13.2.20

Trabajo en el polígono

La rutina diaria te ayuda a adormecer el tedio diario de ir a un trabajo poco motivante, mal pagado y con un ambiente sombrío. Me llamo Esteban, Hurko me llaman los amigos. Tengo cuarenta años, los últimos dieciocho me mantengo con un trabajo en un almacén de material de obra, sobreviví a la crisis de la construcción de milagro, por ser joven y ganar poco.
Cada mañana me acerco al polígono en ferrocarril, la estación más cercana a mi humilde casa está a diez minutos andando. Mi mujer, Gloria, también utiliza el ferrocarril para ir a su trabajo en Madrid, en sentido contrario a mi trayecto, nos separamos cada día en la entrada de la estación, ella al andén número 2 y yo en el 1. Su tren llega siempre antes, a las 7:35, el mío a las 7:42.
El andén número 1 lo llenamos los cinco viajeros de todos los días, a cada uno le he imaginado un nombre y una ocupación en función de su forma de vestir y el destino donde se suelen bajar. 
Asun, muestra de escuela, morena, con peinado de pelovieja sujeto con laca y horquillas, pelo ahuecado de peluquería de pueblo. Traje de chaqueta con falda de color  oscuro, grueso de punto, el que elige una mujer para aguantar la jornada en un sitio frío. Siempre lleva su cartera de documentos asida. Tiene una verruga bailadora bajo el labio inferior, es tan grande que vibra a cada paso. Se bajará dos estaciones más allá en una población grande, ciudad dormitorio de Madrid. Los de allí, siempre presumen que su ciudad es La Moraleja del Sur. Será, por qué discutir.
Sentado en el banco de la pared, Eustaquio, con su mono de trabajo azul con remates brillantes en las perneras, con cara cansada, es el único que tengo segura su dedicación. Es del servicio de recogida de basuras, termina pronto tras una noche enganchando los cubos al mecanismo de la parte trasera del camión con su volquete para facilitar la caída de las bolsas de basura a la trituradora. Regresa a casa, tiene suerte, aunque a mí su trabajo que está muy bien pagado, no me atrae por mis dificultades para conciliar el sueño por el día.
Fumando un cigarillo pasea por el andén, Roberto, siempre en su traje inmaculado, le he contado tres trajes, dos de uso alterno, días pares e impares y otro de más calidad que elige para las ocasiones especiales. Huele a distancia a una mezcla de humo, tabaco y perfume de moda. Hoy lleva el traje bueno, estamos a fin de mes, tendrá alguna reunión importante. Trabaja en mi mismo polígono, en una empresa de import-export a donde suelen llegar furgonetas con chinos, hindúes o paquistaníes. En ocasiones coincidimos en alguno de los bares del polígono, con el menú a 8 euros. Nos saludamos con un movimiento de cabeza, amables pero sin roce. El con los de traje y yo con los del mono. Mismo menú, dos clases de obreros.
Por último, la estudiante, Marta, rubia muy delgada, pero mucho, necesita alimentarse mucho. Cada día  mañana cuando nuestras miradas se cruzan me vienen ganas de decirle algo. Me atrae hasta el punto de alimentar mi imaginación siempre en ebullición. Finalmente se queda en eso, en miradas cruzadas. Viste siempre en vaqueros, con camisas amplias y zapatillas de tenis. Pelo liso, recogido con una goma la coleta, rubia de reflejos, su base es castaña oscura. Poco maquillada, suele llevar una carpeta y algún libro que cruza sobre su escaso pecho. Más merece la pena que lo potencies que taparlo. Me gustan los pechos pequeños. La chica tiene morbo, es la típica mujer que mejora desde atrás, los pantalones ennoblecen su trasero. Para azotar. Me obligo a pensar en otra cosa que me pierdo.
Viene el tren, cada viajero se posiciona en su lugar de referencia donde suele parar nuestra puerta preferida para elegir sentarnos en el mismo asiento cada día. Me gusta la segunda ventana en el sentido de la marcha. El vagón está casi lleno de estudiantes que van a la universidad del Sur. En tres estaciones, nos quedaremos los cuatro de siempre, en la cuarta nos bajamos los del polígono.
A mi espalda, en la fila posterior charlan animadamente dos estudiantes de ADE inventando el mundo económico de la empresa. Aprenden mucha teoría, les falta roce con el mundo real. No puedo evitar sonreír escuchando sus dudas, están debatiendo sobre el control de costes y almacén. De eso les puedo dar yo una clase, de cómo maximizar el espacio y la rotación de almacén.
Hoy pasa el revisor, nos toca cada tres días, me reconoce y ya ni me pide que le enseñe el abono transporte. Con una leve inclinación de cabeza cerramos el control.
La parada de la universidad. Una avalancha de estudiantes bajan, llenos de ilusiones, de hormonas, de ganas de vivir, de ligar, de pasarlo bien. Todos limpios, responsables y sabedores que el futuro de España estará en sus manos. Buena generación, preparada, honrada, inocente. Tienden a ir uniformados, todos de vaqueros, mayoritariamente con zapatillas de deporte, sudaderas y mochilas para llevar sus carpetas, cuadernos y algún que otro libro. Me dan envidia, yo quise trabajar, no me dio la gana estudiar, lo hice solo por fastidiar a mi padre. Mi venganza infantil hacia mi padre me salió mal. Por mi lado, perdí formación y oportunidades en la vida, por otro lado mi padre me trató bien, el pobre entendió que tenía un hijo poco capacitado echado a perder con los estudios y que debía salir adelante con trabajo, con poco porvenir. Tiró de contactos y me encontró mi primer trabajo. Me quedé solo con los estudios básicos a diferencia del resto de mi familia. Mi padre es un médico reconocido jubilado. Mis hermanos salieron adelante mejor que yo, viven en Madrid en barrios acomodados, con buenos trabajos. Yo sobrevivo en un almacén con un sueldo bajo y vivo en un pueblo más allá de las ciudades dormitorio. Ellos con sueldos altos y vida de lujo, yo con un coche de doce años que me regaló mi padre cuando se compró el nuevo hace siete años. Lo reconozco no estudié por fastidiar y el único que salió perjudicado fui yo. ¿Qué voy a hacer? Pues continuar.
Como cada día, al pasar frente a la encina de la dehesa, consulto mi reloj. Vamos adelantados un minuto, en un par de minutos llegaremos al polígono.  Me levanto para dirigirme a la puerta, en seguida estamos en la estación.
Un frenazo imprevisto, la inercia me empuja hacia adelante, llego a sujetarme en la barra vertical de milagro, no lo suficiente, termino en el suelo. Menudo porrazo me llevo en la frente.
El revisor se dirige a la cabecera del tren con paso rápido. Nos asomamos varios viajeros por la ventana. No vemos nada. El tren reanuda su marcha despacio. Entramos en la estación del polígono a la hora establecida. Me duele la frente por el golpe y noto un run-run en mi cerebro anticipo de una migraña, me las conozco y esta viene fuerte.
Padezco de migrañas, suelen ser nocturnas de las que me desvelan a las tres o cuatro de la mañana. Me recetaron una medicación muy potente después de años de seguimiento. Esta pastilla me quita el dolor unas dos horas después de ingerida, lo que no me libera es del resto de síntomas, visión periférica borrosa, lentitud mental y dolor articular, la gripe la llamo yo. Bajo del tren y noto que el dolor avanza rápidamente, busco en el bolsillo de mi cazadora la pastilla salvadora, suelo llevar una. Esta cazadora es nueva, me la regaló mi hermano en su enésimo cambio de armario. Mi ropa es de marca, de muy buena calidad gracias al capricho de mi hermano que cambia continuamente de prendas sin apenas haberlas usado. Como la cazadora, para mi es nueva, no he tenido oportunidad para guardar en su interior una pastilla, siempre llevo una. Llego a la nave de mi empresa y me dirijo directo al botiquín buscando algún calmante. Me espera un día muy largo. Paracetamol. Solo me hace cosquillas, algo es algo. Tengo que parar ese dolor. La gripe avanza con rapidez, veo un poco borroso y empiezan a molestarme las rodillas. El dolor presionante y pulsátil en mi cerebro no me permite pensar con claridad.
Informo a mi encargado que no me encuentro bien.
- Estas aquí ¿no?, pues si has llegado ponte a trabajar
Me encargo del toro mecánico con volante, me toca descargar un camión trailer lleno de pallet con cajas enormes de madera. Bajo con habilidad caja tras caja, hasta que ocurre un pequeño accidente. Mi visión está borroso producto del dolor, mi pensamiento y reflejos van más lentos. Al girar el volante para apartar el toro del camión, no mido bien el espacio y choca la caja con la estructura metálica del camión. La madera se astilla y la carga se desparrama por el suelo con estrépito. Ante mis ojos me encuentro con decenas de cajas de madera, alguna se rompe del golpe y asoma su carga. Armas. Pistolas y fusiles. El encargado se pone nervioso, me increpa. A estas alturas la migraña ha anulado mis sentidos. Me quedo paralizado hasta que me zarandea el brazo.
- Hurko, quita este trasto de en medio. Y baja vamos colocar la carga de nuevo en el pallet. Vamos.
Coloco la carga diligentemente y las dos cajas rotas las dejo para el final, para la zona superior. Regreso a mi toro para mover el pallet completo hasta su posición asignada en el almacén. Dos de las pistolas desaparecen de las cajas rotas y terminan escondidas en el mono de trabajo de Hurko. 

No sé qué hacer con ellas, tampoco sé para qué las he cogido, ha sido un gesto instintivo. Ya veré

El dueño, don Luis viene a verme durante el descanso del almuerzo a las diez de la mañana.
- Hurko, ¿podemos hablar?
Con la boca llena de mi bocadillo de chorizo asiento la cabeza mientras apresuro a masticar y tragar el trozo.
- Mira Hurko, por tu accidente has podido comprobar que tenemos un encargo especial. Necesitamos discreción por tu parte ¿eh?
- Yo no he visto nada, don Luis
- Buen chico, antes de irte a comer, pasa por mi despacho, tengo algo para ti que te ayudará con la amnesia.

El resto del turno de mañana es tranquilo, me permito el lujo de cerrar los ojos un rato, el dolor de cabeza me está matando.

D. Luis me entrega un sobre en efectivo con el equivalente a dos meses de sueldo.
- Esto es medicina para olvidar. ¿Estamos? Dentro de tres meses tendrás otro incentivo igual. ¿Lo tienes claro?

Asiento. No me atrevo a contar el dinero, al peso entiendo que son unos dos mil euros. Mucho es para mí.

- Gracias D. Luis, no es necesario
- Tenemos un trato Hurko. Quizá quieras participar en alguna carga de material especial. Un sobre como este tendrás cada vez
- Es legal ¿no?
- Déjame a mi el papeleo, tú ocúpate de hacer bien tu trabajo y no volver a romper producto. Nuestros clientes son muy celosos con este aspecto.

Al finalizar la jornada regreso a casa en tren, pienso qué hacer con el dinero y las pistolas que llevo en mi mochila. Me siento diferente, importante. Ser delincuente te hace ser más audaz y atrevido.

El tren para en la estación de la universidad, veo en el andén a Marta, la estudiante del culo bonito. Se sube en mi vagón, nos cruzamos la mirada. Me decido a saludarla.

- Hola, puedes sentarte aquí. Mientras aparto la mochila del asiento de enfrente.
- Hola. Me llamo Laura
Sonrío.
- ¿De qué te ríes?
- Me llamo Esteban aunque muchos me llaman Hurko
- ¿Hurko?
- Sí de joven tenía mucho pelo, iba con barba, melena y solía vestir de negro. Me apodaron y así se quedó
- ¿Por qué te reías?
- Por tu nombre, no es nada, disculpa. Todos los días coincidimos en el andén por la mañana las mismas personas, en mi imaginación os bauticé a cada uno. Te tocó Marta, tu cara me decía que te llamas Marta.
- Marta se llama mi madre
- Algo acerté con el nombre. Laura está muy bien, te pega también
- Vaya, gracias. ¿Y a los demás cómo los llamas?
- A la profesora, Asun
- ¿La seca? Esa se llama Emilia y no es profesora, trabaja en la biblioteca
- ¿La conoces?
- Es mi vecina
- ¡Qué casualidad! Veo que estás en la universidad. ¿Qué estudias?
- Estoy terminando la tesis para conseguir el doctorado en Economía
- También tienes bonito el cerebro. Muy completa
- ¿La tesis sobre qué la estás elaborando?
- Economía sostenible y riqueza en el tercer mundo occidental. Sobre cómo mejora la economía en los barrios pobres de las capitales y en las familias pobres gracias a la sostenibilidad.
- Sostenibilidad, qué bien suena. Y ¿cómo podemos sostenernos ambos?
- No corras tanto Caperucito
- Si nos conocemos de antiguo
- No te pases que estás casado
- Mucho sabes de mí
- Te veo todos los días de camino a la estación
- Sostenible y observadora
El tren se aproxima a nuestra estación. Nos despedimos en el andén.
- Hasta mañana Laura
- Hasta mañana Esteban

Sigo con la mirada su marcha, su perfil de espaldas me hipnotiza. Tiene un culo como para perderse.

Oigo a mi espalda.

- Esteban, cierra la boca que se te va a caer la baba

Mi mujer Gloria que me acaba de pillar revisando el culo a otra.

- Si los de tu edad para los estudiantes sois transparentes. Ni te hagas ilusiones
- Solo miraba la carta por curiosidad, en casa tengo el menú especial

La abrazo hacia mí, aunque me hace la cobra a mi intento de beso. Me ha pillado bien.

Cruzamos la plaza que hay a la salida de la estación, al llegar a la puerta de nuestra casa, bajan de una furgoneta cuatro individuos fornidos, musculosos con cadenas y bates de beisbol en las manos.

- Gloria, vete corriendo a la policía, corre.

Me interpongo entre ellos y Gloria ganado tiempo

- Hurko, Hurko, tienes algo que nos pertenece. No queremos hacer daño a tu mujercita, ni a ti. Nos ha contado don Luis que has sido tú el que rompió un para de cajas de mercancía y han desaparecido dos ejemplares. Por tu bien espero que nos lo entregues

Veo que no vienen que buenas intenciones, valoro mis opciones, decido abrir la mochila y sacar ambas pistolas. Se las acerco al cabecilla que las mira y hace un gesto a uno de sus socios para quitármelas de la mano, las revisa y hace un gesto de conformidad.

- No las he tocado, están nuevas

Me rodean los tres y empiezan a repartir golpes con los bates sin que tenga oportunidad para defenderme. Las luces de las sirenas de la Guardia Civil aparecen en la esquina, paran de golpearme y se van gritándome en jefe mientras subía a su furgoneta

- Has tenido suerte, te dejamos vivir porque las has devuelto. A la próxima nos cargamos a tu mujer y luego a ti.

Cuatro costillas rotas, tres dientes y molestias en hígado y riñones. Orino sangre durante un par de días. La próxima semana la pasaré en el hospital del Sur. He tenido suerte no paran de repetirme el personal facultativo del centro.

El último día de hospital, recibo la visita de don Luis, muestra su enfado y desilusión conmigo. Ha perdido un negocio muy rentable por mi culpa.

- Mira, la parte buena es que estamos vivos porque esta gente es muy peligrosa. La parte mala es que con la actividad habitual de obra no podemos subsistir y vamos a reducir empleo. Estás despedido Esteban, te deseo buena suerte
- No puede hacer eso, don Luis
- Lo estoy haciendo
- ¿Y si hablo con la policía?
- Te echaré a los perros esos, ya viste como te dejaron en un momento

Aguantamos ambos la mirada furiosa
- Estás despedido
- Se está equivocando, voy a ir al juez
- No vas a ir a ningún sitio
- No puede despedirme
- Claro que puedo y me voy a encargar que nadie en la comarca te contrate
- No se atreverá

Gloria llega llorando del tren de Madrid, directa al hospital.

- Me han despedido Esteban, no entiendo nada
- Creo que las explicaciones las debes pedir aquí. Interviene don Luis
- Cariño, es mi jefe, viene para decirme que también me despide
- ¿Por qué?
- Porque se lo han ordenado
- Váyase de aquí, fuera
- Señora, le estoy haciendo un favor, ya me lo agradecerá algún día

El viernes tras la comida, me dan el alta hospitalaria. Camino a casa nos cruzamos con Laura que se dirige a su casa. Nos saludamos con afecto que nota Gloria y sus celos me lo hacen pagar el resto de la tarde. 

A las diez de la noche, llaman a la puerta. Gloria sale a recibir, ante ella en la puerta, dos hombres corpulentos con traje.

- ¿Está Esteban? 
- Sí, ¿Quienes sois?

La apartan a un lado y acceden a la vivienda. Estoy tumbado en el sofá revisando los canales de televisión, cuando me sorprenden y sin mediar palabra, recibo tres disparos. 

Muerte instantánea. Fin de mi aventura mafiosa.

El viernes a las ocho de la noche funeral por Estaban Guardián López en la Parroquia del colegio. Acuden Gloria mi lejana familia y los cinco del andén. 



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