19.12.19

Comida de Navidad

En estas fechas diciembre, todo el mundo tiene comida de empresa, una costumbre prenavideña que se ha convertido en obligatoria sea de donde sea la empresa. 

En la prensa es un tema de moda, todos los periódicos dedican artículos para describir el mundo de oportunidades que se abren para cometer una infidelidad en las cena de Navidad otros escriben sobre el impulso al PIB nacional de este consumo desmesurado, su implicación en la inflación y otros, incluso editan artículos simulando ser un manual de autoayuda sobre cómo sobrevivir a una cena de empresa si eres una persona sin habilidades sociales.

¿Y yo qué hago? Aprovecho para comer con mis amigos de la infancia intercambiándonos la actualidad familiar de cada uno de nosotros. Nos queremos y respetamos como somos, sin caretas sociales. Tras más de cuarenta y cinco años de amistad, sabemos más de nosotros de lo que muchos de nuestros familiares conocen de nosotros. Es la amistad de verdad, la de toda la vida. Somos un grupo curioso, nos une el sentimiento, no compartimos ni ideología, ni religión, ni oficio, simplemente nos complementamos y en la diversidad nos enriquecemos. Respetamos nuestros puntos de vista y sabemos encontrar lo que nos une. Si aprendieran nuestros políticos, mejor nos iría. 

Además de esta comida de hermandad, no tengo nada. Me siento diferente. Soy autónomo y sin empleados a mi cargo.

Dediqué tiempo por mis redes sociales para localiza a otros autónomos, como yo, con la misma frustración por no poder disfrutar de una comida de empresa, con envidia por tener esa experiencia.

Logramos juntarnos cuatro trabajadores por cuenta propia tras un proceso largo de ajustar agendas. Estamos muy ocupados y en el caso de no estarlo es de obligado cumplimiento aparentar que tienes mucho trabajo.

Nos juntamos los cuatro, un fontanero pelirrojo, grande y bizco con acento de Europa del Este, un contable muy delgado que anticipa su presencia con un olor a tabaco que se distingue desde varios metros de distancia; una transportista con camisa de cuadros, pantalones vaqueros y botas militares propietaria de un camión con el que sobrevive viajando por la península y yo, un taxista que estudió periodismo y para vivir callejea con un taxi desvencijado.  

Nos costó encontrar un restaurante con mesa libre para los cuatro.  Al final, terminamos en el habitual del taxista, comida casera, abundante y manteles de hule. El menú correcto, sin más. Un poco caro, lo propio de estas fechas. 

Eché de menos encontrar algo de lo que describen los periódicos, me perdí una juerga desmedida, un rollo sexual en el baño y una borrachera memorable. Con la marcha que tenemos los autónomos.

Camino a casa, me recuerdo que las emociones fuertes llegarán en nochebuena con mi cuñado. Eso sí que es mejor que una comida de empresa. Mi cuñado Manolo, opina de cualquier tema, bebe de la fuente de sabiduría hasta el punto del atrevimiento. Es capaz de ofrecer una descripción detallada de los últimos avances en cirugía ocular a mi suegro médico oftalmólogo o incluso atreverse a pormenorizar las deducciones fiscales más imaginativas a nuestra cuñada, abogada fiscalista en un bufete internacional. Manolo es un experto ordenanza en el Ministerio de agricultura, tiempo para informarse tiene, la verdad. Lo bueno es que es del Atleti, eso mejora a cualquiera.

Ese sí que da juego, no es autónomo pero el año que viene me lo llevo a la comida de autónomos. 





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