27.8.20

¿Quién soy?

 

  


Me siento adormecido, cansado y comprimido. Parece que esta vez he dormido mucho tiempo de siesta, noto mi cuerpo agarrotado y perezoso. Sin ganas de activarse. Abro los ojos, mucha luz, fuerte y molesta ¡qué extraño! Si para dormir necesito oscuridad absoluta, nunca duermo con las persianas levantadas. 

No reconozco la habitación, pintada de blanco con un enorme ventanal con vistas a otro edificio cercano recibo luz directa desde la izquierda iluminando el apoyabrazos del horrible sofá de plástico imitando la piel de color gris claro. Una mesilla auxiliar vacía y nada más. Un nuevo intento para cambiar de postura, ni caso, mi cuerpo sigue adormecido, no me responde. Consigo girar el cuello hacia mi izquierda. Una pared blanca desnuda. Descubro en mi brazo una toma doble en mi arteria. Una vía utilizada por una toma de lo que parece suero fisiológico y la otra vía está cerrada. 

Sigo sin recordar dónde estoy y qué hago aquí. Noto varios cables sujetos por ventosas en mi pecho. Por tercera vez me concentro. Mi deseo es moverme, esta vez noto que mi mano izquierda se acerca a mi cintura, la uña del dedo índice rasca mi piel cerca de la nalga.  

Siempre encontré un especial gustito al rascarme las nalgas justo después de despertarme. Si es posible a dos manos. Mi primer gesto ha sido ese, rascarme el culo. Con la mirada vigilo la mano derecha con el ánimo de repetir la gesta izquierda. Se encuentra más retirada del cuerpo y aunque noto la flexión y extensión de las falanges, no consigo contactar con mi culo. Me quedo sin rascado. Esta actividad física que me traigo ha llamado la atención de alguien, parece que los cables que tengo pegados al cuerpo han chivado que algo pasa. Aparece una monja pequeñita, con mirada despierta un tanto entrecruzada con una verruga del tamaño de una lenteja en el mentón. Luego me enteraré que se llama Sor Luz, por la cara que puso al notar mi mirada la bauticé Sor Presa. Comienza a aletear como una polilla aprendiendo a volar, pequeños saltos adornar su vuelo, no parece muy alta, escaso metro y medio, delgada como un fideo y una cofia en el pelo de color blanco nuclear. Todo blanco y una verruga. Duda si acercarse, hablar, vuelve por sus pasos y la oigo gritar desde la puerta. Regresa por fin, se me acerca, toma mi mano y acaricia mi frente. 

Buenos días, Miguel

La miro con curiosidad, consigo apretar su mano lo que la sorprende de nuevo, da un salto inesperado. ¿Por qué me llama Miguel? ¿Dónde estoy? ¿Quién es? No me salen palabras de mi boca. Al intentar hablar noto un tubo de goma. Así es imposible. 

Tranquilo, ahora viene la doctora. No intentes hablar que te puedes hacer daño. A ver si te pueden quitar el tubo. Dios mío, un milagro. Un milagro. 

Cruza la puerta de la habitación una mujer decidida, esta es más alta, viene enfundada en un pijama verde, en su bolsillo en el pecho escrito M. Milla. Deduzco que es médico por el fonendoscopio que adorna su cuello, se acerca revisando mis constantes en la pantalla que tengo a mi espalda. 

Muy bien, Miguel, bienvenido al mundo. Una grata sorpresa. Me dice Sor Luz que tienes capacidad para mover la mano, perfecto. Si entiendes con que te digo, aprieta dos veces, por favor. 

Siempre fui un chico muy bien mandado e hice el movimiento solicitado. La doctora Milla sonríe, noto en su mano que empieza a relajarse. Alarga su mano hasta mi mano izquierda. 

¿Puedes repetir el gesto, Miguel? 

A ver si me quitan el puñetero tubo de la boca y les aclaro que me llamo Luis. La sonrisa de Milla confirma que mi mano izquierda también es capaz de apretar. 

Vamos a hacerte unas pruebas para ver cómo estás y reaccionas. Me gustaría quitarte el tubo y el respirador. Ahora vendrán a por ti para acompañarte hasta la sala de resonancia. Te pido un poco de paciencia. Después de tanto tiempo no sabemos cómo despierta tu cuerpo. Quiero asegurarme antes de pecar por precipitación. En un par de horas vuelvo a verte y te comento ¿vale Miguel? 

Giro la cabeza de derecha a izquierda acompañado de un gruñido, intento decir que me llamo Luis, con tanta cosa en la boca solo se escucha UI, UI. La doctora Milla interpreta mi gesto como impaciencia y calma mi angustia con una caricia en mi cara. ¡Tengo barba! Me dejo llevar, en un par de horas me dirán algo. Los empleados de este hospital trabajan de manera muy diligente, en pocos segundos vienen a por mi, se llevan la cama conmigo encima y todos esos cables y tubos. En un ascensor grande cuento tres personas a mi alrededor, el celador que empuja la cama, un enfermero con los brazos tatuados como si de un marino se tratara y  Sor Presa, que ha dejado de bailar y toma la voz cantante. Pequeña y mandona. Las dos horas se doblan llenas de pruebas médicas y visitas esporádicas de una sucesión de especialistas médicos. Cada uno a su tema. Al regresar a mi habitación, una cara llorosa con media melena color claro se me acerca hasta abrazarme. Sus lágrimas mojan mi cuello, resbalan hacia mi espalda por la nuca. ¿Quién es esta mujer? Se supone que soy alguien importante en su vida. 

Miguel, cariño, ¿estás bien? 

Y dale con el Miguel de los cojones. ¿Quién es esta mujer? Tiene cara agradable, mantiene rasgos de una belleza natural descuidada, su cara lleva escrito el sufrimiento. Lo ha debido pasar muy mal en su vida. Viene vestida con humildad, limpia y con un olor a colonia limpia. Su mano no deja de apretar la mía, me acaricia y besa si parar. Está claro que me tiene cariño. Por fin, de nuevo, la doctora Milla. 

Miguel, tu caso es un auténtico milagro, hemos estado revisando tu situación actual comprándola con los informe médicos que teníamos de ti. Es todo sorprendente, incluso hay cosas que no somos capaces de comprender, además de despertar de un coma tras varios años dormido, has sanado de dolencias previas. Algún error hemos apreciado en los informes, pues tienes las muelas del juicio cuando según los registros te las quitaron hace veinte años. Enhorabuena. La prueba de retirada de la respiración asistida la han pasado con éxito, voy a retirarte el tubo, te aviso que te va a molestar.

La doctora da instrucciones a los presentes en la sala para que abandonen la estancia, la llorona se resiste hasta que la perseverancia de Sor Presa la convence. Se quedan la doctora y el enfermero tatuado. Mueven la cama hacia la mitad de la estancia. Me permite comprobar el pequeño jardín existente a la salida del hospital. Me choca el modelo de vehículo que veo en la entrada, me recuerda a un huevo cocido, otros que pasan repiten diseños similares. La doctora Milla gira mi cabeza, me mira a los ojos y me pide que no me mueva. El tubo sale rascando por su trayectoria, me irrita la garganta. Tengo sed. El tatuado sube el cabecero de la cama permitiendo que me incorpore y me sienta más cómodo. 

- Vamos a llevarte a la UCI durante un par de días para tenerte en vigilancia, no intentes hablar aún, tienes la garganta muy irritada, vamos a darte calmantes y a hidratarte. Puedes beber agua a demanda, pero asegúrate que bebes más de dos litros al día. ¿Lo has entendido, Miguel? 

No soy Miguel. Me duele hablar, consigo que se me entienda. La doctora Milla parece que comprende la situación, la revisión de los informes médicos la han hecho dudar. No cree en los milagros y menos en la recuperación de muelas. Algo no le encaja 

De acuerdo, por ahora, lo dejaremos entre nosotros, no vamos a liar más a la gente ¿Cómo te llamas? 

Luis 

Noto que mi garganta escuece mientras trago un rastro de sangre tras el esfuerzo 

Luis, de verdad, no hables. Descansa. Bebe líquidos. Esta noche estoy de guardia y vendré a ver cómo estás. Por ahora, vamos a dejar que sigan pensando que eres Miguel. Confía en mí. 

La vida en la UCI es tediosa, en lugar de estar en la sala común, me han destinado una habitación individual con muchos cables y cámaras. Una enfermera, Rosa, acude cada veinte minutos para comprobar mis datos y mi ánimo. Profesional y minuciosa, se le nota capaz con habilidad para trabajar en la UCI. Distante y fría, no es capaz de entablar una conversación de más de tres palabras conmigo. Me mira un instante, revisa las pantallas y se despide con un cariñoso apretón en mi brazo. Poco más. Insisto en moverme, cada vez responden mejor mis extremidades a mis deseos de movilidad. Soy capaz de mover el brazo para alcanzar el vaso para beber. No tengo fuerza. He perdido la masa muscular por inacción. Mis dedos de los pies también responden. Un avance. 

La llorona, ya sin lágrimas, aparece, debe ser la media hora de visita que permiten. En la UCI no hay sillas para las visitas, se mantiene de pie junto a mi cama. La miro extrañado, descubro a una persona preocupada por mí. Mi gran soledad junto con el aburrimiento desde que me han dejado al cuidado de Rosa me empujan a conocer más a esta mujer, por lo menos compañía tengo asegurada. Habla y habla sin parar, no sé quienes son Lucía y Emilio por lo que parecen han terminado el colegio, Lucía en la universidad se prepara como ingeniera. ¿Como yo? Vamos, ni en sueños soy yo ingeniero. ¡Esta alucina! Y Emilio en la academia militar. Todo muy lejano, todo muy diferente a mí. Un detalle me da un poco de luz. La llorona lleva un pase colgado por una cinta de tela al cuello. La V visible en gris la marca como visitante. Lucía Aguirre. La llorona tiene nombre. Empiezo a encajar. Me besa en los labios y me acaricia la barba antes de irse, su tiempo de visita ha terminado como bien le recuerda la triste de Rosa. 

Hasta mañana cariño, descansa. Los niños se van a poner muy contentos. 

Rosa casi empuja a Lucía hacia el exterior. Se nota que le gusta estar sola con sus enfermos, que además, no suelen hablar. 

Poco tiempo después aparece la doctora Millán, fiel a su promesa. A ella, sí que le facilitan una silla. Cierra la puerta y se sienta a mi lado. 

Hola Luis 

Hola 

No hables, te puedes hacer daño. 

Le hago el gesto de la escritura con la mano derecha. Ella asiente y sonríe. 

Mañana te daré algo para escribir, ahora quiero que me escuches atentamente, tienes mucho en lo que pensar. 

Muevo la cabeza con suavidad para hacerla entender que estoy preparado. 

Llevo investigando desde la última vez que hablamos y voy a darte datos. Estamos en el año 2019 llevas dormido diez años en coma profundo. Por tu historial naciste en Badajoz en 1970. Gracias a que tu familia siempre se ha resistido a desenchufarte de la ayuda mecánica para vivir estamos aquí ahora sentados. Estamos en Madrid, parece que estás casado con Lucía y tienes dos hijos. Ella ha sufrido mucho estos años para sacar adelante la familia, tu pensión no es muy alta y su trabajo está poco remunerado. Además de vivir durante tantos años pensando que su marido es un cadáver vivo gracias a las máquinas. Durante los últimos cinco años ha perdido la fe y sus visitas cada vez han sido más espaciadas. Este año parece que solo vino el día de vuestro aniversario, el uno de junio. Estamos a diez días de las navidades. 

¿Cómo te llamas? 

Es mejor que no hables. Disculpa, no me he presentado. Me llamo Marta Millán. Soy médico en este hospital desde hace catorce años y diariamente he pasado por tu habitación para ver cómo estabas. Siempre igual, dormido. Tras diez años inmovilizado has perdido fuerza muscular, que recuperarás con ayuda del fisio. Tienes llagas en la espalda de estar siempre tumbado, que se curarán. Lo que no comprendo es tu historial médico, no cuadra con los datos del reconocimiento de esta mañana. Según tu historial, te extrajeron las cuatro muelas del juicio, deberías tener una cicatriz por una rotura de tibia en un accidente de moto e incluso parece que te operaron de apendicitis en 1995. No tienes cicatriz. Lo que tengo claro es que Miguel Pérez no eres. Me creo que te llamas Luis, lo que no me cuadra es la reacción de tu familia. Todos están convencidos de que eres Miguel. ¿Tienes algún hermano? 

Niego con la cabeza 

¿Algún primo? 

Vuelvo a negar. Consigo subir mi mano izquierda hasta su brazo, bebo agua con la otra mano y me animo a beber para poder hablar  

Nací en 1942 y no sé qué hago aquí. ¿Crees en la reencarnación? 

Marta me mira, me aprieta la mano, se me acerca y me besa en los labios. 

Haz memoria Luis, en 1962 nos casamos en Zamora. Yo también he vuelto 

¿Ana? Ana ¿Cómo es posible? 

Nos deben una vida

1 comentario:

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Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...