8.2.20

Con Esa no

Sofía no está bien, su humor varía con altibajos emocionales tan fuertes que en las crisis necesita que la ingresen en un psiquiátrico. A sus treinta y nueve años no consigue evitar envenenarse con su propia bilis al recordar que Manolo, su Manuel la dejó tres años atrás por Esa. Una mujer muy mona, trabajadora, de las que van siempre arregladas, dispuestas, con energía y poderío. Ella, ama de casa, de poco leer y menos moverse se había echado a perder. Su cuerpo delgado y con curvas de antaño había evolucionado tridimensionalmente hasta llegar a ser un amasijo difícil de medir, sus curvas se perdieron con la expansión. Le gusta comer, odia arreglarse y se quiere tan poco que ni se esfuerza en sacarse partido. Sus grandes ojos, negros, profundos, brillantes dan vida a su semblante sombrío reflejo de sus problemas mentales graves.

Tras el divorcio se quedó con Juan, su hijo del alma que ahora luce sus trece años con una explosión de vello por todo su cuerpo, se parece mucho a su padre. Lleva mal Sofía recordar a Manuel en cada gesto de Juan. A todo te acostumbras aunque en ocasiones llega a odiar a su hijo solo por la similitud física y gestual con su progenitor. Los reiterados ingresos en el psiquiátrico de Sofía los soluciona Manuel llevándose a Juan a su casa quien disfruta cada vez más la convivencia con su padre y Alicia, su mujer. 

Juan agradece mucho el cariño que recibe de Alicia, una gran mujer, muy centrada, amable y con sentido del humor. De cuerpo agradable y cara atractiva no es guapa en la definición estricta, algo tiene que te atrae, mucha personalidad y un gran sentido del humor. 

El último ingreso de Sofía resultó ser más prolongado de lo acostumbrado. No le permitieron ir de visita para acompañar a su madre, veinte días que se le pasaron muy lentamente a Sofía y volando a Juan de lo bien y a gusto que se siente con su padre en un hogar ordenado y cariñoso, donde las reacciones son normales, previsibles y lógicas en contraste con el tobogán de emociones amor-odio propias de Sofía.

Manuel, tras el último ingreso de Sofía, pasa casi a diario con el psiquiátrico para interesarse por ella, habla con los médicos, con las cuidadoras y enfermeras. El médico supuso al verle cada día que Manuel es el marido y le puso al corriente sobre la enfermedad de Sofía, su evolución y la complicación creciente que esperan. Manuel aprovecha la oportunidad para hacerse con un informe muy extenso que utiliza para redondear su demanda en el juzgado de familia donde solicita la custodia e incluso la patria potestad completa para decidir sobre la vida de Juan hasta su mayoría de edad, solicitando la nulidad de decisión de Sofía.

El juzgado ante la evidencia de la enfermedad mental grave de Sofía, dicta que la custodia de Juan la ejerza Manuel, permitiendo a Sofía un régimen de visitas muy relajado si su situación emocional lo permite. Dos fines de semana al mes, alternos.

Los primeros turnos se cumplen sin problemas, Sofía mantiene su baile emocional entreteniendo a Juan en las fases de amor y evitando éste a su madre cuando manda la fase de odio.

El calendario escolar suele establecer un falso puente que diseñan los docentes para romper el primer trimestre, final de febrero, la previsión meteorológica no invita a salir, lluvia y viento. Un plan de casa, casa y casa. Sofía ni imagina gastar tiempo ni dinero para ir al cine o cenar algo fuera. El viernes y el sábado avanzan despacio, Juan está feliz, ha batido seis niveles de su juego preferido en línea que le entretiene mientras dura la batería de su tablet. Chatea con su compañeros para presumir de su hazaña. Es feliz. Su madre no le ha dirigido la palabra en todo el día, muy silenciosa desde que ha venido. No se hace muchas cuentas, está tan acostumbrado a sus cambios de ánimo que cualquier reacción la da por buena.

Sofía propone ir el domingo a la sierra.

- Mamá, está lloviendo
- Y en la sierra nevando. Podemos jugar con la nieve
- De acuerdo, pero tengo que volver pronto, tengo que estudiar


Madrugan y llegan a conocer las primeras luces del día en la carretera de La Coruña, poco tráfico, es muy pronto. Una fina lluvia abrillanta el pavimento y el coche, su antiguo Ford fiesta, con más años que Juan. Suena por todos los tornillos, la climatización por falta de mantenimiento funciona mal, tiene picos de calor que se suceden con minutos de inacción, a imagen de su conductora. 

- Mamá ¿No te habían dicho que no condujeras con tu medicación?
- Tranquilo, no me la he tomado
- Joder, Mamá, así no puedes estar que sabes que es peor
- Me la tomo al regresar a casa, te lo prometo. Me apetece estar contigo jugando en la nieve y deseo disfrutar del día estando despierta. La medicación me adormece y me pierdo las emociones de la vida

Juan la mira sin fiarse mucho, sabe del peligro que tiene su madre sin el control farmacológico. Al fin y al cabo serán unas horas. Se queda alerta para reaccionar como otras tantas veces si le da el ramalazo violento.

La explanada de aparcamiento de Puerto de Navacerrada está libre, con a penas un tercio de ocupación. Descienden del coche y se abrigan a conciencia, no tienen ropa apropiada para la nieve, en lugar de eso optaron por cubrirse de sucesivas capas y sobre los pantalones un chubasquero impermeable comprado en el chino del barrio.

- Ven te invito a un desayuno potente

Pasan al bar que está lleno a reventar, les cuesta encontrar un hueco en la barra, los amantes de la nieve son muy madrugadores, en diez minutos abren las pistas, están apurando sus chocolates calientes y los bocadillos para aguantar la mañana deslizándose por la ladera. Un grupo se despide con varios bocadillos envueltos en papel de aluminio. Senderistas con intención de bajar la senda Smith hasta Cercedilla. Bien equipados, con una media de edad pasados los sesenta. Se nota que llevan mucha vida caminando por la Sierra, buen ánimo y buen color llevan. Se calan sus gorros de lana, guardan su comida en las mochilas y salen al exterior hablando animadamente.

- Dos chocolates y dos bocadillos de tortilla

El desayuno despierta a Juan de su modorra mañanera, se sorprende por terminarse tanta comida de mañana animado al ver a todos los clientes del local engullendo el mismo menú con devoción.

La luz del sol manda, el día avanza. Persiste la fina nevada. Madre e hijo salen a pasear en dirección Peñalara, alquilan un trineo y dedican las próximas dos horas a deslizarse por la pendiente y a empaparse su ropa inapropiada. A las once la mañana Juan se cansa del juego, siente frío. Está empapado. Sofía no siente el frío, salvo en los pies y está igualmente empapada. Su ropa no para de aspirar agua, sus calcetines son esponjas frías, a cada paso bombean agua hacia afuera por los poros del tejido. Sus viejas zapatillas de deporte solo han aguantado quince minutos.

- Mamá, vámonos. Tengo frío
- Vamos al coche que algo de ropa seca hemos traído

Del maletero del coche rescatan un jersey seco y muda de calcetines para cada uno. Su calzado está empapado, cambiarse de calcetines no es la solución, salvo que no usen sus zapatos. Es lo que deciden. Se cambian, subidos al coche, de calcetines y arranca el motor. Sofía decide conducir descalza sin evaluar el peligro que supone. Arranca el vehículo y fuerza la calefacción al máximo con idea de recuperar el tono corporal de Juan además de secar un poco sus ropas. Inicia el camino de regreso mientras observa la fila interminable de los vehículos que suben a la estación. La nieve es un poderoso imán para muchos madrileños.

El viejo Ford patina en un par de ocasiones durante las prolongadas cuestas de bajada del puerto, descender con poco dibujo en las ruedas con el asfalto mojado tiene su peligro. Los primeros cinco minutos les acompaña la fina nevada que se encontraron desde primera hora, al descender la nieve se torna en agua, esa lluvia fina que te empapa en poco tiempo será el paisaje el resto del trayecto. La temperatura en el interior del coche sube, a afortunadamente la calefacción ha decidido funcionar  y anima a Juan a quitarse capas de ropa, sus pies siguen dormidos y los apoya en la salida del aire desesperado por calentarlos.

- Baja los pies, esa postura no es segura si doy un frenazo

Juan no hace caso. Sofía mira a su hijo con tristeza. Juan nota algo en esa mirada que no le tranquiliza. Ya empieza su madre a echar de menos su medicación.

- Juan no te vas a ir con tu padre
- No digas bobadas Mamá, claro que voy a ir. Esta tarde
- No me pueden quitar a mi hijo
- Mamá no te han quitado nada, no puedes hacerte cargo ni de ti misma
- Y te vas a vivir con Esa
- Se llama Alicia y es muy cariñosa conmigo, deberías alegrarte por ello
- Esa no es tu madre, soy yo
- Lo sé Mamá. ¿Por qué no paramos y descansamos un poco?

Sofía acelera la marcha rebasando el límite de velocidad

- Mamá, para, para. ¡Mamá! 
- No te vas a ir

Sofía acelera y antes de desviar el coche hacia la derecha en un hueco del quitamiedos, pulsa el cierre del cinturón de Juan.

La Guardia Civil acordona la zona, un viejo Ford Fiesta se ha salido de la carretera chocando violentamente contra un pino, rodando el coche posteriormente por la ladera unos tres metros hasta que otro árbol detiene su descenso. En su interior, encuentran a una mujer de unos cuarenta años, descalza, presenta una herida fuerte en la cabeza. Respira y tiene pulso. La dan por inconsciente. El equipo médico que acude al rescate la reanima. ¡Estaba dormida! El joven que viajaba a su lado, sin cinturón salió despedido por el parabrisas que abrió con la inercia y el peso de su cabeza. Presenta posible rotura de cadera. Muere en el acto al salir disparado y terminar el vuelo sobre una roca de granito cubierta de musgo.

- Señora, ¿Cómo se llama?
- No va a irse 
- ¿Cómo dice?
- No va a irse



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