19.9.20

Enamorada

 


Llueve, hará mucha falta para el planeta, la limpieza de la atmósfera, llenar los pantanos y para mover la economía. Ya. ¿Y no puede llover de lunes a viernes? Hoy tengo plan. Cuando llueve el pelo pierde su compostura, se riza, se alborota y pierde el peinado que tantos esfuerzos le dedico. No me gusta la imagen de descuidada que transmite mi cabello rebelde.

Dedicaré la mañana a recomponer mi pelo, quiero estar deslumbrante para la hora de comer, hoy tiene que ser el día, no voy a esperar más. Me tiene un poca harta con sus dudas, qué más quiere. Estoy entregada en la escucha de sus interminables dilemas, compañía a demanda, asesora de moda e imagen, correctora de textos, hombro para llorar, incluso he ido al cine en versión original para ver una película en coreano. ¿Existe prueba más grande que esta? Cierto es que me dormí y no es fácil, para mí el coreano suena a enfado, gritos y siempre terminan las frases en a. No lo soporto, ese tono musical monótono de enfado chillón. Sí, me dormí. Hasta ronqué. En la sala convivimos cinco pirados intentando seguir el argumento a una película absurda. Creo que mi ronquido despertó a más de uno. Me gané un codazo en las costillas del que aún mantengo recuerdo en forma de cardenal. 

Comida informal en un restaurante del centro de Madrid. Informal no está en mi diccionario, me visto de princesa, con mis mejores galas, el maquillaje perfecto y el peinado dominado. La calle, más vacía que de costumbre. El centro está muerto, sin los turistas ahuyentados por el temor al contagio del virus se quedaron en sus lugares de vida, el resultado desolador. Varios locales cerrados con carteles de traspaso o venta. Restaurantes con aforo limitado y muchas mesas libres. La crisis se ceba con los que viven del turismo. 

El restaurante se encuentra prácticamente vacío, cuatro de las doce mesas están con clientes. El camarero se contagia por al aburrimiento del poco trabajo, languidece y pierde la atención. Le llamo hasta tres veces para que se acerque a nuestra mesa, viene solícito y sonriente. Sin quitarme ojo de encima, le gusto. Espero sacar algo de ventaja con su servicio.

Una vez dictada la comanda, nos volcamos en nuestra conversación. Me toca el papel de psicóloga paciente que desmembra cada parte del problema hasta banalizarlo e intentar demostrar que no es para tanto y que de esto se sale más fuerte.

Sus ojos me miran sin ver, no profundizan en los míos. No sabe leer mi sentimiento, mi amor y mi desesperación. No lo sabe pero hoy me he dado un ultimátum, si no enganchamos, me olvido de este amor que me está consumiendo y no me lleva a ningún lado.

La comida pasa rápido, el servicio de cocina es ágil y nuestra hambre escasa. Salimos a la calle buscando un poco de aire, la plaza de España y el cercano templo de Debod nos llama. Me agarro a su brazo procurando rozar más de la cuenta mi pecho derecho con su hombro. Su colonia y la mía se mezclan, combinan bien, son olores compatibles. Hasta en eso. Juego con la piel de su muñeca, mis uñas acarician esa zona mientras la conversación nos lleva a lugares preferidos para viajar.

Rodeamos el templo hasta la barandilla del mirador de la casa de campo. Silencio. Mi vista se pierde en el horizonte, más allá de las siluetas de los grandes aparatos del parque de atracciones. Es hoy o nunca, me juego perder o ganar. No puedo vivir con esta agonía, tengo que decirlo, por mí. Por mi tranquilidad, con sinceridad y sin temor. No hay nada malo en querer a otra persona.

Estoy enamorada de ti. 

Sin atreverme a cambiar la mirada del horizonte. Mis orejas están atentas a cualquier sonido que me pueda dar una pista de cómo reacciona tras mi declaración. Nada, silencio. Vuelvo a repetir

Estoy enamorada de ti. Quiero que lo sepas. No puedo vivir más con esta situación. Te quiero, eres mi vida y deseo estar contigo siempre.

Silencio. Noto cómo traga saliva. Me preparo para la mala noticia. Sus manos se apoyan en mis hombros, a mi espalda. Noto cómo me obligan a girarme ciento ochenta grados. Nuestros ojos se encuentran. Me acaricia la cara con su mano derecha, puedo notar el metal de su alianza recorrer mi pómulo. Me siento morir, soy un volcán de emociones. Quiero que termine ya esta secuencia, que me aclare de una vez, que se vaya, que me bese. Que haga algo. Su mirada ahora sí me ve. La profundidad de sus ojos transmiten sosiego y una enorme paz. Su mano izquierda retira unos pelos rebeldes de mi flequillo que se estaban enredando con mis pestañas.

Y yo a ti, tonta. Y yo.

Por fin me besa. Tan largo es el ósculo y tan extraño para los pocos que están a nuestro alrededor. A nuestra edad, sesenta y dos, no es frecuente ver demostraciones de pasión en la calle. Con habilidad nuestras mascarillas se han caído como dos baberos. Empiezo a reír, sin poder evitar parar. Río y río empujada por los nervios. No me lo puedo creer. Por fin.

¿Cómo se lo digo a mi marido?, me dice.

No lo sé, entiendo que de una manera civilizada, lo entenderá. Es amor, le dolerá perderte y lo entenderá, el amor lo entiende todo el mundo

Después de quince años juntos, le voy a destrozar

Piensa en ti, piensa en mí. Merecemos ser felices y nos queda vida por disfrutar

Pobre hombre, siempre me ha cuidado

Por lo que siempre me has contado no hay amor, nunca lo sentiste. Fue la presión social, la edad o vete a saber el qué lo que os unió en una relación dormida

Pobre Miguel

Sí, Juan, pobre Miguel. Piensa en ti, ganas vida, alegría y amor

Miguel odia a los transexuales, no entiende el cambio de cuerpo. Cuando se lo cuente le voy a destrozar

Le va a doler, sea yo hombre o mujer. Te pierde a ti y eso duele, sin importarte quién sea yo. Cierto es que estoy a medias, me faltó dinero y ganas de quirófano. Tengo un buen pecho femenino. Me siento mujer y amo como un hombre. ¿A ti te gusto así? ¿Sí? Pues, adelante mi amor.

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