos de una mejor vida y unos cuerpos atléticos que no volverán. Reconocer a los antiguos compañeros no es fácil, la gravedad, el buen comer, la genética y el paso del tiempo borra muchas de las características físicas por los que les recordamos. La semejanza son sus padres ayuda a reconocerse entre ellos y por supuesto, la pegatina con el nombre a la altura del pecho.

 

Jorge, Ernesto, Ana, Luis... se van uniendo por antiguas pandillas. Juan y Loreto siguen juntos desde entonces, consolidaron una unión tradicional. Novios con diecisiete, boda a los veinticuatro y abuelos a los cuarenta y nueve. María y Javier también se casaron aunque en su caso la lógica se impuso, su primer amor no sobrevivió al conocimiento de la vida. Siguen enfrentados pues se evitan en la reunión trastocando al resto de su padilla que se divide entre ambos sin llegar a juntarse.

 

Clarisa reconoce a Manuel, se le acerca muy cariñosa y sonriente. Ya le gustaba cuando joven y ahora, sin pelo y ojeras, siguen encontrándole interesante. El tacto nunca fue lo suyo y desde el primer instante, asaeta a preguntas sobre su vida, hijos, esposa, domicilio, profesión... quiere saberlo todo.

 

Manuel siente un golpecito en el hombro, suave, eléctrico y reconocible. Ya sabe quién está a su espalda. Camila. La pérdida de sonrisa de Clarisa confirma la identidad de quien espera ser saludada tras la espalda de Manuel quien gira su cuerpo para recibir a su antiguo amor.

 

¡Qué mal trata la vida a algunos cuerpos! Solo reconoce a Camila por el brillo de su mirada, el resto es la talla XXXL de su versión estudiante. Si de joven era todo tetas, ahora es difícil distinguir sus enormes mamas del resto de carne. El abrazo se queda corto por la dificultad para abarcar el contorno completo. El protocolo se repite y de nuevo, hijos, cónyuges y trabajos se convierten en temas de conversación.

 

Camila y Clarisa se mantienen en el mismo corro junto a Manuel que poco a poco va creciendo en miembros cruzando conversaciones entre varias personas poniéndose al día de sus vidas. Por un momento parece que los cuarenta años se han perdido y regresan a sus charlas durante el recreo de medio día cuando salían a la calle a comerse un bocadillo en el bar Sigüenza, que sigue abierto.

 

Avanzada la velada, llega Carmen, como siempre la última. Vestida con ropa cara, operada a simple vista de labios, pómulos y pechos. Muy amiga de Manuel en aquella época prefirió juntarse con Andrés, un chico de familia muy rica que presumía de moto, dinero y juergas. Divertido y mujeriego, encandiló a Carmen con su labia y posibles. Un amor breve y apasionado que terminó en cuanto Andrés se marchó a Estados Unidos a estudiar. Carmen terminó casándose un notario veinte años mayor que ella, rico, tradicional, perteneciente a la asociación más conservadora de la iglesia en España. Esa que mezcla la fe con poder y el dinero. Un viejo prematuro y con él, Carmen varió su forma de vestir a la moda tradicional conservadora, envejeció en ropas conservando su inocencia en la piel. Se incorpora al grupo y se entretiene en saludar de uno en uno a todos sus antiguos compañeros de clase, dejando premeditadamente a Manuel para el final.

 

–Oye, ¿y sabes algo de Andrés?

–Nada de nada, se marchó a América y le perdí la pista.

–¡Qué pena! pensé en volver a verle hoy aquí.

–Si te gustan malotes ¿por qué te casaste con un santo?

–Anda, quita, ¡qué cosas tienes! si solo es curiosidad. Mira allí está su primo Esteban, voy a preguntarle.

 

Manuel sigue con la mirada a Carmen, en el fondo le da pena. Sigue enamorada de un recuerdo, de una ilusión del final de su juventud. Una vida de parche, repitiendo los convencionalismos que guiaron a su madre, cinco hijos, poca intimidad, mucho aparentar, calendario gobernado por los ritmos de la iglesia y sin pasión. Se refugia en el recuerdo de un amor no correspondido donde ella entregó su cuerpo a cambio de diversión.

 

1 comentario:

  1. Muy bueno, muy entretenido como siempre. Te quedas con ganas de más!

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