27.8.22

El ático

 


Tres meses han pasado desde que Andrés se marchó, retiene en su memoria cada gesto guardado como si fuera un tesoro. Sus dos maletas y las seis cajas llenas de libros, la mochila que usa para ir al gimnasio colgada de sus hombros y el último movimiento girando la anilla en la totalidad de su circunferencia para liberar las llaves del apartamento que depositó en la bandeja que reposa sobre el mueble de la entrada. Su última melancólica mirada despidiéndose de la vida en común de los últimos cinco años y el cierre, con el cuidado que siempre ha tenido con todo, de la puerta. 

 

Para Lala ese cierre sonó como un portazo en su corazón, ella sabía que si le permitía irse se rompería todo. El sonido metálico le anunció que las puertas del ascensor se cerraban para bajar a Andrés a su nueva vida, solo en ese momento permitió que las lágrimas se liberaran de la presa de sus pestañas. 

 

No fue culpa de nadie o lo fue de los dos, se acumularon los detallitos sin importancia hasta que tomaron forma de incompatibilidad. Andrés quiere campo, sosiego, pocos amigos, largos paseos, tiempo de lectura. Lala prefiere playa, fiesta, televisión, música, baile y mucha familia alrededor, sentirse deseada a cada instante, ser la mejor y más guapa del universo. No pudo ser. Andrés echa de menos su piso de soltero en el barrio de las letras, un tercero sin ascensor decorado a base de estanterías repletas de libros y escaso mobiliario. Lala desea mudarse a un ático, adora el sol y envidia las terrazas amplias donde poder tumbarse para dorar su piel hasta el límite salubre aconsejado por los médicos. También una terraza grande le permitiría organizar fiestas y barbacoas con amigos.

 

Tres meses después del portazo toma la decisión de dar un giro a su vida, visita la inmobiliaria del barrio con la ilusión de encontrar el ático de sus sueños.

 

–Un ático no es buena idea. Es el piso más caluroso en verano y el más frío en invierno. Con el clima que tenemos en Madrid, es difícil que puedas disfrutar de la terraza más de mes y medio al año. Además tienen un sobre precio que no justifica sus vistas– se recuerda Lala una conversación al respecto que tuvo con Andrés.

 

Una semana más tarde la inmobiliaria le había concertado tres visitas a pisos de última planta que coincidían con sus deseos. Es el momento de concederse su capricho y comenzar a dar una vuelta a su vida y a sus sentimientos.

 

Al final de cada visita sonaba en su cabeza el mismo portazo virtual que sintió en el corazón cuando se marchó Andrés. Los tres pisos son magníficos, con terrazas amplias y llenas de posibilidades para decorar. Ese maldito portazo llena de dudas su decisión. 

 

Una rabia interior la anima a comprarse el más caro, será su particular portazo contra el triste de Andrés y una nueva perspectiva de vida para ella. La luz que entra por el ventanal de la sala de estar la enamora al instante, sus dos fachadas al este y al norte le permitirán amanecer con el sol y atardeceres más frescos en verano. 

 

La dueña de la casa, encantadora y sonriente, no deja de acariciarse su barriga de ocho meses y mientras enseña cada rincón de su vivienda en venta, le cuenta que ha decidido mudarse porque prefiere vivir con su hijo en una casa con jardín, que su momento de ático ya pasó. Lala no cae en la cuenta en que la vendedora viste un grueso jersey de lana, pantalones y zapatillas de deporte. Excesivo para ser principios de octubre. El piso en sí es pequeño, con una terraza de ciento cuarenta metros cuadrados, el apartamento apenas llega a los ochenta. Pierde metros habitables respecto a su actual apartamento, no le importa porque está sola. Lo mejor de la casa sigue siendo la terraza.

 

Seis meses después del portazo, Lala intenta acomodarse en el sofá arropada con una manta gruesa mientras repasa mentalmente una lista de mejoras en el aislamiento de la vivienda. Ventanas de puente térmico, doble tabique y evaluar cómo aislar el techo de las inclemencias del invierno. La nevada de la semana anterior la ha dejado agotada. Mucha era la nieve que ha tenido que retirar de su terraza en cuanto le informó su vecino de abajo del peligro de provocar goteras y manchas en su casa tal y como pasó en las últimas nevadas. Además aprovechó para censurar su costumbre de bailar al ritmo de la música alta. La terraza de Lala coincide con las habitaciones del vecino de abajo que se ha cansado del bailoteo con los pies descalzos de Lala.

 

Largo se le antoja que aparezca el mes de mayo para disfrutar de su amada terraza. Ha repasado multitud de páginas por internet de tiendas de muebles y ya tiene una idea bastante clara de la decoración que hará resplandecer su terraza. Las baldosas de la terraza necesitan cuidados especiales tras las inclemencias del duro invierno, su vivienda construida hace más de cuarenta años reclama un cambio en la impermeabilización del suelo de la terraza y nueva superficie, más duradera, más mona y mucho más moderna.

 

En el mes de junio la primera hora de calor que achicharra sus planes de disfrute de la terraza, se ve obligada a refugiarse en el minúsculo salón bajo el chorro del aire acondicionado. En invierno, para completar a la calefacción instaló un aparato de aire acondicionado de frío y calor. Durante los meses de días cortos utilizó más de lo que había imaginado la bomba de calor y ahora en verano huye del bochorno bajo la misma máquina buscando el fresco que no encuentra en el exterior.

 

Un año después del portazo, visita la inmobiliaria, necesita un cambio de vida y un piso conformable que no la arruine con el gasto de energía, algún metro habitable más y sin terraza que cuidar y limpiar de nieve.

 

Puto portazo. 

3 comentarios:

  1. Me ha encantado, no he podido parar de leer hasta acabarlo. Es increíble lo que puede causar un portazo....

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  2. La vida que es cíclics

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Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...