2.9.20

Lucía ojos azules

 

Lucía es mucho de enumerar, de contar. Trabajó durante un tiempo en una guardería infantil a cargo de quince niños de dos años de edad. Uno, dos, tres, hasta quince. Lo hacía continuamente. Al salir del aula, al regresar, mientras comían. Su gran temor era perder un niño, una responsabilidad a la que nunca llegó a acostumbrarse. Por eso dimitió. 

Mas la costumbre sumadora se le quedó y la incorporó a su día a día, con gran trajín, cuenta y cuenta. Una, dos, tres mujeres embarazadas. Seis carros de mellizos por la calle, ocho ancianos con zapatillas deportivas, siete culonas con mallas compresoras negras, cincuenta y dos escalones hasta el garaje, seis mil novecientos trece pasos en su paseo matutino antes de prepararse para ir a trabajar. 

Esta tarde han quedado en la casa familiar para celebrar el encuentro anual entre los primos Blazquez, quince nada menos. Lucía es puntual y como siempre, se presenta la primera. La recibe su abuela con quien comparte nombre y color de ojos, azules llenos de vida. Color océano los llama su abuela Lucía. 

Hola cariño, siempre la primera, pasa, ven, ayúdame con los preparativos. Supongo que tus primas y primos llegarán con retraso, como siempre. 

La abuela hace de anfitriona interesada en mantener el contacto entre la segunda generación de su linaje consciente de que es que al faltar ella fácilmente los contactos se diluirán por efecto de las quince vidas y sus evoluciones. 

Todos los años, en la primera semana de septiembre organiza una merienda a la que invita a todos sus nietos a los que lleva comprometiendo para la causa durante todo el año, impidiendo cualquier deserción y eso que Emilio siempre lo intenta, hasta ahora sin éxito. Menuda es la abuela cuando se empeña en algo.

Van llegando los primos y Lucía contando. De uno hasta dieciséis. Algo falla, vuelve a empezar, se repite así misma que no se cuenta a la abuela. Uno, dos, tres, dieciséis. Empieza a fallar. Ella siempre ha sido infalible con los números, no hay sucesión que se le escape. Vuelve a contar. Uno, dos, tres, cambia de habitación y suman cinco más, van ocho, en la terraza cinco más, van trece y en la cocina dos más con la abuela que sumándose hacen dieciséis. 

Abuela, ¿cuántos somos? 

¡Qué pregunta más extraña, Lucía! ¿Cuántos vamos a ser? Los de siempre. 

Lucía regresa hasta la puerta de la casa y repite el conteo. Riguroso, científico y ordenado, sin permitir que nadie cambie de escena. Dieciséis. Busca en el aparador de la entrada una pequeña libreta y un bolígrafo. Sabe que su abuela siempre tiene a mano esa libreta para apuntar imprevistos que necesita comprar. En la primera hoja, la lista de la compra. Su mirada acaricia con amor la letra inclinada y perfectamente alineada de la abuela. Pasa la página para utilizar una hoja en blanco. Vamos a ver Lucía, no te vuelvas gilipollas, escribe los nombres de los primos por orden y origen de tío.

Esperanza, Emilio y Nacho. Celia, Marta, Lucía 1 y Juan. Luis y María. Alejandro, Juan Antonio, Jorge y Javier. Su hermano Miguel y ella, Lucía 2. Total quince. 

Vamos a hacernos una foto de recuerdos todos. 

Ya suena Juan Antonio, el enamorado de retratar cada encuentro, cada vez que se juntan comparte un álbum en google fotos con cuarenta o cincuenta instantáneas de la reunión. Suelen estar muy bien y ayudan a recordar con el paso de los años cómo cambian de moda y apariencia.

Salgamos al jardín, instruye Juan Antonio. 

Ordena a los primos, con la abuela en el centro de los dos escalones de bajada a la hierba. Los altos atrás, las primas abajo con la abuela. Fija su cámara al trípode que siempre va con él y gracias a su mando a distancia, dispara un sin fin de fotos. Luego cambia las posiciones para la foto sin la abuela. Repite el protocolo de disparo. 

Tras el ejercicio de retrato colectivo, la abuela llama y fija el inicio de la merienda que consiste en una mesa repleta de comida con dos pilas de platos para que cada uno se sirva y pueda comer de pie o sentado en las sillas colocadas alrededor de la sala. De esta manera favorece la comunicación entre todos, evitando las limitaciones que produce la mesa que casi te obliga a dirigirte a los que se sientan más cerca. Perdiendo la oportunidad de conversar con los más alejados.

La cercanía de edad entre todos ayuda mucho a crear un ambiente de complicidad. Ocho años distancian a la mayor, Esperanza, con el pequeño, Javier. Durante los años escolares ocho años es un mundo. Ahora con todos adultos se reducen las diferencias, se facilita la unión y se asientan las relaciones creadas hace años al calor del veraneo en conjunto. Coinciden ejemplos donde más que primos, son amigos. Les unen lazos antiguos, complicidades adolescentes e incluso aprendizajes naturales llenos de curiosidad y morbo. 

Lucía reconoce que cada año siente pereza para ajustar sus tiempos para dedicar un día a la merienda de la abuela, acude gracias a su insistencia implacable, al igual que le ocurre a cada uno de los asistentes. Están juntos por lo pesada que es la abuela y por cómo es capaz de decir a cada uno la frase necesaria para asegurarse su presencia. 

Lucía reconoce que cada año se alegra por compartir la experiencia y disfrutar de su familia en un ambiente agradable y cercano.

Sobre la mesa quedan doce medias noches, ocho pastas de mantequilla y tres porciones de tarta de Santiago que hace la propia abuela. Nada más. Poco queda por contar. Un éxito.

Juan Antonio, termina su álbum, tras enseñarle en exclusiva a la anfitriona que disfruta de cada una de las instantáneas, lo comparte con el resto de los presentes. Reciben todos los primos la invitación para adherirse al álbum de recuerdo. Sesenta y dos fotos. El año que más. Dos de los corrillos formados comparten comentarios de cada una de las instantáneas. Alguna risa remarca situaciones cómicas descubiertas por el objetivo de la canon de JuanAn. Lucía se anima a repasar por encima las fotos, esa noche en casa las verá despacio. Las fotos en el jardín llaman su atención, están todos e instintivamente suma. Dieciséis con la abuela en el centro, sonriente y con sus ojos azules llenos de felicidad. La siguiente foto es donde están los primos sin la abuela. Otra vez dieciséis. 

Vuelva a contar, no puede ser. Dieciséis. Levanta la mirada de su móvil, encuentra los ojos de su abuela esperándola. Mirada amable que la hace comprender que ella sabe lo que está pasando. Lucía se levanta para acercarse a su abuela.

Lo sé hija mía, lo sé. Sólo tú lo ves ¿verdad? 

¿Quién es? 

Eres tú, mi amor, tu imagen de hace mucho tiempo, de cuando te fuiste con doce años. Es hora que tu alma descanse. 

- Estoy aquí, abuela. Y entonces ¿salgo dos veces?

Sales con tu imagen del pasado y la que tendrías hoy. Una imagen idéntica a como era yo con veintitrés años. Piensa, mi amor, piensa ¿Con quién has hablado hoy?¿Qué has comido? Repasa las fotos. 

Lucía repasa las sesenta fotos restantes. 

No estoy en ninguna, abuela, salvo en las de grupo 

Porque no estás. Sé que has venido a por mí, te intuía desde hace tiempo. 

Las Lucía del pasado y del presente desplazan su mirada alrededor de la sala, la familia pierde nitidez se difuminan hasta borrarse todos los cuerpos. Se han quedado solas, el reloj de pared del salón marca con sus campanadas las diez de la noche, en septiembre ya es de noche. Los ojos azules infinitos de Lucía se apagan. Una vecina comentará que vio volar, en la oscuridad, a dos gorriones en dirección a la luna. Dos gorriones azules. Azul océano.


4 comentarios:

Comparte tus sensaciones y emociones. Gracias

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...