30.12.19

Tristeza

En el centro de la sala, rodeada de dos sofás de dos plazas y dos sillas, corona la estancia una mesa camilla. Con su faldón de tela imitando al terciopelo de color granate con flecos rozando el suelo.

La superficie está protegida con un vidrio grueso que a la vez mantiene visibles y sin dañar la colección de fotos que adorna la superficie de la mesa.

La reina absoluta de las fotos es su nieta pequeña, la alegría de la casa, la que más viene de visita, alegrando con su habla sin fin a la abuela Loli.

Loli cumple ochenta y nueve años este invierno, a penas se mueve ya. Su cadera fue reconstruida en dos ocasiones con sendas prótesis, más otra rodilla también de material. La artrosis le impide otra operación más, le dice su médico que es muy complicado a su edad y sobre todo en su condición.

Su larga y dura vida se dibuja en su cara, viuda con treinta y dos años, sin estudios, sin ahorros y al cuidado de tres hijas. Una de ellas, recién nacida. Amparo. La mayor, Lola, con doce se convirtió en la madre de las hermanas mientras Loli se ganaba la vida sirviendo en varias casas.

Una vida miserable, donde apenas se pudieron permitir algún lujo. La sonrisa desapareció de los labios de Loli. No recordó el significado de felicidad.

No aprendió a vivir, ni a disfrutar de la vida. Solo sobrevivía y lamentaba cada día de su mala suerte.

A los cincuenta años se quedó sola. Sus hijas se habían buscado otra vida. En principio se casaron, buscaron vidas diferentes. Aprendieron amargura y replicaron su visión de la vida. Amargaron a sus maridos y las dejaron. Una familia de solitarias amargadas y tristes.

Su hija pequeña, Amparo, se juntó años más tarde con otro hombre, un taxista gordo y soez. La hizo feliz al final de su cuarentena. Por un milagro de la naturaleza quedó en cinta. Esa fue la versión que contaron al mundo. 

Amparo y Luis, su taxista, se pusieron en manos de una clínica de fecundación para conseguir modelar un descendiente a tan tardía edad. Si lo había hecho AnaRosa, la de la tele, con cincuenta ¿Por qué no nosotros? 

A los ochenta y un años Loli fue abuela. La única mueca comprensible como sonrisa se le recuerda cuando salió del quirófano Luis con un paquete enrollado de tela con una niña roja producto del fórceps, fea como su padre y con los labios caídos en forma de U invertida como su madre y abuela materna.

Esos labios no están hechos para sonreír, son labios para amargar. Nació Agustina, Tina, en honor a su abuela paterna. La verruga con pelo sonriente que escoltaba orgullosa a su hijo.

Tina viene esta tarde con su madre Amparo a visitar a la abuela Loli, ya no se puede mover, con lo que ha sido ella de ir a todos los lados andando para no gastar ni un céntimo y ahorrarlos para sus hijas.

A la salida del colegio tras un paseo de escasos diez minutos, Tina llega con su madre a la casa de la abuela. La estancia huele a vieja, huela a rancio, a pis, a aburrimiento. La televisión está encendida todo el día, en Telecinco. Su intelecto no da para más. La entretienen los debates y cotilleos de los famosetes que diariamente dedican horas y horas a destripar la vida de otros que viven sustancialmente de salir en los medios.

Loli se encuentra especialmente molesta hoy. Le roza el pañal y le ha provocado una herida en la ingle. Ese picor no la deja descansar. El olor a pis la acompaña desde hace unos años, al no poder moverse tiene el paquete puesto durante todo el día. Por aquello del ahorro, elige los más baratos, menos confortables, aislados y efectivos. 

La marca blanca suele ser la peor decisión. Y en pañales está comprobado, mucha peor opción. 

La visita de hoy es para duchar a Loli. Amparo una vez a la semana ayuda a su madre en su higiene. Por mera insistencia, Amparo ha conseguido comprar una silla de ruedas para facilitar la movilidad a su madre, la misma silla les permite una ducha eficaz.

Tina se entretiene merendando y con los dibujos de la tele. Suele abrir la ventana para ventilar. No le gusta el olor de la casa, se le mete en el cerebro y tarda días en desprenderse. Ese olor se le quedará grabado como el olor de la muerte.

Loli se fue la segunda noche del año, sola, aburrida y meada. La vida que no supo vivir tampoco la supo despedir.  Mas que vida, fue duración. 

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