25.2.20

Amanda




Querida Amanda:

El fuerte amanecer que me saluda todas las mañanas a través de la ventana en mi habitación me recuerda a tu fuerza vital. Ese sol que se abre camino hacia nuestras cabezas, asoma en el horizonte iluminando mi estancia, filtrando sus rayos a través de la fina persiana de listones de cañas. 
Ese amanecer marca mi inicio de jornada, bajo a la playa para estirar y correr cerca de la orilla durante una hora. Necesito ese ejercicio para activarme cada día, ya sabes que este destino de servicio no me satisface, me regala insatisfacción el servicio a la patria impidiendo que salten la valla los emigrantes que han pasado todo tipo de calamidades en su búsqueda de un mundo mejor lleno de posibilidades. Me separa de tu compañía durante seis largos y húmedos meses. 
Mi habitación en la residencia militar es de lo más espartana, me recomendaron alquilarme un piso en la ciudad. Decidí quedarme en la residencia, soy cómodo ya lo sabes, además no hay nada más triste que un piso vacío al regresar del servicio.
Tengo miedo a que me olvides hija mía, para atender los gastos de esa clínica tan buena donde descansas necesito solicitar destinos con mayor paga que me alejan físicamente de ti. Quedas al cuidado de esas monjas tan cariñosas además de las visitas semanales de tu tía Eva.
La esclerosis lateral amiotrófica que ya se llevó a tu madre hace unos años se ha aposentado dentro de ti. La enfermedad gusano la llamaba tu madre, se apoderó de ella en dos años y medio. Mucho me dolió la lucha diaria, me consumía asumir que tantos cuidados no tendrían buen fin. Ambos sabíamos que era una pelea perdida de antemano. Suerte que te teníamos a ti, alegre, feliz, juguetona, siempre la hacías reír con tus entonces cinco añitos. 
Cuando te diagnosticaron el mismo gusano noté cómo mi alma se quebraba por dentro, desde entonces soy un cadáver andante, un zombi. Me duele verte así. Las monjas de la clínica me piden constantemente que pida el traslado para acompañarte. Difícil elección, revivir el sufrimiento que viví mientras tu madre se apagaba contigo y no poder pagar los mejores cuidados o trabajar en destinos rentables para poder financiar tus mejores cuidados sin mi presencia. Me traslado a Madrid cada quince días. Me permiten doblar turnos para poder unir cuatro días de permiso para compartir contigo cada minuto. Nada es fácil hija. Nos quedamos muy endeudados tras la enfermedad de tu madre, devolver los préstamos solicitados me quita casi la mitad del sueldo. Los bancos no me dan más crédito y estamos solos. Las monjas muy majas pero caras y en su orden no parece que exista la caridad cristiana gratuita.
Sé que me equivoco, tomo las decisiones equivocadas Cierto es que tu mirada al reencontrarnos me expresan comprensión y cariño. Tu mirada me alimenta. Si te digo la verdad ya ni lloro en el camino de regreso al norte de África, decidí disfrutar contigo cada minuto de convivencia.
Ayer me escribió un correo electrónico Sor Candelario para prepararme para el final. Este mediodía salgo hacia Madrid. He pedido una licencia a mi Coronel para acompañarte en tus últimos días. Me la han concedido sin ningún problema.
Amanda, cariño, te vas a ir con Mamá. Esperarme, con mucha paciencia eso sí. No tengo prisa en marchar aunque vivir se me hace cada día más duro.
Firmado, Papá

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Estimado Sr López:
Lamentamos mucho informarle de la situación terminal que presenta Amanda, el final de su enfermedad está próximo, sería de agradecer que pudiera acercarse para acompañarla en sus últimos días. Le ofrecemos ayuda de nuestros psicólogos del centro para aceptar la despedida y facilitarles el tránsito.

Atentamente,
Sor Candelario
Gerente
Residencia El descanso

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Estimada Sor Candelario:
Agradezco su aviso, mañana por la tarde estaré en la Residencia.
Un abrazo,
Luis López

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Querido Papá:

Si recibes este correo es porque saben en la Residencia que me muero, sepas que lo he escrito hace muchos meses cuando podía utilizar un puntero con la boca.
Quiero que sepas el gran cariño que tengo por ti, lo muy agradecida que estoy por la vida tan maravillosa que hemos compartido. No sé si me iré con trece o si llegaré a los catorce años. Este gusano como lo llamaba Mamá te deteriora, te dobla, te aplasta día tras día lo noto. También soy muy consciente de tu dolor, lo percibo en tus miradas. Eres una gran padre, siempre lo has sido y quiero que lo sepas. Si la vida me hubiera dado la oportunidad habría elegido como mi marido a alguien como tú. Leal, servicial, amante de los demás, cariñoso y buen padre.
No quiero que te entristezcas, ni te culpabilices por nada. Entiendo tu trabajo y tus destinos, mi enfermedad no avanza más lenta solo porque estés a mi lado. Me siento acompañada contigo.
Solo quiero que sepas que te quiero y que eres el mejor padre de todos.
Un beso
Amanda

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La sensación que me acompaña durante el viaje a Madrid es terrible, me preparo para la despedida de Amanda. Su vida pasa por mi mente como un rayo. No ha conocido el amor de juventud, ni la rebeldía  propia de su edad, ni ha experimentado con la mentira, la vagancia, el aislamiento, las redes sociales. Desde los once años sobrevive a su gusano. No dejo de sentir lástima por ella. Una vida corta, amputada, injusta. Su vida.

Poco antes de las seis de la tarde entro en la Residencia, un oasis de paz entre el ruido y las prisas del exterior. Al llegar a la habitación de Amanda me encuentro con mi hermana Eva, mi hija descansa dormida por efecto de algún sedante. Notan mi presencia en la planta y viene a recibirme Sor Candelario acompañada de un joven espigado con melena recogida en una coleta. Me repelen los melenudos, tantos años en el estamento militar me dicta mi conciencia y mis gustos, no me gustan las greñas. Me lo presenta como el psicólogo a quien despacho con muy buenas palabras. No soy capaz de centrarme en la conversación con él, solo me viene al cerebro, córtate el pelo,  menudas greñas, vaya pinta tienes y otras mucho más fuertes. No me fío y no quiero que hable con Amanda.

Finalmente nos quedamos solos y despierto a Amanda, a ella le gusta que la despierte cuando llego para saludarme con esos ojos verdes heredados de su madre. La abrazo y le sostengo su mano, pasan horas mientras la cuento historias, la informo que he recibido su correo que me envió Sor Candelario y  leo mi última carta que no llegué a enviar. 

Su mirada me despide, se apaga, lo noto, repite la liturgia de su madre. Se van juntas, están juntas, unidas. Guardarme un lugar cómodo. Mi querida Amanda, mi dulce hija.

Eva me abraza, estoy en paz, sereno, ya he pasado por esto hace poco. Me lo sé, conozco las fases del dolor. Tengo callo, me duele menos que la primera vez, esta vez estaba preparado. Sabía lo que iba a pasar.

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Estimado Sr. López:

Le adjuntamos la factura de nuestros servicios correspondientes al mes de enero del corriente
Atentamente,

Administración 
Residencia El descanso

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La vida sigue, incluso con sus imperfecciones y sus malas coincidencias.

Sigo cuidando de la valla al norte de África, un trabajo extraño, debes impedir que la salten y una vez han saltado les debes ayudar. Un sin sentido humanitario y de leyes protectoras de la civilización occidental.

Esta noche han saltado en avalancha varios centenares de emigrantes, descubrí a una mujer con mirada penetrante, decidida, con mucha fuerza. Una mirada oscura, ojos negros brillantes. Ojos de decisión. La mirada de Amanda, con otro color, la mirada de la fuerza. No hice por detenerla, la indiqué con un golpe de cabeza por dónde debía correr para evitar a los refuerzos de la Guardia Civil que venían en nuestro apoyo.

Amanda vive, con otro color, en otra vida. Esa mirada, esa fuerza. Era ella. Corre Amanda, corre. Te queda mucho viaje para llegar a tu destino. Bienvenida a Europa, bienvenida a casa.



2 comentarios:

  1. Cada dua te sale más bonito. No dejas de sorprenderme muy muy gratamente. Muchas gracias Ramon.

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