19.12.19

Paloma sobrina





Anselmo cuenta con sesenta y cinco años de edad, lleva como párroco de la Iglesia Mayor de Santiago los últimos catorce. Se siente muy bien en este pueblo, sus habitantes le acogieron con gusto, a diferencia de lo que ocurrió con su antecesor. Es un caso atípico, pues los habitantes de estos lares suelen ser desconfiados con los forasteros. Su carácter abierto y sonriente le abrió muchos corazones y muchas invitaciones para merendar en casas de sus feligresas.
A los dos meses de llegar al pueblo, decidió traer a la casa parroquial a su prima Elena, viuda desde los treinta años, ella tiene quince menos que él. A Elena la acompañaba Pilarcita, su hija, que entonces tenía cinco.
Elena siempre viste de negro, guardando un luto riguroso y propio de su condición. Lleva una vida retirada del ruido vecinal, prudente y volcada en servir a Anselmo y a su hija. Evita las reuniones sociales, evita llamar la atención y evita cualquier escándalo.
Pilarcita ya solo responde como Pilar. Muy abierta, amiga de todo el mundo, se relaciona con los demás con naturalidad. Es muy buena estudiante, tanto que consiguió matricularse en la UNED de Valdepeñas. Se pasa el día estudiando de manera metódica, dedica seis horas diarias a ello, salvo los días que va a tutoría y que para ello marcha a Valdepeñas pronto, llena de las preguntas y dudas que le muestran cómo avanza en sus estudios. Pilar, delgada y alta, como su padre, eso decía siempre Elena, viste de color, le gustan las faldas amplias y los colores animosos. Se atreve con naranjas, verdes limón, amarillos… todos los colores le quedan bien. Sonriente, afable y de fácil conversación, ella es muy popular entre todos los de su edad y con los que ha coincidido en el instituto.
Pilar, oficialmente, es la sobrina del cura, incluso ella le llama tío Anselmo. Cuando la preguntan por su padre, suele repite la misma historia: Se llamaba Ignacio y murió en un accidente de moto. Por esa razón a Pilar no le gustan las motos, son muy peligrosas.
La sonrisa de Pilar recuerda mucho a la de don Anselmo. Hace una vida muy normal, muy propia de su edad, sale con los amigos por la noche del sábado, baila hasta quedar agotada y el resto de la semana estudia, ayuda a su madre y queda con las amigas; así llena el día. Cada tarde, no perdona acercarse a la misa vespertina de las ocho, antes de cenar. Le gusta escuchar a don Anselmo explicando las escrituras y el pasaje del día del Evangelio. Suele sentarse en un lateral, discreta, pero formal. A misa de ocho solo acuden siete u ocho vecinas y dos vecinos de avanzada edad. Pero a ella le gusta pasarse a escuchar a tío Anselmo.
La casa parroquial tiene varias habitaciones y ella ocupa la más luminosa y cálida, sobre todo en invierno, que aquí es muy frío. En verano prefiere mudarse a la cueva, una habitación que hay en el piso inferior y que se encuentra al final de la casa, casi dando con la iglesia. Dicha habitación está excavada en la roca y en verano es bien fresquita.
Ese verano oyó una conversación en la habitación de tío Anselmo. Este dormía todo el año en el piso inferior, mientras Elena tiene su alcoba en el superior, junto a la de Pepa. 
Pilar intentó estar atenta a la conversación, le resultaba muy curioso escuchar a tío Anselmo hablando en susurros a las doce de la noche: ¿Estará hablando por el móvil?, es posible; aunque el susurro es tan sutil que apenas consigue entender alguna palabra. Ante aquellos ruidos bajos, amortiguados, casi inexistentes, se mantuvo muy atenta, sin que consiguiera destacar ninguna palabra conexa. Se abandonó y se durmió.
El sábado por la noche, Pilar decidió irse a casa pronto, estaba cansada. La regla la mataba y no tenía el cuerpo para estar bailando y bebiendo hasta el amanecer. A la una y media volvió a casa andando, desde el parque donde están las discotecas hasta la iglesia, en la plaza del pueblo, quince minutos a paso tranquilo. 
Entró con cuidado en casa, pasó por la cocina para tomarse un ibuprofeno con un poco de leche y, tras cepillarse los dientes, se fue a su cueva para dormir. Estaba conciliando el sueño cuando ese susurro familiar la despertó, esta vez había dos ritmos, dos susurros diferentes, uno agudo y el otro grave. Reconoció el ritmo de respiración, le era muy familiar: ¡Mamá!, pensó. ¿Estará tío Anselmo enfermo y mamá lo está cuidando? Sonidos familiares, besos secos, susurros, roce de sábanas, sonrisas… no está enfermo. Al poco rato, Elena se escabulló de manera silenciosa y casi sin pisar el suelo marchó al piso superior. De inmediato sonó el primer ronquido rítmico de Anselmo, definitivamente no está enfermo.
Una sospecha antigua empezaba a germinar en la mente de Pepa: ¿Y si…? Sus sonrisas se parecen, sus cuerpos se parecen, sus andares, sus manos. No puede ser. Mi madre… ¿Cómo ha podido vivir así tanto tiempo?

Se giró en la cama e hizo por dormirse. Dormida, sonreía, en su fuero más interno es lo que siempre había deseado... papá.

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