26.12.19

Primer duelo

Dedica unos minutos a decidir qué ponerse, es un día importante. Reunión anual de los amigos del barrio y colegio. Todos los años en el mes de febrero organizan una comida de pinchos para veinte personas, eligen realizar la celebración de pie para facilitar la comunicación libre entre ellos ,  moverse para poder hablar con unos y otros sin la limitación que te exige permanecer sentado y hablar solo con los compañeros cercanos de mesa. 


Pantalones chinos claros, camisa azul clara cortada a medida y americana azul marino de lino y lana.  Hackett, su marca preferida. 



Este año le ha tocado a Miguel la organización del evento, ha reservado un pabellón exterior climatizado en el jardín de un hotel cerca de la plaza de toros.


Las parejas llegan puntuales, las diez, a medida que se incorporan al grupo, el rito de los abrazos y besos se repite hasta que llegan los dos últimos, Pedro y Laura, como siempre. Viven el Boadilla y eso les da la excusa perfecta para justificar su retraso. No quieren reconocer que cuando vivían en El Barrio de Quintana, a cinco minutos andando, también llegaban los últimos. Les gusta llegar al final, para que les esperen. 

Este año el evento está lleno de un espíritu especial, algo les une a los chicos, a los compañeros de colegio en la infancia. Este año, todos cumplen cincuenta años. Es la razón por la que se han dado más importancia a la quedada. Es lo que tiene cumplir un número significativo y redondo.

La comida es de buena calidad, lo que más circula es la bebida. Antaño abusaban de la cerveza, poco a poco se van incorporando nuevos adeptos a una nueva religión, el vino. Unos prefieren blanco, la mayoría, tinto. Miguel como buen anfitrión empieza con blanco lo que le da la oportunidad de brindar con sus partidarios y luego se abre al tinto. Brinda con todos. 

La amistad de cuarenta y cinco años se nota, suenan risas, la sonrisa ilumina la cara de la mayoría junto con el buen ambiente reinante. Se conocen, se respetan, no se juzgan. Son amigos de verdad, sin disimulos, sin disfrazar su realidad. Son como son, se respetan y quieren. Comentan el uso generalizado de gafas para leer, como crecen los pelos de las orejas y las cejas, los problemas de visión de moscas, las primeras visitas al urólogo. Son aprendices de lo que les espera en unos años. Agendas médicas repletas de revisiones periódicas sean o no necesarias. Para cuando se jubilen, ahora se sienten fuertes, seguros, orgullosos de la vida que les ha tocado vivir.

Las sonrisas en la esquina donde el cortador de jamón se está ganado el sueldo ante la demanda continua de tapas, se van relajando. La redonda cara de Almudena dibuja el recorrido de una lágrima. Está comentando algo con Maite, la mujer de Juan Luis. Ambas han sido los únicos amores de Juan Luis. Almudena en la adolescencia y Maite desde la universidad. Se llevan bien. La relación adolescente sobrevivió al paso del tiempo, ese amor no maduró,  se quedó en ilusión. Maite apareció como un huracán en su vida, la llenó del todo. Se le ve feliz con ella. 

Maite la está poniendo al día de la situación de Juan Luis. Este intuye lo que está ocurriendo y se acerca a ambas.

- Chicas, de verdad, lo único que deseo es pasármelo bien y no preocupar a los demás. Es una enfermedad, mañana será otro día. No busco ser la razón para romper este ambiente tan maravilloso. 

- ¡Lo siento tanto!. Almudena está muy dolida. Fueron novios hace una vida y aún conservan esa afinidad entre ellos muy cercana, muy de saber que entre ellos no hay atracción, solo cariño.

Los deseos de Juan Luis no se pueden cumplir, el sufrimiento de Almudena y de Maite es tan evidente para todos y en definitiva se conocen todos tan bien que enseguida  reconocen  que algo pasa con ellos.  La curiosidad se impone a la prudencia. Comienza Enrique, siempre tan espontáneo y carente de todo tacto.

- ¿Qué os traéis entre manos? ¿Lo sabe Manolo?. Manolo es el marido de Almudena, apodado el consentido en la creencia popular que Juan Luis mantiene un trío vitalicio. 

José Luis le mira sin contestar. La barra y una nueva copa de vino le llaman. No quiere empezar una discusión con Enrique. 

- ¿Qué pasa?¿Qué he dicho?

- Eres tonto, Enrique. Le contesta Almudena. Muy tonto.

Con tan sesuda explicación, el corto cerebro de Enrique no consigue procesar donde está su error. Se gira, necesita la guía de Mercedes. La única que sabe ver sus virtudes por encima de sus meteduras de pata.

La noticia, gota a gota se abre camino entre los asistentes. El origen la preocupación de Maite y Almudena. En breves minutos las risas menguan, las miradas cambian. Todos son conscientes que es la última comida todos juntos. Juan Luis se va, no tiene cura, dos o tres meses a lo sumo.

El dolor conjunto es más llevadero, Maite no puede más, considera que sus amigos tienen derecho  a conocer la verdad y tener la oportunidad de despedirse. Juan Luis quiere despedirse de fiesta, no de luto anticipado. La fiesta ya no lo es, se queda en reunión. Siguen los abrazos, ahora son más apretados. Todos necesitan sentirse vivos, queridos, cercanos.

Juan Luis no te vayas. Lucha. No te vayas. Es el primero en irse. Nuevas sensaciones, dolor intenso. Duele la pérdida, duele saber que habrá más.



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