28.1.20

Diecisiete

- Hasta luego

Portazo. No hay manera, por mucho que se lo recuerde a diario no tiene cuidado, va por la vida aislado con sus auriculares a un volumen insano e imbuido en sus pensamientos, profundos e interesantes sin duda. Entre ellos no entra el respeto por el descanso y la paz de los vecinos. Será la edad, recuerdo que mis diecisiete fueron más o menos así. Prefiero ser práctica, armarme de paciencia y evitar ser una madre fiscalizadora, recriminadora y pesada, ya sufrí a la mía en su momento y llegué a odiarla a diario.

Recuerdo que rebuscaba en mi habitación para localizar un paquete de tabaco, me espiaba cuando hablaba con mis amigas parada en el pasillo, lo mal que disimulaba cargando ropa para dar la imagen que estaba de camino a algún armario para guardarla. Un día la pillé en el pasillo y le monté tal bulla que mi padre llegó a intervenir, me hizo comprender que no eran formas y por mucho que me molestara la actitud de mi madre, debería hacer un esfuerzo de comprensión.

- Que respete mi intimidad, ¿Es mucho pedir? A mí no se me ocurre espiaros a vosotros. La verdad es que me da igual de lo que habléis.

No me faltaba razón en montar bulla, mi madre era y es muy pesada. Nunca hemos tenido una relación cercana y de confianza, soy más de mi padre, más como él. Mi hermana Pilar es más como mi madre, pegada a ella todo el día. La visita casi a diario o la llama por teléfono. Justo lo contrario a mí. Espacio mis visitas porque no me alimentan, me generan mucha tensión y no me merece la pena. El teléfono es un instrumento que pocas veces utilizo. No me gusta dedicar tiempo a la conversación banal. Si llamo es para algo práctico y cuelgo enseguida.

Volvamos a mi príncipe, Miguel. Grande como una columna, descuidado a propósito, su existencia la llena provocando de manera silenciosa. Me gusta tener la casa ordenada y lo más limpia posible. No soy de estar con la mopa, la aspiradora y la fregona todos los días, para eso tengo ayuda en casa, me sale cara, pero la tengo. No pretendo ser un esclava de mi casa, bastante tengo con mi trabajo al que dedico demasiadas horas del día. Ser autónoma es lo que tiene, no existen los horarios. A Miguel le encanta dejar su ropa tirada por la habitación, un jersey sobre la cama, una manga del revés, la camisa en el respaldo de la silla con las dos mangas del revés, los pantalones en el suelo y los zapatos los encuentras separados, el derecho bajo la mesa girado enseñando la suela, el izquierdo acogiendo un calcetín, junto a la puerta. Su mochila del colegio en la cama, abierta con el ordenador escolar asomando media pantalla. Me he pasado meses colocándolo todo según salía de su habitación para ducharse.

Mi marido Miguel, también, tras mucho tiempo insistiendo, me ha convencido que no haga nada con su desorden.

- Si te molesta ver su caos, cierra la puerta de su habitación. Se tiene que acostumbrar él a ordenar sus cosas, a tener cuidado con la ropa. Si te encargas tú, seguirá dejándolo todo según cae al desprenderse de ello.

Me ha costado, mientras Miguel hijo se ducha de regreso del Instituto me asomo a su habitación e inicio mi nueva reacción. Cierro la puerta. No me engaño con ilusiones, tras la ducha, no solo no le molesta ver la habitación así sino que añade una toalla muy húmeda al respaldo de la silla de estudio, los calzoncillos descansan en el suelo del baño sobre la alfombra de la ducha. Empapada.

La hora de la cena se acerca, la prueba definitiva para la paciencia de ambos. Primer choque con las obligaciones de adulto para Miguel. No le preparo la cena a propósito. Sobre la encimera dejo un par de huevos, un plato, un tenedor, la tabla de la cocina, un cuchillo y preparada media cebolla, un trozo de pimiento junto a un paquete de trozos de jamón cocido. Lo siento Miguel hoy vas a empezar a ser adulto, vas a hacerte tu cena.

- Tengo hambre. Primera frase del día dedicada a mi persona.

- Tienes para tortilla y la puedes acompañar con fiambre, para ser la primera vez algo fácil.

Miguel me mira como a un extraterrestre recién aterrizado que utiliza un lenguaje desconocido. Sus ojos me taladran. No entiende nada.

- Tengo mucha hambre

- Pues hijo, está en tu mano. Empieza cuando quieras

- Pero ¿Me la tengo que hacer yo?¿Por qué?

- Ya tienes edad de ser autónomo y liberarnos de obligaciones a tu padre y a mi.

- Pues vaya 

Se va a su habitación, que se encuentra tal y como él la dejó. En un mismo movimiento se tumba en su cama mientras separa con los pies la ropa que había dejado tirada y la mochila. Se concentra en su móvil con algún vídeo de una serie de moda. Se ríe con ese sonido gutural que utiliza para dejar nota a los demás que le divierte lo que ve. En pocos minutos volverá, tiene hambre y esa sensación es más fuerte que su herido orgullo.

En diez minutos regresa, justo cuando Miguel padre está terminando de recoger la cocina.

- ¿Vas a querer cenar? Ahí tienes los instrumentos y los ingredientes para cocinar

- No sé cocinar

- Es fácil, para aprender, lo mejor que puedes hacer es pedir ayuda.

- ¿Me la haces y yo miro para aprender?

- No hijo, esto no es Youtube. Te puedo indicar cómo se hace pero vas a hacerla tú, así se aprende

Oigo la conversación con interés desde el salón, me obligo a quedarme sentada si me levanto todo lo avanzado se perderá en un instante. Nuestra obligación es enseñarle a crecer y espero que se dé cuenta de lo egoísta de su comportamiento.

La educación es un camino largo lleno de vaivenes, Miguel es un buen chico, fue cariñoso y espero que lo vuelva a ser, fue conversador y espero que lo vuelva a ser, fue amable conmigo y espero que lo vuelva a ser. Deseo que aprenda a ser autónomo, ordenado y, por favor, que pasen pronto estos años de aprendizaje para ser adulto. Quiero recuperar a mi hijo y olvidarme de esta época donde él tiene todos los derechos y yo todas las obligaciones.

Te quiero Miguel y hay días que te odio. Sí, tienes que saberlo, no siempre las madres somos las malas y las pesadas, también los hijos pueden llegar a serlo. Te quiero con toda mi alma.

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