10.9.22

La fiesta

 



El día de su cincuenta cumpleaños disfrutó como hacía tiempo, su marido, Stephan olvidó sus fríos y distantes orígenes suecos para involucrarse en organizar una fiesta sorpresa de aniversario que resultó un éxito completo. Asistieron muchas de sus personas más queridas, sobre todo, sus amigas del colegio de las Jesuitinas y las tres mosqueteras de la facultad de derecho. No pudieron faltar sus amigas del trabajo con quien les une infinidad de roces, alegrías y dificultades.

 

Stephan casi había olvidado hasta dónde llegaba la amplitud de la sonrisa de Ana. Cincuenta años ya y sigue aparentando ocho o diez años menos. Stephan reconoce que es un afortunado, a todas la virtudes de Ana se le suma su belleza, en los últimos meses más cansada y con menos vitalidad conserva ese halo que hace girar la vista a todo el mundo. Una inoportuna gripe la arrastró hasta el fango de la fatiga los últimos meses y todavía no ha terminado de remontar.

 

Como bien se encargaron de recordarle sus compañeros de trabajo, la política no escrita en su empresa condiciona el techo profesional a cumplir menos de cincuenta; desde ese momento sus oportunidades laborales se verán reducidas a mantenerse en su nivel siempre que no estorbe los futuros ascensos de jóvenes ambiciosos de corazón vacío o como formadora de los futuros responsables. Utilizarán sus habilidades como persona de confianza aprovechando sus conocimientos, experiencia y las relaciones con sus superiores con los que comparte vivencias y secretos.

 

Con el paso de los años los más veteranos se retiran. La presión comercial y la exigencia cada vez más descerebrada de la competencia cansa a los directivos que suelen jubilarse anticipadamente por salud mental y buscando aprovechar sus últimos años jóvenes antes de que los achaques les condicionen el poder disfrutar de la familia y de los amigos.

 

Ana, conocida por todos, se encarga de organizar las comidas de despedida donde no puede faltar un vídeo lacrimógeno con fotos de recuerdo con los momentos pasados por el protagonista en la compañía. Incluso se encarga de encontrar el regalo ideal, del gusto del homenajeado y útil en su nueva vida de ocio y disfrute.

 

La vida profesional de Ana vuelca una mañana durante el desayuno. Su empresa anuncia una reunión con los representantes de los trabajadores para negociar un expediente de regulación de empleo. El borrador presentado por la empresa supone, leyendo entre líneas, que Ana se verá en la calle. No la quieren ni por edad ni por antigüedad.

 

Cuatro meses más tarde, Stephan la acompaña en su día más triste. Es el momento del adiós a la empresa de sus amores donde ha trabajado casi treinta años siendo muy feliz, incluso en los momentos más complicados. A las nueve la esperan en Recursos Humanos para firmar el acuerdo de rescisión laboral y en una media hora recogerá sus pocas pertenencias para irse con una sensación agridulce mezcla de indignación, sorpresa y tristeza. Atrás quedan sus compañeros, sus hitos, sus ascensos prometidos y nunca llegados. En definitiva, su vida. 

 

Stephan mira al frente conduciendo el coche entre el abundante tráfico. Guía el vehículo con cuidado de no molestar la mirada al infinito de Ana. Necesita tiempo para ella misma, tanto que no es consciente de que el recorrido del vehículo no la dirige a casa. Recupera el hilo del presente tras frenar el coche en un aparcamiento subterráneo del centro de la ciudad.

 

Camina de la mano de Stephan dejándose guiar bajo la sombra de los enormes plátanos ornamentales del paseo del Prado. En su nebulosa mental cree reconocer el lugar, su sonrisa lejana y turbia no permite lucir sus blancos dientes. Es más una señal de agradecimiento que una sensación de bienestar.

 

Sin saber cómo, despierta de su ensoñamiento frente a uno de sus cuadros preferidos del Museo del Prado, «La última cena» de Bartolomé Carducho. La imagen le trae un recuerdo.

 

–Después de tantos años organizando la despedida de todos mis compañeros y jefes, espero que la mía sea bonita.

–Claro que sí, cariño. Te mereces la mejor despedida nunca organizada. Comenta Stephan mientras la abraza por la espalda pasando los brazos por sus hombros mientras ella mira cada detalle de su admirado cuadro.

 

Seis meses después, nadie llama a Ana y su ilusión por la fiesta de despedida se desvanece mientras un callo se endurece en el fondo de su alma. Asume que nunca tendrá su despedida, nadie la echa de menos, ya no está y no van a dedicar ni un minuto de sus vidas para acordarse de ella. La empresa, tras superar el conflicto laboral, continua bajo la dirección de otras personas con poco corazón y nuevas ideas. 

 

La vida no es justa. Cumplir años suele ir acompañado de una pizca de tristeza. Envejecer no es la peor parte, lo es el olvido. 

1 comentario:

Comparte tus sensaciones y emociones. Gracias

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...