6.9.20

Nuevos vecinos

 


La urbanización “El pinar” es un recinto de casas unifamiliares con amplias parcelas que permiten disfrutar de un jardín, piscina e incluso canchas de padel o tenis. Construidas la mayoría de las viviendas en los años ochenta del pasado siglo, en el fin de la moda de la segunda residencia en la sierra. Poco a poco los campos colindantes se han ido urbanizando, promocionado por los ayuntamientos, de viviendas adosadas en su mayoría. La mejora de las carreteras, la prolongación de la línea de ferrocarril con conexión directa a la capital con alta frecuencia de trenes y el cambio en los gustos de las familias que apostaron por una vida urbana en el medio rural favoreció que familias trabajadoras de la capital fijaran su residencia en la sierra. 

Este cambio de moda afectó a la urbanización “El pinar”, los propietarios históricos espaciaban cada vez más sus visitas a sus segundas residencias, sus hijos crecieron y tienen sus vidas; las casas son muy grandes para acoger a los matrimonios con edad avanzada. Los altos precios que han llegado a alcanzar las viviendas de la sierra y sus amplias parcelas convirtieron sus fincas en atractivo para los constructores. Muchos vecinos terminaron por vender sus casas. Nuevos vecinos aparecen por la urbanización con sus coches de gran cilindrada, sus trabajos importantes y sus vidas urbanas. Ya no se ven grupos de chicos en bicicleta explorando los alrededores, ni cazando lagartijas. Abundan las motos e incluso los mini coches que no dejan de ser un motocarro con volante. La vida cambia. 

La gran casa de los Martinez, antaño la envidia de la urba, vecinos de la parcela de mi familia, desapareció bajo la presión de las palas escavadoras, en su lugar levantaron cuatro casas con parcela que según nos informamos costaron cerca de millón y medio cada una. Los nuevos vecinos son majos. En la primera casa, la más cercana a la mía, vive una mujer de unos cuarenta, aparente, bien vestida que conduce en Q3. Madruga mucho para ir a la capital, siempre en traje de chaqueta. Media melena muy cuidada y zapatos de tacón. Todas las mañanas aparece en zapatillas blancas de tenis y sus zapatos de tacón en la mano. Se cambia al llegar a su trabajo. Tiene una hija de unos siete años al cuidado de una interna de origen peruano. No le conozco padre. 

En la segunda vivienda se aloja un matrimonio de similar edad que la anterior, también coches de alta gama. Tienen tres hijos entre catorce y once años. Todas las mañanas salen con sus chaquetas verdes y sus pantalones grises. Está claro que son alumnos del colegio de opus que está a unos doce kilómetros. Un autobús pasa a recogerles por la mañana pronto. La tercera casa es de un matrimonio maduro, no llegan a los sesenta y por lo que comentó el día que vino a presentarse es prejubilado de Iberia. Fue piloto y su mujer también se prejubiló con él. Viven muy cómodamente, viajan con asiduidad. El golf es su deporte preferido, ambos suelen ir al campo de la urba dos o tres mañanas a la semana. Una mañana coincidí con ellos, juegan a buen ritmo con ánimo de pasear. No se molestan en terminar los hoyos en el green. Levantan bola y siguen. Tras sus dieciocho hoyos marchan a su casa para sus rutinas. Muy educados y sociables, en poco tiempo se han dado a conocer entre los históricos de la urba

Los habitantes de la última casa son los que me tienen más intrigado. Una familia de cinco miembros, matrimonio con abuela y dos hijos, chica y chico. El pack completo. Su vestimenta es más desenfadada de lo habitual en la comarca. Las chicas de la familia tienen por costumbre ir con túnicas a modo de vírgenes vestales. Los chicos, más hippies. El olor a chocolate de sus pipas llega hasta mis dominios estando a bastante distancia. Juan, el marido y padre, conduce un opel con veinte años de antigüedad. Maite, su mujer, se mueve en bicicleta, de esas con la cesta en el manillar. Los hijos de unos quince o dieciséis años van al instituto del municipio que se encuentra a unos dos kilómetros, distancia que recorren a pié cada día. 

Me intrigan, por lo distintos que son y porque tengo menor visión desde mi ventana de su casa. He dedicado los últimos meses a observarles, no soy cotilla, es por curiosidad sana, comprender cómo pueden vivir esos vecinos tan diferentes. ¿De qué hablan?¿Qué les preocupa?¿Cómo han podido pagar esa casa cuando aparentan menores ingresos que los nuevos vecinos? Ayudado de mi cámara con zoom, vigilo fundamentalmente a Maite ya que Juan pasa mucho tiempo fuera de casa. Hace yoga por las mañanas, instruye a la empleada del hogar que limpia y cocina sobre las tareas del día y tras sus ejercicios desaparece de mi control durante unos veinte minutos que es cuando debe ducharse, deduzco porque aparece siempre con una túnica clara color hueso y el pelo mojado que deja secar al aire en su terraza. Todo aparentemente normal. Juan llega a eso de las ocho y media todas las tardes y los chicos en su horario escolar. 

Me intrigan varios detalles, nunca les he visto comprar comida ni sentarse a la mesa a comer. No recuerdo imágenes de desayunos, ni de tazas de café o comidas en la cocina o en el jardín. Con lo importante que es para mí la comida, me cuesta entender que una familia no dedique tiempo a disfrutar de los alimentos. También me llama la atención que al anochecer, nunca encienden luces en la casa. Su pequeño jardín sí cuenta con iluminación, lo que me demuestra que no tienen problemas para pagar el recibo de la compañía eléctrica. Y lo que más me mosquea es que no tienen contacto físico entre ellos, en las ocasiones que coinciden los cinco, mantienen una distancia personal exacta entre ellos, que suelen mantenerse en pié en un círculo imaginario. Por cómo se dirigen a Maite, está claro que ella es la responsable, la jefa de la familia. Todas las decisiones son consultadas con ella. Mide unos centímetros más que Juan y que los chicos. Le calculo 1,85 a Maite; 1,80 a Juan y los chicos aproximadamente 1,75 metros. La abuela un poco más bajita. Maite es la jefa. 

Ayer por la noche, a eso de las diez, llegó el vecino de la segunda casa. Por despiste puso las luces largas de su coche, solo un instante, apenas unos segundos, hasta que se dio cuenta y las apagó justo antes de bajar de su vehículo. El potente chorro de luz de sus faros iluminó el salón de la cuarta familia. La escena iluminada la tengo grabada desde ese instante, en un perfecto círculo, pude apreciar a Maite con más espacio a sus lados y los otros cuatro respetando las posiciones  atentos a la madre. Juraría que se estaban comunicando sin hablar, en la oscuridad de su vivienda y suspendidos en el aire. Poco tiempo se iluminó la estancia y puede ser un efecto óptico con el que mi cerebro me quiere involucrar para seguir investigando. Estoy seguro que estaban levitando vestidos los cinco con unas túnicas sencillas. Casi como unos fantasmas, flotando en mitad de su salón, sin hablar. Noté la mirada de la abuela en dirección a mi habitación, como si notara mi presencia en la habitación a oscuras. Noté su mirada fuerte en mis ojos mientras una voz interior me decía, tranquilo somos pacíficos. 

Esta mañana he coincidido con Maite en la parada del autobús que me lleva a la estación del ferrocarril, de camino a la universidad. Me ha saludado y hemos hecho el recorrido comentando banalidades. Tiene una voz sensual, que te acaricia el oído y mece su cerebro embrujando mis neuronas. Tiene la capacidad de transmitirte una tranquilidad y una paz desconocidas para mí hasta hora. Noto que su conversación agradable y armoniosa me atrapa. No soy consciente mientras ocurre, simultáneamente a cómo recibo las palabras de Maite, mi cerebro va olvidando la escena de ayer por la noche. Al llegar a mi parada, me levanto con cuidado para evitar golpear a alguien con mi mochila de estudiante. Me despido con educación y bajo del autobús. ¡Qué voz! Para enamorarse de ese rumor. Casi juraría que no abrió la boca en ningún momento que se comunica directa a mi mente.

Por la tarde, de regreso, actúo sin pensar, mis rutinas dictan mis acciones. Ducha, música, estudio y cena. Tras la cena, mi rutina dicta limpiarme los dientes y repasar mi diario de exploración, donde escribo mis avances con la familia hippie. Leo lo que escribí ayer y no lo reconozco, no tengo memoria sobre lo ocurrido. Pongo toda mi atención en lo descrito. Estoy preparado. Hace semanas que decidí escribir todos mis descubrimientos y me conjuré que nunca dudaría sobre lo que escribí por si me pasaba algo. 

Mantengo la vigilancia hasta media noche. El recuerdo de esa voz me acompaña, Maite me está hablando directamente. Me está invitando a su casa, ahora. Dudo, no sé si fiarme. Insiste. Una atracción sexual nace en mí, con una fuerza desconocida que me llama para ir corriendo a la casa. Me resisto, no me fío.

Una imagen se me aparece delante de mí. 

No temas, soy Maite, me dice sin abrir la boca ni articular palabra 

¿Quién eres?¿Quienes sois? 

Somos amigos que hemos venido a vivir aquí, no podemos volver a nuestra casa, una fuerza externa muy bien entrenada invadió nuestro hogar y nos hemos escondido aquí. 

¿Quiénes sois?

Amigos

¿Amigos? 

Mira al cielo estrellado en dirección sur, descubrirás una estrella de color azul, de allí venimos, de un planeta muy parecido a este tan acogedor.

Me voy a dormir, no estoy para cuentos.

Al abrir las sábanas para entrar en mi cama, veo a Maite desnuda sobre la misma. 

Tienes que creerme, Oscar, nuestra seguridad va en ello 

¿Cómo te llamas? 

Elipán, me dicen. Para tí Maite. Me dice mientras toma mi mano acercándome hacia ella. A las caricias a mi cerebro se unen sensaciones en mi piel. Su voz embriaga, su tacto enloquece ¿Cómo no voy a confiar?


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