7.3.20

Dejo de estudiar, Papá

Mi primer día en la tienda, es lo que tiene disponer de un negocio familiar. Estudiar no es lo mío, no me centro, me aburre y exige mucho esfuerzo para conseguir algo intangible en el largo plazo. Lo dejé tras un año y medio en la facultad de Psicología. Un año más y me hubiera graduado en bares y praderas.
La pradera de la Universidad es tentadora, especialmente durante la primavera que te invita al esparcimiento y la horizontalidad bien acompañado con unas cervezas y una rubia de clase que me acompaña durante las pellas. He llegado a llevarme a mi guitarra con todo el ánimo para el estudio del comportamiento humano. Tengo mi sitio reservado en la pradera, con una manta para poder tumbarme sin mucha molestia de las hormigas.
Mientras canciones de moda salen con naturalidad de las cuerdas de Benita, mi guitarra, mi rubia compañera de pellas, me pone ojitos, esta tarde tendré oportunidad carnal. No viene mal después de casi un mes de sequía. Dice mi amigo Nacho con toda la sorna que en él es habitual, que follo menos que un casado. Tiene razón y eso que su media no supera la mía. Sondeando a mis allegados, a esos que siempre te dicen la verdad, es cierto que la juventud ejerce de conquistadora en menos ocasiones de las que se les supone. Salvo el caso de Macarena, la morena tatuada de clase, esa sí que sube la media, creo que se ha cepillado a todos e incluso a alguna más de la clase. Cuando llegó mi turno con ella  me quedé con la sensación de ser un punto estadístico, no demostró especial habilidad para la experiencia que tiene acreditada, su interés es más en el previo, en la conquista. Una vez en faena su mente comienza a trabajar en su próxima presa. La última semana la he visto revolotear cerca de Tomás, el becario de la asignatura de estadística. Según dicen se va a casar el próximo verano y eso le convierte en objetivo prioritario para Macarena. Me da que al final le va a liar y comprometer su boda, solo por la estadística. En este caso qué bien traído.
El trabajo en la tienda no da para tres personas, comparto local con mis padres. Excesivo para los cuatro clientes despistados que entran por la mañana. Al primer cliente lo atiende mi padre, le conoce de otras ocasiones, pasan mucho rato hablando de toros, pasatiempo común de ambos. Tras la venta, salen juntos a la calle para fumarse un cigarrillo y continuar su acalorado intercambio de opiniones sobre el arte del toreo y las mejores faenas que recuerdan.
Coincide que mi padre se encuentra fuera cuando debo afrentarme a mi primer cliente, un señor recién jubilado. Me pregunta sobre determinados modelos de zapatos, buscando un par de zapatos cómodos y elegantes sin llegar a ser de vestir. Algo más ponible. Le recomiendo varios modelos, siempre entre los más caros del catálogo como me enseñó mi padre hace años. Termina por decidirse por un par de mocasines con cordones y suela gruesa, en verdad, muy cómodos. Paga a gusto el importe que le he redondeado a cien euros, perdonándole los cinco euros del precio fijado, costumbre comercial que implantó mi padre hace años, a los clientes del barrio, a esos que repiten, quita un poco del precio fijado. 
Mientras realizo la venta, mi madre, custodia de la caja registradora, asiente orgullosa al comprobar cómo he realizado la venta.  Me sonríe, le recuerdo a su padre, el fundador del negocio que heredaron mis padres cuando se retiró. Noto que tengo embajadora en casa ante mi abuelo y mi padre.
Los días pasan monótonos en la tienda, los viernes y sábados por la mañana son los días de mayor ajetreo, todos los clientes aprovechan su fin de semana para acercarse a comprar. Alguna tarde, tras la salida del colegio cercano, se acercan familias rodeadas de niños para renovar su calzado ya sea por el destrozo provocado por la afición a jugar al fútbol o por el crecimiento de los chicos que cambian de talla rápidamente.
Como medio para ganarse la vida, el negocio da para mantener a una familia, intelectualmente no me supone un reto y mis diecinueve años me empujan a algo más. No me veo vendiendo zapatos el resto de mi vida. Algo tengo que hacer.
Recibo la visita de mi rubia de las pellas, me echa de menos en el campus. También se aburre de la carrera elegida y desde que me he ido se encuentra perdida. Bajo la excusa de necesitar unos zapatos de tacón se acercó a nuestra tienda. No es un producto que trabajemos, vendemos a clientes del barrio  que suelen preferir calzado menos formal. No pierdo la oportunidad de acariciar sus piernas ayudándola con varios modelos de zapatos que tienen cuña alta y son más elegantes. No es lo que necesita y aún así se deja acariciar. La acompaño hasta la parada del autobús ofreciéndome a ir con ella la tarde del sábado al centro a zapaterías más elegantes para asesorarla.
- Me alegro mucho de verte, Lola
- Y yo. Llámame y quedamos para el sábado ¿vale?
Mi madre me comenta a mi regreso a la tienda, que una mujer que mantiene la pierna firme cuando la ayudas a calzarse y permite que poses tu mano más de lo debido es porque tiene verdadero interés en ti. 
- ¿De qué la conoces?
- De la facultad
- ¿Estáis saliendo?
- Coincidimos de vez en cuando Mamá
- Parece que ella quiere más
- No seas pesada
La entrada de una mujer mayor que se dirige directa hacia mi madre me libera de la conversación. 

La verdad es que me siento muy bien junto a Lola, lo pasamos bien juntos, no me planteo más compromiso o eso pensaba que era lo que pasaba.
Lola ansía mayor compromiso por mi parte y sin que yo sea consciente de ello, me da una última oportunidad el fin de semana. Si no doy un paso más en nuestra relación, empezará a interesarse por otros. Tenemos diecinueve años y me siento muy joven para unirme a alguien, también es cierto que mi mundo ha cambiado en los últimos meses, mi ambiente ya no está centrado en el estudio y en el ocio, ahora es trabajo, responsabilidad y horarios ocupados. Un mundo más adulto que además me ofrece menos oportunidades para conocer mujeres de mi edad, solo he conseguido entablar alguna conversación intencionada con chicas de acompañamiento, internas en su mayoría, de las clientes de avanzada edad.

El sábado por la tarde recupera en mi mente el ambiente juvenil de estudiante, todo el tiempo del mundo para disfrutar de la vida, sin más preocupaciones que los exámenes próximos. Lola me hace sonreír, me alegro mucho el haber podido quedar con ella, su nuevo perfume me atrapa igual que una goma elástica estira y me atrae hacia su cuello. El viento abre su melena corta dejando ver su oreja y un pequeño tatuaje en el cuello tras la oreja. El dibujo de un triángulo equilátero cuyo vértice superior está tapado con un círculo pequeño a su vez que permite ver el dos tercios del triángulo, Psichic Awareness, Conciencia psíquica. El logo que elegimos para nuestro grupo de clase un día de juerga etílica preparando algún trabajo en conjunto para no recuerdo qué asignatura. Lo que sí recuerdo es que fue nuestra primera vez. No puedo resistirme y beso su tatuaje, sorprendiendo a Lola.

- Para
- ¿Y ese tatuaje? ¿Es por mí?
- ¿Y por qué va a ser por ti?
- En recuerdo a una gran noche
- ¿Solo por eso?
- También fue el inicio de nuestra relación
- Ah ¿Tenemos una relación?
Acepto el reto de las miraditas, mantengo fijos sus ojos de color canela mientras con mi mano acaricio su cuello dejando para mi pulgar el roce con su cara y labios. La beso de verdad. El tipo de beso que genera electricidad y cortocircuita el resto de sentidos. Ese beso.
- Tenemos 

Lola me abraza como nunca ha hecho, me muerde la oreja. Sabe que no me gusta, sé que no me gustaba, parece que ahora me gusta, creo que me acostumbraré a tener húmeda mi oreja.

- ¿Cuándo te hiciste ese tatuaje?
- El día que te fuiste de la facultad
- ¿Y eso?
- Te echaba de menos, tontín. 

Mi evolución del mundo joven estudiante a adulto comprometido ha sido muy de repente, me sorprende, incluso me reta intelectualmente, debo definirme, comprenderme, organizar mi futuro. Lo de la tienda no lo veo, aún no. La psicología tampoco es lo mío. Lola es lo único adulto que me ocurre que no me choca, cierto es que el compromiso me asusta, como a ella, sin llagar al rechazo. Compartir con ella mis momentos de ocio me llena, su conversación es interesante e incluso retadora. Me insiste en seguir estudiando, me repite que ya tendré tiempo de ponerme a trabajar y últimamente su línea argumental va por compaginar ambas cosas. Sus consejos hacen mella en mi ánimo, en el mes de junio me convenzo y formalizo mi matrícula en la facultad de Administración de Empresas. No más psicología, busco algo más práctico. 

Ser adulto centra tu vida, me tomo en serio las clases y los estudios, dedicando los viernes por la tarde y la mañana del sábado a trabajar en la tienda. Mi responsabilidad sorprende a mi madre, mi padre e incluso a Lola. El cambio de psicología a empresariales también lleva un cambio de vestimenta, de corte de pelo, incluso de forma de hablar. Sin llegar a ser un pijo me acerco bastante a esa definición entre los vecinos del barrio que han visto mi evolución desde la sorpresa. Sigo con Lola, hacemos una pareja fuerte y unida. Gracias a ella he madurado y soy adulto. Muy centrado, responsable y audaz. 

Hasta aquí la historia de madurez personal y de crecimiento en pareja tradicional, una historia que bien pintada podría estar escrita en 1970 u 80. La realidad es otra muy distinta.

Empiezo a trabajar en la tienda con mis padres, nuestro barrio comienza a subir la edad de sus habitantes y cambia su estilo de consumo. Poco a poco la facturación de la tienda se resiente, en la misma calle han abierto otras tres zapaterías de la mano de franquicias internacionales que tiran los precios con calzado fabricado en Turquía o en China. Las ventas flojean, mis padres no saben cómo reaccionar y yo carente de experiencia y de la formación adecuadas tampoco me sé anticipar a la nueva realidad. Lola, tan maja, tan guapa, tan imán para los demás termina por elegir mejor pareja que yo, se decanta por un licenciado en economía que comienza su andadura profesional en una multinacional. Alguna vez me cruzo con ella cuando viene al barrio de visita para ver a sus padres, ahora viste como una ejecutiva, siempre con tacones, con falda que le sientan muy bien siempre y peinada con estilo. Un pibón. La semana pasada la vi subirse a su coche, un mini, muy pijo, muy de señora de otros barrios. Por lo que sé, vive en un apartamento en un barrio nuevo, en un ático junto con el ejecutivo. Parece que ahora su vida es muy inglesa, hace spinning, running, coche por renting y seguro que el fin de semana incluye folling y party.  

Por mi parte, yo sigo sin coche, sin vida, sin futuro. Mis padres jóvenes aún me piden que busque algo porque la tienda no da para todos y un nuevo ingreso nos vendría muy bien. Solo sé trabajar de dependiente y tocar la guitarra, poco curriculum puedo ofrecer. Mi vida es una sucesión de trabajos poco cualificados y mal pagados. Vivo con mis padres con casi treinta años porque no puedo permitirme una vida independiente. Mis relaciones con las mujeres, esporádicas y cada vez más chonis, con menos nivel intelectual. Mi carácter se agría, todo me parece mal, todo es culpa de las multinacionales, todo es culpa del capital. Comienzo a demandar justicia social, quitarle a los ricos para que los pobres podamos vivir. Demandar sin ofrecer nada a la sociedad. Merezco vivir mejor, demando una vivienda digna y barata, un trasporte rápido y gratuito, una enseñanza gratuita, que suban los impuestos a los ricos y nos subsidien a los pobres. No estudié, no quise formarme, no entiendo ni quiero entender la vida, prefiero lamentarme por la mía y exigir que el gobierno me la mejore. No destiné tiempo a mi formación ni a mi futuro y por ello culpabilizo a la sociedad a las Lolas por interesadas en un futuro mejor con otro hombre, a los directivos por tener dinero y vivir bien y al gobierno anterior por no ocuparse de los pobres.

Si hubiera estudiado habría entendido cómo funciona el mundo, que subir impuestos no reparte riqueza sino que paraliza el país, que vivimos en una sociedad igualitaria llena de oportunidades y solo los responsables que se forman y luchan por su futuro alcanzan las mejores posiciones en la sociedad, entendería que demandar sin ofrecer genera freno productivo, incapacidad para mejorar la productividad y a medio plazo nos empobrece. Ya es tarde para cambiar. Al final el mundo es para los luchadores, para los emprendedores. Los de la vida fácil frenan al colectivo. 

Recuerda el cuento de la hormiga y la cigarra. El que trabaja y se forma para el futuro, vive mejor. El que solo se divierte, se dedica al ocio y la guitarra, cuando llega el invierno se muere de hambre. 

Hijo mío, has decidido ser cigarra, te espera un futuro menos alegre. Cuando seas adulto dejarás de estar subvencionado por tus padres, demandarás la subvención del estado, del gobierno, de los demás y encontrarás que eso no existe hasta el límite que quieres alcanzar. Como padre soy consciente que estás tirando tu vida futura a la basura, desaprovechas oportunidades para mejorar, para formarte solo por el premio de la diversión a corto plazo, de lo fácil, ya sea la música,  los juegos en línea o los vídeos por YouTube, la vida en un futuro es algo más. Podrás tener ocio, diversión, viajes y todo lo que puedas permitirte con un trabajo honrado. Si decides dejar de estudiar, eliges trabajos de baja cualificación y peor retribución. Podrás vivir, por supuesto, honradamente, por supuesto, podrás ser feliz, por supuesto. Seguramente vivirás con menos calidad de vida, con menos oportunidades, con menos felicidad de la que te mereces. Es tu vida, tú eliges, Sé que te equivocas y como padre no puedo hacer nada más. Votarás a la izquierda que sigue mentalmente en el siglo XIX, demandarás lucha de clases, que no existe salvo en su mente demandante de subvención, odiarás a los que tienen solo por tener. Me odiarás por ello. No hijo, no te equivoques. Vota a quien quieras, demanda lo que consideres y recuerda puedes ser más y mejor, solo depende de ti y tu esfuerzo. El futuro es tuyo y tú lo pintas, el día de mañana recuerda las oportunidades que rechazaste, nadie te obliga a dejar los estudios ni la lucha de clases ni las injusticias sociales. 

Parábola para un hijo que no quiere estudiar



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