23.1.22

El despertar de Mario

 


Mario se despierta con un sobresalto que le deja aturdido en ese estado intermedio entre la somnolencia y la vida. No tiene claro si sus primeros pensamientos son reales o una prolongación de su sueño. Desconoce el tiempo que ha dormido, por el dolor de espalda y el cómo nota sus articulaciones han debido de ser más de siete horas. Raramente consigue dormir por encima de las seis horas, siempre ha sido de mal dormir. Su sueño habitual es reparador, profundo y corto, los médicos lo definían como mal dormir, él en cambio, prefiere definirlo como un sueño reparador con una duración inferior a lo que se considera normal.

 

Hoy es de esos raros días que su cuerpo se queja por haber descansado de más. Se despereza en la cama lentamente, necesita evacuar líquidos lo que le obliga a incorporarse hasta sentarse al borde de la cama. No localiza sus zapatillas en el suelo, sus pies desnudos cuelgan del lateral de la cama sin llegar a tocar el suelo. Descubre que en lugar de su pijama de algodón fino, tiene las piernas al aire. La camisa que lleva puesta a penas cubre su entrepierna que asoma orgullosa enfocando a la ventana por su reacción mañanera al despertar.

 

Salta para cubrir la distancia de unos centímetros que separan sus pies del frío suelo que no consigue reconocer ni por su color ni por su composición. El contraste de temperatura consigue varios efectos, su consciencia regresa de golpe, al mismo ritmo que pierde consistencia su erección mañanera. Se rasca su nalga derecha marcando sus largas uñas unos pequeños surcos en la piel que se diluyen con rapidez. Tanto gusto siente con ese rascado que su otra mano completa el gesto en la otra nalga. Nunca un gesto tan simple provoca tanto bienestar en una persona. 

 

No reconoce la habitación. Inicia la marcha hacia el baño con movimientos torpes y robotizados.

 

Parece que me he olvidado de andar, mucho he dormido. Un par de minutos tarda hasta que consigue enfrentarse a la taza del servicio, mientras alivia su vejiga su afán de rascado se traslada a su cabeza. A dos manos frota y mueve toda la superficie de su cabellera obteniendo un placer similar al de antes con sus nalgas. 

 

Abre el grifo de la ducha y el primer chorro que le cae está helado, no ha tenido reflejos suficientes para evitar recibir esa descarga de pleno. No le viene mal para espabilarse del todo. No localiza la toalla de baño y termina utilizando la que cuelga junto al lavabo. El espejo le devuelve la imagen de una persona desaliñada, pelo largo, descuidado, barba con zonas canosas con una longitud que le hace calcular que hace un par de semanas que no se ha afeitado.

 

Una mujer menuda, de anchas caderas y pelo rubio teñido entra en el baño haciendo aspavientos y gritando. Su voz aguda atraviesa el cerebro a Mario. No conoce a esta mujer y no sabe qué está haciendo en su baño. Mario oye sin escuchar y mira sin ver, desnudo y aún húmedo tras la ducha desanda el camino hasta su cama seguido por la gritona. Se arropa y se vuelve a dormir en un sueño reparador.

 

Al instante, alarmados por los gritos de la rubia, acuden un médico, otra auxiliar y un enfermero. Toman la temperatura, reconocen a Mario, intentan despertarlo sin éxito. Tres semanas antes, ocurrió un hecho inexplicable para los facultativos, el enfermo de la 502 apareció desnudo y mojado en la cama. Nadie pudo comprender quién había desnudado y duchado al enfermo en coma.

 

Trasladan a Mario a cuidados intensivos con la esperanza de que vuelva a despertar y así poder reaccionar a tiempo, sus constantes vitales se mantienen en niveles mínimos constantes. El sueño profundo lleva al habitual turno de erecciones involuntarias intermitentes. El ascenso de las sábanas bajo la cintura de Mario es motivo de comentarios y atracción para más de una trabajadora de la planta. Mario El mástil es el residente más visitado, cada vez que alza su fuerza una legión de curiosas acude a revisar al enfermo. 

 

Todos lo que leen cuentos saben que besar a la rana despierta al príncipe. Es cosa de tiempo.

1 comentario:

  1. Me encantan las realidades paralelas, ese extrañamiento que surge de la propia realidad y deriva en cualquier dirección como un afluente caprichoso. Si además se le añade una pizca de humor, el cóctel resulta insuperable. Enhorabuena, Ramón.

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