17.12.19

Primer desamor

La adolescencia es una época maravillosa, llena de altibajos emocionales, de amistades convulsas, cambiantes, como los cuerpos. Es una época de aprendizaje a marchas forzadas, necesitas aprender conocimientos, reglas sociales, costumbres de cortejo, florece la timidez, la vergüenza, las hormonas no te dejan en paz, deciden por ti. No eres dueño de tu voluntad, eres esclavo de un cóctel de hormonas saltarinas.
Quince años, es la edad, cuando es oportuno probar el primer beso con lengua, aprender a dominar los nudos del estómago cuando no estás con tu amada. Aprendes a pasar la tarde cogido de la mano. Juegas a ser adulto, sin experiencia y con el radar abierto a conocer nuevas oportunidades.
Los amores son caprichos que van y vienen al ritmo de las saltarinas. Te gusta la mirada de Lola, los pechos de Sonia, la risa de Marisa, la personalidad de Ana. Cada día descubres una nueva oportunidad y realmente no te quieres perder ninguna.
No sabes por qué ni cómo ha sido, te encuentras paseando de la mano con Esther, una morena de la panda con la que hasta ahora nunca habías tenido mucha conversación, te encontraste en el momento oportuno en la situación idónea para probar a besaros. Eso os une. Nada consciente, nada buscado. Ocurre. Dura la nube tres días, que en verano cuentan como tres semanas. Sales, te la encuentras, te bañas en el mar, ella siempre contigo. Tu habilidad con el beso se va depurando, incluso te aventuras a sacar la mano a explorar, encontrándote siempre alguna mano defensiva en el camino. Esther debe tener un detector de intenciones. No es guapa, ni fea, normal. Graciosa, un poco. Con poca conversación. Eso sí, huele bien, que es importante.
Los tres días son intensos, solo nos separamos para ir a casa a las horas fijadas. Hablamos poco, nos miramos, nos sonreímos y con eso somos felices. Por la noche en la disco apalancados en un sofá mullido en la zona con menos luz del local, nuestras bebidas se quedan en los vasos hasta derretir los hielos. A la hora de dormir, tengo agujetas en la mandíbula de tanto ejercicio bucal y marcas en las manos de los frenos de Esther a mis avances. La segunda noche en la playa mientras los demás cuentan las estrellas fugaces y piden sus deseos, yo convierto los míos en realidad. La tercera noche toca feria, mucho ruido, coches de choque, la ola y alguna que otra diversión. Está bien, un buen plan, con menos saliva y más movimiento.
Me acuesto planeando la noche de mañana, hay prevista una fiesta en casa de Nieves a la que estamos invitados mucha gente. Me duermo cansado e impaciente.
La fiesta de Nieves es famosa, todos los veranos organiza una fiesta muy concurrida y bien provista de comida y bebida. Tiene una casa enorme con piscina y una jardín fantástico. Cuento más de cincuenta invitados, la mayoría sevillanos, que fieles a su costumbre fueron cerrando filas en grupos conocidos de siempre, en amigos de invierno lo que nos deja fuera a los foráneos.  La música suena alta gracias a un equipo de alta fidelidad adquirido en la base americana de Rota, los discos muy modernos y actuales.
Las bebidas prudentes, sin alcohol. Y mucha comida, muchísima. 
Tras media hora comentando con mi panda las novedades del lugar y con el estómago lleno de medianoches, aparece Esther por la puerta acompañada de un pijo de camisa larga remangada y jersey amarillo a los hombros. Estamos a treinta y ocho grados, el jersey y la mangas sobran. ¡Lleva mocasines Castellanos sin calcetines!.Un pijo total.
Me acerco sonriente hacia ella. Esther me ve y en voz alta me dice.
  • Hola Manu, mira te presento a mi novio, Luis. Ha venido hoy de Sevilla a pasar el fin de semana para descansar de sus estudios. Se examina en septiembre de tres asignaturas de COU y de la Selectividad.
Mi mundo se abre a mis pies. No me lo esperaba. Solo he sido un capricho, una diversión. No supe qué decir y me fui a por mi amigo Pablo, sé que lleva ginebra para mezclar, me hace falta.
Será cerda la tía, me ha tomado el pelo.
  • ¿Sabíais que Esther tiene novio? Miro de uno en uno a todos los miembros de la panda.
  • Pensé que lo había dejado con él, como os veía tan bien estos días, me contestó Paloma. Su vecina en la urbanización.
Recibo palmadas de condolencias de los chicos y alguna exclamación llena de empatía por parte de ellas. Me siento como una mierda, pocas ganas de fiesta me quedan. 
Me refugio en un banco del jardín apartado de la música, con mi cubata preparado y fumando un Fortuna. Inconscientemente mi miraba encuentra a Esther que no para de sonreír y hacer carantoñas a su Luis. Patético pijo cornudo.
Pablo viene a reponer mi bebida y a interesarse por mi. Mis hormonas saltarinas empiezan a botar, me vengo arriba. No es momento de duelo, estamos en una fiesta. 
  • Vamos chicos, hagamos algo.
La música cambió a lentos y las parejas se apretaron en la improvisada pista de baile junto a la piscina.
Ocurre lo previsible, una pareja termina la fiesta en el agua empujados sin intención por otra pareja que en un arrebato de pasión gira rápido y hace perder el equilibrio a los más cercanos al borde del agua.
Risas generales y apuro de la anfitriona para ayudarles. 
Mi cubata decide junto con alguna de las saltarinas y me lanzo vestido al agua, gritando bomba va.
Me acompañan Pablo, José Luis, Rocío, Ana y varios que no conocía de antes.  Una reacción imitada y comentada por todos. Me convierto en el más popular de la fiesta, no soy yo, es el cubata, las saltarinas y el aburrido, conservador y excluyente ambiente. Lo cierto es que la sorpresa inicial es superada cuando también se lanzan a la piscina, vestidos, otro grupo de invitados, cinco chicos sin pareja que se animan para hacer algo diferente. 
Al salir del agua me espera fuera, con una toalla de playa en la mano, Nieves, se nota que no le gusta lo que ha ocurrido, en parte porque le rompe el ritmo a su velada y en parte por temor al qué dirán sus padres si se enteran. Le agradezco la toalla y me invita a ir a mi casa para cambiarme.
Mi casa está cruzando la calle, en cinco minutos puedo estar de regreso. Mis amigos también salen de la fiesta, todos empapados. Nos da un ataque de risa por la situación. 
  • ¡Qué loco estás Manu!
  • ¿Vamos a la playa?
  • Voy a casa a cambiarme primero, así parezco Miss camiseta mojada y si me ve mi padre me castiga el resto del verano.
  • Pues yo te veo muy bien.
  • Vamos a cambiarnos y quedamos aquí en cinco minutos. En bañador.
Tras nosotros salen de la fiesta varios grupos, parece que desertan más de los que hubiera deseado Nieves. Me compadezco de ella, en el fondo es maja, demasiado convencional, aún así es buena persona.
  • ¡Eh! Manu
Me giro, vienen hacia mí Laura y Virginia, amigas de Esther. 
  • ¡Qué pasada tío! ¡Qué risa! ¡Cómo nos hemos divertido! ¿Qué vais a hacer ahora?
  • Nos vamos a ir a la playa. En cuanto nos cambiemos de ropa.
  • ¿Os podemos acompañar?
  • Claro, ¿vais a ir así u os cambiáis?
  • Así vamos, los vestidos son cómodos.
  • Darnos cinco minutos.
Manu tarda poco y viene con tres toallas en la mano, para reservar los  vestidos de ambas, que se lo agradecen.
  • ¡Qué detalle! Muchas gracias.
  • ¿Vamos?
Laura morena con media melena, gafas de sol negras que ocultan sus preciosos ojos verdes, las orejas con un poco de soplillo. Se sienta en la toalla con elegancia, manteniendo sus piernas juntas en todo momento protegiendo del viento el vuelo de la falda de su vestido de algodón blanco. Muy sonriente con pose de mujer, espalda recta y perfil interesante. Sus pendientes de perlas, seña de identidad de su ciudad de origen ofrecen dos puntos de referencia a juego con el color del vestido.
Virginia, la locuela de su grupo, También morena, su melena la recoge con una cola de caballo, sin pendientes, adorna su cuello con una cadena fina que cuelga una medalla de oro con una imagen de la Virgen del Rocío. Fumadora sin descanso. Escandalosa en sus carcajadas, su vestido de algodón la supera. Está más cómoda con pantalones y camisetas, ha abandonado su estética habitual por la exigencia de vestuario solicitado por Nieves. Se sienta más encorvada, con las piernas libres sin importarle las miradas de los demás. Piernas infinitas, un tanto delgadas. Buena delantera. Manu sabe adivinar que no hay más tela que el vestido.
Ambas muy pendientes de Manu y sus amigos, se encuentran a gusto. Los últimos tres días, consecuencia de la relación de Manu con Esther, han coincidido forjando una nueva alianza.
  • Me ha dado mucha lástima por ti, sabíamos que Esther tiene novio. Se encaprichó contigo por celos y ha jugado contigo. 
  • ¿Celos?
  • Sí. La dije que me gustabas y por eso te ligó, para fastidiarme y para demostrar que ella es mejor.
La confesión de Virginia me deja sin palabras.
  • Y a mí. Comenta Laura.
  • Vaya con Marlon Brando, sonríe Paloma. ¡Qué éxito primito!
Las hormonas saltarinas nublan mi raciocinio, no sé cómo reaccionar. Nombrar a Esther ha conseguido que se me altere mi falso equilibrio. Me tumbo en la toalla en silencio.
  • Manu, dí algo. Reclama Paloma.
  • No sé qué decir.
  • Podrías decir quien te gusta de nosotras.
  • ¿Tengo que elegir?
  • ¿Quieres un harem o qué?
  • Quiero ver tus ojos, siempre tapados por las gafas oscuras.
  • Me molesta mucho el sol, pero me las quito. 
Los ojos gatunos de Laura hipnotizan el instante. La decisión parece tomada hasta que Virginia propone ir al agua.
  • ¿Con el vestido?
  • Me lo quito si hace falta.
En menos de un minuto una figura delgada cubierta solo son una bragas negras corre hasta el agua a saltitos, con sus pechos moviéndose libres sin complejos. Manu cambia en un instante los ojos gatunos por los pechos saltarines. En un par de horas ha cambiado su perspectiva de relaciones. No se ha encontrado en otra igual. Recupera la mirada hacia Laura, que ha vuelto a ponerse sus gafas, su pudor la impide competir con Virginia, esta competición la ha perdido.
  • Laura, tu amiga está un poco loca ¿no?
  • Sí, ella es así. Nunca sabes cómo va a reaccionar en cada momento.
  • ¿No te bañas?
  • No me voy a desnudar delante de todo el mundo.
  • Lástima.
Por un instante, Manu supo mantener la mirada a las gafas de sol.
  • Guarro.
  • Un poco monja eres ¿no?
  • No creas, no soy exhibicionista.
  • Eso está bien.
  • ¿Sí?
  • Me gustas Laura. Y me intimidas, eres tan mujer, tan perfecta, tan mayor que no sé cómo acertar contigo.
Laura queda de piedra, sin reacción posible.
Manu se acerca, acaricia su cara y la besa con precaución en los labios. Los labios de ambos van abriendo. Manu se siente conquistador, se siente mayor. Ni en sus mejores sueños había previsto besar a dos chicas guapas en el mismo verano.
Virginia vuelve del baño corriendo desde la orilla.
  • No perdéis el tiempo ¿eh? dejar que me seque y me vista, Estáis en mi toalla.
  • Toma la mía, ofrece Manu.
Virginia se agacha para cogerla, su cara queda a pocos centímetros de la pareja.
  • ¿Un trío?. Ofrece
  • No. Se apresura Laura a contestar.
  • Tú te lo pierdes guapo. Mirando a Manu.
Manu no sabe cómo reaccionar, tampoco sabe por qué le ocurre esto a él.
  • Es broma, no te lo creas don Juan. Ya vestida Virginia. Quien se gira reclamando fuego para encender su cigarrillo a Pablo. Demuestra buen perder manteniendo la naturalidad de su personaje locuelo.

Los desamores te ayudan a madurar, comprendes las dificultades de las relaciones humanas, los sentimientos te desbordan, gestionas tu duelo interior. Creces y creas defensas para gestionar mejor el siguiente desamor en tu vida. Yo no aprendí nada, por alguna alineación astral que desconozco, tuve una semana de verano propia de un seductor, de un guapo, de un niño rico. Todo lo contrario a lo que soy. Sorpresas de la vida. En ocasiones también se aprende del éxito.

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