24.12.19

¡Qué frikis estos españoles por Navidad!

Me llamo Joseph, Joe, nací en Boston (U.S.A.), en el seno de una familia católica, irlandesa, donde ser policía es casi una obligación, igual que beber cerveza o celebrar el Saint Patrick todos los años vestidos de verde hasta los calzoncillos. Rubio, pecoso, grande, un genuino irlandés.
Este pasado junio vine a Madrid para estudiar el español de España, diferente al que nos dieron en la escuela y en el High School. Tras terminar mis estudios de leyes, decidí embarcarme en un viaje cultural a una tierra que siempre me fascinó, España.
Vivo con una familia en la habitación que utilizaba la abuela hasta su fallecimiento. Mantiene sus cuadros de santos, vírgenes y otro de la pasión de Cristo. Estoy como en casa. El domicilio está bien ubicado en un barrio céntrico con excelentes comunicaciones, amplio, con cuatro habitaciones, suficientes para el matrimonio con sus dos hijos de diecisiete y veinte años. Buenos estudiantes, ordenados, educados y muy amigos de salir y pasarlo bien. La cercanía de edad me ha ayudado a compartir con ellos alguna que otra noche de juerga, incluso he podido conocer a sus amigas, muy amantes de lo extranjero. 
Tanto orden en casa me produce un nivel de estrés al que aún no me he acostumbrado. Me obligo a guardar la ropa doblada en los cajones del armario, a colgar el abrigo en la percha, a tener los pantalones colgados, a hacer la cama e incluso a ayudar en la limpieza los días que falla la empleada doméstica. Si mi mom me viera, no dejaría de sorprenderse. 
El carácter abierto y sociable de los madrileños me ha encantado desde que aterricé, tienen la habilidad de hacerte sentir como en casa desde el primer momento. Me ha sido muy fácil acoplarme a los horarios de comida e incluso a los tipos de comida. A la cervecita y la tapa. Me he visto obligado a incrementar mis ritmos de deporte, ahora salgo a correr todos los días, luchar contra mi tendencia a crecer a lo ancho es muy sacrificado.
Lo que más me ha sorprendido es la Navidad. Encienden las luces a mediados de noviembre, con luces que bien valen para Navidad, como para carnaval o para las fiestas populares. El pistoletazo de la locura colectiva empieza en el Black Friday. Una costumbre de mi tierra que ha sido adoptada en Madrid como propia. Hay descuentos de Black Friday es todos los productos, incluso en moda, complementos. Un anticipo a las rebajas. Desde ese momento es un no parar.
A principio de diciembre tienen dos fiestas muy bien aprovechadas, pues es semana casi festiva para muchos, el centro de Madrid se llena hasta el límite de la prudencia. Vienen de toda España esos días para comprar a Madrid. 
Mis padres españoles tuvieron cenas de empresa a mitad de diciembre, además de otras comidas o cenas con amigos, compañeros y afines.
El día 24, ya estaba harto de comidas y todavía no había empezado la Navidad. Cena de nochebuena, en familia, se juntan catorce, quince personas. Riegan las fiestas con mucho vino y en cada casa parece que la cantidad de comida es la equivalente a la ración media de una persona para todo un mes. 
El 25, para no bajar el nivel, cambian de casa para juntarse prácticamente las mismas personas que la noche anterior y más comida, mucha más.
Los días siguientes son de ropa vieja, aprovechan las sobras de la cena y la comida de los días festivos. 
Lo más sorprendente es el reto viral, no sé cómo se ponen de acuerdo, un país donde cuesta un mundo coincidir con las ideas del vecino, donde la queja es el deporte nacional, celebran el cambio de año, comiendo 12 uvas, una por campanada. Todos. Hasta los que no les gusta ese fruto. Alguno se atraganta y lo pasa mal, pero para evitar ser señalado, insiste hasta terminar su ración de uvas. Hay personas que le quitan la piel y los huesos a las uvas, incluso, el rarito de la familia en lugar de uvas utiliza gajos de mandarina para acompañar las campanadas. 
Se defienden cuando comento lo frikis que encuentro sus costumbres y se ríen de la costumbre italiana de comer lentejas para cambiar de año, de la cuenta atrás americana, de barrer la casa y pasear con una maleta en Chile o romper platos en Dinamarca.
Lo más complicado para mi comprensión fue el masoquismo demostrado con sus hijos pequeños, les tienen esperando todas las vacaciones para entregarles los regalos el último día, antes de volver al colegio.
Su carácter práctico les hace adaptar cualquier costumbre que les suponga una ventaja y la incorporan con naturalidad a su vida. Si te fijas, se regalan por Black Friday, por Santa Clauss y por los Reyes Magos. En las casas conviven el árbol de Navidad, propio de mi tierra, junto con el Belén, ese juego de Roll de una campiña con figuras en miniatura donde no puede faltar un pastor cagando, un río y mucho ganado.
Se pasan las semanas comiendo en un festival continuo de cordero, besugo, langostinos y jamón. Bendito jamón. Toman uvas en fin de año, sí, saben disfrutan como nadie, incluso se comen las pepitas de las uvas por no escupirlas. 
Los polvorones se quedan en una bandeja en el salón de la casa hasta que se agotan, allá por Semana Santa. Me encantan los de las monjas, con mucha manteca y almendra.
Después de las fiestas incremento en un kilómetro mi ronda diaria corriendo. Así no hay quien pueda. 
¡Qué país! disfrutan como nadie. 
Me encantan estos frikis
El año que viene traigo a Mom and Dad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte tus sensaciones y emociones. Gracias

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...