2.5.20

Primer día con la regla del uno


Cuarenta y ocho días esperando la oportunidad, mes y medio confinado en casa sin salir. Estoy considerado como individuo incluido en el grupo de población de riesgo por tener menos defensas para combatir este virus que ataca a la población mundial. La prudencia junto con la imposición legal y la responsabilidad de mi mujer que me ha librado de salir durante todos estos días para hacer las compras básicas han conseguido que aguantara todos estos días seguidos sin pisar ni tan siquiera el felpudo de la entrada.
El día vigésimo de encierro tuve un bajón anímico, uno de esos de los que te cuentan los psicólogos de autoayuda de que el ser humano necesita veintiún días consecutivos repitiendo una misma rutina para incorporarla definitivamente en tu personalidad. Va a ser que el día veinte sea el día de la duda para intentar arruinar todo lo conseguido con el único fin de obligarte a iniciar un nuevo reto de veintiún días consecutivos para que la pereza gane y mantenernos como estábamos antes del intento. 
Superé la tentación de la pereza y la desesperación, necesité de varios días para domar mi instinto, recurrí a intensificar mis clases de gimnasia a distancia que me ha ofrecido mi gimnasio habitual. Me esforcé tanto en mis clases diarias de cardio-box que sobrepasé mis límites recomendados para no afectar a mis lesiones de rodilla y columna. La L4 archiconocida y nombrada en reiteradas conversaciones entre amigos que compartimos edad. Me vine muy arriba hasta provocar tensiones en mi espalda que tuve que reparar con sesiones de estiramiento y descanso deportivo durante una semana. Siempre me pasa lo mismo, cuando pongo mi atención en algo, me motivo en exceso. Me gusta hacer bien las cosas, incluso los golpes de boxeo, que dentro de mi patética coordinación corporal, los llevo con dignidad.
Me cuesta coordinar movimientos, desde siempre, coincidir pasos con movimientos de cadera y extensión de brazo mientras el otro se encoge protegiendo tu rostro, me cuesta. Me obligo a repetir una y otra vez hasta conseguir un movimiento coordinado parecido al que debe ser. No sé bailar por la misma razón, recuerdo que me obligaba a pensar cada movimiento de baile y ese acto te retrasa evitando que mi movimiento y el ritmo marcado por la música coincidan, siempre voy retrasado. Cuando inicié mi aprendizaje en el mundo del golf, igual, tardé años en encontrar un sentido del ritmo adecuado para perfeccionar mi swing
Sábado 2 de mayo, primer día que el gobierno permite y regula por ley iniciar las primeras fases de la desescalada como ellos lo llaman, yo prefiero llamarlo vuelta a la normalidad. Con una economía con datos de actividad propios de una posguerra y con infinidad de incertidumbres por el futuro, la moral de la tropa es fundamental para aunar esfuerzos en un todos a una, impropio de los españoles. Con el mal ejemplo de nuestros políticos, incapaces de unir voluntades, para el resto de los españoles nos resulta más complicado unirnos si no disponemos de ejemplos dignos. Unos pecan de soberbia y otros de orgullo que unido al españolismo más cruel de se derrite por dividir en lugar de sumar, así estamos y si no lo remediamos tendremos como consecuencia la crisis más grave que nunca pudimos imaginar.
Hoy, 2 de mayo, por fin, he podido salir a la calle. A las nueve de la mañana, al levantar la persiana y abrir la ventana no he podido evitar emocionarme al ver a vecinos paseando, no muchos, la verdad.
Nuestro plan pactado la noche anterior era planear nuestro paseo por la noche para evitar cruzarnos con muchas personas. Mi deseo de libertad ha sido más fuerte que el respeto por el plan.
¿Te apetece salir?
¿Ahora?¿Quieres salir, verdad? 
Ni una palabra más, recibo una mirada de comprensión y una sonrisa aceptando el cambio, todo por complacerme. Nos vestimos y salimos a la calle.
Soy un sentimental, aunque no lo creas, ha sido pisar la calle y me he emocionado, se me ha quebrado la voz, mis gafas de sol negras disimulaban mis ojos vidriosos. No hay mucha gente paseando. Nos cruzamos con miradas de miedo por encima de mascarillas. Hemos cambiado los humanos, al cruzarnos, ahora bajamos la cabeza. Pidiendo perdón o espantando el miedo. Personas queridas se encuentran por la calle y establecen conversaciones a dos metros de distancia. Un gesto que se me hace duro de digerir, somos como somos, roceros, cercanos y tocones. Ese gesto frío de hablar en la distancia espero que no se implante en nuestra forma de actuar. Que sea solo resultado del miedo y la prudencia.
Los árboles frondosos, la hierba alta sin nadie que la cuide, flores en los jardines de las urbanizaciones. Se oyen los pájaros por encima de las cotorras invasoras que nos están dejando sin gorriones. Un día maravilloso, buena temperatura, el aire limpio, como nunca en Madrid. Ha cambiado Madrid, normal me han robado medio marzo y todo el mes de abril. Me he perdido el nacimiento de la primavera.
El primer día de muchos otros. Mi primer paseo cumpliendo la norma de los unos. Un paseo diario, a una distancia máxima del domicilio de un kilómetro, una sola persona o acompañado solo por otra con la que convivas. La regla del uno.
Estoy contento, un poco cansado por lo desacostumbrado del ejercicio, esperanzado con el futuro y deseando que las fases anunciadas, sean tres, cuatro o cien, se cumplan rápidamente. Mi sueño es poder ir a Galicia en agosto para poder pasear, comer y disfrutar de un descanso en normalidad. De vacaciones de las de verdad, de las normales. Para eso queda mucho aún.

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