25.10.20

Banco de leche


 
Aurora llena su rutina diaria en un ir y venir al Hospital de La Paz. Cuarenta minutos viajando en metro a las diez de la mañana. Sube directa a la planta de neonatos. Le espera aletargado Juan, su hijo. Nació dos meses antes precipitadamente, prematuro con apenas veinte semanas de gestación. Midió veinte centímetros, poco más largo que la longitud de la palma de su mano. 

Cada mañana saluda a las enfermeras, tras dos meses se las conoce a todas. Buenas mujeres, serviciales y cariñosas. Hoy está de servicio Gloria, su preferida. Le comenta las novedades de la noche con Juan, anima a Aurora recordando que cada día que pasa más cerca está ir a casa. Se sienta junto a la incubadora, introduciendo sus manos por las ventanas circulares preparadas para ello y acaricia a su Juan transmitiéndole calor y amor. 

A las once de la mañana Juan disfruta de su siguiente toma. Hoy, por primera vez, Gloria entrega el biberón a Aurora quien llorando recibe en sus brazos a su diminuto hijo de dos meses de edad, con la equivalencia que realizan en neonatal, equivale a seis meses de gestación. Juan agarra el meñique de su madre, recibe con los ojos cerrados el flujo del biberón. Poca cantidad, la equivalente a dos cucharadas, justo la que necesita. Aurora tras el parto precipitado, intentó sacarse leche con una máquina succionadora sin éxito. Tras salir del quirófano su gran preocupación fue la salud de Juan, su equilibrio mental se bloqueó desde ese momento, su marido se difuminó como amante, mutó a compañero de piso sin roce, dejó de ocuparse por la imagen, su trabajo, de las relaciones con las vecinas. Solo está Juan.

Ponerse guapa ya no es importante, disfrutar de la vida, tampoco. Se sintió inútil, ni leche era capaz de producir para alimentar a su hijo. Todos los días desde las once menos cuarto hasta avanzada la tarde las pasa en el hospital cerca de Juan. 

Su peor momento, la crisis que sufrió Juan a las dos semanas de nacer. Necesitó de cirugía coronaria de urgencia. Nadie supo encontrar de dónde venía su fuerza por sobrevivir. ¡Un chico tan pequeño! 

Hoy alimenta a Juan. La esperanza ilumina su rostro. Su primera sonrisa, salada por las lágrimas que la aliñan. Mira a su alrededor, encuentra la sonrisa de Gloria. Busca sin encontrar a Luis, su marido. Ahora le echa de menos, no recuerda el maltrato de que le ha dispensado durante estos meses. 

Ana anda con paso decidido, alta y fuerte, se desplaza con velocidad. En volandera cuelga una bolsa de viaje con forma de nevera. Lleva su ración diaria de leche materna. En los últimos treinta meses ha incorporado a su vida la producción de leche materna. Tras un parto complicado, su hijo falleció a las pocas horas del alumbramiento. 

Ana de pecho generoso y productivo fue informada en el hospital del programa de donación de leche materna. Los primeros días, se sacó la leche, se la recogía una enfermera que la utilizaba para alimentar a varios niños. A ella le venía bien sobre todo para aliviar la tensión en sus pechos.
 
Nunca le pasó por la cabeza convertirse en nodriza. Durante los tres días que estuvo en el hospital tras el parto, compartió habitación con otra madre recién parida. Esta por alguna razón que nunca supo no producía leche, la enfermera le administraba biberones de leche cada tres horas. 

La misma enfermera les explicó a ambas que el hospital tiene un banco de leche materna, varias mujeres desinteresadamente donan su producción o parte de ella para ayudar a los neonatos y a recién nacidos de madres que no pueden amamantar. 

En el momento del alta hospitalaria, le entregaron un folleto explicativo del banco de leche. Ana tras la pérdida de su bebé iba por la vida anestesiada, sin consciencia plena de lo que escuchaba, hablaba o hacía. Guardó el folleto en el bolsillo de su abrigo sin prestar mucha atención. Solo quería regresar a casa. 

A la mañana siguiente lo encontró, se disponía a salir a pasear justo después de sacarse la leche que presionaba su pecho. La había tirado, claro. ¿Para qué la quería? Tenía previsto ir al médico en un par de días para que le ayudara a retirar la producción láctea.

Leyó el folleto varias veces y decidió llamar para informarse. Desde ese momento, encontró un sentido para su situación. El altruismo hasta ese momento no había sido su principal virtud e incluso a su compañero de vida le sorprendió verla comprar esa nevera de lactante. ¿Para qué? Pensó. 

Ana se presentó en el hospital al día siguiente con su nevera y cuatro tomas de leche perfectamente conservadas. 

El hospital sigue un protocolo muy exigente para cuidar de la leche de sus donantes y asegurar la calidad de la misma cuidando la salud de los receptores.

Ana nunca falla a su visita diaria para entregar su leche. Durante estos meses ha conocido a varias donantes, la más prolija es ella.

Gloria habla con Ana durante su entrega, comparte una complicidad ganada a diario por el roce. La invita a pasar tras la puerta usando el gesto conocido moviendo la mano con la palma mirando hacia ella. 

Ana traspasa la puerta de neonatos, ambas se apoyan sus brazos. Con la cabeza Gloria señala hacia Aurora quien da de comer por tercera vez en el día a Juan, sonríe sin apartar su mirada de su pequeñín. Le pone en vertical para ayudarle a eliminar el aire de la toma. El pequeño Juan consigue un sonido fuerte y agudo que reconforta a su madre. Le deja con sumo cuidado en su caja transparente protegido por varias toallas blanca enrolladas junto a él. No ve el momento de dejar de acariciarle. Se tiene que marchar, sabe que le deja en buenas manos y aún así, le cuesta separarse de su lado.

Aurora. Llama Gloria. 

Se acerca a las dos mujeres mientras sus brazos se acomodan en las mangas de su abrigo. Es su hora de regresar a casa.

Mira, le comenta Gloria, quiero que conozcas a Ana. No suelen coincidir donantes con receptoras. Ana dona su leche a diario y Juan es uno de sus fijos.

Aurora y Ana se miran con complicidad. No hablan, sus ojos se comunican en una lengua profunda y silenciosa. Aurora da un paso adelante extendiendo sus manos hacia arriba. Se funden en un abrazo. Sus latidos se acompasan, sus lágrimas se comparten. 

No necesitan hablar, la magia del encuentro explica mucho de una y otra. Se comunican agradecimiento, empatía, humanidad. Se funden como una sola mujer. 

El milagro de la vida.

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