27.6.23

Cerrado por vacaciones

 


Es habitual escuchar entre escritores teorizar sobre el temido bloqueo creativo, el famoso síndrome de la hoja en blanco o simplemente el hartazgo por no verse recompensado por el esfuerzo. 


Llevo varios meses desechando borradores desde que me lancé a escribir una nueva novela. Noté que la escritura no fluía como solía, la trama prevista se desvió a lugares donde no me sentía cómodo y la historia no llegaba a ser redonda. Tras varios intentos para organizarme de manera profesional, comprobé que no me llenaba lo escrito y terminó todo en la papelera del ordenador. Mas de ochenta páginas escritas, diversos bocetos inconexos deslavazados que no llegaban a nada desaparecieron junto con los meses de trabajo que necesité para plasmar ese manuscrito fallido.

 

La cocina, otra de mis pasiones, ocupó mis horas de manera muy intensa y satisfactoria. Necesitaba un cambio de ritmo, un receso para ilusionarme de nuevo. Mi cerebro sigue escribiendo mientras mi alma se libera de la presión por teclear un nuevo manuscrito que mejore mi última novela, "Quién".

 

Me obligué a mantener despierta mi pasión por la escritura publicando un relato cada domingo en mi blog www.cuentameagoramon.com Con gran esfuerzo, obligado por la voluntad más que por el placer he logrado cumplir mi compromiso con los lectores que con paciencia me apoyan con cada nuevo relato.

 

La pasión obligada mata lo divertido y muta hacia un trabajo rutinario aburrido y desmotivador.

 

No me voy del todo, siento que necesito liberarme de obligaciones mientras aprovecho el periodo estival para dedicar este tiempo de descanso para reposar mi libertad creativa. Necesito recuperar la ilusión y el placer por crear historias golpeando las techas de mi MacBook.

 

Oficialmente estoy en bloqueo, espero que lo comprendas. Volveré. Cerrado por vacaciones.

11.6.23

La vida

 


Quiti sale del portal a paso ligero, zapatillas deportivas y un vestido ancho para defenderse de los primeros calores del mes de junio. Apenas maquillada y con el cabello recogido con una coleta. 

 

No llega a entender a su marido, Julián. Le prejubilaron por la vía forzosa en el último ERE de su empresa hace dos años ya. Sus ingresos mermaron a menos de la mitad de lo que percibía cuando estaba en activo y unido a una hipoteca sangrante resultado de un cambio de vivienda un año antes de su despido, ha comprometido gravemente su economía. Se une la circunstancia que el acuerdo de rescisión de empleo incluye un beneficio social que en definitiva, es un lastre. La empresa le paga el importe del acuerdo especial con la Seguridad Social manteniendo la cotización en la base máxima. Tras varias búsquedas llegó a la conclusión de que no le interesaba ponerse a trabajar porque de hacerlo, perdería la base de cotización máxima y comprometería su futura pensión de jubilación.

 

Quiti continua con su intensa vida laboral, extensiva en horario, viajes y estrés. Julián mata el día con un ocio poco edificante, estudiar alemán, el cuidado de su hija y largos paseos una vez que la deja en el colegio. Se siente joven para llevar una vida de jubilado. 

 

En sus largos paseos Julián pone su mente a trabajar. Analiza una y otra vez todas las perspectivas y condicionantes de su vida. Persona cerebral, de manera natural revisa todos los condicionantes de la vida con el único fin de conocer cómo está y diseñar la mejor solución. Repasa el cambio que ha dado su vida, sus opciones laborales, sus obligaciones y como cada día, no llega a ninguna conclusión reseñable.

 

A sus cincuenta y cinco años se encuentra joven, bien cuidado y con una larga experiencia profesional. Le cuesta asumir que las empresas lo primero que valoran es la fecha de nacimiento. No suelen arriesgarse a la hora de contratar nuevos empleados con edades superiores a treinta y cinco. En contadas ocasiones, ha tenido la oportunidad de enfrentarse a procesos de selección pero no encuentra ofertas laborales que incluyan cotizaciones máximas. 

 

Obviamente, las personas cerebrales se dedican a pensar y Julián es ejemplo de ello. Y como tiene tiempo lo hace en exceso. Tras dos años de paro laboral, aún no ha encontrado un camino que le motive y le active en su vida.

 

Por la noche, comparten la cena en la mesa de la cocina. Una silenciosa Quiti a quien cada vez le cuesta más hablar de su vida en el trabajo porque nota que esas conversaciones pasan factura a Julián quien no puede disimular la melancolía que asoma en su mirada. 

 

Hubo momentos donde ambos se sentían empoderados y las cenas les ayudaban a compartir sus días e incluso se ofrecían soluciones a los baches del día a día. Quiti y Julián se complementaban y retroalimentaban. Eran un equipo imbatible. 

 

Pensar demasiado es contraproducente para Julián que en su ánimo analítico vigila cada uno de sus actos en la búsqueda de las soluciones que tanto ansía.

 

Los fines de semana siempre han sido el tiempo sagrado para ambos, donde olvidaban los rigores del día a día y se centraban en su relación y en la niña.

 

Quiti no puede más, no entiende lo que le ocurre a Julián, cada vez se muestra menos cariñoso, más osco, apartado y lejano. Echa de menos a su marido y cada viernes se encuentra a un ser sin alma, triste y desanimado. Hoy sábado han discutido, no sabe muy bien por qué razón. Ha terminado exhausta y emocionalmente tocada tras haber rebasado todos los límites siempre antes respetados. Se han gritado y con la niña delante, la discusión derivó en ataques personales y en reproches con olor a cocinados muy lentamente.

 

Julián observa desde la ventana, el paso decidido de Quiti en dirección a la parada de metro. Un creciente hormigueo le aprieta el pecho. Se reconoce arrepentido por su reacción en la discusión. Escucha el llanto apagado contra la almohada de su hija. Arrastra los pies mientras muda su cara a sonrisa, todo por la causa de calmar a la niña que no tiene culpa de nada. 

 

–Pobre Quiti– piensa Julián, impaciente por su regreso para disculpase. Echa de menos sentirse hombre y respetarse a sí mismo. Echa de menos su vida, esa que se marchó con el puto ERE que le robó el trabajo y la felicidad. 

4.6.23

Olor a vainilla

 


La mañana invita a salir, los primeros rayos de sol de la primavera pugnan por caldear el parque escarchado, en un par de horas, los jubilados más madrugadores pasearán sus rutinas de salud y bienestar. Centenares de viandantes ya sea por placer o por recomendación médica se concentrarán en el parque cada uno con su propia ruta de lucha contra el colesterol.

 

Salvador aprovechan los rayos del mediodía para templar sus huesos, comparte banco con otros tres ancianos que imitando a los lagartos calientan sus cuerpos al sol. Protege su cabeza con un elegante sombrero Panamá mientras disfruta releyendo una de las antiguas novelas rescatadas de su librería. A pesar de su edad, superados los ochenta y cinco, puede presumir de mantener una vista suficiente como para entretener el tiempo leyendo.

 

Desde siempre tuvo una costumbre, firmar los libros en su primera hoja una vez había terminado su lectura, indicando la fecha junto a la rúbrica. Tres firmas dan fe de antiguas lecturas durante décadas diferentes, fue una de sus primeras lecturas posesivas, de esas que enganchan, allá por sus lozanos veinte años. Sesenta y cinco años después, vuelve a disfrutar con los personajes y la trama que a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo actual. Escribir sobre las pasiones humanas permite perpetuar una historia a lo largo de los años sin que pierda frescura.

 

A la hora prometida, su nieto Salva avanza con paso ligero hacia él, sonriente, de buena planta, con movimientos elegantes que le recuerdan mucho a la abuela que le dejó hace media vida ya. 

 

–Hola abuelo, ¿disfrutando del sol de primavera?

 

Abuelo y nieto coinciden en mucho más que en el nombre, comparten la afición por la lectura, por la reflexión, la juerga y el Atlético de Madrid. El nieto ha heredado su abono para ir a los partidos de liga y cada semana de partido le visita para ponerle al día sobre todo lo acontecido en el campo. 

 

El abuelo mantiene su novela, ahora cerrada, en la mano izquierda. Permite que la curiosidad de Salva tome prestado su libro. Instintivamente repite su ritual, casi calcado al seguido por su abuelo, acaricia la tapa del libro y se lleva a la nariz el lomo, aspira profundamente inhalando los aromas de papel, pegamento, polvo, hilos y tinta. Elegimos pareja por la vista, el tacto y el olor. Con los libros ocurre lo mismo, te enamora la portada, la calidez del lomo y el olor a nuevo. Sin enamoramiento no existe la lectura. 

 

–Espero que me lo dejes cuando lo termines, abuelo.

 

Abre la portada y descubre las tres pruebas de lecturas anteriores.

 

–Mucho te debe gustar porque vas por la cuarta vez.

–La trama es interesante, sus personajes están bien diseñados pero sobre todo me sirve para recordar las sensaciones de cada vez que lo leí. Cuando lo termine te lo paso.

 

La melancolía dibuja la mirada del abuelo, un recuerdo hondo le acompaña desde que eligió la novela. Conoció a Sonia leyendo, ambos coincidieron en la cafetería devorando las páginas de la misma novela. Reconocieron las portadas y se acercaron a compartir sus experiencias. No era un libro de moda ni tampoco el más recomendado, ambos lo adquirieron en un puesto de libros usados que cada día se plantaba en la Plaza de Castilla. 

 

A Salva le gustó el rostro de Sonia, qué mejor portada para llamar la atención. Y su olor, qué decir de ese olor. Lavanda con toques de vainilla. Al abrir el libro le vuelve ese olor y el recuerdo del amor, de la mirada, de las risas, del apoyo incondicional, de su hijo, de las vacaciones, de las ilusiones, de la enfermedad, del dolor, de la pérdida y del entierro. Huele a vida.

 

Salvador no dice nada, se centra en acariciar la mano de su nieto. Aprovecha sus cortas visitas disfrutando de cada minuto.

 

–Abuelo, ¿viste el partido del Atleti?

 

Salvador regresa de sus recuerdos y se centra en la visita. Salva también huele a vainilla.

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...