4.8.22

Deseo

 



Tres pares de ojos negros, brillantes, vivaces y llenos de deseo escrutan al fruto prohibido tras la valla de piedra. En ningún momento se permiten perder del campo de visión su bien más deseado. El resto de sus sentidos confirman que están solos y nadie les observa.

 

Las tres respiraciones se acompasan a un ritmo expectante, los pechos se inflan haciendo fuelle a ritmo de carrera. El labio superior prueba el reconocible sabor salado de las perlas que resbalan por el bigotillo, apenas afeitado un par de veces. Las manos resbaladizas buscan alivio a su humedad frotando las perneras a la altura de los muslos. Una risita silenciosa como un hipido se oye entre dientes como un susurro.

 

Tras la ducha esa piel, hecha para abrazar y acariciar, está totalmente llena de gotas de agua que encuentran su camino descendiente ayudadas por la gravedad marcando su camino como una caricia húmeda infinita. El tercio superior, con su zona más carnosa, pide a gritos unas manos fuertes que colmen su contorno. El agua descendente concentra todos sus itinerarios en la oquedad oscura.

 

Los tres mirones se organizan en función a lo que se espera de cada uno de ellos, el más lanzado apuesta por saltar la valla e ir hacia ella. Los otros dos no se atreven a moverse, dejan al más decidido la responsabilidad del contacto.

 

Los dos pares de ojos vigilantes no pierden detalle a cámara lenta, no sabrán calcular el tiempo, para ellos será eterno, para el corredor apenas son cuatro segundos. Con un salto salva la valla y aterriza con ambos pies sobre el terreno plantado de hierba cuidada, calcula que solo cinco zancadas le separan de su objetivo. 

 

Al fondo se oye una voz grave y profunda del dueño de la finca que baja los cuatro escalones que separan el porche de la vivienda de su jardín con intención se expulsar al invasor y defender su bien más preciado. En su mano, un cuchillo que reposaba sobre la mesa junto a una jarra de limonada.

 

La velocidad del invasor se impone, alcanza su objetivo, su mano aprieta el trofeo que se mantiene húmedo y fresco. Retrocede hacia la valla, al lugar donde sus compañeros han abandonado huyendo del cuchillo que agarra el enfurecido dueño de la finca. Salta la valla con agilidad y al sentirse seguro fuera del alcance del energúmeno con el cuchillo amenazante clava sus dientes en el fruto prohibido. Nunca una manzana había sido tan sudada.

10.7.22

De hoy no pasa


 

Sofía recorre con la mirada el dormitorio. Sentada sobre la almohada con la pierna derecha cruzada apoyando el pie cerca de la rodilla de la pierna contraria. Espalda recta sobre el cabecero de madera de la cama. Madruga, un desasosiego antiguo la visita cada pocos días, el recuerdo de una tarea pendiente que no termina de culminar.

 

A su derecha, estirado todo lo que le permite su anatomía, Alfredo. En su momento fue guapo, seductor e irresistible. Los años le han criado una tripa prominente que dobla el volumen de su cintura, poco pelo en la cabeza, canas en el pecho y las uñas de los pies descuidadas. Eso fue desde que perdió vista y ahora fía la pedicura al calendario. Un aviso del móvil cada cuatro sábados le recuerda su sesión de contorsionismo imposible. Semejante estómago le impide doblarse como necesita para utilizar con precisión el cortaúñas. Sofía nota que bajo la barriga, un bulto morcillón lucha por sobrevivir donde el recuerdo sitúa despertares hinchados de poder, de eso hace casi veinte años. Alfredo ya ni recuerda aquellas sensaciones por domar la erección mañanera. Un desperdicio de ser en decadencia. El hijoputa ronca como un oso cavernario. Sofía no recuerda en qué momento llegó a acostumbrarse a ese nivel de decibelios con ritmo que preceden angustiosos minutos de ahogamiento. Una apnea incurable que para aliviarse debe perder más de veinte kilos.

 

–¡Qué ser! Le dejo. No le soporto más–. Me repito mentalmente. Sábado, encima hoy me vendrá a buscar, ya son demasiados días excusándome con cansancios, dolores y sueños. Hoy se le alinearán los astros. Hubo momentos que en cuanto me tocaba me encendía la mecha pirotécnica hasta llegar al castillo de fuego y placer. Siempre ha sabido dónde, cómo y el momento adecuado para pulsar cada tecla de mi cuerpo. La caída de las hojas del calendario olvidó la mecha y los fuegos artificiales. Tras tantos años compartiendo lecho, ahora, cuando me toca es como si me tocara yo misma, descubres que sus manos son las tuyas, su respiración es la tuya, su ritmo es el tuyo. Alfredo es muy efectivo, domina el orden, el dónde, el cómo e incluso el cuánto. Al final siempre llega a la diana, tengo premio, sí, sin sorpresas ni emociones. Cumple y no me quejo, a mí me toca corresponderle y de esta manera renovamos el pacto de convivencia por unas semanas más.

 

Y eso toca hoy. Pero no quiero renovar. Quiero dejarle, como he deseado durante toda la vida. Soy muy tonta, lo reconozco, me dejo llevar y por complacer a todos navego sobre la ola de la vida de los demás surfeando sin caer jamás. ¿Y si a mí lo que me gusta es bucear en la vida? Pasan los años y mi vocación por agradar la vida a los demás hipoteca la mía.

 

Veintidós años hace que terminé mis estudios y regresé a Alicante tras unos años de libertad en Madrid donde conocí a personas muy interesantes y algún que otro escarceo amoroso que me alegró la estancia. 

 

Durante el trayecto en autobús repasé mentalmente los argumentos para armarme de razones y dejarlo con él. La distancia y los contactos esporádicos habían dilatado un noviazgo vacío donde dos personas tan alejadas en lo fundamental se reunían durante las vacaciones y algún fin de semana para beber y pasear con la pandilla de siempre, follar precipitadamente antes de dejarme en casa de mis padres para regresar, el domingo, yo sola a continuar mis estudios de biología en Madrid.

 

Una vez desciendo del autobús, en la dársena, un grupo de adolescentes veinteañeros montan jaleo con pancartas y globos con mi nombre escrito. Disfrazados tras unas gafas de plástico con narizota incorporada y bigote el grupo corea mi canción favorita. Alfredo ha movilizado a la pandilla al completo para darme un recibimiento festivo, han sido cinco años muy largos para él.

 

Esa tarde no pude descansar, tras dejar la maleta en casa, me dejé llevar y la fiesta se prolongó hasta el amanecer. No pude dejarle, no era el momento. Mal dormí en mi cama de siempre dando vueltas sin poder conciliar el sueño y repitiéndome los argumentos para romper con él. No es tan difícil, me repetía.

 

Me desperté a la hora de comer, tras el poco descanso y la mucha humedad de mi tierra a la que había dejado de acostumbrarme tras los años pasados en Madrid, descubro mi imagen en el espejo y me saludan unos ojos saltones como los de una rana. Mi alma luchaba por regresar a la almohada buscando el sosiego y la paz que tanto anhelaba.

 

–Sofia, ahora tendrás que organizarte la vida ¿no?

–No me marees ahora, mamá. Terminé el último examen ayer, dentro de unos días me organizaré para empezar a buscar trabajo. No voy a quedarme aquí para siempre.

–Claro, hija, claro. El sábado nos ha invitado a comer Elena, la madre de Alfredo. Entre las dos tenemos muy avanzado el plan de la celebración de vuestra boda.

 

No me lo podía creer, el plan de mi madre consiste en encerrarme en un matrimonio que está muy lejos de mis planes vitales. Ella sigue detallando su plan de la celebración mientras mi cerebro busca un rincón de paz lejos de todo eso. Miro a mi padre buscando apoyo y le encuentro embobado centrando toda su atención en mi madre. No tengo salida. No me voy a casar, si le voy a dejar. Luego pensaré cómo solucionar este disgusto a mis padres, con la ilusión que tienen por verme casada. 


Me gustaría que tuvieran ilusión por verme feliz o incluso que me preguntaran mis deseos antes de darlos por conocidos. Claro que cinco años de viajes para coincidir con Alfredo a ojos de los demás es una demostración de amor incondicional. El muy cabrito solo en dos ocasiones se le ocurrió visitarme en Madrid, cuando está a la misma distancia.

 

Mi madre sigue relatando su plan de mesas, menú, vestidos, banda de música, etc. Lo tiene todo muy pensado, ha diseñado la boda ideal que le hubiera haber tenido a ella y que no pudo ser por casarse casi en secreto repudiada por su familia por elegir a un hombre de mala reputación. Si mi padre es un bendito...

 

La dejo con la palabra en la boca para refugiarme en mi habitación, necesito pensar cómo dejo a Alfredo antes de que todo esto se salga de madre.

 

Un nuevo ronquido me despierta de mis recuerdos, las siete de la mañana, los riñones me duelen por la postura. Veintidós años han pasado y no hay ningún día que me olvide de recordarme que tengo una tarea pendiente, dejarle. 

 

Hada, mi perrita, nota que estoy despierta. Me aguarda en el pasillo, justo en la puerta de mi habitación que tiene prohibida traspasar. Con su carita graciosa, espera paciente que me dirija hacia ella para el paseo matinal. Es la única que me entiende, la que me defiende cuando discuto con Alfredo y es la única que se atreve a ladrarle.

 

Está decidido, hoy le dejo. Recupero la horizontalidad, abrazo la almohada y entro en el mundo de los sueños. El lugar donde siempre estoy sola y se me ve sonreír. Un mundo donde no existe Alfredo, solo yo. La semana que viene es nuestro aniversario, quizá no es el momento más oportuno. Vale, le dejaré dentro de diez días, está decidido.

 

 

 

 

Buen viaje, Joe

  Joe, simplemente Joe. Omitiendo, desde siempre, el rango familiar de tío. Recuerdo tu aterrizaje entre la familia cuando Ana, también sin ...