20.1.20

Llueve

Con la precisión de un reloj suizo, salgo de mi casa cada día a la misma hora. Siete y cinco minutos. Tardo seis minutos en llegar a la parada del autobús que me acerca al centro. El autobús suele aparecer uno o dos minutos después.
Hoy está desagradable la mañana, fría y lluviosa. El aguanieve llena de reflejos plateados la mañana, aún oscura. Falta más de una hora para que amanezca.
Espero mi turno en la fila de acceso al autobús, soy el tercero, los otros dos viajeros los mismos de todas las mañanas. Pico el bono transporte y me acerco a mi asiento preferido, justo pasada la puerta trasera, en la ventana izquierda para entretenerme con el tráfico.
Dos paradas mas adelante, parada importante, se suben muchas personas, reconozco a casi todas. Compartimos transporte a diario, también nuestros resfriados y otras enfermedades de rápida propagación. Entra ella. Nos miramos como cada mañana. No nos hablamos, simplemente marcamos territorio con la mirada.
Sé que se llama Marina, así la llamaron una mañana dos señoras cuando bajaban en su parada. Ojos marrones, pelo castaño oscuro, media melena lisa. Siempre de vaqueros gastados, estrechos y tobilleros. Zapatillas tenis blancas, camisa que alterna a diario, blanca, de cuadros o a rayas, chaqueta azul marino, pañuelo en el cuello y abrigo que se abre según sube al autobús.
Elige seguir de pié, a dos metros de mí, en la zona sin asientos. Viaja de espaldas al sentido de la marcha, estamos cara a cara. Así todos los días, durante todo el año.
Marina se baja una parada antes del final de trayecto, que es donde lo hago yo. Nos sonreímos justo antes que se abotone el abrigo. En cuanto abre las puertas en la parada, ella sale precipitadamente. Anda rápido, aparenta ir justa de tiempo.
En mi parada empieza mi mundo, mi vida responsable. Diez minutos andando y llegaré a la oficina para empezar un aburrido día moviendo papeles. Me encargo de las incidencias en los hogares de los clientes asegurados en mi compañía, coordino a los tasadores, fontaneros, electricistas y demás gremios. Muchas incidencias, pocos solucionadores y mucha impaciencia de todo el mundo. Llego pronto, me merece la pena. Siempre hay mucho lío. 
A las cinco y media regreso hacia la parada del mismo autobús, me tomo mi tiempo, he terminado mi jornada y no tengo prisa. En casa no me espera nadie. Vivo solo. Me divorcié hace tres años. Realmente se divorció mi ex. Encontró al hombre de su vida y la dejé marchar. No me importó mucho, la verdad. Hay cuernos que no duelen, alivian. Nos habíamos aburrido de vivir juntos. Sin hijos, todo fue rápido y civilizado. No he vuelto a saber de ella, salvo que terminó casándose y divorciándose de nuevo en el mismo año. A mis treinta y ocho años estoy solo, no cuidé mis amistades de toda la vida, me centré exclusivamente en mi relación con Paula. Sí se llamaba Paula. Me equivoqué al apostar por ella, Paula se fue. No hay nadie más. Me cuesta hacer amigos, soy de pocas palabras y no tengo gracia en la conversación. Estoy solo.
La parada del autobús está llena, una docena de personas esperan. No ha dejado de llover en todo el día y eso complica el tráfico, viene con retraso. No es normal. Guardo mi turno en la fila con el paraguas extendido, la lluvia arrecia, moja cuando cae y también cuando rebota en el suelo.
Una voz a mi espalda me despierta de mi ensoñación.
- Hola
Me giro y me encuentro con la mirada de Marina. Empapada por la lluvia. Acerco mi paraguas protegiéndola del manto de agua que cae.
- ¿Me estás siguiendo? pregunta Marina con picardía.
- Eso puedo decir yo. Estás en mi parada.
- Coincidimos todos los días 
- Cierto. Te veo bajar en una parada anterior. No recuerdo haber coincidido nunca para la vuelta.
- Me han cambiado mi clase de refuerzo. Voy a una academia para prepararme. Estoy en segundo de ADE, me cuestan las matemáticas y en la academia nos enseñan a aprobar, que es lo que quiero, no busco el premio Nobel. 
- ¿Te apetece ir a tomar algo?. Aquí solo nos mojamos. Podemos coger el siguiente bus y con suerte irá más descargado
Marina asiente despreocupada. 
Nos dirigimos a una cafetería cercana. Las infusiones animaron nuestros cuerpos y la conversación surgió natural. Dos personas que se ven día a día, paran su rutina para conocer a una persona nueva en su vida. 
Casi doblo su edad. No me importa, parece que a Marina tampoco. 
Marina se apoya en el radiador buscando reconfortar su cuerpo y secar un poco su empapada ropa.
Empieza una nueva vida. Se hará tarde, muy tarde. Recordaré ese frío y esa lluvia siempre. El tiempo de ese día, de nuestro día.
Han pasado quince años, seguimos juntos. Los días de aguanieve y frío salimos a tomar una infusión a la cafetería. Algo tiene de embrujo que nos anima. La melancolía propia de un día de lluvia a nosotros nos anima.
Hoy llueve, Marina sonríe. Y mira que la quiero.

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