29.1.20

Jacinta tiene carné de conducir

Jacinta mujer robusta, brazos poderosos, caderas abundantes y pecho generoso se mueve con agilidad, está en  forma  gracias a su imparable actividad en la granja. Madruga a diario antes del alba, junto con Venancio su callado marido que prodiga más palabras a las vacas que a ella. Son primos segundos y se casaron hace una vida por mucho interés y algo de cariño familiar. De su unión nacieron Juan y Miguel que emigraron en cuanto pudieron. Juan se alistó en el ejército al cumplir los dieciocho. Miguel un año después se fue al seminario provincial. Nadie comprendió su vocación repentina, en su casa no se prodigaban por la iglesia. Aún así, se fue. Ambos no son propensos a visitar a sus padres, la dura vida del campo es suficiente para desanimar al más amoroso de los hijos. Huyeron de la granja y la aldea cercana, nada les ata allí.

Venancio sale a diario con las vacas a pastar al monte mientras Jacinta se encarga del resto de animales, dar de comer a los dos gorrinos, gallinas y conejos. Revisa a lo lejos el maíz y las parras de uvas. La abundancia de fruto permite adivinar la próxima producción de vino. La vida transcurre plácida y monótona. Una vez que las vacas y Venancio se pierden, enciende la radio con música. El sonido y la armonía la acompaña en sus quehaceres, nota que también es gusto de los animales. Les relaja. 

Jacinta se casó muy joven, recién abandonada la niñez. Con diecisiete años, un año después lucía embarazo y sin esperar a quitarse los puntos se quedó enseguida del segundo. En un año dos críos que le dieron más lucha que el resto de la granja en sus primeros tres años. La pelea continua con animales y niños junto con la poca comunicación de Venancio y su torpeza como amante, enfrió la relación hasta convertirla en convivencia de primos. Está a punto de cumplir los cuarenta. Últimamente nota que su cuerpo le pide marcha, vida, roce, lujuria, sexo. Ya no recuerda el tiempo que lleva en secano, fácil una década. Viven aislados, cerca de una aldea con tres viajas nonagenarias que aparentan ser las fundadoras del mundo, a penas salen, no conviven. Dos de ellas son tías segundas de Venancio y de rebote de ella. Está sola.

En ocasiones observa al gallo montando a las gallinas en el cercado. ¡Qué jodío, qué suerte tiene! y ellas también. Cuarenta años, sola, caliente y ardiente. Va a estallar.

Esa noche le dice a Venancio durante la cena donde solo se escucha el ruido metálico provocado por el choque de los cubiertos en los platos de metal, esos de tipo de camping, donde comen su potaje de verdura con un huevo estrellado y un poco de lacón.

- Mañana voy a bajar a Catoira
- ¿Vas a comprar?, necesito una azada nueva, ya que vas, podrías subir una
- Te subiré la azada. Voy a la autoescuela para sacarme el carné
- ¿Para qué quieres tú el carné?
- Para conducir
- ¿El qué?
- El coche que nos compraremos

La mira, le mira. Silencio. Nada más que decir. Venancio sabe que ya está decidido. Mejor no insistir.

Tras dos meses de clases teóricas, estudia por las mañanas tras sus obligaciones en la granja y con mucho esfuerzo por su parte, ya que nunca se ha terminado un libro y le cuesta mucho entender lo que lee. Jacinta aprueba el examen teórico sin ningún fallo. Comienza las clases prácticas y tres semanas después consigue aprobar la prueba. Ya tiene licencia de conductora.

- Mañana voy a bajar a Vigo, pasaré el día, voy a dormir en casa de la prima Isabel. Regresaré pasado a medio día. Te dejo comida en la nevera, solo tienes que calentarla

Venancio no pregunta, la mira solo el instante que aparta la vista del televisor. ¿Qué se le ha perdido a esta en Vigo?. No se lo pregunta, no tiene huevos. 

- Vale. Es toda la conversación que consigue articular.

Dos días más tarde aparece Jacinta al volante de un coche de segunda mano color blanco, un Citroën con seis años de vida. 

- Ha salido muy barato

Venancio mira el coche, mira a su mujer. Mira donde lo ha dejado estacionado. Mira a su mujer.

- ¿Se va a quedar ahí?
- Ese va a ser su sitio, sí. ¿Por?
- Por nada. ¿Para qué necesitamos un coche?
- Para moverme un poco de aquí. necesito hablar con los vecinos, reunirme, hablar, tener vida. Solo tengo cuarenta años y no me quiero enterrar en vida como las vecinas de la aldea. Nuestros hijos han huido de aquí, me siento sola, Venancio
- ¡Ah! pues vale entonces

Jacinta se anima todas las tardes a visitar los alrededores, recupera relación con familiares, amigos, amplía su sociabilidad con conocidos de sus amistades. La parroquia la acoge con ilusión, siendo madre de un seminarista, en el concejo, también. Reuniones de mujeres, de amas de casa, acude incluso a la reunión de peñas para la feria. Todo la viene bien, con tal de relacionarse y poder hablar con alguien. Su coche es conocido por todos, baja y sube por las carreteras de las montañas con cada vez más soltura.

Mucha relación, mucha relación y su picor no se le pasa. Habla con muchas mujeres, los hombres de alrededor, en su mayoría, son calcos de Venancio, rudos, callados, gordos, calvos y feos. Por lo menos está entretenida de mente, de ingle tendrá que esperar, volver a la insatisfacción que significa Venancio o hacerse un selfie, que también hace años del último. No sabe qué hacer, cada vez más su cuerpo le demanda con más fuerza.

Esta noche la lluvia dificulta mucho la visión por esas carreteras de montaña, estrechas y mal señalizadas. Tras una curva cerrada, se encuentra los faros brillantes de un camión de reparto y una furgoneta que le adelanta. Gira a su derecha para evitar el choque, se salva por centímetros. No paran, ninguno de los dos vehículos que siguen su camino. El coche de Jacinta resbala en el arcén, el escaso dibujo de las ruedas, su falta de pericia, el piso mojado, su visión borrosa tras los cuatro faros deslumbrando la noche y el miedo producto de la inexperiencia empujan su coche por la ladera. 

Se desliza marcha atrás, no sabe cómo reaccionar, afortunadamente el coche no gira ni da vueltas de campana, solo se desliza por una cuesta de hierba alta mojada, sin mucho agarre. Finalmente un par de árboles frenan el deslizamiento. El golpe resulta un poco violento, lo suficientemente fuerte como para darle una sacudida en la espalda y en el cuello. Queda dolorida. Ese dolor le viene a la mente, recuerda la ciática que la acompañó en su segundo embarazo. No puede moverse del dolor. Recuerda apagar el contacto para evitar males mayores y espera. Nada, no se escucha nada. No viene nadie. 

Tres horas más tarde, Venancio preocupado por la tardanza y lamentando el no tener teléfono móvil, recorre los dos kilómetros que le separan hasta la cabina más cercana. Llama a la Guardia Civil que toman nota y le dicen que se pondrán en contacto con él en cuanto tengan noticias.

Dos días más tarde, un cazador furtivo recorriendo el monte divisa un coche blanco con un persona dentro, se acerca y avisa a la Guardia Civil.

El operativo de rescate moviliza a Guardia Civil, una grúa de los Bomberos, una ambulancia y varias decenas de curiosos. Jacinta está bien, el golpe ha tenido como consecuencia provocarle un pinzamiento del nervio ciático, además por prevenir, la protegen el cuello con un collarín. La recomiendan ir al hospital para revisarla, la darán el alta en breve. El coche está bien, salvo el golpe de la parte trasera. Lo suben hasta la carretera. Arranca a la primera. Útil.

Ha tenido suerte, su problema físico tiene solución, el coche también, pasará por el chapista para el bollo en la carrocería. Su experiencia en el monte sola durante cuarenta horas, enriquecedora. Muchas horas para pensar, descansar y escuchar la radio. Sus picores han desaparecido. Tres selfies tienen la culpa, los necesitaba. Sus dolores de espalda lo agradecen. No sé por qué he esperado tanto, se recrimina.

Desciende de un coche de la Guardia Civil Venancio, a lo lejos, le ve hasta guapo. Cuanto más tienes más quieres. ¡Qué vicio de cuerpo!

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