3.8.20

Sagitario en luna llena


A tres metros de distancia la perfecta espalda de Lucía brillaba con su bronceado cuidado, cada verano consigue un tono de piel perfecto, lisa, brillante, sin llegar a naranja ni superar el marrón, un color jamaicano, perfecto contraste con sus mechas rubias. El sol le clarea el cabello. Su perfecta espalda dibuja un contorno en el horizonte, la guitarra donde su columna vertebral son las cuerdas, tensas y afinadas. Toma el sol sin la parte superior del bikini en un acto de rebeldía que inició en la adolescencia para fastidiar a sus padres, más a su madre que al santo de su padre, siempre predispuesto a defender a su hija mayor.

Sufro cuando coincido cara a cara con ella, debo esforzarme por encima de mis instintos, dedicando mi mirada únicamente a descubrir el fondo de sus ojos color de miel. Mis esfuerzos por evitar bajar la mirada me provocan una tensión en el cuello que necesito una sesión de yoga para recuperarme de la abstinencia contemplativa. Hasta que descubrí el detalle que rompe la armonía de tanta belleza. En el cuello, a la altura del chupetón, Lucía lleva un antojo, una constelación de lunares. Repasando fotos de grupos de estrellas, recuerdo que el dibujo imaginario de Sagitario coincide con el antojo de su cuello.

Una semana al año coincidimos en la playa, lejos quedaron aquellos años adolescentes donde descubrimos los primeros roces, los primeros besos y las primeras declaraciones de amor de por vida. Con los años, Lucía se ha vuelto inalcanzable, la chica perfecta, estudiosa, trabajadora, modelo ocasional y con una vida social amplia y generosamente compartida desde sus redes sociales. Brilla más que Kaus Australis, la estrella blanca azulada más representativa de la constelación de sagitario. Quedamos para dar una vuelta, tomar algo y recordar veranos pasados. Curiosa pareja. La bella, inteligente, atractiva e inalcanzable Lucía junto con el pagafantas de Ricardo, mal estudiante, sin carisma y sin un atractivo físico reseñable.

Algo tiene Lucía que consigue que me olvide de mis complejos y por un rato, durante la noche calurosa de agosto, me descubro ocurrente, simpático y poderoso. Recupero mi rol perdido en la antigua pandilla playera cuando todas las decisiones pasaban por mi aprobación. Quizá por eso llamé la atención de Lucía. Una historia interrumpida entre veranos y que recuperábamos cada vez que nos reencontrábamos. En invierno, nada, cada uno a su vida habitual.

Con los años, seguimos siendo amigos, nos relacionamos como primos hermanos, confidentes y fieles en lo emocional para siempre. Hasta que la cago. Todos los años me prometo no volver a liarla, y siempre repito. Tras dos horas sintiéndome el hombre más valorado del planeta, el más simpático y ocurrente, sucumbo al poder de sagitario. Su constelación en el sitio de los chupetones.

¿Otra vez estamos, Ricardo?

Perdona, no sé qué me pasa. Tus lunares me vuelven loco y pierdo la compostura

¡Todos los años igual!

Porque solo nos vemos de año en año. Y siempre terminamos igual, me acerco a tu cuello y tú huyes hasta el verano próximo.

Ya no tenemos quince años

Por desgracia no

Vamos a olvidarlo

No me apetece olvidar

Sus miradas conectan, el mundo alrededor se difumina, llegan a fundirse en una sola presencia. La electricidad recorre a ambos, sube en paralelo por sus columnas, incendian sus cerebros y activan las hormonas. No estaba en los planes de Lucía y ni de lejos en la imaginación de Ricardo. Es la luna llena de agosto, cuando las mareas son más vivas y los mosquitos atacan sin piedad. Se fusionan con el ansia del recuerdo de cómo eran juntos antes. Ricardo pierde la noción de la realidad, Lucía le guía con sabiduría. Terminan abrazados en una estrecha cama ruidosa. Su amor es de antiguo, la pasión moderna. Sagitario manda, por una noche. 

Por la mañana, Lucía marcha a su aventura. Un master de postgrado en Stanford, una oportunidad de oro para saltar a un empleo envidiable y exitoso. Ricardo intentará terminar el último curso de su carrera, esa que eligió sin vocación, en la única que le admitieron con su nota media de selectividad. Anticipa una vida laboral aburrida y poco motivadora, se siente perdedor. 

Se sentía, tras esta noche dominando a sagitario, nota que recupera ese poder antiguo que ostentó.

Lucía luce un chupetón en el cuello, sonrosando sus lunares. No se esfuerza en ocultarlo, siente que sus fuerzas le están abandonando. Sagitario ha traspasado el poder a otra persona, se lo ha devuelto a su dueño. Cuatro años más tarde, un nuevo chupetón en el cuello regresa las personalidades a su origen. El poder de las estrellas.

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