6.2.22

Estoy harto

 


Porque no se puede ser así, tan egoísta siempre, se tiene que hacer lo que tú dices, en el momento que establezcas y de la manera adecuada según tu opinión. Pues ya estoy harto, muy harto. Treinta años así no los aguanta cualquiera, muchos meses bajo tu supervisión caprichosa, demasiados días de opresión bajo la dictadura del "porque lo digo yo". Manuel, no para de pensar en voz alta. Oye el eco de su propia voz rebotando en la pared del final del patio. Mucha casa para solo dos.

 

Muy hijo de su mamá, desde siempre, en el ambiente familiar y patrocinado por sus hermanos mayores se estableció el rol de cuidador de Madre sobre él aunque tiene dos hermanos más pequeños, para todos siempre ha sido el hijo preferido de Madre.

 

La influencia de su progenitora es tan grande que fue espantando una a una a las tres mocosas que se atrevieron a intentar ser novias de su Manuel. —Unas aprovechadas– le repetía cada vez que salía el tema. —Unas muertas de hambre que solo quieren pillar a un inocente con dinero–.

 

Manuel, encargado de las finanzas de su madre, conoce mejor que nadie la escasez de recursos que dispone. Con su pensión y el alquiler del local donde en su día mantuvieron la carnicería que le facilitó la vida a la familia, tienen suficiente para vivir sin estrecheces, nada más.

 

No me líes, madre, siempre con lo mismo. Yo también tengo derecho a tener familia, una esposa que me quiera y un par de hijos. No me repitas que mi familia eres tú, egoísta de mierda. Manuel sigue elevando la voz de sus pensamientos mientras recorre con la fregona la zona más cercana a la puerta del dormitorio materno.

 

Sobre la cama, descansa ella, como esperando que se seque el suelo para levantarse.

 

Manuel recoge la fregona y su cubo y regresa con un rollo de bolsas de basura de tamaño grande, las de cubrir el cubo del jardín. Solo necesita dos bolsas, una de abajo a arriba y la otra en sentido contrario para encontrarse y sobreponerse en el centro. Con una cinta americana cierra el paquete.

 

Ya te digo yo que a partir de hoy será todo diferente, ya es hora de que se me tome en consideración en esta casa. A partir de hoy, se va a hacer lo que diga yo. Ya está bien. Manuel sigue muy enfadado y eso se nota en el tono de su voz que baja hasta el nivel de susurro entre dientes. El nivel de enfado superior, justo el anterior en la escala de cabreo al del uso de la fuerza o del arrebato violento.

 

Carga el pesado paquete en el maletero de su camioneta. La oscuridad de la noche la corta el haz de luz de su furgoneta avanzando por el irregular camino de tierra entre los pinares que rodean el lago artificial creado por la presa hidroeléctrica de la comarca. 


La piedra del diablo es un peñasco que sobresale en la orilla sur del lago, justo por encima de un antiguo desnivel profundo que se inundó en cuanto se terminó la obra de ingeniería. Calcula que tendrá unos treinta metros de profundidad el agua en la orilla del diablo. 

 

Un paquete plastificado cae lastrado por una red llena de piedras desde lo alto del peñasco.

 

A ver si ahora te callas, madre. Manuel regresa a casa con una extraña sensación de libertad. Se quita un peso enorme, matar a su peor diablo es como volver a nacer.

 

De regreso a casa, sus silbidos delatan su alegría.

 

–¿Has enterrado ya al perro? –pregunta su madre desde la cocina.

–Sí, madre. Tal y como tú ordenaste.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte tus sensaciones y emociones. Gracias

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...