27.9.20

La piruleta

 


Recuerdo que de niña apoyaba la frente en el escaparate de la tienda de alimentación cercana a mi casa, con mis manos abiertas apoyadas de canto en el vidrio fabricaba un campo visual libre de los brillos del exterior. Centraba mi mirada en la piruleta grande, rojo granate, que marcaba la zona del mostrador preferida por los niños. El paraíso de dulces y golosinas. Mi golosina preferida, la piruleta de fresa, me atraía hasta su envoltorio de celofán enroscado en el palo. 

Cada tarde al regresar del colegio dedicaba un par de minutos a soñar con una piruleta. La situación económica en casa era muy justa, en ocasiones mi madre compraba a cuenta alimentos básicos, en la misma tienda de ultramarinos, con la promesa de pagar en cuanto ingresara dinero mi padre. Sus trabajos precarios y su afición a la bebida nos limitaban los ingresos familiares. Un viernes de paga, salieron antes de la fábrica por culpa de un accidente que resultó ser mortal, mi padre y sus compañeros no regresaron a sus domicilios directamente, se dedicaron a brindar por el compañero fallecido. A la hora de comer el nivel de alcohol en sangre de mi padre era tan elevado que se tumbó en un banco del parque para dormir la mona. Le robaron la paga de su bolsillo. Nos costó meses el recuperarnos. 

Mi madre conseguía trabajos esporádicos gracias a la generosidad de las vecinas que la demandaban para costura. Se le daba bien la aguja y el dedal, con una finura adquirida con la experiencia zurcía y reparaba todo tipo de prendas.

Cada tarde miraba la piruleta desde el escaparate, eran mi ilusión y entretenimiento. La ilusión de una niña puede llenarte tardes enteras. 

Hoy casi cuarenta años después mi ilusión ha cambiado, con el tiempo mi situación mejoró gracias a mis estudios universitarios, conseguí un trabajo que me gusta y me financia una vida cómoda y sin dificultades. Sigo con la ilusión de la piruleta grabada en mi mente. 

Vivo en el mismo barrio de mi niñez. La tienda de ultramarinos cerró a mediados de los años ochenta. El local ha visto una sucesión de negocios tan grande que no soy capaz de recordar a qué se dedicaban. Recuerdo venta de teléfonos, un chino, una panadería y hoy es una agencia inmobiliaria. Cuando regreso a casa y paso cerca, me gusta mirar su escaparate, ahora de lejos que ya no tengo edad para pegar mi frente a los escaparates. La piruleta no está, la veo en el sitio que siempre ocupó, ya no está. Su lugar actual lo ocupa la cabeza de una vendedora de pisos poco agraciada quien mejora mucho gracias a su sonrisa amable. Me mira, le devuelvo la sonrisa y regreso a mis ocupaciones. 

Recuerdo que con diez años, mi madre me regaló por Navidad, una piruleta. Nunca le comenté mis deseos de dulce, debió ser la dueña del establecimiento que me saludaba por las tardes cuando repetía mi rutina. Ella se lo comentaría a mi madre quien me sorprendió con el dulce. Tardé una semana en decidir cómo darle cuenta al caramelo. Me entretuve esos días mirando y sosteniendo entre mis manos la piruleta sujetando el palo con admiración. Su diseño simple, cargado de simetría gracias a la inserción del palo justo en el centro del círculo de caramelo. Siete días más tarde separé con ceremonia el celofán, pude admirar el brillo granate del dulce justo antes de apoyarlo sobre mi lengua que noté más húmeda de lo normal. ¡Mmm! Dulce, casi empalagoso, el anunciado sabor a fresa no se lo encontré. En muy poco tiempo caí en la tentación de morder el caramelo. Mi boca se llenó de trozos de piruleta, varios caramelitos granates viajaban entre mi lengua y los dientes. Un breve instante de arrepentimiento por haber mordido atravesó mi cabeza sin llegar a perturbarme, los siete u ocho trocitos de caramelo en el interior de mi boca me tuvieron entretenida un buen rato. Disfruté de ese regalo que agradecí a mi madre con un enorme abrazo. Sin conseguir abarcar su contorno a la altura de las caderas, mis manos descansaban en el nudo que sostenía su delantal. 

No recuerdo más piruletas, su gusto agradable y dulce no me engañó del todo, quedé insatisfecha por su sabor. La atracción que sentí por el diseño se ha mantenido toda mi vida. 

Hoy me gano la vida como diseñadora industrial, dirijo mi propia empresa con cinco empleados, cuatro de ellos son diseñadores gráficos e ingenieros. El logo y el nombre de mi empresa es un guiño a mi vida. La piruleta.

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