27.2.21

PRIMER ATLETI. Incluido en mi nuevo libro: PRIMERA VEZ

 



Anticipo del nuevo libro: PRIMERA VEZ.

Pueden adquirir ejemplares en Amazon o contactando con el autor aquellos que prefieran ejemplares firmados o dedicados. Existen formato papel y digital.


Primer Atleti

Triste día de final de mes, un 30 de octubre de 1993 con frío y tonos en gris amenazantes de lluvia e incluso nieve. Diego no para quieto en ningún momento, está muy

nervioso. Ha llegado el día esperado; ni la lluvia ni la nieve más inoportunas le van a privar de ir a ver a su Atleti esa tarde.

La jornada se hace larga, los minutos pasan muy lentos. Como si no fueran de sesenta segundos, ese día los minutos duran cien, doscientos. La comida, preparada con cariño por su madre, huele muy bien. Su plato preferido es el elegido para degustarlo ese día, ¡su día con mayúsculas! Se trata de lenguado en salsa verde y patatas panaderas. Pero el estómago de Diego está cerrado, no puede con todo. Por primera vez en la vida no termina aquel plato. Su madre arquea una ceja, no quiere preocuparse y lo achaca a los nervios. Le conoce y se queda vigilante.

Las seis y Diego lleva preparado ya más de una hora. Ha elegido la camiseta rojiblanca con el nueve y con su nombre impreso en la espalda, un regalo de Reyes. Le está grande, cosa que agradece, así puede lucirla sobre el jersey. Solo queda tapada por el abrigo y por la bufanda de lana roja y blanca tejida por la abuela Luisa.

Doce años, tres meses... y el día más importante de su vida. Cruza la puerta junto a su padre, Miguel. Orgulloso de su hijo, quiso darle la sorpresa de un partido de liga en el Calderón. Miguel no es del Atleti, huele a vikingo por los cuatro costados, es el único madridista en la familia. Pero este sábado es simplemente el padre de Diego, se le ve nervioso, más silencioso de lo habitual, desea que su hijo sea feliz, desea que gane el Atleti.

Viajan en metro. Miguel, por acompañar a Diego, luce una bufanda rojiblanca propiedad de su suegro Diego, socio desde que nació. El calor del metro obliga a descolgar los abrigos. Con una mano en la barra del vagón, la izquierda la utilizan para sujetar su prenda gruesa. Tras casi una hora de viaje, llegan por fin a la estación de Pirámides. Se le antoja estrecha y pequeña, a duras penas puede esta engullir a todos los aficionados que salen apresuradamente de los vagones buscando la calle, aire fresco y menos viciado.

Algunos aficionados cantan el himno del club, otros jalean acompañando. Cuando salen a la plaza ya es noche cerrada en el exterior, los días de otoño son cada vez más cortos, se nota que se hace más tarde. Aunque Diego es más de luz, más del día, este sábado para él no se pone el sol. Se ajusta el abrigo y la bufanda, siente el cambio de temperatura.

Hacen parada en un puesto de venta de chucherías. Miguel compra una botella de agua y una bolsa de pipas. Han llegado con tiempo, su intención es pasar por la tienda del club. Tiene las pupilas tan abiertas que no cabe en sí de gozo. Allí admira equipaciones, complementos, balones, botas, juegos de mesa y hasta albornoces; todo con el escudo del club. Es observado por Miguel, que se siente generoso y está dispuesto a redondear la sorpresa con un regalo de recuerdo. Diego no se decide, da vueltas por la tienda igual que un marchante de arte en una sala de exposiciones.

Un instante le delata con ese brillo en la mirada... esa alegría al final de sus ojos marrones. Se trata de una tarjeta con la foto de su ídolo, Caminero, y firmada. Las miradas de padre e hijo se cruzan un instante y Miguel asiente mientras sonríe; Diego le sale muy barato, se conforma con poca cosa. Guarda la foto en el bolsillo interior de su abrigo, Diego está seguro de que le dará suerte en el partido. Miguel sujeta el brazo izquierdo de su hijo para luego mantenerse, juntos, entre todas aquellas personas. Es día grande, el campo se va a llenar.

Atlético de Madrid-Barcelona, partidazo: el Barcelona de Koeman, Guardiola, Romario, Bakero, Zubizarreta, todos unos cracs; el Atleti, apañado con coraje y corazón, como dicta su himno.

Miguel localiza la puerta que les corresponde, ha conseguido que le preste su abono, y el de un «amigo vecino», su suegro. Su suegro no tiene el corazón como para soportar un partido contra en Barça y, si es para su nieto, todo son facilidades.

―Solo espero que un madridista como tú no le gafe la ilusión al niño ―le recordó cuando le dejó los carnés.

Las localidades son muy buenas, están en la zona que tiene acceso por la M-30. A cubierto, por si decide llover; a la altura del palco presidencial, justo encima del banquillo local. Diego no deja detalle sin escrutar, disfruta hasta del calentamiento previo de los jugadores.

―Mira, papá, ahí están los titulares. Allí, los suplentes.

Los atléticos lucen camisetas de algodón, con manga larga y cuello. A todos le viene grande, es la moda, se trata del mismo modelo que lleva Diego.

―¿Eres el nieto de Diego? A ver si nos traes suerte hoy ―comentó un aficionado de la fila anterior. 

El partido empieza vibrante, con dominio alterno. Se nota al Barcelona mejor posicionado y con grandes jugadores. Seguros y orgullosos, defienden la primera posición en la clasificación de la Liga. El Atleti es peleón, no deja de ser un equipo de media tabla; los décimos y con una plantilla apañada sin grandes estrellas, un equipo preparado para correr en velocidad y jugar a la contra.

A los diez minutos entra el primero del Barcelona. Romario se ha marchado de Solozábal con una habilidad propia de un genio del balón. En media hora Romario marca tres goles y estrellado un balón en el larguero. Pinta mal. Miguel mira a Diego preocupado por su posible desilusión. Diego sigue animando y vibrando con cada jugada de su equipo. Festeja los saques de esquina como previos a gol, corea los cánticos de los animadores del fondo, incansables, sin desfallecer por el resultado adverso ni por la temperatura fría de la noche.

En el descanso los bocadillos de chorizo que les ha preparado su madre vuelan. Esta le dijo:

―Te los voy a hacer de chorizo, así es un bocadillo rojiblanco. Si quieres, a tu padre le dejo solo la miga en blanco.

―No, mamá, hoy papá es del Atleti.

Los bocadillos vuelan mientras calienta Kiko. Y la segunda parte empieza con presión atlética y en dos minutos Kosecki inaugura el marcador local. El campo es una olla a presión, todos animan, mucha es la distancia en el marcador, hay fe en los chicos.

La falta lejana disparada por Pedro, con mucha fuerza, se cuela entre las manos de Zubizarreta. Veintipocos minutos y marca el segundo gol. Se abre la puerta de la esperanza en una afición que anima ahora más fuerte si cabe.

A la media hora un nuevo tanto de Kosecki empata el partido. Solo en ese momento los nervios traicionan, durante unos minutos, a Diego. Tras la expulsión de Pirri su ánimo se viene un poco abajo. La inseguridad y el tremendismo colchonero hacen mella en su fe. El «fondo» sigue animando sin parar. Diego siente la mano de su padre en la rodilla; la está moviendo constantemente con un gesto inconsciente, no es para menos, hemos empatado con el Barcelona.

Faltan dos minutos, el acoso del Barcelona es incesante, un balón es rechazado y sale corriendo, veloz, es Kosecki hacia la portería rival. Le acompaña a su izquierda Caminero, que recibe el pase y remata cruzando para evitar la salida del portero... ¡Gol!

―¡Gol... gol!
―De Caminero, hijo.
―¡Gol...!

Se abrazan padre e hijo. Hace años que ambos no se abrazaban; crecer tiene como condicionante que abandonas el roce con tu padre. Ese momento vale oro. Diego es feliz. Gol de Caminero, gol de su Atleti, gol para ganar al Barcelona. Siente el calor de su padre, lo echaba de menos.

Para Miguel es un instante de felicidad, ha merecido la pena ir al fútbol. Ese abrazo de Diego significa mucho, muchísimo. Se compromete a buscar oportunidades para compartir tiempo con él. «Y si hay que hacerse del Atleti, se hace uno del Atleti». Además, le ha gustado cómo juega el equipo, cómo lucha, cómo se anima en este campo; qué diferencia con el otro.

Besó en la frente a Diego, que le miró sorprendido mientras seguía saltando como loco.

―¡Gol de Caminero! ¡Gol!

La vuelta a casa la hacen en una nube. No importa el calor del metro ni lo abarrotado que va, tampoco el hambre le recuerda que casi no había comido hasta ahora. Sentado en el vagón, Diego mira a su padre, que acaricia la bufanda del Atleti.

―¿Sabes, Diego?, me he convencido, es mi primera vez también. Soy del Atleti.

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